“El respeto no pasa por la sexualidad de nadie” Rosanna Marzán

Dije que era gay para llamar su atención, pero realmente Alejandro Magno era lo que hoy llamaríamos bisexual. Entablaba relaciones amorosas y sexuales tanto con hombres como con mujeres. Incluso se rumora que su mano derecha, Hefestión, era no solo su mejor amigo sino el gran amor de su vida. Y lo más interesante es que el famoso líder y estratega militar no se veía a sí mismo ni como una cosa ni como la otra. ¿Por qué? Porque ser bisexual era parte de la norma, algo que por mucho tiempo han entendido las y los historiadores del mundo de Alejandro, la Macedonia y la Grecia antigua; pero que todavía rechazan con sus prejuicios muchas personas hoy.

El debate reciente sobre el tema a propósito del documental de Netflix “Alejandro: la creación de un dios” y el revuelo a propósito de las declaraciones intolerantes del pastor evangélico Ezequiel Molina sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo reflejan lo profundos que siguen siendo estos prejuicios. Todavía a mucha gente le resulta difícil ver la orientación sexual de las personas como lo que es, una dimensión más de la diversidad maravillosa que tenemos los seres humanos.

Empecé esta columna para conmemorar el mes de junio como mes del Orgullo LGTBQ con Alejandro Magno porque, tal y como le digo a mis estudiantes como socióloga que soy, cuando una dimensión de la vida humana es vista y vivida de maneras muy distintas en períodos o en sociedades diferentes es porque es o tiene mucho de construcción social. O sea, es porque la manera en que se interpreta y se vive es el resultado de las estructuras sociales y formas de ver la vida de esa sociedad o periodo en particular, no la consecuencia de algo inherente, biológico o fijo del ser humano. La sexualidad humana, incluyendo la orientación sexual, tiene mucho de construcción social aunque con frecuencia no lo queremos ver.

También empecé esta entrega con el ejemplo de Alejandro Magno porque a la gente le choca mucho que un hombre cuya fama está tan asociada con todo lo que consideramos como hiper “masculino” (la fortaleza física, la guerra y la conquista) haya tenido relaciones sexuales y amorosas con otros hombres. Casos como el de Alejandro Magno, el de la sociedad de la que fue parte y otros grupos humanos muestran que la forma en que la gente vive su sexualidad varía de una sociedad a otra y, por tanto, lo que ahora llamamos la orientación sexual (que no es preferencia porque no se elige) no es pecado ni aberración. Lo que sí son crímenes aberrantes son las situaciones en que la gente (en su gran mayoría hombres) utiliza la sexualidad para hacer daño a otras personas como ocurre en la pederastia, la violación, el incesto y otras formas de abuso sexual y eso lo hacen personas de todas las orientaciones sexuales como acabamos de ver con otro líder religioso acusado de abusar de menores de edad.

A diferencia de la sociedad macedonia y griega de la antigüedad, donde ni siquiera existía el concepto de orientación sexual y la mayoría de los hombres tenían sexo con otros hombres (hay muy pocos datos sobre las mujeres), en la sociedad occidental actual se identifica solo a una minoría de la población como personas lesbianas, gay, transgénero, bisexuales o queer (LGTBQ). Y en esa comunidad también se incluye a las personas intersexuales (que antes llamábamos hermafroditas) y otros grupos. Aunque los estimados varían mucho por país y por generación, un estudio reciente de 30 países pone el promedio en un 9%, o sea, casi una de cada diez. Eso significa que incluso en sociedades como la nuestra con una visión estrecha de la sexualidad, lo más probable es que ya usted conoce personas de esta comunidad. Puede que las conozca porque son parte de su familia o la de su pareja, porque trabajan con usted en la misma empresa u oficina, porque van a la misma iglesia o participan en la misma asociación.

Incluso puede que las personas LGTBQ que conoce son de las personas que más quiere y admira. Pero no sabe que lo son porque vivimos en una sociedad donde hasta las y los líderes religiosos que deberían servir de ejemplo en su amor al prójimo, solo aman a quienes se les parecen o actúan como ellos. Por eso muchas personas LGTBQ tienen miedo de decir que lo son y mucha gente se opone a derechos tan básicos como el de que las parejas del mismo sexo puedan casarse y contar con la misma protección que tienen las parejas casadas: el derecho a que su patrimonio conjunto sea reconocido por la ley (que evita que una de las dos personas se quede en la calle cuando la otra muere), el derecho a tener acceso al seguro de salud de su pareja, el derecho a ser reconocida como quien va a cuidar a la clínica o al hospital, etc.

Y resulta que, como muestra un estudio publicado en EEUU el mes pasado, el matrimonio igualitario tiene efectos positivos importantes para las personas del mismo sexo, sus familias y para el resto de la sociedad. Las y los investigadores de la prestigiosa NGO de investigación RAND y la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) examinaron 96 estudios y 20 años de datos a partir de la aprobación del matrimonio igualitario en el primer estado en legalizarlo (Massachussets) en mayo del 2004. El principal resultado fue que no hubo cambios en cómo la gente heterosexual se casa, se divorcia o vive junta sin casarse como decían quienes se oponían a legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo porque supuestamente iba a “corromper” la institución del matrimonio.

Por el contrario, lo que encontró el equipo de investigación fue que después de que los estados donde vivían aprobaron el matrimonio entre personas del mismo sexo, mejoró la salud física de las personas LGTBQ en esos estados al tener mayores niveles de acceso al sistema de salud, mayor cobertura en los seguros de salud y menores tasas de infecciones de transmisión sexual y de consumo de drogas. También las parejas casadas del mismo sexo tienen menos problemas de salud mental en comparación con las parejas del mismo sexo que no tienen esa protección. Además, la legalización del matrimonio igualitario contribuyó a reducir el estigma y los crímenes de odio contra la comunidad LGTBQ en general aumentando el apoyo social que reciben, especialmente de sus familias.

El estudio también se refiere a lo ya constatado en varias investigaciones de que el bienestar de las y los niños de parejas homosexuales es similar al de las y los hijos de parejas heterosexuales. Sin embargo, varias investigaciones que revisaron muestran que el hecho de que sus padres o madres tengan acceso al matrimonio legal reduce o elimina totalmente las desigualdades entre las y los niños de las parejas homosexuales y las heterosexuales en el acceso a los seguros de salud y su progreso en la escuela. Finalmente, el estudio también encontró que, contrario a lo que decían los grupos que se oponían, el resto de la sociedad también se ha beneficiado de la aprobación del matrimonio igualitario en estos 20 años porque generó un mayor (no menor) interés en el matrimonio en general.

Yo que he tenido el privilegio de contar con varias parejas del mismo sexo entre los hermanos y hermanas mayores y cómplices que la vida me ha regalado quisiera vernos ya como sociedad asumiendo la importancia de los derechos de la comunidad LGTBQ. Como he dicho en otras crónicas, eso nos llevará a ser una sociedad mucho más madura y democrática. Y como bien dijo el abogado constitucionalista Flavio Darío Espinal tanto la unión civil para las personas del mismo sexo como las tres causales pueden ser parte de la agenda de reformas anunciada por el gobierno porque: “Si bien tenemos derecho a seguir y preservar los principios y las reglas que emanan de nuestras creencias, no podemos pretender imponérselas al resto de la sociedad”. Es muy simple. Las personas LGTBQ son seres humanos igual que usted, igual que yo. Entonces, tratémosles como seres humanos. O para usar las hermosas palabras en el letrero multicolor de apoyo a la comunidad LGTBQ que vi en una iglesia en California: “God is still speaking” (“Dios todavía nos habla”).

(Para quienes les interese, también abordó el tema de la identidad de género, otra dimensión más estigmatizada aún, en mi crónica Los otros géneros y examino varios de los prejuicios contra la comunidad LGTBQ en la crónica El Orgullo Gay o la celebración de la diferencia).