Siempre sentí mucha admiración por la Unión Europea, principalmente por tres razones:

Primero, porque aquella inicialmente Comunidad Europea del Carbón y el Acero había devenido en un formidable tratado de paz entre países que se habían pasado siglos matándose entre ellos al tiempo de involucrar al resto del mundo en sus guerras.

Segundo, porque, al construir el Estado del Bienestar en un contexto de democracia, habían humanizado el capitalismo, aprendiendo a sacar provecho a lo mejor ambos sistemas.

Y tercero, porque habían llegado a ciertos consensos y estaban haciendo esfuerzos serios por salvar al mundo de los estragos del cambio climático.

Sin embargo, esa admiración comenzó a diluirse al comprobar que les importaba poco que Estados Unidos, su socio y protector, aplicaba políticas imperialistas en los países que anteriormente ellos habían colonizado, y que estaban dispuestos a acompañarlo en cuantas guerras directas e indirectas emprendiera, incluyendo en las periferias de su propio territorio.24091608lpw-24091616-article-union-europeenne-guerre-en-ukraine-armement-jpg_9291667_660x287-728x410

Y que eso llevara a los países europeos a aplaudir y aprobar que los Estados Unidos extendiera el alcance de la OTAN para ir cercando a Rusia, a sabiendas de que, si esto no paraba, podría conducir irremediablemente a una guerra. Y más todavía, a que cuando llegara esta guerra, en vez de procurar los mecanismos diplomáticos para detenerla, la azuzaran y avivaran el fuego para complacer a EUA en su propósito de debilitar económica y militarmente a Rusia.

Para justificar tal comportamiento, Europa se prestó a tejer una narrativa basada en dos premisas que se sabe que son completamente falsas: una, que Rusia pretende apoderarse de todo el continente, y que después de Ucrania seguirá invadiendo otros países. Y otra, que Ucrania, con el apoyo de la OTAN, estaría en condiciones de vencer al ejército ruso, de modo que la única solución era prolongar la guerra y suministrar cuantos armamentos se necesitaran.

Lo que no entendió a tiempo, o no quiso entender, fue que su socio mayor tenía otros propósitos que ha venido consiguiendo a costa de los europeos, como son, 1) erosionar la economía alemana y europea en general, para quitarse de encima un fuerte competidor en industrias básicas; 2) apropiarse del mercado energético europeo vendiéndoles caro gas y petróleo, además de mucho armamento; y 3) separar económicamente a Alemania de Rusia por haber albergado el temor, por mucho tiempo, de que juntos tendrían tecnología y recursos que les permitiría derivar en un superpoder capaz de hacerle sombra.

Ahora Europa sobrevive en medio de una prolongada crisis económica y social, polarización interna, reclamos para que desmonte el Estado de Bienestar, resistencia a seguir cubriendo los costos de afrontar el cambio climático, a cuyas políticas sus detractores llaman ahora “agenda verde”.

Y lo peor de todo, serios riesgos de perder su democracia por el ascenso en las preferencias electorales hacia grupos cuyas proclamas se parecen mucho a las que hace un siglo incendiaron Europa y llevaron al mundo a una conflagración que nadie quisiera recordar, amenazando con repetir la historia.

Estados Unidos, que ya consiguió de sus socios todo lo que quería, entiende que ahora, tras alejar Alemania de Rusia, lo que procede es alejar a Rusia de China, soltando en bandas a los gobiernos que le han sido tan leales.

Junto a ello, se esfuerza por trasplantar a Europa su contrarrevolución de ultraderecha, alienta a los grupos neonazis y hasta alecciona a los votantes.   No de otra manera se interpretan los mensajes de apoyo a esos grupos de Elon Musk, así como las amonestaciones que, en su propia cara, fue a hacerles el vicepresidente J. D. Vance, dirigidas a forzar, primero a que no limiten la libertad de expresión y ascenso al poder de los neonazis, y segundo, que no regulen la capacidad de las empresas tecnológicas de ganar dinero y de inducir cambios políticos mediante la difusión de mentiras y mensajes de odio, gracias a lo cual les ha ido tan bien en su país.

Dicen que el que no tiene silla en la mesa es porque está en el menú, y tras la reunión sostenida en Arabia Saudita entre los ministros de exteriores de Rusia y EUA para terminar la guerra, sabiendo lo que quiere Rusia y hacerse públicas las pretensiones económicas de los Estados Unidos en Ucrania, resulta claro que en esa mesa Ucrania es el plato principal.

La Unión Europea ha elevado el grito al cielo, quiere continuar la guerra, no porque desee ver tanta gente morir ni porque tenga expectativas de ganarla, sino porque no se le ha asignado silla y está viendo que puede terminar siendo parte del menú.

Los pueblos que hemos sido colonias de Europa, y particularmente, aquellos que siguieron siéndolo hasta el siglo pasado en Asia, África, Medio Oriente y el Caribe, pero que después hemos sido víctimas de las tropelías imperiales de Estados Unidos, nos sentimos con derecho a preguntarles qué se siente siendo lacayo en vez de Imperio. Supongo que lo mismo que siente el perrito que recibe una patada del amo ingrato a quien ha estado lamiendo los pies.

Isidoro Santana

Economista

Ex Ministro de Economía, Planificación y Desarrollo, agosto 2016-2019. Economista. Investigador y consultor económico en políticas macroeconómicas. Numerosos estudios sobre pobreza, distribución del ingreso y políticas de educación, salud y seguridad social. Miembro de la Academia de Ciencias de la República Dominicana. Miembro fundador y ex Coordinador General del movimiento cívico Participación Ciudadana y ex representante ante la organización Transparencia Internacional.

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