El destino del mundo se juega en Ucrania. Si Rusia triunfa, con el apoyo ahora de los Estados Unidos de Trump, se propulsarán y legitimarán nuevas agresiones de las potencias globales y regionales del mundo, haciendo triunfar la ley del más fuerte sobre el derecho internacional y consagrando una renovada teoría de los “grandes espacios” de Carl Schmitt: Europa para Rusia, Asia y el Pacífico para China y América para Estados Unidos.

Paradójicamente, las fuerzas “antiimperialistas” nunca han exigido el retiro inmediato e incondicional de los agresores rusos y el respeto al derecho a la integridad territorial, a la soberanía y a la autodeterminación democrática de Ucrania, como lo han hecho en Latinoamérica y el resto del Tercer Mundo.

Y es que gran parte de una izquierda -y de una derecha-, especialmente latinoamericana, exhibe un antiimperialismo adaptado a las necesidades de una ideología antiestadounidense y anticapitalista, nutrida por el innegable hecho geopolítico de estar América Latina tan lejos de Dios y tan cerca de unos Estados Unidos que, desde la Doctrina Monroe en 1823, procuran un orden interamericano sujeto a sus intereses particulares, como lo demuestra la desfasada “política del garrote” de Trump frente a México, Panamá y Canadá.

Ese antiimperialismo rechazó en 1965 la intervención militar de los Estados Unidos en la República Dominicana. Sin embargo, la OEA avaló y legitimó esa intervención, apenas con el rechazo de México, Uruguay, Ecuador, Perú y Chile. En la ONU, el representante soviético, cuestionó la intervención y acusó a Estados Unidos de violar el derecho internacional, exigiéndole retirar sus tropas. Las denuncias soviéticas fueron apoyadas solo por los representantes de Cuba y Uruguay.

En 2016, la OEA se negó, como propuso el gobierno dominicano, a “expresar al pueblo dominicano su pesar por haber respaldado, en 1965, la invasión de su territorio y el atropello de su soberanía” y “pedir disculpas por el error histórico cometido y a la vez condolerse por las víctimas ocasionadas”, y tan solo aprobó una vacua resolución limitándose a mencionar a “los acontecimientos de abril de 1965”, a “lamentar la pérdida de vidas humanas”, y a “desagraviar al pueblo dominicano por las acciones de abril de 1965 que interrumpieron el proceso de restablecimiento del orden constitucional en la República Dominicana”, sin referirse a la “invasión” estadounidense y solo hablando de simples “acontecimientos” y “acciones”.

La Cuba de Fidel Castro, que criticó la intervención militar estadounidense en la República Dominicana, fue la misma que apoyó la invasión en 1968 de más de 250 mil efectivos militares del Pacto de Varsovia, liderados por la Unión Soviética, que aplastaron a los checoslovacos que buscaban reformar el socialismo y, en contradicción con su verborrea “antiimperialista” y de defensa de la no intervención y la soberanía nacional, no tuvo empacho alguno en acatar el diktat de los soviéticos y apoyar el establecimiento de un sistema político autoritario, a base de armas y tanques.

¡Hablemos claro! Los verdaderos antiimperialistas apoyarían hoy a Ucrania, pues se lucha así contra la expansión rusa, “misteriosamente” apoyada por los Estados Unidos de Trump, dándole descaradamente la espalda a la Europa democrática, exigiendo reparaciones colonialistas a una nación aliada como Ucrania y legitimando así la criminalidad de lesa humanidad y la agresividad racista, militar, económica y cultural de una Rusia autoritaria.

Eduardo Jorge Prats

Abogado constitucionalista

Licenciado en Derecho, Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM, 1987), Master en Relaciones Internacionales, New School for Social Research (1991). Profesor de Derecho Constitucional PUCMM. Director de la Maestría en Derecho Constitucional PUCMM / Castilla La Mancha. Director General de la firma Jorge Prats Abogados & Consultores. Presidente del Instituto Dominicano de Derecho Constitucional.

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