“En Occidente el género se ve como una línea con lo masculino en un extremo y en el otro lo femenino. En las comunidades indígenas, pensamos en círculos. El género son todos los puntos posibles dentro del círculo”. Documental Two Spirit People

Vivo en California hace casi 5 años y me encanta porque me permite imaginar el futuro. Es el lugar al que decidí venir porque necesitaba nuevos desafíos y también necesitaba cometer errores nuevos. Sigo pasando parte del año en mi querida media isla y mi corazón siempre estará anclado al Malecón, a Gascue, a la Zona, al Sur profundo, a Montecristi, a Santiago, a las Terrenas y a tantos lugares que adoro. Más aún, mi corazón estará hasta el final de mis días unido a sangre y fuego a toda la gente que quiero y que me quiere. Y como socióloga y activista feminista que soy, uso todo lo que aprendo aquí para avanzar los derechos de los grupos discriminados en nuestro país. RD es mi centro emocional y de lucha. California es mi centro intelectual y de recarga. Mis dos mundos viven en tensión, pero también se dejan complementar. Ambos me obligan a hacerme preguntas constantemente y a preguntar.

Vivir en California y trabajar aquí como catedrática también me permite, gracias a la tecnología, estar atenta a lo que ocurre en RD y compartir mis ideas y vivencias a través de esta columna y a través de las redes cuando no estoy físicamente allá. Pero la distancia es la distancia. Mis horas y el color de mis atardeceres son diferentes: los nuestros son anaranjados, los de California son de un rosado intenso. Cuando me levanto, medito, hago ejercicio y me cambio ya hace horas que ustedes se han levantado, salido a la calle, peleado con varios motoristas si están manejando o pedido la ayuda de varios y tomado el metro o la guagua si no. De hecho, ya llegaron a su trabajo y están a punto de irse a comer a la casa, al espacio designado en la oficina o a la fonda de la esquina.

Esa distancia a veces me duele en el cuerpo y una de las crónicas que quiero escribir es sobre la relación de amor y odio que tenemos con nuestra diáspora. Queremos su dinero y sus tenis, pero no sus opiniones. Queremos que se mantenga, como siempre ha sido, la madre sacrificada de las remesas, pero no nos interesa lo que ha aprendido y vivido del otro lado del mar. Sin embargo, esa distancia también me abre mundos que en RD son mucho más difíciles de experimentar. Quizás la tecnología nos permite leer sobre ellas, pero también pone filtros y paredes (se llaman algoritmos) donde no necesariamente hay. A veces esas realidades son tan distintas y los códigos son tan diferentes que hasta dudo si vale la pena compartirlas. En esos momentos hasta me pregunto si habrá alguien que las quiera leer y escuchar.

Una de esas realidades es la de las personas que no se ajustan a nuestras definiciones de ser hombre o ser mujer. Me refiero a las personas trans (las que no se identifican con el sexo biológico con el que nacieron), intersexuales (las que tienen órganos de ambos sexos, antes llamadas hermafroditas) y no binarias (las que no se identifican ni como mujeres ni como hombres). En mi rol de activista feminista, ya había conocido muchas mujeres trans en República Dominicana mucho antes de venir a California. En nuestro país, como en otros muchos lugares, son tan discriminadas y reciben tanta violencia que la única ocupación en la que pueden sobrevivir es el trabajo sexual. Cuando son asesinadas, con frecuencia por los mismos hombres con los que se acaban de acostar, es con aún más violencia y odio que a las mujeres que nacemos con cuerpos de mujeres. Su sola existencia, igual que la de los hombres trans, las personas no binarias y las intersexuales, llena de desdén y de odio a mucha gente supuestamente cristiana y civilizada como acaban de demostrar tantos insignes legisladores en nuestro Congreso Nacional.

Yo misma que pensaba que era muy abierta, confieso que hasta hace poco no me gustaba eso de que me llamaran mujer cis género (una persona que se identifica como mujer y que nació en cuerpo de mujer) para diferenciarme de las mujeres trans. Mis esfuerzos para abrir este diálogo necesario entre mujeres cis y trans y personas no binarias en los espacios feministas de los que soy parte todavía no han tenido mucho éxito. He cometido muchos errores y lo más probable es que cometa muchos más. Y han sido mis clases y especialmente mis estudiantes en California quienes, sin saberlo, más me han ayudado a aprender, entender y respetar.

En estos casi cinco años que tengo enseñando en Pomona College aprendo no sólo de la inteligencia y curiosidad de mis estudiantes trans y no binarios sino también de la bondad y la facilidad con que mis estudiantes cis y heterosexuales siempre les incluyen. Incluso me corrigen cuando se me olvida (ya cada vez menos) pedirle a la gente que se presente diciendo los pronombres que prefieren utilizar; una práctica de respeto y de inclusión para quienes no necesariamente se identifican de la manera en que la gente de mi generación estamos esperando que se van a identificar.

Ha sido también en California donde me he reencontrado con las enseñanzas de la escuela decolonial. Esta escuela, iniciada en Latinoamérica por el sociólogo peruano Aníbal Quijano busca, entre otras cosas, rescatar el inmenso conocimiento, prácticas y luchas que perdimos cuando las potencias coloniales impusieron no solo sus armas sino también su visión del mundo. De hecho, las dos feministas decoloniales más importantes de la región, Ochy Curiel y Yuderkys Espinosa, son de RD. Y uno de los planteamientos principales del feminismo decolonial de la mano de su fundadora, la argentina María Lugones, es que la forma en que entendemos la sexualidad y el género en el mundo occidental de hoy es solo una de las muchísimas formas en que lo ha hecho la humanidad a lo largo de la historia.

Como les comentaba en mi crónica anterior sobre el Orgullo Gay, lo que ahora llamamos personas trans, intersexuales y no binarias (al igual que el resto de la comunidad LGTBQ) son grupos que siempre han existido en la historia y presente de la humanidad. No son inventos “progre” ni son gente con problemas que hace lo que sea para llamar la atención, como dicen algunos. Culturas desde México (con los Muxe) hasta la India (con los Hijra), pasando por Tailandia y comunidades indígenas en todo nuestro continente tienen palabras específicas para nombrar estos grupos y han mostrado por siglos y hasta milenios la sabiduría que tantas veces nos falta para comprender la diversidad sexual en el mundo occidental.

Una de mis frases favoritas es la poética denominación de “personas con dos espíritus” (“two-spirit people”) que usan muchas naciones indígenas en EEUU que han logrado mantener las tradiciones que los británicos no les lograron arrancar. En muchos casos, han sido las abuelas de las personas “dos espíritus” quienes han protegido a sus descendientes usando ese conocimiento ancestral. Incluso les recuerdan que en sus tradiciones esas personas son vistas como más evolucionadas espiritualmente, de manera similar al respeto que reciben los Muxe en Oaxaca, México. Y quienes hablan de que la diversidad sexual es una “agenda foránea” parece que no saben que en nuestro país tenemos también los famosos “guevedoces” o personas intersexuales en Barahona.

Muchas de las familias de los “guevedoces” nos muestran con su ejemplo el amor y la aceptación que tanto les falta a las personas que, teniendo más dinero y más educación e incluso diciendo ser cristianas, solo respetan y aman a quienes son exactamente como ellas. Seamos mejores mi gente. Aprendamos de esas familias y de mis estudiantes y tengamos más bondad y curiosidad para celebrar lo diversa que es la humanidad.