“No importa si son buenas o malas, todas las tendencias en los Estados Unidos empiezan en California”. Steve Schmidt
“Bienvenida a California, agua de coco $7.95 dólares” fue lo que pensé irónicamente la primera vez que vi este producto en el supermercado cerca de donde vivo parte del año en el condado de Los Ángeles. Digo irónicamente porque esta frase dicha para mis adentros reflejaba la frustración que para mí, una fanática consumada del agua de coco desde mucho antes de que estuviera de moda, representa lo alto que es el costo de la vida en este estado tan singular de los Estados Unidos.
Y ciertamente la vida en California es cara, pero no sería justa si me enfocara solo en ese aspecto. Para entender esta parte de Estados Unidos hay que entender que California, casi como los humanos, tiene una personalidad muy definida y su gente se comporta como si fueran un país independiente. Su lema “República de California” no es casualidad ni exageración. Igual que Tejas, California es uno de los estados del país más consciente de su originalidad y de su historia.
También igual que en Tejas, la gente de California se sabe con la capacidad de sobrevivir fuera de la unión porque su trayectoria no ha estado atada únicamente a lo que hoy son los Estados Unidos. Históricamente ha sido el hogar de cientos de comunidades indígenas muchas de las cuales sobreviven hasta hoy. Múltiples expediciones coloniales europeas intentaron ocuparla hasta que fue incorporada como parte del imperio español (1769-1821), luego fue parte de México (1821-1848) y finalmente pasó a ser parte de los Estados Unidos en 1850 como resultado de la intervención estadounidense en dicho país en la guerra de 1846 a 1848.
Pero a diferencia de Tejas y de todos los demás estados de Estados Unidos, California encabeza todos los años los aportes a la economía del país muy por encima, no solo de Tejas sino también de Nueva York y de la Florida. De hecho, cuando se conversa con cualquier persona del estado no pasa mucho tiempo antes de que surja en la conversación la famosa frase de que California sería la 5ta economía del mundo si fuera, como mucha gente parece querer que sea, un país independiente.
Aunque solo conocía parte de su historia, ya antes de mudarme a California conocía algunas de las maravillas por las que el estado es famoso. En un viaje con dos amigas de San Francisco y de San Diego hace muchos años, tuve el privilegio de conocer varios de los lugares icónicos de ambas ciudades. En San Francisco, me tomé la foto de rigor frente al puente Golden Gate, caminé por el famoso distrito Castro, ícono de la lucha por los derechos de la comunidad LGBTQ, disfruté la comida exquisita del mayor Chinatown del mundo fuera de Asia y me monté en el famoso tranvía rojo de la “ciudad dorada”. En San Diego, me emocioné con la belleza de la Joya, la hermosa ensenada de la ciudad, me reí viendo las focas que llegan a ella jugando como adolescentes y exploré los mercados de artesanía de su Pueblo Viejo (Old Town). En ese viaje no nos dio tiempo de cruzar a Tijuana, la ciudad melliza de San Diego del lado mexicano, pero pude hacerlo por fin con una amiga brasileña cuando regresé a San Diego en enero del 2020. (Y eso será otra crónica mi gente porque fue toda una experiencia surrealista).
Por supuesto, California también cuenta con maravillas naturales conocidas en el mundo entero como los parques Yosemite, Sequoia y Joshua Tree. Y aunque, como bien saben mis amistades, yo no soy tan de matas y animalitos, también me emociona conectar con la naturaleza y disfrutar esos regalos. Dado el encierro por la pandemia y el hecho de que todavía no tengo carro (un crimen de lesa humanidad en California, incluso más que en RD) hasta ahora solo he podido ir a Joshua Tree. Fui para acompañar a una de mis mejores amigas de Nueva York, ambientalista y super “hiker” ella, cuando vino a visitarme por primera vez a mi campito en Cali y me alegro tanto de haberlo hecho. Y la razón es que Joshua Tree, como tantos lugares en el estado, tiene vegetación de puro desierto y ver un atardecer en ese lugar es una experiencia simplemente indescriptible. La belleza se te mete en los huesos y no sabes si gritar, saltar o reír o, como hice yo, quedarte en silencio y mirarlo y absorberlo todo con miedo de que se te vaya a escapar el más mínimo detalle.
Sin embargo, a pesar de las palmeras gigantescas y los nombres en español (“El Monte”, “El Centro”, “Sepúlveda”, “Placita Olvera”), la primera experiencia que me hizo sentir que había llegado realmente a California fue la primera vez que una persona desconocida me saludó en la calle. Un hombre blanco entre 50 y 60 años me dijo con una sonrisa “Good Morning” (“Buenos Días”) y mi sorpresa fue tan grande que me di la vuelta para ver a la persona a la que el susodicho estaba saludando tan amablemente porque a mí no podía ser. Pero resultó que no había nadie detrás de mí. Resultó que era a mí a quien saludaba y yo no salía de mi asombro. Por favor, entiéndanme. La costumbre de saludar en la calle a quienes no conocemos todavía es común en República Dominicana pero no lo es en los otros lugares en que he vivido en los Estados Unidos: Boston, Providence y Nueva York. Por eso el shock y por eso también la alegría en el corazoncito al sentirme bienvenida con ese pequeño gesto.
Desde que llegué California representa para mí el horizonte, siempre movedizo, del tipo de sociedad inclusiva y solidaria en que quiero vivir y lucho por construir en República Dominicana y en todas partes. En los años en que viví en la costa Este de EEUU siempre asumí que la ciudad de Nueva York era ese modelo, con demasiado frío y demasiados edificios, pero modelo al fin. Pero con lo poco que he aprendido viviendo en el Sur de California mis ideas han empezado a cambiar.
Y aquí podría explicarles cómo las luchas de las diferentes comunidades que coexisten en California (la chicana, afroamericana, anglosajona, china, japonesa, el resto de la comunidad latina, para mencionar unas cuantas) han creado este mosaico impresionante donde la diversidad se asume como el estado normal, no solo como una postura “políticamente correcta”. Les podría hablar también de cómo esta diversidad se refleja en las dos grandes ciudades del estado, Los Ángeles y San Francisco donde, a diferencia de la mayor parte del país, ninguno de estos grupos es mayoría. También podría comentarles cómo estas luchas y composición racial se reflejan en la política donde, a pesar del legado perverso del racismo y otros males, todo el mundo está de acuerdo en que “California siempre lidera el cambio” como dice el gobernador demócrata Newsom en su publicidad para las elecciones de medio término. Y ni qué decir de cómo California históricamente ha estado al frente de los cambios tecnológicos (Sillicon Valley, ejem, ejem) y de las innovaciones para enfrentar el cambio climático.
Pero a veces las cosas más pequeñas lo reflejan todo. Déjenme ilustrarlo con un ejemplo. Durante mis primeros meses aquí veía con frecuencia un anuncio en la televisión en el que un hombre blanco con apariencia de cuarentón sale a comer helado con su hija, una niña afroamericana. El anuncio, me di cuenta después, tiene dos versiones: una corta (la que acabo de describir) y una larga. En la versión corta solo aparecen el papá y su niña y en la versión más larga, también aparece la madre afroamericana cuando está la familia en la casa. Y me preguntarán, ¿ajá, Esther, y qué tiene este anuncio de especial? Pues mucho en el contexto de los Estados Unidos donde todavía las llamadas “relaciones inter-raciales” son la excepción.
Después me di cuenta de que la versión corta del anuncio se puede interpretar de múltiples maneras: el papá es divorciado o está separado de la mamá de la niña que es afroamericana, el papá es soltero (heterosexual o gay) y adoptó a la niña o el papá y la mamá de la niña son pareja pero la mamá no aparece en el anuncio. Y todas estas opciones son posibles en California y por eso, imagino, nadie más que yo acabadita de llegar me sorprendía con este anuncio tan vanguardista y revolucionario. Pero más aún, todo esto está en una publicidad que no es sobre la diversidad como valor, ni sobre California, ni sobre ningún tema político ni social, sino un simple anuncio de una medicina para la migraña; la medicina que al tomarse el papá, le permite disfrutar la tarde con su hija.
Y por chulerías como esta es que mi romance tórrido con California sigue incontenible. En fin, que en estos tiempos tan difíciles en nuestro país y en el mundo en que tanta gente se cree con el derecho de atacar físicamente a la gente con la que no está de acuerdo, quería compartirles este ejemplo tan prometedor que para mí es la República de California. Ojalá en nuestro país y en el mundo nos contagiemos un poco.