“El Señor es mi Pastor y Él sabe que soy gay”. Reverendo Troy Perry
Hace semana y media, estaba con mi familia en la Cafetería El Conde en la Zona Colonial. Mami acababa de regresar de Nueva York y, como yo paso parte del año trabajando fuera, hicimos la segunda parte de la celebración del Día de la Madre que ya habían hecho mi papá y mi hermano con ella en el mismo Palacio de la Esquizofrenia. Le entregué a mami sus regalos y disfruté la felicidad con que los recibió: la taza con arte indígena que le traje de Australia (similar a la que le había regalado a papi por su día unos días antes como les encanta beber café juntos) y la novela “La Cuna del Escorpión” de Priscilla Velázquez Rivera, que nos estaremos leyendo al mismo tiempo mami y yo. (También me compré una porque me encantó la obra “La Abuela del Escorpión” basada en el libro. No dejen de ir a verla cuando la repongan).
Luego, por una de esas coincidencias que realmente no lo son, dos amigos queridos de Cuba que estaban en el país pasaron en frente nuestro, momentos después de contarles a mi familia sobre las razones por las que estaban en RD. De inmediato los llamé, les invité a sentarse con mi familia y presenté a todo el mundo en la mesa. Mis amigos, Israel y Yoelkis, formales y correctos como son, de inmediato abordaron a papi y a mami hablándoles de “usted” y contestaron todas sus preguntas sobre la difícil situación que atraviesa su país. Como vivimos en Europa del Este en los años ‘70 por las responsabilidades que tuvo mi papá allá como dirigente del Partido Comunista Dominicano, nuestra curiosidad sobre Cuba y sobre nuestros amigos era aún mayor. Pero también hablamos de la hermosa celebración en que habían estado en la tarde y nos pasamos nuestro buen par de horas riéndonos con sus historias tan divertidas.
La pasamos tan bien y mi familia es tan chula que fueron las miradas de algunas de las mesas a nuestro alrededor las que me recordaron que no todas las personas en el lugar se sentían igual de cómodas que mi familia y yo con la presencia maravillosa de Yoelkis e Israel. Asumo que era así porque mis amigos son una pareja de hombres homosexuales. De hecho, la celebración de la que venían, felices y orondos, era la caravana del Orgullo Gay que tuvo lugar ese día donde fueron como activistas LGTBQ que son en Cuba. Además, estaban vestidos, regios ambos, con los hermosos trajes que había confeccionado Israel (¡a manito!). Y para complementar los trajes espectaculares (Israel de rojo y Yoelkis de blanco), llevaban la cara adornada para la ocasión.
Yo, como voy casi todos los años a la caravana o al concierto y no pude ir, les pedía más y más detalles. La caravana especialmente me encanta porque es una celebración chulísima de la diversidad. Cuando fui por primera vez se me aguaban los ojos de la emoción viendo cómo tantas mujeres mayores, cual madres y abuelas autodesignadas, les gritaban a las mujeres trans bailando encima de los camiones cosas como “¡Eres hermosa!” o “¡Qué bellaaaaa!” como si supieran lo importante que es ese día para las personas de esa comunidad que son discriminadas, ridiculizadas y hasta asesinadas todos los otros días del año. Esta celebración tan importante inició en RD en el año 2001, como recordaba con mi amigo Henry Mercedes, cuando nos juntamos un grupo de activistas e integrantes de la comunidad LGTBQ como Henry, activistas feministas como yo, gente de partidos políticos y de muchísimos grupos más en la Avenida del Puerto. Y en el 2006 la comunidad decidió convertir la conmemoración en caravana apropiándose de la algarabía que en nuestro país tienen las caravanas de los partidos en la época electoral.
A pesar de belleza e importancia de la Caravana, desafortunadamente la diversidad sexual es todavía un tema tabú. En las encuestas de cultura política quedamos en los niveles más bajitos de la región en las preguntas sobre el tema aunque el nivel de aprobación va subiendo. Más recientemente, aunque ya había habido candidaturas electorales de personas LGTBQ en el país (la de Deivis Ventura), la campaña del candidato de Opción Democrática, Juanjo Cid, ha llevado a tanta gente a sacar a la calle sus prejuicios (desde los más terribles hasta los más disfrazados) que decidí abordar aquí unos cuantos.
“Es que las personas LGBTQ son pervertidas y lo que quieren es abusar de las niñas y niños”. No, el abuso sexual de niños y niñas es un crimen terrible llamado pederastia que cometen personas de cualquier orientación sexual. El hecho de que otras personas se enamoren y sientan deseo sexual de una manera diferente a la suya no significa que sean pervertidas ni que estén abusando de nadie. Recordemos que el escándalo más terrible de pederastia a nivel mundial ha sido el de los miles de casos encontrados en la Iglesia Católica (¿recuerdan al abusador Nuncio Wesolowski?) y la orientación sexual de los sacerdotes involucrados no tenía nada que ver. Disfrutar del deseo y el sexo entre personas adultas que están totalmente de acuerdo en participar es un derecho de cada quien, no es un problema ni mío ni suyo.
“No es verdad que las personas LGBTQ sufran discriminación, lo que les pasa es su culpa porque deciden ser así”. Tampoco. Las mujeres lesbianas, los hombres gays, las personas bisexuales y transexuales, intersexuales (antes llamadas hermafroditas) y demás integrantes de esta comunidad no “deciden” ni “prefieren” ser y sentir como son como han mostrado múltiples estudios. Además, conocen las sociedades en que viven y nadie decide exponerse a vivir con el riesgo constante de ser ridiculizado, humillado, acosado, despedido de su trabajo, golpeado y hasta asesinado simplemente por llamar la atención o “decidir” ser diferente. (Les recomiendo el hermoso artículo autobiográfico de Denise Paiewonsky “Nuestros tres matrimonios” en este mismo medio que incluye algunas de las muchas formas de discriminación que viven las personas de la comunidad todos los días).
“Yo no tengo problemas con las personas gays, pero por qué tienen que estarse exhibiendo…” Este es uno de los argumentos disfrazado de tolerancia que más he escuchado en estos días, incluso entre gente que quiero y respeto mucho. Lo primero es que esto es algo que decimos la gente que pertenecemos a grupos con más poder en la sociedad para hablar de los grupos con menos poder (la gente rica de la pobre, las personas blancas hablando de las de color, y así). Lo segundo es que cuando decimos que no tenemos problemas con algo o con alguien, pero no queremos ver a ese algo o ese alguien ni en pintura (o solo les queremos ver en espacios específicos) nos estamos contradiciendo.
Más aún, esa contradicción es similar a la ceguera del pez que no sabe lo que es el agua porque vive sumergido en ella. La mayoría de las personas heterosexuales no se da cuenta de que somos las personas heterosexuales las que nos “estamos exhibiendo todo el tiempo” agarraditos de la manito en la calle, como protagonistas en la literatura y en el cine, en el círculo familiar y de las amistades, en la publicidad y un largo etcétera. Podemos hacerlo sin que se nos cuestione por ser heterosexuales porque la mayoría de la gente cree que eso es “lo normal”.
Y eso tampoco es cierto porque en muchas culturas tanto en el presente como en la antigüedad se ha visto como “normal”, o sea, como parte de la norma, el saber que existe gente con diferentes orientaciones sexuales y también con diferentes identidades de género. Por ejemplo, los Muxe en México, los Hijra en la India, las personas “de dos espíritus” en muchas culturas indígenas en Norteamérica, la perspectiva sobre la homosexualidad como forma ideal del amor en la Grecia antigua y los famosos “guevedoces” aquí mismo en nuestro país (el alto número de personas intersexuales en Barahona) nos recuerdan que la humanidad es y siempre ha sido muchísimo más diversa de lo que queremos admitir. Y eso nos lleva al último prejuicio que les voy a comentar aunque lamentablemente hay muchos más.
“El problema es que están adoctrinando a nuestros niños y quieren que todo el mundo sea como ellos…” Esto escuché y leí en varios comentarios justamente a propósito de conmemorar el Día del Orgullo Gay o LGBTQ. Y no, mi gente, no es así. Conmemorar el Día del Orgullo Gay no hace gay a nadie de la misma manera que celebrar el Día de la Madre o del Padre no convierte en madres o padres a quienes lo hacemos si no lo somos ya. Esta conmemoración, igual que las decenas de días que conmemoramos todos los años en nuestro país y en el mundo, lo que busca es dar visibilidad a un grupo de personas que, como todos los seres humanos, tienen el derecho no solo de existir sino de ser parte de la sociedad siendo como son y de ser felices. De hecho, enseñar a la infancia, la juventud y la gente adulta lo que significa este día e incluso integrarnos a celebrarlo lo que hace es ayudarnos a convertirnos en gente más madura, democrática y abierta. La diferencia no es un problema a menos que la convirtamos en desigualdad.
En memoria de Sinead O’Connor, la cantante irlandesa adelantada a su tiempo que pagó un precio muy alto por tratar de hacernos ver los crímenes de pederastia en la Iglesia Católica que no queríamos ver.