Ahora que se recuerda que hace 64 años un grupo de hombres y mujeres valientes expusieron sus vidas para darle un aire de respiro y libertad a la República Dominicana, es bueno tener en cuenta que ninguna dictadura es buena ni conveniente, no importa el país ni la época.

Y en el caso dominicano, es muy útil recordar que las dictaduras tienen capacidad de atrapar la conciencia de los ciudadanos, doblegar su voluntad, y hasta obligarles, por miedo, a ser dóciles y complacer la voluntad de sus opresores. Cuando se impone una tiranía totalitaria, como la de Trujillo, la primera víctima es la verdad.

Eso precisamente fue lo ocurrido durante más de 30 años, cuando ni los propios familiares podían confiar en sus más cercanos allegados, al tratar asuntos relacionados con política, con críticas al régimen, porque todo cuando se comentaba era utilizado para reprimir, apresar en cárceles criminales y para doblegar las voluntades de personas, ciudadanos, profesionales, empresarios, políticos. Todo el que permanecía en la sociedad dominicana tenía que obedecer y estar al servicio de la voluntad del dictador y de sus acólitos y personeros siniestros.

El crimen era la norma. Pasó con los panfleteros de Santiago, pasó con los exiliados en cualquier lugar donde estuvieran, porque los brazos de la dictadura se extendían a Nueva York, donde secuestraron y arrastraron hasta el país al exiliado español Jesús de Galíndez, para torturarlo y asesinarlo. Al escritor Andrés Requena lo mataron en EEUU unos sicarios pagados por Trujillo.

Pero el brazo de la dictadura llegó hasta Venezuela, para atentar contra el presidente Rómulo Betancourt, y a Cuba, donde fueron asesinados notables exiliados políticos, como Mauricio Báez, o en nuestro propio país, donde tantos ciudadanos fueron asesinados, incluyendo al ministro de trabajo Ramón Barrero Aristy. A la familia Núñez Perozo casi los extermina a todos. A Jacobo Arbenz, presidente de Guatemala, intentó asesinarle, y luego ordenó asesinar al sucesor golpista Carlos Castillo Armas. El tirano dominicano también conspiró con guerrilleros contra la entonces naciente revolución cubana.

La dictadura no tenía límites. Abusaba a diestra y siniestra. Y por eso hubo sanciones diplomáticas y económicas contra la República Dominicana, hubo movimientos guerrilleros, había crisis económica, y en todos los foros del mundo la República Dominicana estaba tachada por la sombra siniestra de un criminal enfermo y sediento de sangre, como era el jefe mayor, aunque no ocupara la presidencia de la República.

Nadie podía tener una propiedad, una empresa, una finca, una tienda, un ingenio, y estar libre de que un día al dictador le interesara y la transfiriera, por compra o convencimiento, para engrosar su fortuna o la de sus familiares.

Lo lamentable es que hoy aparecen sujetos, habría que presumir que lo hacen por ignorancia y no por maldad, que reivindican al dictador, a su régimen, que defienden sus crímenes, sus abusos, como si aquello hubiese sido un juego de niños.

Quienes actuaron para poner fin al tirano eran personas de su cercanía, algunos militares y políticos de su confianza, que habían sido víctimas de sus desmanes. Y en este sentido hay que destacar a Don Antonio de la Maza, a Juan Tomás Díaz, Antonio Imbert Barrera, Segundo Imbert, Rafael Augusto Sánchez, y tantos otros que fueron asesinados por mandato de Trujillo, sin olvidar el terrible crimen con sadismo contra las hermanas Mirabal.

Quienes defienden la dictadura de Trujillo, y reivindican supuestas hazañas de esa bestia, por maldad o por ignorancia, ofenden a la sociedad dominicana de hoy. Se amparan en el antihaitianismo para proclamar las virtudes del peor de los demonios que se montó sobre la sociedad dominicana.