A sus más de cuarenta años trabajando con el larimar, el artesano Bruno tiene una posición clara y firme: no está de acuerdo con exportar la piedra preciosa sin antes agregarle valor. Para él, cada pieza tallada es más que un accesorio: es parte de una economía que puede transformar comunidades.
“Nunca me ha gustado exportar larimar en bruto. Siempre he estado en contra de esa parte”, dice. “Entiendo que si lo elaboramos aquí, no solo tiene un valor agregado, sino también social. Colaboras con la economía donde vives, generas empleo, creas un ecosistema de trabajo local”.
Aunque Bruno ha enviado piezas trabajadas a destinos como Francia y Estados Unidos, su apuesta nunca ha sido por el comercio masivo. Prefiere la venta en bazares especializados en Europa, donde el producto es apreciado por su diseño artesanal y su unicidad.
“El larimar no es una piedra cualquiera. Tiene una diversidad de colores y formaciones que hace que cada pieza sea única. Eso es lo que valora el cliente europeo: saber que lleva algo irrepetible, que no se fabrica en serie”, comenta.
Cuando Rosa Jiménez comenzó a usar piezas de joyería hechas por ella misma, no imaginó que estaba gestando una marca que cruzaría fronteras. Hoy, al frente de Coral Turqueza Accesorios, ha llevado la belleza del larimar y el ámbar a escenarios internacionales.
Con 12 años en el mercado, su marca ha logrado posicionarse en Guatemala, Estados Unidos y en el mercado local en aeropuertos como Punta Cana y Santo Domingo, así como en cadenas hoteleras. Su presencia es constante en ferias como Fitur (España), ITB Berlín, y exposiciones en islas del Caribe como Guadalupe y Martinica.
“El dominicano ama su larimar, pero por años se trabajó de forma muy tradicional, siempre en plata y con los mismos diseños. Con el laminado en oro y el chapado, se abrió un nuevo mundo de posibilidades estéticas”, explica.
El próximo gran reto de Jiménez es Asia. “He tenido acercamiento con el mercado chino. Les encanta el ámbar y el larimar. Mi objetivo es viajar este año a China, presentar mis diseños, hacer networking y conseguir un distribuidor”, comenta.
Y no es para menos. Estadísticas de la Dirección General de Aduanas (DGA) destacan que entre 2018- y marzo del 2025, Hong Kong fue el principal mercado del larimar y sus subpartidas, al totalizar un valor FOB de US$ 188,765, seguido de Tailandia (US$ 118,320) y Estados Unidos (US$ 79,467).
Destinos como San Martín (US$ 73,578), Canadá (US$ 50,436), Curazao (US$ 44,175), Francia (US$ 33,403), Aruba (US$ 24,568) y las Islas Vírgenes estadounidenses (US$ 21,671) también son un potencial mercado exportador de la pectolita y sus variantes.
Asimismo, en el continente asiático se encuentran India y Singapur con una compra por US$ 9,340 y US$ 4,250, respectivamente, y Australia por US$ 1,415.
En el caso de Europa, Alemania es el mayor comprador, al registrar US$ 6,706 por la venta de 21.64 kilogramos, seguido por República Checa con US$ 5,700, y Bélgica unos US$ 5,625.
Aduanas destaca que Países Bajos (US$ 806), Portugal (US$ 259), España (US$ 256) e Italia (US$ 175) son compradores de la roca azul dominicana.
En el caso de América del Sur, solo se registran exportaciones hacia Guatemala (US$ 467) y Guyana (US$ 104), mientras que en la región del Caribe, se amplía el mercado con la presencia de Guadalupe (US$ 2,600), Antigua y Barbuda (US$ 2,524) e Islas Turcas y Caicos (US$ 250).
Lo que comenzó como un taller familiar impulsado por cursos técnicos en 2001, hoy se ha convertido en un pequeño motor de exportación artesanal de una de las piedras semipreciosas.
Alexander Vargas, emprendedor, relata cómo su familia se inició en el tallado de larimar tras recibir capacitación de Infotep. Aunque él no asistió formalmente a los cursos, aprendió el oficio observando a su hermano mayor, hasta dominar el arte de la lapidación de manera empírica.
“Empezamos vendiendo la piedra en bruto, como salía de la mina, pero luego compramos una máquina de cortar y comenzamos a tallarla. Ahí comenzó nuestro primer negocito”, cuenta Vargas. Con el tiempo, la familia decidió incorporar el larimar a monturas de plata para crear anillos, aretes y collares que hoy no solo se venden a turistas y dominicanos, sino que también se exportan a mercados internacionales.
“De ahí exportábamos algunas piedras fuera del país”, comenta Vargas sin precisar destinos, aunque destaca el interés de europeos y estadounidenses.
Aunque el negocio ha tenido altibajos, la venta de larimar sigue siendo una fuente de ingresos para muchas familias en el suroeste del país. Las temporadas altas coinciden con las vacaciones escolares y el aumento del turismo interno, cuando los dominicanos buscan joyas como recuerdo o regalo.
La minería ligada al turismo
Con tiendas en lugares estratégicos como la calle El Conde, la calle Las Damas en Santo Domingo y Puerto Plata, el equipo de Yonathan posiciona el larimar en zonas clave para el turismo y el comercio. Pero también ha comenzado a exportar directamente. “Exportamos principalmente a Estados Unidos. Es una experiencia muy buena, aunque en este momento el mercado está un poco complicado”, dice, refiriéndose a los desafíos recientes en comercio internacional.
Para Carrasco, cada pieza exportada es también una forma de mostrar la cultura dominicana. “Cuando un cliente se lleva una joya hecha aquí, está llevando más que una piedra: está llevando un pedazo de nuestra historia, nuestro mar, nuestro volcán, nuestro arte”. Y es precisamente ese enfoque que mezcla identidad, calidad y personalización lo que le permite competir en mercados donde el larimar aún es una novedad.
Yonathan Carrasco explica que el larimar es la piedra nacional de República Dominicana. “Es única en el mundo, de origen volcánico, compuesta por cobre, sal y hierro. Eso le da sus distintas tonalidades de azul, desde el más profundo hasta el celeste casi blanco”.
Esa variabilidad natural es parte de su atractivo. Pero también representa un reto. “Hay piedras que son duras, otras muy blandas, y eso depende de su composición. Por eso hay que saber trabajarla. No todas sirven para lo mismo”.
Aun así, en su taller han aprendido a sacar lo mejor de cada pieza. Se elaboran desde joyas tradicionales hasta figuras como tortugas, lunas, carabelas o corazones. Y también, piezas personalizadas a pedido del cliente.
“Un turista puede venir y pedir una joya con la silueta de un carro, y se la hacemos. Incluso les damos la experiencia de trabajar ellos mismos sus piezas. Eso es lo que hace la diferencia”.
Bruno plantea una alternativa centrada en el valor agregado, la sostenibilidad económica y la preservación cultural. “El valor de una piedra no está solo en su rareza, sino en lo que hacemos con ella. Cuando se trabaja aquí, el beneficio se queda aquí: en el tallador, en el diseñador, en el que vende la pieza final”.
Bruno ha observado de cerca los distintos gustos del mercado internacional. Los europeos, dice, prefieren piezas más discretas y minimalistas, mientras que el público estadounidense y ruso opta por diseños más voluminosos. Esta experiencia lo ha llevado a crear líneas diferenciadas según el mercado, pero sin abandonar su enfoque artesanal.
Identidad, territorio y memoria
Para Bruno, el larimar no es solo un material precioso. Es símbolo de territorio, memoria e identidad. Y su mayor virtud, insiste, es esa capacidad de ser irrepetible: “En una misma lonja de larimar, es difícil encontrar dos piedras iguales. Eso le da un valor especial”.
Hoy, sigue trabajando desde Barahona, convencido de que el futuro no está en su exportación masiva, sino en su transformación con talento local, en el respeto por su origen y en una visión económica que beneficie a quienes viven donde la piedra nace.
Entre enero y marzo del 2025, la Dirección General de Aduanas (DGA) registró siete empresas exportadoras que vendieron 9,141 kilogramos de larimar por un valor de US$ 133,832
Para Yonathan Carrasco, el larimar no es solo una piedra preciosa: es una oportunidad de conectar la identidad dominicana con el mercado global. Desde su taller, donde los turistas pueden diseñar y elaborar sus propias piezas, el emprendedor lidera un modelo de negocio que combina exportación, experiencia turística y diseño personalizado.
“Ahora mismo estoy empacando una mercancía para enviar a California”, comenta. No es su primer envío. Ya ha establecido rutas hacia el extranjero con un público que busca algo más que una joya: una historia.
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