Playas como Bahía de las Águilas, en Pedernales; Rincón y Frontón, en Samaná; o playa Grande, en Río San Juan, se destacan por sus aguas cristalinas y arena blanca, y son algunas de las favoritas entre los turistas extranjeros que buscan broncearse durante su estadía de ocho días en el Caribe.

Así lo reflejan las estadísticas del Banco Central (BCRD), que indican que el 50.5 % de los extranjeros no residentes visitaron el país en 2024 motivados por la calidad de sus playas. Este porcentaje representa 4,310,519 de los 8,535,701 visitantes no residentes que llegaron ese año.

Esta fuerte preferencia posiciona a República Dominicana como un destino clave para evolucionar su modelo de turismo de “sol y playa”, tradicionalmente ligado al formato todo incluido, hacia un enfoque más sostenible mediante la certificación de playas bajo el sello internacional Blue Flag.

A nivel mundial, 51 países cuentan con 5,195 playas certificadas con la Bandera Azul, según datos de Blue Flag Global hasta mayo de 2025. De ese total, Quisqueya aporta 26 playas certificadas distribuidas en destinos como Punta Cana, Bayahíbe, La Romana y Puerto Plata, lo que equivale al 0.5 % del total global.

Para las asociaciones hoteleras y expertos consultados por ACENTO, este avance representa mucho más que un logro técnico: es la prueba de un modelo de desarrollo turístico que integra la sostenibilidad como pilar de competitividad en el sector.

“El turismo no puede crecer de espaldas al entorno”, señalaron representantes del sector privado, que ven en la certificación Blue Flag una herramienta para la mejora continua, la diferenciación internacional y un compromiso real con el medio ambiente.

Y no es para menos: el turismo es un motor económico de gran peso. Según estimaciones de Oxford Economics y el Consejo Mundial de Viajes y Turismo (WTTC), en 2025 este sector aportará US$ 21,000 millones al producto interno bruto (PIB) nacional, generará 893,000 empleos y movilizará US$ 11,400 millones a través del gasto de turistas internacionales.

El giro azul del turismo: sostenibilidad como ventaja competitiva

En 2004, un rincón de La Romana se convirtió en símbolo de cambio. Playa Dominicus izó la primera Bandera Azul, marcando un antes y un después en la forma en que República Dominicana concebía el turismo costero: no sólo como sol y playa, sino como parte de una visión ambiental responsable y competitiva.

La decisión, impulsada por la Asociación de Hoteles La Romana–Bayahíbe (AHRB), fue más que un gesto simbólico. Fue estratégica.

“Necesitábamos una herramienta internacional que nos ayudara a elevar los estándares de calidad ambiental del destino, fortalecer nuestra reputación y visibilizar nuestro compromiso con un turismo responsable”, explicó Ana García-Sotoca, directora ejecutiva de la AHRB.

En este destino, el turismo europeo es el principal mercado emisor, y esa fue una de las claves que impulsó la adopción de la Bandera Azul, certificación otorgada por la Fundación para la Educación Ambiental (FEE), valorada en Europa, tercer emisor de turistas al país, con 547,028 nacionales europeos, por debajo de América del Sur (740,117) y América del Norte (2,126,365), en el primer semestre del 2025. Además, por el Aeropuerto de La Romana llegaron 62,442 no residentes, conforme el BC.

“Era fundamental que esa certificación tuviera reconocimiento en nuestros principales mercados emisores. Queríamos que nuestros huéspedes, al llegar a nuestras playas, encontraran un distintivo de confianza y cumplimiento ambiental que les resultara familiar”, afirmó García-Sotoca.

Las cifras respaldan esa visión. Solo en 2024, 936,546 europeos visitaron República Dominicana. De ellos, más de la mitad (53.7 %) lo hicieron motivados por el turismo de “sol y playa”, según el BC. Es decir, más de 500 mil europeos buscaban playas no solo hermosas, sino también limpias, seguras y certificadas.

Pero más allá de la estética, la Bandera Azul representa una transformación: colaboración entre actores del sector privado, estándares medibles y compromiso colectivo.

“El programa ha sido una herramienta para fortalecer la colaboración entre los hoteles del destino, que trabajan unidos para garantizar que nuestras playas no solo cumplan con los criterios, sino que sean espacios seguros, inclusivos y sostenibles para todos”, afirmó García-Sotoca.

La vicepresidenta de la Asociación Nacional de Hoteles y Turismo (Asonahores), Aguie Lendor, coincidió en que el sector privado ha jugado un rol clave en este proceso. “Se genera una verdadera cadena de valor en torno al cuidado del litoral, que involucra no solo a los hoteles, sino también a operadores turísticos, comunidades locales y los propios visitantes”.

Pero la sostenibilidad no es solo una aspiración: es una necesidad urgente. El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) advirtió que, aunque el turismo dominicano se sostiene sobre su riqueza natural, también ejerce presión sobre recursos públicos y ecosistemas frágiles.

En las orillas de playa Bávaro, donde la arena blanca se mezcla con el azul profundo del mar Caribe, ondea una bandera que representa mucho más que belleza. Para el hotel Barceló Bávaro Grand Resort, el galardón no es solo un símbolo: es un compromiso.

“Nos representa un prestigio internacional por cumplir con altos estándares de calidad ambiental, seguridad y sostenibilidad. Para los visitantes, garantiza una experiencia segura, limpia y ambientalmente responsable, lo que genera mayor confianza y satisfacción”, afirmaron desde la dirección del resort a ACENTO.

Más allá del prestigio, esta certificación se ha convertido en un activo tangible que impacta tanto en la reputación del destino como en el comportamiento del turista. La creciente demanda por destinos sostenibles está transformando las decisiones de viaje, y los hoteles lo saben.

“La distinción atrae a un segmento creciente de turistas que valoran los destinos certificados y el turismo responsable. Esto ha tenido un impacto positivo en la reputación y, en algunos casos, también en la ocupación del hotel”, explicaron desde la gerencia.

Esa conexión entre sostenibilidad y competitividad es lo que empieza a definir la nueva etapa del turismo en República Dominicana. Aguie Lendor, vicepresidenta de Asonahores, lo resume con claridad: “Este logro no debe verse únicamente como una cifra, sino como un reflejo del compromiso nacional con el desarrollo turístico sostenible y responsable”.

La certificación, otorgada por la Fundación para la Educación Ambiental (FEE), impone criterios rigurosos que incluyen gestión ambiental, seguridad, accesibilidad, educación ambiental y calidad del agua. “No es una etiqueta decorativa, sino un estándar internacional que distingue a los destinos comprometidos”.

Rocío Mora, del Instituto de Derecho Ambiental de República Dominicana (IDARD), recalcó que la sostenibilidad debe dejar de verse como un reto y asumirse como una oportunidad.

“La sostenibilidad del turismo costero no es opcional. Depende de estrategias ambientales rigurosas como las que promueve Bandera Azul, que combinan monitoreo científico, educación ambiental y responsabilidad compartida entre el sector público, privado y la comunidad”, afirmó.

La imagen de República Dominicana como un paraíso de sol y playa sigue siendo el principal imán para millones de viajeros. Sin embargo, no todos los turistas valoran el litoral caribeño de la misma manera.

En América del Sur, el 63.9 % de los visitantes extranjeros aseguró haber elegido al país por el atractivo de sus playas, porcentaje que contrasta con el 49.5 % de los turistas provenientes de América del Norte, conformada por México, Estados Unidos y Canadá, que también voló a Quisqueya buscando arena blanca y aguas turquesas.

Pero la tendencia baja al observar otras regiones. Sólo el 38.6 % de los viajeros de América Central afirmaron que las playas motivaron su visita, lo que equivale a 161,790 turistas según datos del Banco Central (BC). El interés fue aún menor entre los visitantes asiáticos: apenas el 20 % señaló las playas como principal razón de su viaje al país.

Aunque el turismo de sol y playa sigue siendo uno de los motores económicos más importantes para República Dominicana, su crecimiento que se espera 12 millones de visitantes en 2025, impone nuevos desafíos. El Instituto de Derecho Ambiental de República Dominicana (IDARD) advirtió que la expansión sin control puede poner en riesgo los mismos recursos que hacen del país un destino privilegiado.

“El turismo masivo puede generar impactos significativos si no se gestiona adecuadamente”, alertó la entidad. “Entre los principales efectos están el aumento de residuos sólidos, el deterioro de los arrecifes de coral, la presión sobre los recursos hídricos y sanitarios, y el riesgo de contaminación del agua por descargas inadecuadas”.

De hecho, el BID ejemplificó que ha crecido el turismo, pero los viajeros siguen viniendo mayoritariamente de los mismos lugares de origen (Estados Unidos, Canadá y Europa) y visitan los mismos destinos, por lo que “falta desarrollar experiencias más allá del sol y playa”. Ante este panorama, el organismo internacional recomendó al Estado fortalecer sus capacidades en ordenamiento territorial, control ambiental, y planificación turística sostenible.

Frente a este panorama, el programa Bandera Azul ha sido clave para aplicar medidas concretas de monitoreo y control ambiental continuo en las playas certificadas. “No se trata solo de mantener la belleza del paisaje, sino de garantizar que la infraestructura turística no comprometa el equilibrio ecológico”.

Según explicó García-Sotoca, la clave está en aplicar criterios de responsabilidad ambiental en cada etapa del servicio: desde el abastecimiento y uso eficiente de recursos, hasta la formación del personal, la gestión adecuada de residuos y el fortalecimiento del vínculo con la comunidad.

“Este modelo requiere, por definición, una gobernanza de precisión”, afirmó García-Sotoca, al explicar que cada decisión, desde el tipo de transporte acuático hasta el manejo de accesos, tiene consecuencias acumulativas sobre la biodiversidad. De hecho, el BID citó que el sector es responsable del 43 % de la demanda energética, y el extranjero consume tres veces más agua que un dominicano, el 40 % de los residuos del país los genera el turismo “y aún así es deficiente su gestión, particularmente en materia de reciclaje”.

Más que una bandera: cómo se cuida el azul en las costas dominicanas

Detrás del símbolo que ondea en las playas con Bandera Azul, hay un trabajo riguroso, constante y técnico. No se trata solo de cumplir una vez y lucir un galardón: la verdadera sostenibilidad implica renovación continua, vigilancia ambiental y adaptación constante.

La certificación, aunque exige una inversión inicial, se convierte en una herramienta estratégica para los operadores turísticos, integrándose al modelo de operación sostenible. Según el Instituto de Derecho Ambiental de República Dominicana (IDARD), más allá de ser un sello de calidad ambiental, representa una oportunidad de mejora continua y diferenciación en un mercado cada vez más exigente.

En el caso del Barceló Bávaro Grand Resort, el proceso para obtener la certificación tomó entre tres y seis meses. Durante ese tiempo, el hotel recopiló documentación, ajustó prácticas operativas y superó evaluaciones técnicas rigurosas.

Desde la dirección del hotel explicaron que fue necesario implementar políticas de reciclaje, ahorro de agua y energía, manejo responsable de residuos y capacitación al personal en sostenibilidad. Para Rocío Mora, del IDARD, “una vez adquiridos, estos compromisos se convierten en parte del ADN del desarrollo sostenible de los operadores”.

Uno de los pilares de este compromiso es el monitoreo anual de los arrecifes en las playas certificadas. Esta evaluación permite detectar a tiempo señales de estrés o degradación, ya sea por el impacto del cambio climático o por actividades humanas mal gestionadas.

“Realizamos también análisis mensuales de la calidad del agua, bajo parámetros fisicoquímicos y microbiológicos exigidos por Bandera Azul”, explicó Mora. “Esto garantiza que el agua sea segura para los bañistas y que no exista contaminación por aguas residuales u otras fuentes”.

Pero el seguimiento no se limita al agua ni a los corales. Cada año, los destinos certificados enfrentan auditorías técnicas, inspecciones ambientales y actualizaciones normativas. Este proceso, lejos de ser burocrático, se convierte en una herramienta para mejorar continuamente.

El cumplimiento ambiental no es una simple formalidad. No basta con tener un permiso de operación: los operadores deben mantenerse al día con los informes de cumplimiento ambiental, la actualización del plan de manejo, las respuestas a los requerimientos de las autoridades ambientales, y el respeto de la franja de los 60 metros desde la línea de costa.

“Realmente los operadores se esfuerzan por no perder el galardón”, reconoció el IDARD. “Sin embargo, en los casos donde se ha perdido, ha sido por falta de seguimiento o incumplimiento de criterios clave como la calidad del agua, la capacitación de salvavidas o la implementación de medidas de seguridad”.

La Bandera Azul, más que un símbolo visual, se ha convertido en un mecanismo que obliga a los destinos turísticos a evolucionar. En un contexto de presión climática, aumento de visitantes y transformación regulatoria, la supervisión ambiental es la garantía de que el turismo no devore los mismos recursos que lo sostienen.

Un sello distintivo frente a sus competidores regionales

Blue Flag Global destacó que México registró con 80 playas certificadas, seguido de Brasil con 38 y República Dominicana con 26. Detrás de Quisqueya se encontraron Argentina (10), Colombia (8), Chile (3) y Puerto Rico (2), región que recibió el 10 % del PIB del sector de viajes, que se tradujo a US$ 714,000 millones en 2024 y 28.2 millones de empleos, según Oxford Economics.

“Recibir la certificación Bandera Azul representa un reconocimiento internacional al compromiso del hotel con la sostenibilidad, la calidad ambiental y la responsabilidad social”, afirmaron desde la gerencia del resort Barceló. “Esta distinción garantiza que cumplimos con rigurosos estándares en aspectos clave como la calidad del agua, la gestión ambiental, la seguridad de los visitantes y la educación ambiental”. 

Según indicaron, la obtención de esta certificación fortalece la imagen del hotel como un destino responsable y confiable, lo que no solo contribuye a la satisfacción de sus huéspedes, sino también al posicionamiento del turismo sostenible en República Dominicana. 

En un país donde el turismo representa una columna vertebral económica, esta distinción se convierte en un valor diferenciador en los mercados globales. Aguie Lendor, de Asonahores, lo reafirmó: “Cada playa certificada fortalece nuestra reputación como destino confiable, seguro y respetuoso del medio ambiente”.

Pero el impacto no se queda en los indicadores macroeconómicos. Se vive en la experiencia diaria del turista: pasarelas accesibles, espacios limpios y señalizados, duchas, baños ecológicos, y personal capacitado para orientar y cuidar. Todo cuenta.

“Esta distinción tiene un impacto directo en la experiencia del visitante, quien encuentra entornos organizados, limpios, señalizados y con infraestructuras inclusivas que garantizan su bienestar y disfrute”, concluyó Lendor.

En un contexto de crecimiento sostenido del turismo internacional, el llamado es claro: la sostenibilidad no es un accesorio, sino una condición necesaria para preservar el atractivo natural que mueve la economía y proyecta a República Dominicana como un destino confiable, seguro y respetuoso del medio ambiente.

Karla Alcántara

Periodista. Abanderada por los viajes, postres y animales. Ha escrito sobre economía, turismo y cine. Ha cursado diplomados sobre periodismo económico impartido por el Banco Central, periodismo de investigación por el Instituto Tecnológico de Santo Domingo, finanzas por el Ministerio de Hacienda y turismo gastronómico por la Organización Internacional Italo-Dominicano.

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