Introducción
La Feria de la Paz permanece en pie como un reproche silencioso. No es ruina ni reliquia: es una medida incómoda frente a la ciudad que hemos permitido construir. Su orden aún visible desnuda, por contraste, nuestro extravío urbano.
Si en la primera parte se recorrió su origen y su potencia, ahora el foco se desplaza hacia nuestra responsabilidad. La pregunta ya no es qué fue la Feria, sino qué hicimos y qué dejamos de hacer con aquella visión integral de ciudad.
Esta segunda parte no concede refugio a la nostalgia. Confronta a la democracia con su propia incapacidad de planificar, de cuidar y de sostener el territorio como proyecto común. Aquí, la memoria no consuela: acusa.
V. Urbanismo, memoria y deuda
La memoria, por sí sola, no basta. Santo Domingo, nuestra casa mayor agoniza bajo el peso de un urbanismo disperso: ministerios fragmentados, instituciones sin integración territorial, industrias incrustadas en la vida cotidiana y empresas privadas ocupando espacios jamás pensados para su escala. La ciudad está exhausta; necesita espacio, coherencia y respiro.
La gran lección de la Feria permanece intacta: la planificación urbana puede cambiar el destino de un territorio. Si un régimen autoritario pudo imaginar un orden posible —aunque distorsionado por su propósito político—, una democracia tiene la obligación moral de imaginar y construir uno mejor. Esa es la oportunidad que hemos dejado pasar durante décadas. Esa es la deuda urbana que aún cargamos.
VI. La paradoja urbana: dictadura vs. democracia
Setenta años después, nuestra democracia vive atrapada dentro del modelo que la Feria quiso superar: ministerios dispersos, instituciones sin estacionamientos ni accesibilidad, empresas privadas insertadas en barrios sin capacidad vial, centros históricos invadidos por oficinas y una congestión crónica que erosiona la calidad de vida.
Mientras el mundo avanza hacia campus gubernamentales, distritos de innovación y nuevas centralidades planificadas, nosotros persistimos en un urbanismo de parche, reacción y urgencia.
VII. Santo Domingo: un rompecabezas sin plano maestro
Santo Domingo no se desordenó de golpe; fue perdiendo su forma en silencio, a través de decisiones fragmentarias que alteraron piezas sin mirar la imagen completa. Hoy habitamos un territorio que funciona por inercia, no por visión: Estado disperso, urbanización sin planificación, el mercado como planificador accidental y sistemas vitales, como transporte, agua, energía, al borde del colapso.
Cada generación hereda una ciudad más difícil de gobernar.
VIII. Una oportunidad que no supimos continuar.
La Feria fue el único instante en que Santo Domingo tuvo un modelo de ciudad pensado como totalidad: avenidas, pabellones, ejes visuales y equipamientos componían una coreografía urbana coherente. Era una brújula lista para guiarnos. Y, sin embargo, nadie quiso seguirla.
Si la democracia hubiese retomado ese trazo, hoy tendríamos un eje administrativo cohesionado, una expansión occidental ordenada, movilidad planificada desde el origen, zonas verdes conectadas e identidad arquitectónica propia. El urbanismo se extravió. La arquitectura resistió.
IX. La Feria como referente y llamado a la acción
Hoy, al cumplir setenta años, la Feria de la Paz nos interpela con una claridad que incomoda. No habla de nostalgia, sino de responsabilidad histórica. Demuestra que el territorio puede pensarse como un acto de voluntad colectiva y que el urbanismo no es una suma de edificios aislados, sino una arquitectura del sentido común, del equilibrio y del futuro compartido.
Reordenar Santo Domingo no es un ejercicio técnico ni una operación cosmética. Es un acto de justicia urbana, una forma profunda de cuidado colectivo y un compromiso silencioso con quienes hoy caminan la ciudad y con quienes mañana la heredarán.
Mientras la Feria permanezca en pie, aun herida por el tiempo, seguirá latiendo en ella la memoria de una visión posible: la de un país que alguna vez se pensó como totalidad.
Escuchar hoy esa memoria no es un acto de nostalgia, sino de conciencia. Es preguntarnos, en voz baja, qué ciudad estamos dispuestos a cuidar y qué futuro queremos habitar. Santo Domingo aún puede recomponer sus equilibrios, reconciliar su territorio con la vida de quienes la caminan cada día y asumir, sin evasivas, su deuda urbana. Por eso, arquitectos, urbanistas, gestores públicos y ciudadanía estamos llamados a continuar la defensa de la ciudad, no desde la imposición, sino desde el cuidado, la responsabilidad y el bien común. La democracia también deja su huella en el espacio compartido y, mientras la Feria de la Paz permanezca en pie, aun herida, nuestra ciudad primada de América conserva la posibilidad frágil, pero real, de reencontrar su rumbo.
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