Epígrafe inicial
Hay ciudades que se construyen para durar y otras que se levantan para ser olvidadas. La Feria de la Paz pertenece a las primeras, aunque el país haya intentado tratarla como si fuera de las segundas.
Introducción
El 20 de diciembre de 2025, la Feria de la Paz cumple setenta años. Setenta años de historia urbana, de visión territorial y de planificación adelantada a su tiempo. En 1955, Santo Domingo aún no era una metrópoli; sin embargo, la concepción y ejecución de la Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre constituyeron un gesto visionario sin precedentes en la historia urbana dominicana.
Este proyecto, liderado por el arquitecto Guillermo González junto a un equipo de destacados arquitectos y artistas nacionales e internacionales, se inscribe dentro de una secuencia de grandes obras modernas que marcaron el pensamiento urbanístico del país. Antes de la Feria, González había dejado una huella decisiva con el Parque Ramfis (hoy Eugenio María de Hostos), donde definió con claridad su comprensión del Caribe, del paisaje y de la relación orgánica entre arquitectura y mar.
Más tarde, en 1942, inauguró el icónico Hotel Jaragua y, a partir de 1943, desarrolló el proyecto de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, concebido como un campus de altos estudios, con amplias avenidas de acceso, áreas verdes, campos deportivos y una coherencia arquitectónica compartida. En ese proceso contó con el valioso apoyo, en el desarrollo urbano del campus, de Humberto Ruíz Castillo, así como con la colaboración de arquitectos como José Antonio Caro Álvarez. José Ramón “Moncito” Báez, por su parte, expresó su oposición al proyecto al no estar de acuerdo con el trazado propuesto.
Ninguno de esos proyectos, sin restarles mérito ni trascendencia, alcanzó la escala, complejidad y potencia simbólica del diseño y construcción de la Feria de la Paz de 1955. Por ello resulta aún más preocupante que, a setenta años de su inauguración, ninguna autoridad gubernamental haya proclamado oficialmente este conjunto como Patrimonio Cultural de Interés Nacional, a pesar de las solicitudes formales y de las luchas sostenidas por instituciones especializadas como el DoCoMoMo Dominicano.
- Una joya urbana bajo sombra política
Setenta años después, impresiona tanto su monumentalidad arquitectónica como la lucidez urbanística del conjunto. La Feria de la Paz fue concebida como un plan maestro de concentración funcional, coherencia espacial y descongestión urbana, en una época en que el urbanismo moderno apenas comenzaba a abrirse paso en América Latina.
En aquel borde aún semi-rural de la ciudad se levantó, casi sin proponérselo, el primer gran gesto de modernidad territorial del país: una semilla de orden, visión y método que todavía respira entre calles, plazas y edificios. La Feria nos recuerda no solo lo que fuimos capaces de imaginar, sino también lo que luego dejamos de continuar.
Hay momentos en la historia urbana que, aun nacidos bajo sombras políticas, iluminan con claridad lo que un país pudo haber sido. La Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre (1955–1956) es uno de esos momentos. Concebida como instrumento propagandístico de un régimen autoritario, articuló paradójicamente una visión territorial que la República Dominicana no ha logrado alcanzar en democracia.
- Historia visible y olvidada
La Feria de la Paz abrió sus puertas el 20 de diciembre de 1955 y cerró el 31 de diciembre de 1956. Antes de ello, se comprimieron meses de trabajo febril, dictados por un calendario político que no admitía demoras. Cucho Álvarez Pina, gobernador del Distrito Nacional y presidente de la Junta Ejecutiva, recibió el encargo de levantar, en un tiempo casi imposible, una feria de vocación mundial cuyo costo terminó consumiendo cerca de una tercera parte del presupuesto nacional.
En aquel contexto, el ladrillo , el acero y el hormigón no eran solo materia constructiva: estaban llamados a fijar en el territorio la imagen de un poder que aspiraba a perpetuarse. Pero toda arquitectura monumental descansa sobre una historia menos visible.
Entre esas manos invisibles estuvo mi padre, Danilo Ginebra De la Rocha. Con sus camiones, su único capital, su sustento y su orgullo, realizó el relleno completo del terreno donde se alzaría la Feria. Tres tandas de trabajo, día tras días preparó el suelo para que la monumentalidad, avenidas y jardines pudieran afirmarse sobre una base firme. Su nombre no figura en actas ni memorias oficiales, pero permanece allí, mezclado con la tierra que aún sostiene los edificios. Esa es la historia que no se aplauden en los discursos: la de quienes, sin figurar, levantan los cimientos reales de un país.
III. Lo que surgió del torbellino
De aquel frenesí político y constructivo surgió uno de los ejercicios de planificación urbana más ambiciosos de la historia dominicana: la semilla del actual Centro de los Héroes. Su trazado respondió a criterios adelantados a su tiempo: centralidad institucional, jerarquía vial, orden funcional, conexión metropolitana y visión de expansión territorial.
No importó que el origen fuera oscuro; la claridad urbanística brilló por encima de la intención propagandística. Para quienes estudiamos arquitectura, urbanismo o ingeniería, la Feria sigue siendo un modelo excepcional de planificación integral: no por lo que celebraba, sino por lo que revelaba -la capacidad de pensar el territorio como totalidad-, una lección que la democracia, increíblemente, fue renunciando con el paso de las décadas.
- Patrimonio en defensa
A setenta años de su existencia, la Feria (hoy Centro de los Héroes) enfrenta un proceso sostenido de deterioro, fragmentación y sustitución indebida. La demolición de algunos edificios, la construcción de nuevas infraestructuras ajenas al proyecto original (como Pasaporte, la Dirección General de Migración y remodelaciones sucesivas del Congreso Nacional, entre otros), así como el progresivo arrabalizamiento del entorno, han ido desfigurando la coherencia del conjunto.
Existe constancia de que, en el último período de gobierno del presidente Joaquín Balaguer, se emitió un decreto orientado a preservar la Feria como patrimonio cultural, en el contexto de un concurso convocado por el Ayuntamiento del Distrito Nacional, del cual resultó un empate entre proyectos ganadores que nunca fueron ejecutados. Aquella intención, sin embargo, no se tradujo en una protección efectiva y duradera.
Hace ya un tiempo, un grupo de arquitectos y urbanistas ha solicitado formalmente a la Dirección Nacional de Patrimonio Monumental del Ministerio de Cultura que la Feria sea declarada Patrimonio Cultural de Interés Nacional. Esta solicitud, impulsada y sostenida por el DoCoMoMo Dominicano, aún no ha sido proclamada oficialmente, a pesar de haber sido acogida hace años su solicitud en gestiones pasadas y muchos esfuerzos institucionales.
DoCoMoMo (Documentation and Conservation of Buildings, Sites and Neighbourhoods of the Modern Movement) es una organización internacional sin fines de lucro, fundada en 1988–1989, dedicada a documentar, preservar y difundir el patrimonio arquitectónico del Movimiento Moderno del siglo XX. A través de capítulos nacionales y redes de expertos arquitectos, historiadores y urbanistas, DoCoMoMo promueve la investigación, la protección legal y la conciencia pública sobre la arquitectura moderna como parte esencial de la memoria cultural.
DoCoMoMo Dominicano fue fundado en 1996 por el arquitecto Gustavo Luis Moré, quien hoy encabeza la directiva junto a Mauricia Domínguez, Omar Rancier, Alex Martínez Suárez y William Guzmán, conformando un núcleo visionario comprometido con la defensa y valoración de la arquitectura moderna y del patrimonio urbano del país. Desde sus inicios, la organización se ha constituido en una voz crítica y propositiva frente a los procesos de transformación urbana, particularmente en contextos donde el patrimonio moderno ha sido históricamente vulnerable.
A esta labor sostenida se han integrado, a lo largo de los años, arquitectos, investigadores y especialistas que fortalecen su misión: Marcelo Alburquerque, Zahira Batista, Eric Onet Borbón Reyes, Sergio Cross, José Enrique Delmonte, Edwin Espinal Hernández, Virginia Flores, Alejandro Herrera, Leah Hoepelman, Juan Mubarak, César Payamps, Oscar Polanco, Esteban Prieto, Rosaly Yairá Rincón, Yamilé Rodríguez Asilis, Starlin Soliman y Amando Vicario, junto a los miembros de su dirección y arquitectos afiliados.
Gracias a esta acción colectiva, constante y comprometida, espacios como la Feria han logrado resistir la prisa inmobiliaria, el olvido institucional y la indiferencia del Estado, manteniéndose como referentes vivos de la modernidad arquitectónica dominicana.
Gracias a esa perseverancia, la Feria no ha vuelto al silencio: ha quedado fijada en la memoria crítica del país, aunque aún espera la protección legal que garantice su conservación integral.
Epígrafe de cierre
La Feria no es solo un vestigio del pasado: es un espejo incómodo que revela cuánto supimos planificar y cuánto hemos dejado de imaginar.
En la segunda parte, la ciudad actual será puesta frente a esa memoria para preguntarnos, sin evasivas, qué hicimos y qué no, con aquella visión.
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