“La magia que hay en los libros nunca termina.”
Dulce Elvira de los Santos nos obsequia, en su libro ‘’La patineta roja de mamá Gallina’’, una danza maravillosa que baila con placer en nuestros ojos. Este libro, aunque ya está agotado. Pueden comprarlo en la colección ‘’Cuentos para toda la vida’’, en la Editora Nacional, Plaza de la Cultura. Y les aseguro cuanto lo disfrutarán.
En apariencia, la historia de la patineta roja de mamá gallina es un relato tierno sobre la gratitud y el amor familiar. Sin embargo, en su fondo laten preguntas profundamente humanas: ¿qué es el deseo?, ¿qué nos impulsa a buscar aquello que no tenemos?, ¿y cómo se transforma el amor en acción concreta que redime el anhelo del otro?
Mamá Gallina representa el alma que aún recuerda la sensación de volar. Su deseo por una patineta roja no es simple capricho, sino una metáfora de la libertad interior: el impulso de reconectar con aquello que la hacía sentir viva, con su infancia, con su capacidad de juego y ligereza. En ella, el deseo no es vanidad, sino nostalgia de un estado perdido del ser. El rojo de la patineta simboliza la vitalidad, la pasión que arde, aunque el tiempo y las responsabilidades hayan cubierto su brillo.

Los tres pollitos encarnan las virtudes que completan el ciclo del amor: la generosidad, la acción y la prudencia. En ellos se manifiesta la ética de la ternura: un obrar movido no por la obligación, sino por la comprensión silenciosa del otro. Su ahorro paciente y esfuerzo conjunto revelan una forma de sabiduría que trasciende la utilidad: la conciencia de que la felicidad del ser amado se convierte en la propia alegría.
Deseo una patineta roja.
¡Ay de mí!
La quiero para hacer rápido las compras, buscar a mis pollitos en la escuela.
¡Ay de mí! Vivo tan lejos en el campo… quiero la patineta para llegar a la ciudad de prisa.
¡Ay de mí!
Quiero una patineta roja; con ella llegaré también a tiempo a mi trabajo.
¡Ay de mí! ¡Quiero una patineta roja! ¡Y puedo jurar por mis pollitos que seré la más feliz del mundo!
Cuando mamá Gallina recibe su patineta, el relato alcanza un instante de revelación. Y es que no solo es un regalo material: es la restitución del vuelo, la recuperación simbólica de la libertad, la ligereza y el juego como formas de plenitud. En ese momento, el amor se vuelve trascendente, porque logra reconciliar el deseo individual con la comunión afectiva.
“¡Cuánto ansiaba tener una patineta y poder saltar libremente cada vez que quisiera! Los pollitos escuchaban sus suspiros y se entristecían al ver la melancolía de su mamá. ¿Qué le pasaba? ¿Qué necesitaba para alegrarse?” (página 12)
¡Atención, atención!
Pío, pío, pío.
—Hermanitos míos, mamá Gallina cumple años, ¡qué mejor regalo para darle que una linda patineta roja!
—Pío, pío, pío, es genial tu propuesta.
—¡Vamos a ahorrar muchos granitos de maíz para que podamos comprársela!
—¡Yupi! ¡Buena idea!
Pío, pío, pío… ahorrando granito a granito llenaremos la alcancía, y mamá Gallina tendrá su patineta roja.
Pío, pío, pío, la, la, la…
Pío, pío, pío, la, la, la…
‘’La patineta roja de Mamá Gallina’’ nos enseña que el amor auténtico no es posesión ni sacrificio: es impulso creador que devuelve al otro su posibilidad de soñar. La vida, en medio de su rutina, puede ser un acto poético, una danza de alas, una patineta roja que nos invita a recordar que aún podemos deslizarnos sobre el mundo con asombro.

Hay relatos que, bajo su apariencia sencilla, esconden una revelación del espíritu; La patineta roja de mamá gallina es uno de ellos. Detrás de su dulzura y ternura se alza una enseñanza profunda sobre el alma que anhela, el amor que da y la luz que se enciende cuando los sueños se comparten.
“Los tres pollitos se miraron abrazándose y dieron vueltas de contentos, porque les pareció el mejor regalo para hacerla feliz. ¡Y manos a la obra!” (página 14)
¡Qué hermosa se ve mamá Gallina con sus tres pollitos lindos, montada en la patineta roja!
Ella salta, se desliza; ninguna gallina da tantas volteretas.
¡Qué felices los pollitos agarrados de sus alas!
Saltan, brincan y se ven sensacionales en la patineta roja.
¡La más bonita de todas!
Mamá Gallina vive en la plenitud de lo cotidiano: sus tres pollitos, su casa, su rutina. Pero dentro de ella arde un anhelo, una nostalgia secreta por el vuelo perdido. La patineta que contempla desde lejos no es solamente un juguete: es un símbolo del impulso espiritual hacia la libertad, del deseo de volver a sentir la ligereza del ser.
Su deseo no es egoísta: es el llamado interior que todo ser siente hacia su propio renacimiento. Quien desea de verdad no busca poseer, busca volver a encontrarse.
La tristeza de mamá Gallina conmueve a los pollitos: en ella reconocen una llama sagrada que no debe apagarse, porque el alma que deja de soñar deja también de volar. Los tres pollitos, con su ternura y sabiduría instintiva, representan las tres fuerzas del espíritu que sostienen la vida interior: la generosidad (que da sin esperar), la acción (que convierte el amor en obra) y la prudencia (que cuida y persevera).
Su decisión de ahorrar juntos es más que un gesto material: es un acto de fe. Creen en la alegría de su madre como en una promesa divina. Y cuando, al fin, mamá Gallina recibe la patineta roja, el universo entero parece sonreír. El rojo, color de la vida y del fuego interior, simboliza la energía espiritual que despierta cuando el amor se convierte en don. Más que procurar la felicidad de su madre, buscan que su alma recupere su vuelo sagrado.
Mamá Gallina está que salta y salta en una pata.
Viene modelando por el parque en su patineta roja.
¡Abran paso! ¡Ella es diestra como nadie!
Dominando las aceras… nadie como ella monta mejor una patineta.
Mamá Gallina es experta brincando, saltando.
¡Da vueltas en zigzag!
Rápido, cientos de vueltas cada vez más rápidas.
Salta que salta.
Un salto alto, otro más alto,
y cae como una gran acróbata en la patineta roja.
Se ha llenado la plaza del parque:
¡todos quieren ver a mamá Gallina montando en su patineta roja!
La patineta roja de mamá gallina nos enseña que los deseos más puros del alma son oraciones silenciosas que el amor puede escuchar. Nos recuerda que la vida no se mide en lo que poseemos, sino en los instantes en que el espíritu se eleva. Incluso una patineta roja, en su humilde brillo, puede convertirse en un símbolo del alma que recuerda que fue hecha para deslizarse suavemente sobre la eternidad.

El acto de ahorrar, de esperar y de construir juntos el regalo refleja la función del tiempo en la maduración psicológica. No hay curación inmediata del alma: hay procesos, paciencia, acumulación de pequeños gestos que poco a poco reestructuran la emoción. Cuando finalmente mamá Gallina recibe su patineta roja, no solo obtiene un objeto: recupera una parte perdida de sí misma. La alegría no proviene del regalo en sí, sino de haber sido vista, comprendida y acompañada en su deseo más íntimo.
“Al levantarse, mamá Gallina se encontró con el paquete. Lo desenvolvió a toda prisa y sus ojos se iluminaron como dos soles. Ahí estaba, reluciente, una hermosa patineta roja, el color que más le gustaba.” (página 15)
Psicológicamente, ese momento es una reconciliación del yo con su deseo: la aceptación de que el amor por los otros no exige renunciar a uno mismo. La patineta roja se vuelve símbolo de individuación, de reconexión con el propio placer, con la espontaneidad, con la niña interior que aún quiere deslizarse y reír.
Este cuento enseña que cuidar de los demás implica enseñarles a cuidar de nuestros sueños. El amor más sano es el que, sin sacrificarse completamente, se atreve a vivir en equilibrio entre el dar y el ser, entre el deber y el vuelo.

Regalar, para un niño, no es simplemente un acto de dar ni una manifestación primigenia del amor como vínculo. Desde los primeros años de vida, el niño descubre en su madre la figura que encarna la seguridad, la ternura y la permanencia. En ella aprende lo que significa ser cuidado y, por tanto, lo que significa amar. Por eso, cuando ofrece un regalo, no entrega un objeto: entrega una parte de sí, un eco del amor que ha recibido.
El vínculo de apego no es solo un lazo biológico o emocional: es la primera experiencia de trascendencia del ser humano. A través de la madre, el niño experimenta el mundo como un espacio que responde a su necesidad, donde es posible la confianza. Ese apego seguro es la raíz desde la cual crecerá su capacidad futura de amar, confiar y crear sentido.
En suma, cuando un niño le da un regalo a su madre, no solo le ofrece un objeto: exterioriza su mundo interno, afirma su amor, su seguridad y su necesidad de conexión. Es un acto pequeño en apariencia, pero esencial en la construcción de su vida emocional y relacional.
Con este cuento, los niños podrán identificar vivencias similares en su día a día con sus madres. Aprenderán a ahorrar: un acto que no es solo cuestión económica, sino una experiencia de formación psíquica y emocional.
“Pasaron días, semanas y meses. La alcancía estaba cada vez más llenita, hasta que finalmente rebosó de granitos de maíz, y decidieron que era el momento de ir a la tienda del parque a comprar el regalo para el cumpleaños de mamá Gallina, que sería al día siguiente.” (página 14)
Desde una mirada psicológica, el ahorro representa más que una conducta financiera: es una forma de entrenar la mente y las emociones en la regulación del deseo, el autocontrol y la construcción del sentido del futuro.
Enseñar a ahorrar también tiene un profundo efecto en la autoestima y la autonomía. Cada meta alcanzada, por pequeña que sea, refuerza la percepción interna de competencia: el niño siente que puede lograr objetivos a través de su esfuerzo, que tiene control sobre su entorno. En la psicología del desarrollo, esto se conoce como autoeficacia, y es clave para formar individuos seguros, disciplinados y emocionalmente resilientes.
Desde la perspectiva cognitiva, el ahorro contribuye a la planificación y el pensamiento a largo plazo, habilidades ejecutivas esenciales que se consolidan durante la infancia. Cuando el niño comprende que guardar hoy le permitirá obtener algo en el futuro, su mente empieza a organizar el tiempo, a proyectarse, a dar forma mental a la noción de meta. Este es un paso fundamental en la construcción de una identidad responsable y orientada hacia el propósito.

En este cuento, la alcancía de granitos de maíz no es solo un objeto de ahorro: es un símbolo del esfuerzo colectivo, de los pequeños actos de ternura que, con constancia, construyen un milagro. Cada granito es una promesa, una muestra de fe en que los sueños de quienes amamos merecen ser cumplidos.
El cuento de nuestra querida Dulce Elvira nos eleva; nos desliza felices por sus letras que nos hacen volar por la magia, el asombro, el amor, la generosidad y los sueños. Invito a leer esta maravillosa narración ilustrada por el genio creador de Henry Cid, y a dejarse tocar por las letras llenas de sentimiento y ternura que enriquecen la literatura de Dulce Elvira de los Santos.
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