A principios de los años ochenta, cuando inicié la lectura sistemática de la vida y la obra de Federico García Lorca —quizás el poeta español más reconocido y difundido en el ámbito internacional—, me sorprendieron varias características de su genio creador: la encantadora energía de su palabra, la contundencia de sus imágenes, la profundidad emocional de su pensamiento. Sin embargo, nada me marcó tanto como su actitud frente al tema de lo nacional español en un momento histórico decisivo. España, en 1936, comenzaba a vivir la tragedia de la Guerra Civil, ese desgarramiento interno que, según voces autorizadas, terminó costándole la vida al autor de Poeta en Nueva York (publicado póstumamente en 1940). Como diría Octavio Paz (1914-1998, México, Corriente alterna, 1967, Siglo XXI Editores, p. 42), “las guerras civiles son heridas que nunca cicatrizan del todo”, y en el caso español, la herida se convirtió en llaga universal.

En los días iniciales de aquella revuelta, cuando Madrid se volvía cada vez más insegura y la violencia se multiplicaba, Lorca tomó la decisión de regresar a su Granada natal para resguardarse junto a su familia. Antes de partir, concedió una entrevista en la que se abordó directamente el tema de lo nacional. Y es allí donde su palabra alcanzó un brillo singular. A diferencia de varios poetas y amigos de la Generación del 27 —quienes se alinearon con los nacionalistas revolucionarios, identificados con el socialismo—, Lorca rehusó tomar las armas. Prefería, como él mismo intuía, la fuerza creadora a la destructiva, porque “la poesía —escribió alguna vez— no quiere adeptos, quiere amantes” (“Charla sobre teatro”, en Obras completas, Madrid: Ed. Aguilar, 1954, p. 1125), y un amante del lenguaje y del espíritu no puede ejercer su vocación con un fusil entre las manos.

Lorca es un territorio espiritual donde se encuentran la libertad creadora, la dignidad del ser humano y la defensa de la belleza como un acto de fe.

Esa postura no fue simple prudencia: fue una declaración ética. Lorca sabía que lo nacional no puede reducirse a bandos, ideologías o trincheras, porque la auténtica patria es, ante todo, un hecho espiritual. Como advirtió Miguel de Unamuno (1864-1936, España, discurso del 12 de octubre de 1936, en Escritos políticos, 1976, Madrid: Alianza, p. 188), “vencer no es convencer”, y esa frase logra sintetizar lo que ocurría en el corazón de Lorca: no podía sumarse a una lucha donde la violencia pretendía legitimar la verdad. Por eso, cuando le preguntaron por la crisis española, respondió con esa sentencia que habría de convertirse en una de las más luminosas de su visión humanista: “Prefiero un extranjero sensible y humano a un mal español” (Entrevista para El Sol, 1936, en Obras completas, Madrid: Ed. Aguilar, 1954, p. 1342). En esas palabras vibraba no solo su concepción ética del mundo, sino también su idea profunda de nación, más cercana a la sensibilidad del espíritu que a la retórica de los fanatismos.

Lo nacional, desde esa perspectiva lorquiana, no es un dogma ni una bandera de exclusión. Es una forma de humanidad, una manera de mirar el mundo y de defender la dignidad del ser humano, incluso por encima de los discursos patrióticos. Como dejó dicho Antonio Machado (1875-1939, España, Juan de Mairena, 1936, Madrid: Espasa Calpe, p. 51), “en cuestiones de cultura y de saber, solo se pierde lo que se guarda; solo se gana lo que se da”. Lorca dio, hasta el final, su visión abierta, plural, profundamente humana del hecho nacional. Y su palabra, lejos de encerrarse en fragmentos de ideología, se abrió a la universalidad del dolor humano, de la belleza y de la fraternidad.

España, en 1936, comenzaba a vivir la tragedia de la Guerra Civil, ese desgarramiento interno que, según voces autorizadas, terminó costándole la vida al autor de Poeta en Nueva York

La postura de Federico García Lorca ante el conflicto español revela que lo nacional no puede sostenerse en el odio, la violencia o la intolerancia. Su frase —tan sencilla y tan honda— sigue recordándonos que la patria verdadera es la que custodia la humanidad del otro, incluso cuando ese otro no comparte nuestro origen y nuestras ideas. A través de su obra, Lorca nos enseña que lo nacional es auténtico solo cuando nace de la dignidad, del respeto y del sentido más profundo de lo humano.

La muerte de García Lorca en agosto de 1936 —fusilado sin juicio, víctima del odio y la barbarie que pretendió negar todo lo que él representaba— es uno de los hechos más trágicos y simbólicos de la literatura mundial. Lo asesinaron en un barranco de Víznar por ser libre, por ser poeta, por ser distinto, por dedicar su vida a la belleza y no a la violencia; y ese crimen, lejos de silenciar su voz, terminó consagrándola. Desde entonces, Lorca se convirtió en un mártir de la palabra, en una figura de resistencia ética y estética cuya obra no ha dejado de crecer. Cada generación lo redescubre y lo venera, porque en Romancero gitano, 1928; La casa de Bernarda Alba (escrita en 1936, publicada en 1945); Yerma, 1934; Bodas de sangre, 1933, y Poeta en Nueva York, 1940, vibra una fuerza que trasciende tiempo, cultura e idioma.

Su legado es una síntesis luminosa de la tradición y la vanguardia, del canto popular y de la metafísica del dolor humano. Hoy su nombre no pertenece solo a España: pertenece a la literatura universal. Lorca es un territorio espiritual donde se encuentran la libertad creadora, la dignidad del ser humano y la defensa de la belleza como un acto de fe. Su obra —dolorosa, deslumbrante, inmensa— sigue creciendo porque su muerte, injusta y brutal, lo elevó a la condición de símbolo: símbolo de la poesía, símbolo de la ética, símbolo de la eterna capacidad del ser humano para trascender incluso aquello que quiso destruirlo.

Pedro Ovalles

Escritor y gestor cultural

Pedro Ovalles (Moca, 1957). Escritor, educador y gestor cultural. Cuenta con más de cuarenta años de trayectoria en la docencia y la literatura. Licenciado en Educación, Mención Letras, por la UFHEC —donde fue Decano de la Facultad de Letras— y con Maestría y Posgrado en Gestión de Centros Educativos por la PUCMM, ha publicado trece poemarios y varios ensayos, y sus textos figuran en numerosas antologías nacionales y extranjeras. Ha recibido reconocimientos de instituciones como la Academia Dominicana de la Lengua, el Ayuntamiento de Moca, el Ministerio de Cultura, entre otras. Es coordinador del taller literario Triple Llama de Moca.

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