Con un indiscutible octosílabo ha titulado su más reciente producción poética, él, que declina de las estructuras o la métrica clásicas y muestra, sin embargo, una “pretensión” secreta, acaso una dulce trampa que la tradición lírica española le ha tendido de manera “póstumista”. Ese guiño, inadvertido quizás, me satisfizo. Lo cierto es que con «Pretensiones postumistas”» Papo Fernández acaba de publicar recientemente su libro número diecisiete para beneplácito de los lectores de la provincia de Santiago Rodríguez, tierra de sus amores. Sala plena de amigos, incondicionales, advenedizos de la poesía y, desde luego, nosotros, sus familiares y admiradores. Una noche de irresistibles atractivos y compromisos para la población, pero la imantadora convocatoria de Fernández permitió que la Casa de Cultura Josián Espinal se vistiera de gala, júbilo y -por qué no decirlo- francas expectativas.
Tendría algunas cuestiones que compartirles sobre este suceso, del libro en sí y del mismísimo Papo Fernández. Pero dejemos las “fruslerías” para más adelante. Confieso que, desde que nos presentara la invitación, se movieron resortes de inquietudes en mi sien a partir de la impronta misma del título. Aaaah yo y mis “pretensiones”. Aspiré a un libro de reflexiones críticas, cuestionamientos estéticos, diálogos interiores de soñador o cronista, acercamientos a la historia o letras perfilando algunas de las personalidades auténticas que lo apasionan del deporte, la política, la música o la cultura en general y que en no pocas ocasiones son tenidas a menos por la sociedad; incluso dibujé una cartografía de la nómina intelectual santiagorrodriguense. “¿Por qué no?” En definitiva, son los derroteros escriturales de un tipo como Papo Fernández. De ahí el título de este trabajo, pero ¡albricias!, «Pretensiones postumistas”» es un libro que desgrana los ardores febriles de su autor por la libertad -absoluta- de la palabra poética. Un libro donde las bellas letras habitan con tal soltura que pareciera -a simple inspección- un rara avis de evidentes y elocuentes transparencias discursivas.
Este tipo tiene, a todas luces, una peculiar “razón de estar” para justipreciar su otra razón, la de Ser. Y en consecuencia alistó un manojo de poemas disímiles unos de otros, aparentemente un “soliloquio” de confesiones que nos permiten atisbar la sensibilidad de un ciudadano común que cuestiona y desentraña la realidad, sus meandros, sus vericuetos, sus dolores, sus amores, sus frustraciones como “ecos de un cataclismo” interior que se estrellan contra la página con absoluta franqueza, y desmedida claridad, como ese “deseo puntual” por dejar testimonio vívido de un sujeto atado a sus propósitos estéticos y estilistas, y hablo del sujeto lírico evidentemente. “Esta mañana” de falso asomo invernal, en que redacto estas humildes letras, releo nueva vez los poemas, de manera aleatoria, no ya para degustarlos, sino para dialogar con ellos, para desperezar el ánimo crítico “y al final” intentar también concientizar un chin qué hay del movimiento postumista en estos “bonus poems” que nos ha permitido conocer Papo, desde el (su) “monólogo del corazón”. Sí, muchos de ustedes lo conocen más y mejor que yo y a estas alturas han de saber que sus poemas son eso, y que también como poeta -aunque no se llame Manuel del Cabral- la sinceridad por la palabra inspirada son una patente de corso en cada título que nos presente.
Entonces, con permiso de ustedes, amantísimos lectores, voy a dar mi recorrido crítico por algunos de los más de treinta poemas que alinean este volumen, al menos son sus pretensiones, con el movimiento iniciado por el insigne Domingo Moreno Jimenes. Regreso después de este corte comercial.
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Es inevitable hacer una introducción pertinente. El Postumismo surge en la República Dominicana alrededor de 1921–1922, en un contexto de efervescencia intelectual y bajo el impacto socio-cultural que dejó la ocupación militar estadounidense (1916–1924). Su aparición intentó afiliarse a un gesto de ruptura ideoestética, un acto de rebeldía que rompiera los oropeles ornamentales frente al dominio del modernismo y las escuelas retóricas que habían saturado la poesía local –y continental- con adornos, preciosismos y simulacros de belleza, para algunos autores, ya en franca decadencia.
Su nombre alude a lo que “viene después”, lo que pretende sepultar la poesía artificiosa y reclamar una expresión más desnuda, inmediata y viva, palpitante, abierta, desenfadada, donde cupiesen todas las palabras de la lengua sin ansias de jerarquía alguna. En mi humildísima opinión nada más parecido al coloquialismo o conversacionalismo que venía subiendo por las venas literarias y disímiles corrientes retóricas desde Latinoamérica hasta nuestro Caribe y que encontraron en Cuba, República Dominicana y Puerto Rico, un efervescente caldo de cultivo desde la primera mitad del siglo XX, pero sobre todo afianzado en la segunda mitad de centuria.
Ahora bien, cabe destacar en este punto que “Los tres mosqueteros”, como se les conocía por algunos círculos literarios, de esta fiebre creativa en Quisqueya impulsaron cada uno sus propias tendencias estéticas a la hora de transfigurarse en la página en blanco, a la sazón Domingo Moreno Jimenes — considerado por la mayoría líder natural y teórico del grupo- impulsó una poesía de corte más espiritual, esencialista y profundamente humanizada; por su parte Andrés Avelino aportó digamos, la veta más radical, popular, coloquial y cercana a la oralidad, mientras que Rafael Augusto Zorrilla —más reflexivo y meditativo-, añadía ese toque intelectual al ideario postumista, yo diría la pizca de erudición que suele envolver a las bellas letras.
Un equilibrio entre los dos primeros y el resto de los poetas que abrazaron este ideario lírico si se quiere ver así. Digamos que sencillez y desnudez expresiva sin desparpajo. Al final, doctos intelectuales eran todos ellos y veneraban su lengua, amén del respeto irresistible porque sus obras se preñaran de mujeres y hombres de trabajo, comunes seres de tierra y barrio adentro, dolor, sonrisa, pueblo, verdades debajo del sol que otrora no se abrazaban en la poesía, o se les transfiguraba en lentejuelas literarias, la muerte desde su perspectiva ordinaria, la naturaleza cotidiana enfatizando la autenticidad de sus voces, y donde la experiencia humana en toda su magnitud se vertiera por encima de la grandilocuencia literaria que habían heredado; como una impostergable necesidad de escribir desde la sinceridad más descarnada, la experiencia vital y la (im)pureza del espíritu creativo.
Sobre esa atalaya nacieron, crecieron y se desarrollaron no pocas voces del parnaso literario dominicano, la impronta fue un legado innegable hasta la fecha. Sin Postumismo, tal vez no hubiésemos conocido la irrupción de la Poesía sorprendida y el Grupo de la Cueva no habría tenido el mismo terreno abonado, por solo citar dos ejemplos. El postumismo trajo una expresión más directa que luego sería retomada por poetas como mismísimo Manuel del Cabral, el imprescindible Pedro Mir, el Dr. y académico Mariano Lebrón Saviñón, entre otros. Voces y vertientes que formaron parte indiscutible del proceso de búsqueda de identidad en un periodo convulso del país, dejando una estela fértil en lo que conocemos como la construcción de la dominicanidad literaria. Una de las más ricas y auténticas de la región.
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Papo Fernández ha bebido de todas esas aguas, se ha sumergido en sus corrientes serenas y saltos audaces y estas “Pretensiones postumistas” son un resultado directo de ese metabolismo literario, cultural, y creativo que exhiben sus versos. He leído el poemario ya…uuuf un lote de veces y, créanlo o dúdenlo, pero su poesía ha crecido tanto como sus propósitos y límites por la escritura misma en esa dirección. “Que no es lo mismo, pero es igual”.
Entré a la lectura de este libro, como dije, de manera aleatoria, sin embargo, decidí regresar sobre su índice y acercarme a su primer poema para alimentar esta (in)disciplina crítica que padezco y proponerles algunos puntos de vistas a manera de diálogo entre nos…con la franca y deliberada intención de que sientan esa pro-vocación por la lectura postumista de estas pretensiones.

ECOS DE UN CATACLISMO
Ni las 57 noches consecutivas
de un vuelo hitleriano sobre Londres
ni el bombardeo de Pearl Harbor
ni San Zenón en Santo Domingo
se puede comparar con tal convulsión.
Ni los ataques de Hiroshima y
Nagashaki;
ni siquiera el terremoto de Haití,
ni el tsunami índico de la isla Sumatra,
se acerca a aquel espasmo.
Puedes juntar la fuerza de la erupción
del Krakatoa
Y el rayo de Brescia,
y no alcanza a la descripción
de aquella revolución.
El hundimiento del Titanic
sumado a la conmoción del 9-11,
puedo asegurar con el recuerdo en
mis manos,
que no describe tal emoción.
No hay fuerza en la naturaleza,
es más,
ni el Big Bang,
no!,
ni aun esa teoría,
explica lo provocado por la colisión,
aquella tarde de otoño,
entre tu mirada y la mía.
Desde la primera palabra que inaugura este poema, sabemos ya que se cuece una intencionalidad del autor que dista del presupuesto mismo del primer verso, —por intención y textura—. Algo entreteje ese hablante lírico cuando asevera que “Ni…” y lo hace con una insistencia estilística en casi todo el cuerpo del texto. Un poema, por cierto, que es dueño de un estilo sobrio, su discurso por lo menos muestra desconfianza por el “ornamento literario” dada su eficaz “desnudez expositiva”, no lo exhibe a primera vista; plasma, sin embargo, esa búsqueda de claridad esencial, primordial, generando un peculiar énfasis en la ruptura lexical y estética de lo que posteriormente resultó ser el fogonazo de un poema irrenunciablemente amoroso, y como no le temo a ninguna palabra lo diré sin ambages, un poema romántico, pese a la conciencia histórica que lo recorre, a los referentes socioculturales desde los que se pronuncian esos “Ecos…”. Un texto que trae un discurso de energía poética subyacente, cierto, pero con un argumento que nombra la verdad emotiva sin disfraces, y que utiliza la sintaxis como un instrumento para transparentar el contexto de ese sentimiento indescriptible que generan dos “simples” catatónicas miradas.
El poeta lo sintió como un “eco” para luego difuminar, decodificar en lenguaje llano, al resguardo de metáforas exuberantes, esa imagen que el sujeto describe como “…la colisión, / aquella tarde de otoño, / entre tu mirada y la mía.”. Colocándose así, como hicieron los postumistas, del lado de lo palpitante del lenguaje per se, frente a las aparatosas metáforas y chorreras de imágenes exuberantes de otras corrientes literarias.
¿Y esa necesidad de liberar la palabra de excesos decorativos no lo proclamó acaso el Postumismo?
El espíritu poético aventado en “Ecos de un cataclismo” coincide con la sensibilidad de este movimiento. Entiéndase, frases limpias -límpidas, se le escucha decir también a Papo Fernández- y estructuralmente sobrias. En síntesis, significado vs florituras. Nuestro autor está siendo coherente con el presupuesto que los postumistas defendían para sus postulados. La poética, incluso al narrar hechos, renuncia al aderezo literario, y ese propósito en sí mismo ya es una postura estética. Ese gesto libertario de la palabra convierte este poema -y muchos en el libro- en un ejemplo contemporáneo de la sensibilidad y la influencia que aquel movimiento inauguró y que hoy se recogen como trazas innegables. Legado póstumo.
Así las cosas, el poema manifiesta una conciencia del sujeto hablante alineada con el espíritu postumista. Incluso como un “gesto de ruptura”, postulado tan caro a los poetas que enarbolaron aquella tendencia lírica nacida en la primera mitad de la pasada centuria. Y en ese acto de conciencia, -o en ese rapto, puede ser-, un posicionamiento ético contra la retórica vacía asume Fernández.
Le hemos escuchado su defensa a ultranza de escribir con las libertades que le dictan la rebeldía estética y natural de las palabras, de asumir la escritura con la espontaneidad de que pueda hacer gala la ferocidad transparente de la palabra, pretendiendo sepultar la poesía artificiosa para reclamar una expresión más descalza y desarropada, apostar por la esencia sobre el empaquetado. Lo diré así: escribir desde el hueso, desde el tuétano más bien, no desde la superficie de la porcelana.
Para darle viso conceptual a este primer acercamiento a “Pretenciones postumistas” diría que Papo Fernández ha preferido a todas luces —la palabra lírica remangada hasta los codos como acto, como pacto y como rapto vital y no como mera alhaja verbal— y eso, eso es profundamente postumista.
***
MI VOZ
Yo hablo como debo
está desbarbada mi lengua;
y pienso como quiero
mi cerebro camina solo
no tiene alas de curiana.
No vendo esperanzas falsas
de realidades se llena mi camino;
en las curvas de la vida
he pagado lo que debo
y no debo ni el chantaje.
No siempre compro lo que vendas
mis gustos no son estándares;
jamás huyo de la contienda
es muy filosa mi coherencia
y se le teme como al diablo.
Que no se juzguen
los decibeles de mi ronca,
no tengo culpa;
soy feliz en la tristeza
y mi embolado es solo mío,
la sonrisa es para mí, colágeno.
He leído este poema como quien escucha a alguien hablarse a sí mismo, sin pedir permiso, y en ese gesto —tan escueto y tan paradójicamente riesgoso— ya se juega buena parte de su valor. El sujeto lírico aquí no se presenta como ente iluminado, sino como alguien que ha decidido hacerse cargo -y responsable- de su decir. Así de simple. Créanme, no siempre otros lo conseguimos.
El poema “Mi voz” se presenta entonces como un trance íntimo y consciente de (re)afirmación personal. El hablante lírico no adopta una pose profética, sino que asume con incumbencia su decir, construyendo una poética basada en la coherencia interior antes que en la grandilocuencia estilística. Se trata de una voz que no solicita permiso ni aprobación externa: habla desde sí y para sí. Y en esas parcelas lo más saludable es una primera persona descarnada, Visceralmente dada.
El texto apuesta por una dicción directa y una economía expresiva que intensifica su fuerza. Las imágenes funcionan como conceptos esclarecedores más que como ornamentos líricos, y lo coloquial aparece sin concesiones al facilismo, empero como una forma legítima de nombrar la experiencia cotidiana. La sencillez de nombrar, más bien nombrar con sencillez, será una estocada en la poética de Papo Fernández. La metáfora es contenida, precisa, al servicio de la transparencia del contenido que trae el poema. Y eso le es suficiente a nuestro autor para viajar con visado literario en primera clase.
La voz poética, por otro lado, se sostiene en una ética del decir desde el autorreconocimiento, pero no es doliente ni celebratoria, sino consciente de su tensión entre deber y deseo. Esa identidad no se negocia y se afirma incluso en los aspectos más vulnerables del yo, asumidos como (su) propiedad privada. El cierre del poema condensa esta postura, al reivindicar una verdad sin disfraces ni adornos. Dicho, por cierto, en un lenguaje, más que claro, proverbialmente juvenil, a la usanza. Una dosis irresistible de felicidad cuando enfatiza, “la sonrisa es para mí, colágeno.” (Por cierto, para mí también, y la procuro a toda costa.) Por eso le regalé al espejo que es la página donde habita este poema, una risita, delicadamente irónica, tras el punto final.
En este pasaje hay ese gesto de aportarle claridad discursiva al poema, el texto dialoga claramente con el postumismo, especialmente en su rechazo a la retórica ornamental, su antielitismo y su fidelidad a una voz interior situada en lo cotidiano y que se proyecta por demás desde lo cotidiano y lo moral. “Mi voz” no busca deslumbrar, sino afirmarse; su valor poético reside en la coherencia entre lenguaje, postura ética y experiencia vital, confirmando que la poesía auténtica no necesita artificios para sostenerse. Todo lo contrario, mientras más “está desbarbada…”, tanto más accesible se torna. Aunque sea también una cuestión de subjetividades pretendidas.
***
Todos, de una manera u otra, en un momento de nuestras vidas u otro, nos hemos sentido tentados por la impotencia, la irracionalidad, la irreverencia y tres puntos suspensivos, a cuestionar a Dios, más que rogar, temer, confesar, incluso obedecer desde la resignación ante uno de los temas trascendentales de la vida como es justamente la muerte. Papo Fernández no está exento. Nadie lo está. El poema “No pido más” así lo legitima. La muerte, como “fenómeno natural”, es uno de los motivos fundamentales de la inconformidad y la incomprensión irresoluta del ser. En este poema se sitúa —sin estridencias— en una de las zonas más delicadas de la lírica de Fernández, su intemperie, su indefensión como individuo ante Dios, cuando la “negra oscuridad” irrumpe en su vida sin manual de instrucción, pedagogía, permisos, ni consuelo alguno. Solo el poeta, el dolor, Dios, la página, y la conciencia ante ellos. No luce entonces voluntad de ornamento ni de artificio retórico; hay, más bien, esa palabra herida que interpela, y en ese “por qué” se revela el parentesco con la estética postumista. La muerte como disconformidad real, no como metáfora o símbolo de resignación.
“No pido más”, es un poema que se inscribe en esa tradición lírica que confronta la muerte no desde la conformidad ni el (des)consuelo alegórico, sino desde el ser que se sabe expuesto ante Dios. El texto exhibe la vulnerabilidad del sujeto lírico frente a la pérdida, una experiencia que activa la inconformidad, el desconcierto y la necesidad de interpelar lo trascendente sin artificios retóricos ni ornamentos formales.
La muerte no es metaforizada ni sublimada; es enfrentada como una realidad impuesta, saturada de incomprensión. En ese sentido, el poema tiene congruencias con el postumismo al rechazar la solemnidad vacía y optar por una racionalidad directa, cotidiana, donde Dios se siente como un interlocutor cercano, no como abstracción o entelequia dogmática. La plegaria que atraviesa el texto no anula la herida, en consecuencia, la vuelve más consciente. El hablante lírico viaja dolido, rabiado, atormentado, pero no blasfema, y tampoco se somete ciegamente al desenfreno; su fe se expresa como tensión entre temor y reclamación ética.
El uso de la luz y la oscuridad subvierte el simbolismo tradicional, la luz no redime, sino que intensifica la razón del dolor. Esta lucidez trágica refuerza la actitud postumista del poema -y del poeta-, que se niega a embellecer la realidad y la exterioriza en su crudeza humana más desoladora. La pregunta dirigida a Dios no busca milagros ni restituciones, sino una razón, una mínima razón, tal vez hasta para continuar creyendo; quiero decir que Fernández resuelve este dilema de plantearle a Dios un “por qué” formulado desde la impotencia más inconmensurable y no desde la soberbia más irreverente.
El momento de mayor densidad emocional, sin embargo, ocurre cuando el poema nombra al ser perdido. El nombre propio rompe toda abstracción filosófica y convierte la muerte en herida concreta, familiar, inmediata, le da rostro. Así, lo metafísico se traslada al ámbito de lo humano, reafirmando una de las claves esenciales del postumismo, llevar lo trascendente al terreno de lo cotidiano.
El título “No pido más” no expresa resignación, sino contención ética. El yo lírico limita su demanda consciente de la imposibilidad de comprender lo absoluto, pero se niega a clausurar el dolor. El poema no se reconcilia con la muerte, y en esa imposibilidad radica su verdad poética.
Leído dentro del conjunto de poemas del volumen “Pretensiones postumistas”, el texto confirma una reactivación ética y contemporánea del postumismo, no como imitación formal, sino como actitud espiritual y estética. Papo Fernández asume la palabra despojada, la interrogación frontal y la escritura desde la grieta, donde la poesía se convierte en diálogo quebrado con Dios y en afirmación del derecho -humano- al desconcierto. Véanlo ustedes mismos.
NO PIDO MÁS
Señor,
me es difícil comprender
por qué es más negra la oscuridad
cuando tropieza con la luz;
no logro entender
por qué es más clara la luz
cuando pugna con la realidad.
Y si no puedo asimilar esta sencillez,
quizás por eso tampoco
infiero tus razones
para llenarnos de esta muerte.
Señor Dios todopoderoso
no te exijo
porque te temo,
pero te imploro, de rodillas
te pido decirme por qué;
¿Acaso faltan ángeles en el cielo?
¡Dios mío! Que se haga la luz
en esta cruel oscuridad
y solo dime por qué Yohanser…
y no pido más.
A mi sobrino Yohanser.
Conviene destacar que estos poemas —leídos no como piezas aisladas, sino como estaciones de una misma lógica poética— confirman que “Pretensiones postumistas” no es un gesto nostálgico, ni un ejercicio de filiación estética tardía, sino una reactivación ética del postumismo en el presente. Un guiño de heredad y, por qué no, de gratitud personal.
En ellos, Papo Fernández no reproduce la estética postumista como molde, pero sí asume su espíritu, la palabra despojada, el cuestionamiento cimero hacia lo trascendente, la muerte y la vida no como meros símbolos literarios sino como experiencia que (des)coloca y exige sentido de Ser. En ellos el sujeto lírico no habla desde la certidumbre, sino desde la grieta; no proclama verdades, interroga, y en esa propuesta Fernández se juega su fe, su humanidad y su derecho también al desconcierto. Por eso le es vital afrontar la palabra diáfana sobre la posesión de la página en blanco.
***
Hacia el cierre del poemario, Papo Fernández introduce un “Soneto al soneto” que funciona como una pieza paradójica y autorreflexiva: utiliza una forma clásica para cuestionar la propia tradición que representa. El interés del texto no radica en resolver esa contradicción, sino en habitarla críticamente, ademán que lo vincula —más por actitud que por forma— con el ideario postumista.
El poeta demuestra pleno dominio técnico del soneto —métrica, rima y estructura—, pero adopta frente a él una distancia irónica y emocionalmente resistente desde el contenido del mismo. No hay homenaje ni devoción formal, sino sospecha ante el prestigio heredado de la forma. El soneto aparece así como una posible coacción simbólica, una estructura que amenaza con imponerse al decir, en abierta tensión con la libertad expresiva que hablante y autor reivindican.
El conflicto central del poema se articula entre libertad y linaje. El soneto encarna la tradición, la nobleza formal y la disciplina estructural de la estrofa; el yo lírico, en cambio, opta por la desnudez creativa sin amarras y una escritura desenfrenada en su geografía formal. El rechazo no es fruto de incapacidad, sino de una decisión ética y estética consciente, el poeta conoce el continente, pero para expresarse decide no habitarlo. Prefiere la colosal escasez de fronteras de la isla.
Esta elección, sin embargo, se vuelve más compleja porque el poema demuestra precisamente aquello que pareciera negar: el soneto está bien construido y se sostiene con solvencia. Lejos de invalidar la forma clásica, el texto la relativiza y la somete a juicio, reafirmando que la prioridad del autor es la verdad expresiva antes que la obediencia al molde. De ahí mis referencias a continente vs isla.
Ahora bien, aunque no sea postumista en sentido estricto por su estructura, el poema lo es en su actitud, dígase lenguaje llano, tono conversacional y reflexión directa sobre el acto de escribir. El poema no funciona como altar, sino como objeto de controversia. En ese diálogo tirante entre tradición y libertad, Papo Fernández confirma una poética que privilegia la necesidad del decir sobre la caballerosidad formal de la estrofa, aun cuando para afirmarlo debió atravesar, una sola vez, el espacio amurallado de la tradición italiana por antonomasia, la que -hasta el momento- ha decidido no habitar.
Pero…pero, por este espléndido y frondoso vergel transitó nuestro poeta de esta manera:
SONETO AL SONETO
Desde tu nacimiento eres tan raro
con esas dos estrofas de ojos tersos
once sílabas cuentan esos versos
pero no me deleitas, lo declaro.
Con tercetos también como de amparo
Teniendo sus talantes muy diversos
Provocando caídas por perversos
Tratando de destruirme con disparo.
Quisiera gran poder, vivir contigo,
Pero yo dejaré esos a tus amantes
Amo la libertad, está conmigo;
Será mejor decirte adiós cuanto antes
Soneto, yo jamás seré tu amigo,
Y caballeros tienes ya bastantes.
***
En “Pretensiones postumistas”, la poesía no busca reconciliar al lector con la tradición lírica, pero sí nombrarla con honestidad, devolverle su peso -y su paso- indiscutible por la tradición literaria dominicana, su huella. Y en ese gesto —sobrio, humano, sin artificios— Papo Fernández se inscribe como heredero legítimo de esta corriente; no como usufructuario dócil, sino como ese interlocutor contemporáneo de una poética que sigue preguntándose por el sentido de la existencia, de la muerte, el amor y sus afluentes, la vida y sus derroteros, pero, sobre todo, de creer que la poesía habita en todas las palabras – y también viceversa-.
Estos poemas, – y estas palabras-, en síntesis, no acotan el acercamiento crítico o literario, más bien lo dejan abierto. Y acaso ahí radique su mayor fidelidad al postumismo, en el hecho de hacer de la duda una forma de fe y de la palabra un acto de resistencia ante la página que clama y el lector que agradece.
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