Al retomar el estudio de la poética de lirismo y melancolía del poeta Nelson Romero, considero de rigor dar una mirada detenida a la voz intimista, amorosa, lírica y melancólica que se desprende de los linderos formales y rítmicos que conforman el perfil comunicativo de su discurso poético.
En esta ocasión he concentrado mi búsqueda en la estructuración temática y estilística de su libro de poemas titulado Recodos de la vida (Poesía). Esta obra fue impresa por la Editora Búho, S. R. L., en Santo Domingo, República Dominicana, en el año 2025.
La obra fue diagramada por Alexandra Deschamps. Tanto la portada como la contraportada del libro contienen una ilustración de la sobresaliente pintora dominicana Rosa Elina Arias. El volumen consta de 72 páginas.
Al inicio nos encontramos con una dedicatoria a la memoria del poeta Manuel del Cabral (véase pág. 7, obra citada). En términos estructurales, el libro está integrado por treinta y cinco (35) poemas y un prólogo firmado por Fátima Portorreal (véanse págs. 9–14, obra citada).
Antes de leer el primer poema, el lector se encuentra con la cita de unos versos del poeta dominicano Manuel del Cabral. Dicha cita no especifica a qué poema pertenece ni en cuál libro fue publicada:
Un agua pura, tan limpia
que da trabajo mirarla.
(Manuel del Cabral)
Este libro de poemas inicia con el texto titulado Mariposa (véase pág. 17), dedicado a su sobrina Eva, por quien, según expresa el autor, siente profunda admiración:
Cuando marcaba sus primeros pasos
el futuro le sonrió
y me adelantó los vientos
que iban a acariciar
su regia personalidad.
Cada vez que la escucho
me sorprende
como una luz
que se aposenta en cada rincón.
Eva salta,
corre y se desplaza
sin cesar,
buscando atrapar la estrella fulgurante
que ilumina sus sueños.
A su escasa edad
es un capullo que se abre
y brota la mariposa inquieta
abrazando el vuelo.

El tono lírico del poeta aparece aquí centrado en resaltar la infancia y los rasgos característicos de una niña, su sobrina, que inicia su vida y se aposenta en cada rincón.
El poeta expone su registro comunicativo detallista y resalta los perfiles de la personalidad de esa niña que, desde su corta edad, se nos muestra alzando vuelo como una inquieta mariposa.
Así describe el poeta la personalidad de su sobrina, asumiendo como centro temático su niñez y su viveza, simbolizadas en la imagen de la mariposa. La ternura queda registrada en estos versos, aunque no se mantenga como una constante expresiva en su decir poético.
Esa no permanencia de la ternura se evidencia al encontrarnos con el poema titulado Epitafio anticipado, donde, al adelantar su epitafio, el poeta retoma su voz de angustia y melancolía, asumiéndolas como referentes naturales de su discurso poético:
Mi memoria quedará congelada
en el tiempo infinito
y pasmoso
de los altares suspendidos
en hojas de palma imperecederas,
o incrustada en las venas del silencio.
Mis restos sepulcrales
se transformarán en otras ondas de vida
y llevarán fertilidad a nuevas tierras.
Me voy
y marcho tranquilo
porque sembré surcos de ilusiones
y coseché espigas de futuro.
El poeta se despide del espacio terrenal y plantea marcharse en paz, como quien ha cumplido su función en este mundo.
Aun así, en este epitafio se perciben angustias que se desparraman en los matices de su decir poético. El autor adelanta su muerte, su final como sujeto activo y pensante, y ello genera una profunda carga de melancolía.
Estamos ante un poeta observador que sitúa su decir en aquello que su mirada acoge y asume como excusa la memoria y el recuerdo.
Como poeta caribeño, vive rodeado de mar, donde sus espumas salpican la orilla del porvenir (véase el poema Espumas del porvenir, pág. 20, obra citada).
De nuevo, la voz del dolor brota en el poema Espanto (véase pág. 30, obra citada):
Estoy aterrado.
Floto encima de las nubes
y un rayo fulminante
me arroja al abismo.

He aquí el canto a la caída del espíritu del poeta: su arrebato, su desahogo ante el destino, que desnuda el derrumbe del aliento.
Sin embargo, a pesar de la agonía latente que fluye de su voz, se percibe una expresión simbólica de identidad alojada en la metáfora del canto intimista del poeta.
Hay un espejo identitario y estético en estos versos que proyecta rostros y el discurrir existencial del autor:
Las empinadas montañas dibujan arcos
y trazan puntos de reflexión
en un plano de armonía.
De ahí vengo.
Poema Lomero soy, pág. 31, obra citada.
Saberse y reconocerse en el lugar de origen es una toma de conciencia que el poeta integra a su discurso como referente de autoconocimiento y proyección existencial.
Lo identitario se asume aquí como un eje temático que pasa a formar parte del registro poético y redefine esta poética.
En el fondo de este canto, la melancolía se sobrepone a la voz lírica. Lo melancólico es parte de su manifestación estética y permea los versos hasta constituirse en base expresiva de su discurso poético.
Desde el poema Autobiografía (págs. 60–61, obra citada), la agonía y el dolor se asumen como centro del discurso poético:
Nací con el yugo en el cuello
y la cicatriz bordeando
el cosmos de mi aventura.
Mi trayecto ha sido difícil:
entre trillos escabrosos
y matorrales punzados de espinas.
Estamos, en definitiva, ante un canto que discurre entre lo lírico y lo melancólico, desde una poética centrada en la memoria, los recuerdos y el presente vivido, soñado y sufrido del poeta.
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