Antecedentes
Corrían los años de 1914 al 1945 cuando airadas trompetas y tambores de hojalatas, a son de himnos que pregonaban paz, profetizaron en corto plazo de la historia universal, la detonación de dos acontecimientos que, adjunto a la viscosidad de sangre derramada en las naciones del mundo, Primera y Segunda Guerra Mundial, dejaron a su paso una sensación de orfandad y de hastío, donde se escuchaban plegarias y lamentos sobre una estridente resignación ante el genocidio que suponen pérdidas humanas. Las palabras, aunque nunca sucumbieron a su gallarda fuerza, suplantaron características elementales con las que se orillaba el discurso disertador por una expresión repentista que negaba rigidez a la erogación de la poesía como artefacto subliminal-abstracto, concreto, acongojado, además, de otros significados y significantes con los que se prolongó una era que hoy se convierte en cíclica.
En ese ámbito, la Norteamérica de principios y mediados del siglo XX, a manos de algunos de sus principales ejecutores (1976,E.L. Revol, Poetas norteamericanos contemporáneos) como Ezra Pound, T. S. Eliot, Mareanne Moore y Hart Crane,) impulsaron los pasos de un incipiente modernismo que amenazaba con invertir la realidad conservadora, tradicional, romántica y/o patriótica, en un hecho distante y a la vez cercano al futuro, no sin antes perpetrar en la continuidad este futuro que no era más que el mismo presente dividido por colores claros y oscuros por encima de alcanzar lo absoluto que se reconoce en lo tangible, metálico, desgarrador y asombroso, encubierto por técnicas hurtadas de una narrativa andante y desinteresadamente orgánica que trajo como resultado el nacimiento de nuevos exponentes ante la retroactiva poesía renacentista que llegaba desde Europa como patrón conductual esquemático, y que más tarde fue sometida a un proceso de escrutinio en el que la contemplación en su máxima expresión e impresión, no se igualaba a superfluos viajes interinos, donde la palabra reconociera aquello que surgió de lo antiguo, clásico , contemporáneo o moderno, sino que simplemente vibraba o brillaba por sí misma, lejos de parentescos culturales generados por razas, etnias, doctrinas o credos, porque entre un abismo y otro, esa propuesta alegórica a la misma vida sedentaria, ocasional y marchita, de altas y bajadas, quedaría suspendida en el ruidoso discurrir que entendemos por tiempo.
Y ese pentagrama numérico, transformado en palabras acaecidas por la voluntad de expresar ideas que hieren, que dicen, y en las entrañas se atraviesan y fungen, muchas veces, como el frágil atasco que supone una arenilla en un desierto sofocado por mares de arenas que aunque no signifiquen para aquella inmensidad "nada" en función de tamaño, aquel granillo es un número por el solo hecho de formar parte de ese grupo, digamos que sistemático, asaltado por un "todo". Entonces, de la misma manera, la voluntad de decir lo que se debe decir, crece grado a grado, cuando se extrae ese decir de penumbras estigmatizadas ante la manipulación general que imponen, de una u otra forma, los sistemas.
En ese sentido, las clases por las cuales, verdaderamente se establecen diferencias cuando un "numero" se dispone a ir contra corriente, el hecho de ver en la poesía a un instrumento de la moral y la amoral puesta en la palabra como cuerpo literalmente sólido, que salva y destruye, dependiendo de su uso, diseña planos de transformación dentro de una razón crítica.
Por ello (1819, El mundo como voluntad y representación, Arthur Schopenhauer) al deducir que todo cuanto nos rodea, entiéndase materia, corresponde a una particular representación de la realidad, primero, idealizada para luego ser lo que se cree concreto, al decir primero de Immanuel Kant (1781, Crítica de la razón pura) es ahí, donde nos identificamos con el dolor cuando las palabras albergan dolor. Nos identificamos con la duda, cuando las palabras albergan dudas, con la felicidad cuando las palabras obedecen a ráfagas, o momentos en que se advierte la calidez de la risa, o al goce espiritual cuando las palabras se nutren de voces y de cuerpos simulados en lo surreal etéreo, amparadas por escalas de la inmediatez, vemos sentido a la efectividad de estar en los planos en que palpita la realidad precedida a la falsa posteridad, pues posteridad en sí, a nuestro juicio, se halla en el ahora, el ahora diluido en el mismo ahora, el ahora que constantemente cuestionamos para sobrevaluar lo que Milán Kundera juzgó como título oportuno en una de sus existencialistas novelas: La insoportable levedad del ser (1984) para simplificar una realidad sintomática, si se quiere, cuántica, alérgica, neurocientífica.
Ante esta malgama de pronunciamientos y posturas derivadas de la filosofía occidental y oriental nacen, siempre han existido en el individuo o individualidad pensante, las palabras singulares: Palabras que se convierten en versos de altas y bajas tonalidades, palabras atropelladas en el asiento de las palabras, palabras fluidas dentro de una disfonidad que decrece en estamentos de la mente mecánica y todavía así, más palabras que advierten una realidad práctica y absurda, a veces, en la razón del yo.
Y dentro de esa morfología desordenada de la interioridad, también equilibrada, contundente, precisa y pueril en torno a ese universo silábico, conformado por las mismas palabras, hallamos unos referentes que, a modo de escalar la realidad dominicana, se trasladan a otras latitudes que, geográficamente, nos alejan del hecho mismo por vicisitudes culturales. En cambio, nos unifican en el contexto ´´mundo´´ ya que esas palabras partieron de la misma complejidad en que se desarrolla la singularidad humana, según su evolución.
Poesía del instante, más allá de técnicas y movimientos
Tras el adecuado uso de sintagmas con los que dotamos de belleza expresiva eso que nos parece auténtico y que en la aflicción del cuerpo pasa como simple roce, entendemos, relativa y naturalmente como poesía, la conjugación de un conjunto de palabras que guardan afinidad, funcionalidad y melodías teniendo a la vista la exaltación, el éxtasis despedido de aquello que llaman alma, identificada en la majestuosa obra de San Juan de la Cruz a través de su poemario Cánticos espirituales (1622).
Hispanoamérica
Para entrar en materia con nuestro tema, enumeraremos algunos nombres de poetas que introdujeron a la poesía de habla castellana elementos preponderantes que reafirman el accionar de las vanguardias, son ellos, dentro de nuestras escalas valorativas: Rubén Darío ( Azul), Juan Ramón Jiménez ( Piedra y cielo, 1916), Antonio Machado ( Campos de Castilla,1912), Ramón María del Valle Inclán (Luces de Bohemia,1920) Luis Cernuda ( La realidad y el deseo) Jorge Luis Borges (Fervor de Buenos Aires,1923), César Vallejo (Los heraldos negros, 1915-1918), Octavio Paz( Piedra de sol) y Vicente Huidobro (Altazor o el viaje en paracaídas, 1931) de ellos percibimos voluntad, y de acuerdo a sus notables rastros como poetas de un presente continuo desde la nobel visión en apertura del siglo XX, vale la pena articular lo siguiente:
¿Es la poesía instrumento del disfrute sensorial que solo obedece, circunstancias y situaciones, a un momento específico de su contexto histórico generacional, o es la poesía un instrumento edificador y modificador de la palabra escrita con la que se arroja una verdad inacabada, relativa y reiterativa, que parte de una individualidad para, después, transformarse en fuente de palabras que gravitan por todos los universos en que transita el objeto sujeto?
Una vez decimos esto, dejando en el lector la respuesta o respuestas que, además, quedarán enmarcadas en el desarrollo de este texto en función de analizar un libro matizado por la luz, nos trasladamos al ámbito nacional, República Dominicana teniendo de fondo a Domingo Moreno Jiménez, (La hija reintegrada,1934), Thomás Hernández Franco (Yelidá), Freddy Gatón Arce (Vlía,1944), Manuel Rueda (Las metamorfosis de Makandal, 1998), Juan Sánchez Lamouth, (Otoño y poesía,1959) y José Enrique García, (El fabulador, 1980, Premio Siboney), poetas que consagraron sus obras conceptualizadas en procedimientos que rompieron los estándares del criollismo anclado a un folclor, donde cada uno se identifica como ser esencial del cosmos, con ellos verificamos el asentamiento de una generación que fue y sigue permaneciendo viva, entendiendo que el presente de antaño se reproduce en el ahora, merodeando los espacios vivientes como lagunas del tiempo por la permanencia de la obra en cuanto a sus innegables valores.
Y es de ellos y de cada uno la toga del triunfo, donde emergen de un océano turbulento convertidos en maestros en cuanto a divulgar la necesaria expresión que traen sus particularidades en la pluralidad de los géneros, de las clases y desgarramientos, pero también de las dualidades que ocultan las sustancias con las que el hombre y la mujer exhalan sus bestialidades y bondades en la que nos sujetamos en función de encontrar otros senderos.
Sería, ahora mismo, dentro de nuestro criterio, exhibir la conformación de una generación híbrida entre poetas dadaístas, eclécticos, amorfos, sensibles y, en extremo, originales, a veces ambiguos a los que daremos mención a continuación.
Y si hablamos de degradaciones, desmontamos una realidad narrada para crear, a la par de esta, otra que se abstiene de lineamientos, que bien podríamos calificar en este texto, como una poesía hecha por seres contradictorios, consignados en individuales tragedias.
La escritura adquiere símbolos colgados de voces que forman parte de una vanguardia encaminada a tocar con un escarpelo esa anatomía humana reaccionaria, amorfa y restauradora que crece y madura descubriendo unos estados elocuentes de la real conciencia.
En esa columna efervescente del hoy, pero, a la vez, aciaga en el ayer en que discurre la infancia y la madurez, hallamos la valiosa impronta de Sally Rodríguez (Animal sagrado y Luz breve, este último, Premio Nacional de Poesia,2024), de Ramón Pastor de Moya (Humo de los espejos, Alfabeto de la noche y Jardines de la lengua), de Homero Pumarol (Poesía reunida 2000-2011) y Rosa Silverio (Invención de la locura,2019), dueños de una poesía que tiene antecedentes y referentes constitutivos en la complejidad humana del yo y de los otros sobre una particularidad distintiva: son la generalidad en uno, en su accionar cautivo, donde no entran segundos, ni terceros.
En ese sentido, para llegar a los cimeros de nuestro objetivo, hicimos un recorrido histórico generacional teniendo como referentes dos acontecimientos trascendentales: Primera y Segunda Guerra Mundial, en la que hallamos particularidades que sirvieron de escalafón al nacimiento de la poesía moderna, especificando a Estados Unidos a través de dignificantes precursores. Por tanto, para arribar a eso que queremos connotar, damos por sentado en su cuasi absolutez, que nuestro hallazgo parecería ser el resultado de lo antes dicho en este texto analítico, disponiendo de un nombre y de un poemario: Morir es verse (2025) de Eloy Alberto Tejera.
Entre la decorosa obra de Robert Frost( 1874-1963), de la llamada generación perdida, en uno de sus poemas más icónicos, El camino no elegido, adaptado a los diversos episodios que en este siglo XXI se tornan sobrevivientes a las astas evolutivas del hombre, configuradas en senderos tortuosos, es donde Eloy Tejera halla su centro, su real pulso al elegir un camino lleno de laberintos, en el que arroja latidos nerviosos, escupitajos, ambiciones demoradas, melancolías, donde toma arco y flecha y apunta a una categoría del ser basada en el trituramiento vocáblico que construye la versión "bipolar" más acabada de sí mismo, valiéndose de la palabra y palabras, en la que sin menor esfuerzo conmueve, dando como resultado una relación de elementos, reconocibles o no a una realidad tangible, con la que el hombre ha dependido estrechamente de acuerdo a sus trivialidades y egos, amonestando, sacrificando, o enalteciendo su triste o gris destino.
Más allá de esta aseveración, oportuno es decir que la ascensión de Eloy Tejera hacia un espacio infinito con la poseía, ya había publicado poemarios de simetrías incalculables (Elevación de la nada,1990, Celebración de lo efímero,1994, Jazz, 1998, entre otros), nos muestra el bullir de un campo semántico que parte de sonidos intermitentes, disueltos en situaciones accidentales cuando la razón es devorada vertiginosamente por el libre albedrío.
Definitivamente, al momento de sentir cada palabra ordenada en un desorden, ponemos atención a las variables signadas en esa realidad de Eloy Tejera en Morir es verse, donde solo cohabita el ente arruinado por sus pasiones, mezquindades y añoranzas sofocadas por el simple hecho de vivir. Su decir se regenera con situaciones del diario vivir inclinadas a un lenguaje abarcador, no por esto deja de ser compacto, intenso, compasivo, estremecedor, irreverente, como esos perros vagabundos y hambrientos que en la palabra dibuja, como el día y la noche en su completa nimiedad y en su completa sombra, como el lisiado, razonable y lógico en su balbuceo misericordioso, como las tardes sin sol, como las tardes rojizas doblegadas por el ocaso, o como el hombre que un día soñó con ser feliz dentro de una fantasía descarada en que sale y vuelve al mismo punto de partida reteniendo circunstancias.
En Eloy Tejera se acicala un lenguaje proverbial en rincones urbanos, citadinos, que se hace acompañar de imágenes vivas, comparativas, las que se tornan embriagantes por el uso masivo de recursos. Y estos recursos evidenciados en el poemario Morir es verse, entre discursos punzantes, aleccionadores, irónicos, metafóricos, nos llevan a un plano de la realidad concebida e idealizada y también representativa del yo dimensional con la que nos tiende pasos agigantados hacia la nueva era de la poesía moderna y modernista, en la que parece ser precursor. Un precursor de la poesía renovada con nuevos símbolos de la que hablábamos en principio, que solo se nutre con incidencias de un pasado orquestado en el ahora, en este ahora sin la necesidad de advertirlo, aunque se halle latente.
Y el presente, de Eloy Tejera, se abastece de unas prerrogativas impuestas en la poesía avasallante norteamericana y francesa, encaminada a una inclusión de estructuras esnobistas, yuxtapuestas, por ejemplo, en eventualidades escriturales de Verlaine, de Arthur Rimbaud, Hilda Doolittle y Wallace Stevens, donde advertimos elementos afines a la expansión de géneros como signos simbólicos que recrean una acción y que en la poesía de Eloy Tejera están señalados como agentes contestatarios, tendidos sobre un lienzo representativo de la realidad:
Bajo la carpa enemiga
Bajo la carpa, el cuchicheo del otro
en la acera contraria,
me desplazo, nado, y no zozobro en aguas de la burla.
Huyo, huyo, ah qué epopeya tan descalza,
que aleve escapatoria.
Un pedazo de tela azul en el bolsillo derecho
me recuerda el cielo.
Tengo mi mundo y no lo varío,
mis tareas de felicidad
y quiero ampliarlas:
Ah, un escuadrón de miserables a la vista, lo eludo.
Me he alejado
a lo lejos me he ido apocando,
con los tuétanos del tullido se hizo el arco por donde paso,
entre los cartones que moja la lírica lluvia
siento la dicha.
Pobre, mi yo, pero sin asociarse al ego,
asiento con la aguda serenidad:
"Quien posee en demasía
Se le rebosan cuentas o cántaros,
envidia a los mendigos, y rema de manera inexorable
hacia el pillaje". (pág.17,18, Morir es verse)
Siguiendo las pautas de Robert Frost y su valiosa pieza, El camino no elegido, advertimos con emoción sincera que dentro de trillar varios caminos en el área de la creación, sabemos, por simple vista, que su elección constructiva, la de Eloy Tejera, en base a un universo personal que parte de parches, de costuras mal cinceladas en los ropajes de la marginalidad y el olvido, lo condujera, precisamente, a su verdad, a lo que en realidad ha sido el transigir, que podría catalogarse como su hazaña de titanes siendo en este momento de la realidad imperante, de su realidad contemporánea, un hacedor de mundos contrapuestos, contraunidos, donde la palabra como elemento fracturador, pero también como elemento unificador, T.S. Eliot (1925, Los hombres huecos), ofertan variables del ser en diferentes situaciones de acuerdo a emociones que corresponden a un presente que se torna continuo en otro presente, como lo externa el siguiente poema:
Frágil la contemplación
Frágil, la contemplación y el aire
Fruta apeada del árbol
que bellamente sube por el verde de la tarde.
La res, animal sacrificado,
colgado de vívida y rojísima sangre,
puntualiza destino en el gancho manchado.
Allí camina el hombre que busca frescor
tierra sin contratiempos
ni intervenciones
alimento que no muere camino a la brasa.
La ruidosa voz del carnicero
avisora labios cerrados
hace cita con el descanso
mi padre y yo visitábamos aquel lugar de lugares,
éramos sombras tales
que nos movíamos sin saber que seríamos
despellejados por el azar
y exhibidos en un abigarrado mercado. (pag.11)
De manera que, al hablar de la interioridad del poemario Morir es verse, debemos simplificar y constituir tres puntos importantes que entendemos, define su propuesta de cortaduras e interpolaciones:
- Asombro o representación gráfica de los espacios, situaciones o momentos,
- Belleza lacerante en la expresión, y la propiedad articulada en el lenguaje según la emulsión fónica en el verso libre.
- Concisión hilvanada en espacios, situaciones e ideas. Presentamos una muestra que contempla estos caracteres:
Desde mi condición, (pág,16)
Desde mi condición
tal vez no es condición
yace lo triste.
Me doy cuenta que la tierra,
contaminada ya,
y que hay bestias en rezago
y para domar no hay ganas,
y si un estiloso hombre se dedica
a escuchar cancioncillas
en represalias a los pataleos y amargues
que se pudren
en esta ciudad, que se abre y abre
hasta deshacerse,
en discursos
que terminan en primeras páginas.
No es horror estar al borde,
sino ver los deslaves,
y victimas rosándose
hasta ser ígneas piedras encendiéndose
pedaleando hasta entregar sus vísceras a las ruedas,
hasta sentir asco de una terrible tela
que apersona, inhábilmente, el luto.
Hasta apreciar el vidrio
donde la muerte asoma el rostro
donde el desamparo descubre
tener menos que quien le pide.
Cabe señalar, siguiendo los parámetros de una poesía donde el imperativo del ´´yo´´ se adueña de las apetencias carnales dentro de una procesión que invalida la regeneración humana, subrayamos que Eloy Tejera parte de esa realidad que reproduce de forma fragmentada y elíptica, donde solo están e importan el medio y el objeto, sea individuo, animal o simplemente una molécula viviente.
No conoce la lepra
No conoce la carne
quien no ha visto correr la lepra
en rostro de exterminio.
No conoce una casa
aquel desamparo
comiendo de lo escupido por el gris citadino.
No puede tomar este trago
quien desde la boca amarga
recuerda ciertos tips de ebrios
al pasar por una calle que trae circunstancia.
No puede esperar el día
quien no despidió magnánimamente la noche.
¿A quién le asustan ciertos resortes,
las vagabunderías hechas al hilo y
empacadas por un truhan de oficio?
Los estados de cuenta
y el mentidero, todas las líneas negras aparentan, luto. (pag.40)
Conclusión
Una vez delimitadas estas vértebras neurálgicas en la poesía trasparente, compleja, adversa y precisa de Eloy Tejera, inscrita en el libro Morir es verse, resulta gratificante dar, a consideración del lector, este testimonio deductivo que se sustenta en un recorrido textual y generacional, evidenciado en grandes trasformadores de la poesía contemporánea de Europa, Estados Unidos y Latinoamérica de principios del siglo XX, llegando a una realidad palpable, propia y consecuente de este siglo XXI, donde la propuesta de Eloy Tejera definitivamente nos convence y conmueve. Y en el sentido herrumbroso de la honra y deshonra, nos introduce a la perpetuidad de las letras.
Referencias bibliográficas
Grass Gunter, El tambor de hojalata, 1959, Alemania.
Kant Immanuel, Crítica de la razón pura, 1781 al 1787, Alemania.
Revol E. L. Poetas norteamericanos contemporáneos, Ediciones Librerías Fausto, Buenos Aires, 1976.
Schopenhauer Arthur, El mundo como voluntad y representación, primera publicación, 1819, Alemania.
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