551) Sin duda alguien escribe por mí un destino que no acabo de entender. Ya sé que no será un destino bueno ni malo, simplemente mi destino. Iré de la sombra a la luz, en un juego inevitable. Desgarraré mis vestiduras, pero también reiré en indescriptibles epifanías. Volveré a desandar los pasos de otros sueños lejanos. Sí, sé que alguien ya está escribiendo por mí y para mí un destino de oscuridades, pero también de luz.
552) Y veo apagarse la luz en esos ojos, y a la muerte bebiéndose de a poco ese cuerpo. Y puedo tocar su miedo y contemplar su mudo reposo en la confianza en Dios, en la esperanza de su misericordia. Y la veo ampararse en el rosario y en la prédica sacerdotal. Desde su resignado abismo contempla mis dudas, mis por qué sin respuestas. Su rostro parece decirme que confíe, que todo saldrá bien según la “santa voluntad” de su dios. Pero hace mucho que mi fe es como un leño seco, como una piedra del desierto. Y sé que ahora ella no pensará como yo en estos versos de Franklin Mieses Burgos: “El que yo muera ahora mientras los otros cantan”.
553) Amanece. El día tiende sobre la vida su lienzo de miserias. La muerte continúa su oprobiosa operación, pero también están las flores en su esplendor sin ruidos. También están los pájaros cantando para nosotros sin saberlo, derramando belleza sin cobrarla. Sí, también está la música, el libro de poemas y su promesa de gozo. También está la vida, a pesar de su espanto.
554) Todo lo humano es inexacto, impreciso, paradójico, azaroso. Decir que la capacidad de resolver problema es una manifestación de inteligencia, supongo que no invalida la realidad de que la inteligencia también se expresa en su capacidad de generar graves problemas. La historia está ahí para corroborar lo que digo. Los grandes errores no sólo son hijos de la estupidez, la ignorancia, el odio o la cerrazón, sino que también las grandes inteligencias se han prestado a generar y apoyar barbaridades de todo tipo.
555) El materialismo dialéctico y el psicoanálisis son dos de las grandes supersticiones que la vida moderna se ha encargado de derribar, aunque aún vociferen a su favor algunos feligreses sinceros y otros descaradamente oportunistas.
Aunque la vida me esté jugando humillaciones múltiples, aún no me seduce para nada la idea de la muerte.
556) La democracia es la continuación del mal por otra vía. Esto del poder elector del “pueblo” es una forma de hacer más sutil la forma en que gran parte del “pueblo” se asesina a sí mismo.
557) Desenterrar los diarios de Pavese y Musil, repasar los de Cioran, desempolvar a Nietzsche, como hago ahora, es para muchos entendidos una apuesta de mi parte por la desesperación. Para mí, ahora, es simplemente volver en calma a esas dosis de verdades amargas, a esas gratitudes que me salvan de esperanzas y optimismos imbéciles. Este no es para mí el momento de la historia o del poema que exalta o maldice el valor de la vida. No es tiempo para mí ahora del comentario literario, de alabar o denigrar cualquier obra. Es tiempo para mí de esto que llamo menudencias blasfematorias. Ya lo he expresado mucho antes: ahora no es tiempo para mí de contar o cantar sino de blasfemar.
558) Ahora sólo importa que estás aquí, en mi casa Eros. Lo que cuenta es que hayas llegado hasta mí, ángel de tentación. En este albergue del deseo eres ahora mi pan de vida y mi bebida de salvación; mi carne propicia al sacrificio.
559) A propósito de estos apuntes, coincido con Cioran en sus Cuadernos: “Voy a aferrarme a estos cuadernos pues es el único contacto que tengo con la “escritura”. Llevo meses sin escribir nada”. Y añade: “Pero este ejercicio cotidiano es positivo, me permite acercarme a las palabras y verter en ellas mis obsesiones, al tiempo que mis caprichos (…) pues nada esteriliza tanto y resulta tan fútil como la persecución de la “idea”.
Esto me encaja perfectamente a mí. Expresa muy bien lo que vengo haciendo desde que fui perdiendo, no el interés, pero sí las fuerzas para enfrentarme a la conversión en poema o relato de alguna idea.
560) Aunque la vida me esté jugando humillaciones múltiples, aún no me seduce para nada la idea de la muerte. Sin embargo, estoy consciente de que los niveles de humillaciones pueden llegar a tal grado que la muerte se constituya en mi opción más adecuada.
561) Cuando estás solo de la peor manera, sin dios posible, herido y acorralado por el dolor, entonces te das cuenta que siempre lo estuviste, que casi todos los que entendía estaban contigo en verdad nunca lo estuvieron, que sólo estaban con tu alegría, con tu salud, con tu fuerza, con la energía que podías ofrendar y expandir. Ahora que estás solo es que descubres que nadie estaba ni podía estar con tu esencia, que es la vulnerabilidad, la fragilidad, el azar y la contingencia.
En ese momento que vas a la deriva no sólo comprendes el abandono de los que cantaban y danzaban contigo, sino que también entiendes que muchos de los del coro de la celebración hasta cruzan los dedos y les oran a su mismo dios para que te borre, te anule, porque, aunque te daban a entender que te idolatraban, aunque comían de tu pan y bebían de tu vino, y mostraban alegría con tu alegría, en el fondo estaban corroídos por la envidia que les producía tu salud, tu alegría, tu fuerza, tu abundancia e independencia.
Hoy que estás tan solo, por lo menos gozas de la sabiduría, aunque amarga, de saber que siempre lo estuviste, de comprender que no hay una sola criatura humana que no lo esté, y que tú también has abandonado a otros cuando el barco de su vida empezaba a descender hacia el abismo.
Y sólo ahora que estás tan solo, tan sin dios posible, sin el consuelo de iglesias y oraciones, lo has aprendido. Sin embargo, la conciencia de tal verdad no te hace más soportable el presente espantoso.
562) Lo malo de desterrar a Dios es que al hacerlo ya no podemos culparlo de nada. El creyente, en cambio, le atribuye todo lo “bueno” y lo justifica en medio de sus padecimientos. Muerto Dios en nosotros su fantasma no deja de perseguirnos. Con ello nos hemos liberado de la promesa de un cielo y de la amenaza de un infierno.
563) La mayoría de los denominados “izquierdistas” les gusta demasiado el dinero y la buena vida, se desviven por el lujo y el derroche. Por eso, más que odiar el capital, odian y envidian a quienes lo poseen; y más que amor por la clase que dicen defender, sienten desprecio por ella, porque es el espejo que les devuelve su propio rostro grotesco. Muchos de estos ambiciosos que han conseguido niveles de vida confortable, valiéndose de cuantas diabluras puedan echar mano, tienen el descaro de tirar el grito al cielo si se les niega su condición de “izquierdistas”, de “revolucionarios”. “Porque no es verdad –sostienen– “que nosotros estamos hecho del mismo material que el del “capitalista explotador”.
Basados en que los trapos sucios se lavan en la casa, otra de sus linduras consiste en no denunciar nada malo de lo que hagan los suyos, aunque éstos sean corruptos y delincuentes, o dictadores sin escrúpulos. En ellos de lo que se trata es de afirmar que la culpa de todo lo malo la tiene el gran capital, y el Imperio, en la mayoría de los casos, no el ruso ni el chino, sino el norteamericano.
564) Si los libros fuesen medicamentos y un médico los pudiera recetar como tales, en estas amargas circunstancias, éste, si tuviera que medicarme, probablemente, en vez de un Nietzsche, un Cioran o un Shopenahuer, me recetaría un Marco Aurelio, un Epiteto o un Séneca. Y quién sabe si, consciente de mi mal incurable, y como forma de simplemente aliviar mi padecimiento hasta el desenlace, el final, me dijera “tómese este Pablo Cohello. Pero qué son todos estos medicamentos, incluido esta última toma de probada ineficiencia, sino simplemente palabras, como bien lo expresara el príncipe Hamlet.
565) Mientras el barco se hunde, la mayoría de resignados y conformistas confían en que su dios evite que caigan en el abismo. Los que no creemos lo mismo también somos seres esperanzados: confiamos en que nos sea de utilidad lo poco o mucho que aprendimos a nadar. El rostro de la verdad es espantoso, no importa el ángulo del que se le mire.
566) Para ser sincero, no me siento bien con mis fracasos, pero cuando miro el “éxito” de algunos me espanta pensar que así sería el mío, entonces termino, sin amarguras, resignándome a mi “derrota”.
567) Sí, quizás muy pronto seré “el viudo, el sin consuelo”, pero no un “príncipe” de ninguna “Aquitania”, a quien no le han “abolido” ninguna “torre”, sino que le han erigido una de infortunios.
568) Estoy ahora en el agudo lloriqueo de Cioran y la lucidez de Marco Aurelio. Así voy, del patetismo al estoicismo.
569) Es posible que este también sea el libro de mi penitencia, el libro que escribo porque simplemente no puedo dejar de hacerlo, ni puedo por ahora escribir otras cosas. Tal vez, como aquellos santos que buscan la “salvación” mediante la autoflagelación, yo busco la mía autoflagelándome con estas notas. Estos apuntes para nada me salvan de mi agonía, pero, por lo menos, me brindan el consuelo de mantener viva mi rebelión, mi capacidad de decir no ante tantos sí estúpidos.
570) Pero quién sabe si quizás sea éste el libro que más perdure de los míos, el que cerrará el ciclo de mis novelerías cuenteras, texto del que tanto los más sutiles como los más corrientes dirán: “He ahí a Martín de cuerpo entero”.
571) Parida de lluvia me saluda la mañana. Un ruiseñor ritualiza ante mí. La flores húmedas y sonrientes me deleitan, sobre todo las amarillas, cuya luz inunda de esperanza mis ojos. Leo, imagino, apunto cosas. No es la felicidad, pero, por lo menos, parece una paz relativa. No es el infierno de vehículos, humo y ruidos que se ha adueñado de la ciudad. Esta soledad lluviosa y colorida no se asemeja en nada al pudridero humano que inunda el centro de la ciudad. Sí, la ciudad está enferma; la vida está enferma, pero están también estas celebraciones de flores y pájaros.
572) Ingenuamente pensé que saldría ileso de la experiencia de desterrar a Dios de mi vida. Ahora estoy en el exilio de su ausencia y pago el precio. Este ostracismo de Dios por lo menos me consuela del horror que me produce sólo pensar en que mi pensamiento y mi conciencia reposaran, como en el caso de tantos, en tal imaginario divino.
573) Sin duda he pasado un gran día entre la patética lucidez de Cioran y la exquisitez artística de Cernuda.
574) Hay maravillas tan grandes, secretos tan exquisitos, que toda revelación malograría. Estoy seguro de que las cosas esenciales para todas las personas– como probablemente las más espantosas– siempre permanecerán no reveladas, lo que da mayor encanto a la aventura humana.
575) Si escribir es un acto de libertad, y si a veces da tanto trabajo hacerlo, ello revela que la libertad es algo sobre lo que hay que trabajar permanentemente.
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