"Música, silencio de los cuadros. Hálito de las estatuas…"
12 de enero de 1918. Las gigantescas lámparas del castillo de Frau Hanna Wolff resplandecen sobre el libro de huéspedes, en donde el poeta austriaco Rainer Maria Rilke escribe, tras la impresión de escuchar la Gran Fuga, del cuarteto de cuerdas Op. 133 (no Op. 30), perteneciente a los últimos cuartetos de Ludwig van Beethoven. El concierto fue dedicado a la magnífica recepción que ofreció el conde Wolff en honor del poeta.
Si la arquitectura es música inmóvil, como escribió Goethe, entonces el espacio en donde se encuentra sentado Rilke —más allá del acolchado diván dieciochesco— es un espacio leve, hondo y ligero, donde la música danza y respira en giros invisibles. Ojos dorados y llorosos de emoción, donde el poeta escucha una música jamás oída:
"Tu lengua, donde las lenguas acaban. Tú, Música. Tú, tiempo, que perpendicular te yergues rumbo a corazones evanescentes…"
Las octavas se cortan en acordes de violines, y un chelo dialoga en los abismos.
El oído de Rilke se abre como una espesa fronda sonora, un bosque tembloroso de armonía:
"¿Sentimientos, para qué? Oh, tú, mudanza de los sentimientos. ¿En qué? En audible paisaje…"
El poeta escribe.
Los cuartetos de Beethoven son considerados obras maestras, en especial los últimos, compuestos entre 1822 y 1826, en los que se exploran nuevas formas, armonías y estructuras musicales.
En ellos, Beethoven expandió los límites de la forma sonata, con encabalgamientos de movimientos, variaciones complejas y estructuras innovadoras.
Diversidad de emociones, variaciones rapidísimas de un estado de ánimo a otro: de la contemplación a la tristeza, de la alegría al éxtasis.
Beethoven experimentó con armonías audaces, imágenes sonoras fulgurantes, contrapuntos complejos; metáforas de acordes y melodías innovadoras, inteligentes y creativas.
Es lugar común comparar el final del cuarteto Op. 133 —la Gran Fuga— con el Big Bang, con el nacimiento del universo: música antes del sonido, y aún más, música antes del silencio. Una voluntad creadora sin nombre ni forma, anterior al espacio y al tiempo.
Igor Stravinsky describió la Grosse Fuge como: “Una música absolutamente contemporánea, una obra musical que será contemporánea siempre.”
Richard Wagner, al reflexionar sobre el primer movimiento del Op. 131, dijo:
"Revela el más melancólico sentimiento jamás expresado en la música."
Beethoven escribió los últimos cuartetos muy enfermo.
En abril de 1825, estuvo postrado en cama y se mantuvo así durante un mes.
Al recuperarse, escribió un movimiento como acción de gracias. En la partitura del cuarteto, Beethoven anotó: Heiliger Dankgesang (Canto sagrado de acción de gracias).
El tema es tan profundo y original que parece que toda la vida y la creación entera dieran gracias a su Creador por ser y por existir.
El último deseo musical de Schubert fue escuchar el cuarteto Op. 131, lo cual hizo el 14 de noviembre de 1828, cinco días antes de su muerte.
Al escuchar la interpretación del cuarteto, escribió:
"Después de esto… ¿qué queda por escribir?"
Para Beethoven, su cuarteto favorito era el decimocuarto, el Op. 131 en do sostenido menor, al que consideraba su obra más perfecta y única.
Beethoven pensaba que el cuarteto de cuerdas era el género más exigente de todos los que cultivó, en el cual ejerció su mayor voluntad creadora.
Sus partituras, llenas de tachaduras, casi ilegibles para los inexpertos, indican que corregía una y otra vez, buscando la perfección.
Los cuartetos de Beethoven se pueden agrupar en tres periodos: el clásico, el romántico y la etapa esotérica, experimental y vanguardista.
Beethoven llegó a Viena en 1792, a los 20 años, bajo el mecenazgo del conde Lichnowsky (no Waleski). Absorbe todo. Compone sus primeros cuartetos a partir de 1797, los Op. 18, dedicados a su maestro Haydn: obras complejas y vastas, con muchos episodios épicos, vitales y técnicamente exigentes.
La influencia de Haydn y Mozart se hace evidente, aunque ya desde entonces se percibe su estilo libre, personal e imaginativo.
El segundo periodo de sus cuartetos está pleno de la ilusión del amor, con melodías que expresan tanto el encanto como el desencanto de sus amadas. Esta etapa romántica la abordaremos en otros artículos. Por ahora, nos adentramos en el reino de los últimos cuartetos.
Las lámparas oscilan sobre la cabeza de Rilke, como si la música fuera ese viento sonoro que las estremeciera:
"Tú, extranjera música. Tú, espacio del corazón, desprendido de nosotros.
Lo más íntimo nuestro, lo que, sobrepasándonos, se apresura hacia fuera…"
Los violines ascienden de quinta en quinta hacia lo alto, mientras los chelos y bajos lloran en los abismos.
La música es sensibilidad y conocimiento.
En este último periodo, Beethoven se distancia del gusto de la época y del público.
Schubert, tras calificar los últimos cinco cuartetos como joyas de primera clase, escribió en el periódico Allgemeine Zeitung:
"Es verdad que para comprender los últimos cuartetos de Beethoven no basta con estar dispuesto a escucharlos; el melómano más sensible y receptivo permanece indiferente si no conoce a fondo el carácter de Beethoven y el lenguaje de su último periodo.
Pero una vez que haya emprendido el camino con este propósito, no encontrará otra cosa que grandes maravillas, obras del espíritu. Estas creaciones, con su sobreabundancia de ideas, superan toda concepción humana."
A los asistentes al estreno de estos cuartetos, les parecieron extraños e insensatos.
"No compuse esta fuga para ellos, sino para el futuro."
La Gran Fuga, Op. 133, a cuatro voces; la Cavatina, sus octavas encabalgadas; el círculo de quintas que desemboca en la enarmonía, donde un re sostenido suena como mi bemol.
Pitagorismo, orfismo sonoro, metáforas de acordes, imágenes como surtidores, creación y destrucción: un Big Bang armónico.
Música antes del tiempo y del espacio. Música casi todo, casi nada.
Con lágrimas en los ojos —ojos más luminosos que las lámparas del castillo del conde—, universos que se expanden en su mirada, Rilke, bienaventurado por haber escuchado esa música que más que música, es poesía en todo su esplendor sonoro, escribe:
"Sacro adiós, cuando lo interior nos rodea,
como ejercitada lejanía,
como la otra cara del aire:
pura, enorme, no habitable ya…"
Música jamás oída.
Hálito de las estatuas.
Silencio de los cuadros.
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