La explosión atómica sorprendió al mundo en su vida cotidiana. A esa hora la madre arrullaba a su hijo, el taxista desmontaba o subía pasajeros, el novio besaba a la novia, el policía perseguía al ratero, el niño lloraba sin consuelo, el médico entraba al quirófano, el obrero colocaba los bloques del edificio y mi padre leía el periódico como era su costumbre. Todos daban por descartado que se produjera un desastre nuclear.
Los tratados para desarme habían llenado bibliotecas, constriñeron la Web una docena de veces, mares humanos pidieron por mucho tiempo que eliminaran los depósitos nucleares. Pero nada valió, la bomba sonó a las once de la mañana de un martes cualquiera que nadie se recuerda, porque nadie vivió para contarlo. Sólo nosotras sobre vivimos, aunque tengo informaciones de la presencia de otras alimañas en la tierra. Eso hay que investigarlo, nadie podrá impedir la era de las cucarachas.
Compartir esta nota