
Andrés López de Medrano nació en el año 1780 en la ciudad de Santiago de los Caballeros, hijo de don Andrés López Villanueva y doña Joaquina Medrano. López de Medrano fue hermano del reconocido General de División y Jefe de la Plaza de Armas de Puerto Plata, Andrés López Villanueva, quien autorizó la detención del patricio Juan Pablo Duarte en Jamao, Puerto Plata, en agosto de 1844, su reclusión en la Fortaleza de San Felipe y su posterior embarcación hasta el Puerto de Santo Domingo, desde donde sería conducido a la Torre del Homenaje o Fortaleza Ozama hasta su destierro hacia Hamburgo, Alemania, el 10 de septiembre de 1844 por parte del general Pedro Santana, tras declararlo injustamente “traidor de la Patria”, junto a varios trinitarios.
A López de Merano se le considera el primer filósofo dominicano que escribió un texto de filosofía sistemática: Lógica. Elementos de Filosofía Moderna Destinados al Uso de la Juventud Dominicana. Este destacado pensador obtuvo el título de doctor en Medicina, ejerció el periodismo, fue poeta, político, así como profesor de Medicina y de Filosofía. Fue Vicerrector y Rector de la Universidad de Santo Domingo entre los años 1820 y 1822, luego de la reapertura de esa Casa de Altos Estudios en el año 1815 por parte del gobierno colonial del brigadier Don Carlos Urrutia.
López de Medrano vivió en su suelo natal hasta 1805, momento en que los enfrentamientos entre las tropas del ocupante francés general Louis Ferrand y el presidente haitiano Jean Jacques Dessalines se recrudecieron por el control de la parte oriental de la Isla de Santo Domingo. A los 25 años emigró junto a su familia a Venezuela, país donde obtuvo el título de Bachiller en Filosofía y Letras el 20 de mayo de 1806 en la Real y Pontificia Universidad de Santiago de León de Caracas, para luego asumir entre el 18 de septiembre y el 20 de junio de 1808 el cargo de profesor sustituto de la cátedra de Filosofía en lugar de su titular Dr. Alejandro de Echavarría, quien para entonces estaba muy enfermo. También se le nombró Examinador de Distribución de Premios a los Estudiantes y Artes para Replicar en Varios Actos Literarios de la Capilla del Real Colegio, según certificación expedida el 19 de enero de 1809.
López de Medrano regresó a Santo Domingo a principios del año 1810, luego del triunfo de la Guerra de la Reconquista encabezada por el brigadier Juan Sánchez Ramírez, para un año después (1811) contraer nupcias en la Catedral de Santo Domingo con la dama Francisca Flores Hirujo.
Desde finales de 1810 ocupó las cátedras de Latinidad y Retórica en el Colegio Seminario de Santo Domingo. Asimismo, ocupó la cátedra de profesor en Medicina en la Universidad de Santo Domingo y el 2 de septiembre de 1813 optó por la cátedra de Filosofía y la gana en un concurso por oposición. Esa cátedra fue creada por el arzobispo Don Pedro Valera y Jiménez, siendo instalada en el Palacio Arzobispal de Santo Domingo.
En 1820 fue elegido Vicerrector de la Universidad de Santo Domingo y luego ocupó de forma interina la Rectoría de ese Centro de Altos Estudios a partir de mayo de 1821 hasta los primeros meses del año 1822, fecha en que se produjo la ocupación haitiana encabezada por el presidente Jean Pierre Boyer. En ese momento la mayor parte de los profesores y estudiantes emigraron hacia el exterior, lo que motivó el cierre automático de las puertas de esa academia de estudios superiores.
No obstante, hay que destacar que el 1ro. de julio de 1822, con motivo de la reinstalación de la Universidad de Santo Domingo y la reapertura de las clases, el doctor López de Medrano[1] pronunció un discurso laudatorio al gobierno encabezado por Boyer, donde informaba que éste había nombrado una comisión integrada por los dominicanos, el vicario doctor José Gabriel Aybar; el Decano del Tribunal Civil, licenciado José Joaquín del Monte; el Juez de Paz de la Común de Santo Domingo, José de la Cruz García, y el Comisario del Gobierno, Tomás Bobadilla y Briones, quienes tenían por encargo elaborar un plan para la reapertura de la institución de educación superior. En esa pieza oratoria, López de Medrano informó que el plan elaborado por la comisión recomendaba la instalación de:
Una cátedra de Moral que no se enseñaba aquí; cátedras de los dos derechos, de medicina, de filosofía, de latín, y los primeros rudimentos de la lengua: facultad de importancia tan notoria que es superfluo describirla. Después de haberlas equipado suficientemente, como nunca antes ellos lo habían estado, desde su creación primitiva, después de ratificar el suceso del Claustro, S. E. elevó a Rector al ciudadano Doctor Francisco González Carrasco, por invitación del cual yo tengo el honor de discursear en estos momentos. Ella eligió, confirmó e instaló algunos profesores, de los cuales no diré nada, ya que me encuentro entre ellos, y Ella se reposa en la confianza invariable que la solución debe corresponder a sus intenciones manifestadas.[2]
Los académicos más destacados que emigraron en el transcurso del año 1822 hacia Venezuela, Puerto Rico, Cuba y México, fueron el licenciado José Núñez de Cáceres, el canónico Manuel Márquez, el doctor Antonio María Pineda -quien había sido Vicepresidente del Estado Independiente de Haití Español y enviado especial ante la Gran Colombia- y el doctor en Medicina y filósofo Andrés López de Medrano. De López de Medrano y Núñez de Cáceres el historiador dominicano Franklin Franco Pichardo expresa:
López de Medrano y Núñez de Cáceres fueron los dos académicos mejor formados de su época. Pero el segundo dedicó más tiempo a las labores administrativas del alto cargo que desempeñaba como miembro del aparato burocrático colonial. López de Medrano, en cambio, se compenetró mucho con la labor docente y para esas actividades escribió para sus alumnos un libro de texto: ‘Tratado de Lógica’, que es el primer aporte importante dominicano a esa ciencia.[3]
En ese mismo orden, Franco Pichardo observa:
Oportuno es que subrayemos que en esta obra el profesor dominicano aceptó como válidos los principales principios expuestos por el filósofo Condillac (1715-1800), uno de los teóricos del sensualismo filosófico quien con su ‘Tratado de las Sensaciones’ (1754) contribuyó a socavar la ideología clerical, o la escolástica; y, por tanto, a la generalizada creencia de las ideas innatas o de origen divino. Dentro de ese plano, López de Medrano se afilió al pensamiento más avanzado de la época, aunque en su obra hay pasajes donde afloran concepciones que evidencian la presencia, aún débil, de reminiscencias escolásticas, detalle que permite también resaltar muchos aspectos eclécticos en su texto. Pero esto último se comprende mejor si se toma en cuenta que su ‘Tratado de Lógica’ para poder ser aprobado como libro de enseñanza, tuvo que pasar por la censura eclesiástica. Esto se pone en evidencia al recordar que el arzobispo Valera, director del Seminario, fue factor decisivo para que su texto fuese aceptado; a quien precisamente reconoce en su prólogo López de Medrano, como su ´Mecenas´.[4]
1.- Pensamiento y ejercicio político liberal
López de Medrano ejerció la política activamente en la colonia de Santo Domingo, llegando a ocupar los cargos de Síndico Procurador, Regidor del Ayuntamiento de la Ciudad de Santo Domingo, alcalde de Segunda Elección durante el período de la España Boba entre los años 1819-1821 y miembro del Ayuntamiento de la Ciudad de Santo Domingo entre 1821 y 1822, luego de la proclamación del Estado Independiente de Haití Español.
Sobre la postura asumida por López de Medrano ante la crisis institucional por la que atravesaba la colonia española de Santo Domingo a principios de la década de 1820, el historiador Roberto Cassá expresa:
Fue quien con más decisión adoptó una resuelta postura democrática, en una dimensión que replanteaba el funcionamiento de la política del país. En tal sentido, en el plano doctrinario con López de Medrano comenzó el prolongado discurrir del liberalismo decimonónico dominicano. Y, al mismo tiempo, fue la primera figura que dio pasos prácticos para la defensa de la propuesta liberal, fundando el primer partido político de la historia dominicana, el Partido Liberal, dirigido a terciar en las elecciones de 1820. Esta formación se enfrentó a la corriente partidaria del mantenimiento del absolutismo, encabezado por el canónigo, José Márquez. Por primera vez se compuso en el país un texto destinado a fundamentar una opción política.[5]
En su “Manifiesto del Ciudadano Andrés López de Medrano al Pueblo Dominicano en Defensa de sus Derechos”, a propósito de las Elecciones Parroquiales del 11 al 18 de junio de 1820, momento en que aún prevalecía la esclavitud en Santo Domingo, éste esboza su concepción liberal ilustrada sobre el ser humano y sobre los derechos que le asisten, entre ellos la libertad de pensamiento, cuando sostuvo:
No habiendo nacido el hombre para sí mismo, sino para la sociedad, a quien pertenece por las relaciones que le rodean, es su deber conspirar a su fomento de cualquier modo que le sea útil. Entre los medios de auxiliarla ninguno es más adecuado que el de expresar los pensamientos sin coartaciones depresivas, que han impedido perseguir el vicio sin embozo, proteger la virtud sin menoscabo, acusar con entereza al infractor de las leyes y afianzar la seguridad de todos en la recíproca e individual.[6]
Sin duda alguna, López de Medrano tenía una concepción muy avanzada sobre el ser humano, al plantear que éste tiene razón de ser en la medida en que, con su actuación, contribuye al progreso y desarrollo de la sociedad por diferentes vías, destacando entre ellas la expresión del pensamiento con entera libertad, la lucha contra el autoritarismo y todo tipo de coacción que conduce a la democracia plena, la persecución de los vicios y la corrupción, la preservación de la virtud que contribuye a la creación de ciudadanos probos y altruistas, el cumplimiento estricto de la ley como máxima que debe regir para todos y entre todos los ciudadanos y el afianzamiento de la seguridad ciudadana de todos, tanto en sus derechos sociales como individuales, sin importar su condición social, su color de piel, su credo religioso y político y su vínculo o distanciamiento con los diferentes resortes de poder fáctico.

López de Medrano levanta su voz de protesta contra los sectores esclavistas que por varios siglos habían mantenido en la más terrible degradación humana a los sectores más humildes del país, sometiéndolos a la esclavitud más vil y a la ignorancia más envileciente, al tiempo que proscribían de forma permanente la libertad de imprenta para impedir que los sectores con ciertas luces intelectuales contribuyeran a la difusión de las ideas ilustradas que pudieran insuflar en el pueblo dominicano el espíritu de lucha que le permitiera alcanzar los ideales de democracia y libertad plenas. Veamos:
El egoísmo de los Magnates, que habían erigido su engrandecimiento sobre la ruina de sus semejantes, en nada más se esmeró que en condenar perpetuamente la libertad de imprenta, enervando el espíritu de los doctos, esterilizando el germen de la Ilustración y sofocando la luz que de tiempo en tiempo aparecía ocultamente en la capacidad. Era preciso para mantener en su vigor este predominio acrecentar la ignorancia en vez de destruirla, incrementar los errores en vez de labrar el desengaño y obstruir con actividad la difusión de ideas que conducen a la verdadera gloria.[7]
De igual manera, describe el grado de degradación social y moral en que se encontraba el pueblo dominicano, producto de las imposiciones, arbitrariedades y las persecuciones inquisitorias a que el mismo fue sometido por parte de los sectores burocráticos coloniales prohispánicos, llegando incluso al extremo de la pérdida de la dignidad humana. Citamos:
Acostumbrado el pueblo por esta causa a obedecer por rutina, a moverse por los resortes de la voluntariedad, como si fuera un autómata, y a temer con sobrado fundamento los horrores de la bárbara Inquisición, el azote de la tiranía y los caprichos de un ministerio corrompido, no sólo perdió su primitiva grandeza, olvidó su dignidad y se convirtió en juguete de sus opresores, sino que caminó con pasos acelerados a su degradación, como el que es llevado al sacrilegio por las sendas de la religión, o el que traga la muerte en la copa que brinda la salud; de manera que es inconciliable se hablase en las Españas de instrucción, de enseñanzas, de educación, de buen gobierno, igualmente que se ponían enormes trabas, reiterando severas prohibiciones de leer y escribir lo que conviene, único producto de adquirir los adelantos; único rocío que hace pulular la erudición. ¡Qué grado de brillantez no nos distinguiera con asombro de las naciones más cultas, si hubiéramos soltado como ahora tan precisos diques! Véase esta verdad por los progresos en ocho años, a pesar de haberse interrumpido su carrera.[8]
Ese es el panorama que nos presenta López de Medrano previo a la aprobación de la Constitución de Cádiz en 1812 en medio de la lucha librada contra la dominación francesa de José Bonaparte en la Península Ibérica, período a partir del cual se lograron ciertos progresos en la colonia española de Santo Domingo, pero donde aún se mantenía incólume la degradante esclavitud patriarcal de la población descendiente de negros provenientes del África Occidental. Es por esa razón que este pensador ilustrado destaca con mucho júbilo los avances alcanzados por España y sus colonias a partir de la inclusión en la Constitución de Cádiz del artículo 371 y resalta el rol jugado por los honorables Diputados que la aprobaron. Veamos sus palabras:
Estas y otras razones constantes en los diarios de nuestras memorables Cortes impulsaron al Supremo Congreso a decretarla en el artículo 371 de la Constitución que hemos jurado con júbilo inimitable. Esos varones ilustres, superiores a los célebres de Plutarco, que firmaron este sagrado código, dictado más por el cielo que formado por los hombres: esos Padres de la patria, intérpretes de la voluntad general, acérrimos defensores de la libertad: esos beneméritos Diputados, dignos Representantes de una Nación magnánima, heroica y aguerrida, no menos que Redentores su existencia contra las falanges del formidable Bonaparte, previeron profundamente que no se llegaría al complemento de sus importantes designios si no se abatía el despotismo; que este monstruo no descendería de su elevado puesto, si no se derribaban las columnas que le sostenían, que son las preocupaciones; que no se conseguiría este hermoso triunfo si no se sembraban sin exclusión las saludables doctrinas que le anteceden, y que jamás se exterminaría el idiotismo, que como un contagio se ha propagado, inficionando a los mismos literatos, sino se adoptaba con franqueza esta medida.[9]
Por otro lado, López de Medrano critica a los integrantes del antiguo Cabildo de Santo Domingo, que se consideraban superiores a los nuevos ediles electos por no ser éstos de sangre noble o azul como ellos, pretendiendo descalificarlos con los motes de inferiores y objetando sus calidades para gobernar adecuadamente la ciudad. La voz enérgica de este hombre de grandes luces se alza contra esta injusticia y proclama que todos los hombres, sin importar su oficio o condición social, tienen derecho a representar dignamente a la ciudad de Santo Domingo en el Cabildo. En ese orden indicó:
Por lo mismo ignoro los motivos de que se irrogue inferioridad a los nuevos capitulares. Sin apoyarme en aquellas comparaciones, que suelen mirarse caprichosamente, ni agraviar a alguien, de lo que dista mi aserción, hallo que en general los del antiguo Cabildo no son de mejores cualidades que los del constitucional, a no ser que el haber comprado esos oficios, según he apuntado, y en ellos la finca de sus atribuciones, instituya una razón de disparidad, que no se encuentra en sustancia. Aun cuando se pudiere oponer en controvertido alegato que eran de los que viven de un tráfico, que utilice a la sociedad, de un taller, de una pulpería, de un almacén, es incontrastable que no los rebajaría este concepto, así como tampoco los elevaría al ser de otro destino. El Zapatero, el Talabartero, el Herrero, el Tonelero, el Carpintero, el Albañil, el Sastre, el Pintor, el Músico, todo laborioso, todo artista puede ser tan excelente Ciudadano, como un Consejero de Estado, y un Diputado de Cortes. Digámoslo de una vez: el talento, las luces, la integridad, modales irreprensibles son las bellas disposiciones, la legítima actitud para ser hombre público, y las mismas que produjeron insignes cónsules en Roma, prudentes legisladores en Atenas, esforzados capitanes en Tebas, Lacedemonia y Cartago, famosos generales en la Francia, sabios economistas en Inglaterra y Genios celebérrimo en todas partes: verdades que veneramos a larga distancia y que entre nosotros cosquillean al amor propio por vanidad, por preocupación o costumbre. Ya es tiempo, pues, de deponer esos crasos errores, que con visible detrimento de nuestros negocios ha patrocinado solo la estupidez y máximas absurdas: de no arrebatarnos más por lo ilusorio de afecciones accidentales, vinculadas a la caducidad, que por lo esencial de los predicamentos morales, que albergan la mejor idoneidad: de comprender que entonces es una Nación más libre, más soberana y más pujante en sus enlaces cuando puede subvenir a sus necesidades con más energías por el acopio de recursos, que traen las profesiones, las artes, y todo género de industria.[10]

Hay en las ideas de López de Medrano un sabor a pueblo inconfundible, donde enfrenta abiertamente las ideas monárquicas y autocráticas y rechaza el espíritu elitista de la minoría burocrática colonial que se cree la clase predestinada a ejercer el gobierno, ya sea local o nacional. De igual manera, se ponen de manifiesto sus ideas de progreso, las cuales se expresan en el alto puesto que le reserva a la ciencia, al arte y a la industria en el proceso de desarrollo del país con el propósito de construir una Nación libre, soberana y próspera que satisfaga las necesidades más perentorias de sus conciudadanos, haciendo caso omiso a los nocivos engreimientos de algunos que pretenden dividir a la población en ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda, pretendiendo con ello adquirir mayor preponderancia, sin importarle el envilecimiento de las grandes mayorías.
En virtud de sus ideales democráticos, liberales e independentistas, López de Medrano apoyó de forma decidida el proyecto de Independencia que encabezó el licenciado José Núñez de Cáceres. La vinculación activa de este importante intelectual a esa causa noble motivó que se le designara nuevamente como miembro del Ayuntamiento de la Ciudad de Santo Domingo, razón por la cual tuvo que participar de la ceremonia del 9 de febrero de 1822 en que el prócer Núñez de Cáceres entregó simbólicamente la llave de la ciudad al presidente haitiano Jean Pierre Boyer.
2.- Exilio definitivo en Puerto Rico
El 9 de septiembre de 1822, López de Medrano se refugia con su esposa Francisca Flores Hirujo y sus hijos Andrés Manuel, José Jacinto y Francisca Bárbara en la vecina isla de Puerto Rico, estableciéndose en las ciudades de Aguadilla, Mayagüez y Ponce. Al llegar a Puerto Rico fue hecho prisionero bajo el alegato de haber conspirado contra el gobierno español en Santo Domingo y, al cabo de un tiempo, residiendo en Aguadilla, el gobernador de Puerto Rico, Miguel de la Torre, en 1826 le encomendó una misión sanitaria en Mayagüez; en 1832 fue electo Síndico Procurador del Ayuntamiento de la Villa de Aguada y en el año 1836 se traslada a Mayagüez, momento en el que se alejó de la política y se dedicó fundamentalmente a realizar actividades masónicas.
En el año 1839 López de Medrano se trasladó a la ciudad de Ponce, donde, tras la muerte de su primera esposa, contrajo matrimonio por segunda vez. Allí ejerció el periodismo y se reintegró a la labor educativa. En esa ciudad ocupó la posición de director de la Escuela Pública de Ponce entre noviembre de 1847 y mayo de 1852, fecha en que se retira a su hogar. López de Medrano falleció en Ponce, Puerto Rico, el 6 de mayo de 1856.

3.- Lógica empirio-sensualista y racionalista de Andrés López de Medrano
El primer texto de lógica escrito en la isla de Santo Domingo lo escribió el intelectual criollo Andrés López de Medrano. Esa obra lleva por título “Lógica” y tiene como subtítulo “Elementos de Filosofía Moderna Destinados al Uso de la Juventud Dominicana”, elaborado por el Dr. Andrés López de Medrano en el año 1813 y publicado en la imprenta de la Capitanía General de Santo Domingo en el año 1814.
Este libro es, sin duda, la primera obra de filosofía escrita y publicada en el país y una de las primeras de América Latina bajo el influjo del movimiento intelectual de la Ilustración. En López de Medrano se podría destacar un conjunto de primicias que lo catapultan como uno de los intelectuales criollos más destacados en las primeras décadas del siglo XIX, entre las que resaltan:
-Es el primer filósofo y primer lógico de República Dominicana, al abordar con un sentido propio y nivel crítico los conceptos, las proposiciones, los razonamientos, las ideas y los sofismas.
-Es quien introduce la modernidad en filosofía y en ciencia en nuestro país, con la implementación del método inductivo de Francis Bacon y con la asunción de la lógica empirista de Esteban Bonnot de Condillac, David Hume y John Locke.
-Es quien reconoce en República Dominicana la importancia de relacionar la filosofía con la educación, con el fin de formar ciudadanos con un sentido más humanista y mayor erudición, como forma de contribuir al engrandecimiento de la patria.
-Es quien introduce al país la hermenéutica del texto en un sentido moderno, logrando adelantarse en casi dos siglos a los grandes teóricos de la hermenéutica reciente, como Martín Heidegger, Hans-Georg Gadamer, Jürgen Habermas y Gianni Vattimo, entre otros.
-Es quien desarrolla el espíritu de criticidad en República Dominicana, a través de la implementación del denominado arte crítico, para lo cual recurre a una serie de reglas que aplica de forma muy rigurosa y atinada.
-Es el primer gnoseólogo y epistemólogo dominicano, ya que aborda de forma profunda los principales obstáculos del proceso de conocimiento y destaca la importancia capital del uso del método en la investigación científica.
-Es quien introduce al país la duda metódica del filósofo francés René Descartes y el primero que duda metódicamente en el proceso de aprehensión de la verdad científica.
-Es el primero en reconocer la gran utilidad de la dialéctica como método de discusión, en virtud de lo cual hace una recuperación de la mayéutica socrática y de la dialéctica platónica y aristotélica.
-Es quien introduce a República Dominicana la filosofía de la historia a través del desarrollo e implementación de una serie de reglas que les sirven de orientación a los historiadores para realizar una labor idónea para el engrandecimiento de la nación y de la humanidad en sentido general.
-Es el más importante pensador ilustrado de República Dominicana en las dos primeras décadas del siglo XIX, lo cual se expresa en sus ideas novedosas de librepensador, cuando abraza como sus causas principales la libertad de pensamiento, la libertad de imprenta y el respeto a los derechos más fundamentales del ser humano.
-Es el precursor de la democracia como sistema de gobierno en el país, al enfrentar el absolutismo monárquico tradicional prevaleciente, al crear el primer partido político liberal dominicano, al postular que todos los sectores sociales del país tienen derecho a elegir y ser elegidos para las diferentes funciones públicas, sin importar su procedencia social y rechazando todo tipo de prejuicio socio-político, y, al plantearse, como un aspecto central, la defensa de la soberanía nacional y el desarrollo de las profesiones, la industria y las bellas artes como medios expeditos para lograr el progreso sostenido de la Nación Dominicana.
4.- Influencias empiristas, sensualistas y racionalistas en su Lógica
La lógica de López de Medrano toma como punto de partida el empirismo prevaleciente entre los siglos XVII, XVIII y XIX, en ocasiones fundamentado en el empirismo innatista del inglés John Locke; en algunos casos influidos por el empirismo sensualista del francés Esteban Bonnot de Condillac y, en otros, en el empirismo subjetivo o psicologista de los filósofos ingleses David Hume y Georg Berkeley.

Sin embargo, López de Medrano no logró desembarazarse del todo del enfoque tradicionalista de Aristóteles, de la filosofía escolástica del Medioevo forjada por el padre de la Iglesia Católica Santo Tomás de Aquino, de la filosofía racionalista de Descartes, del panteísmo racionalista del hispano-holandés Baruch de Spinoza y de la visión ilustrada moderada del sacerdote benedictino español Fray Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro. En ese sentido, el filósofo dominicano Juan Francisco Sánchez expresa sobre López de Medrano, su pensamiento y su obra, lo siguiente:
Enseñó Lógica en nuestra ciudad por un buen rato, y muestra de su interés por tan austera disciplina en su Tratado de Lógica, que escribió para sus discípulos. Este tratado, que por su poca extensión y escaso desarrollo de los temas merece mejor el calificativo de ‘elementos’ -como él mismo le llama al principio de la obra-, tiene, no obstante, para nosotros los dominicanos, una gran importancia; en primer lugar es el único tratado sobre la materia escrito por un dominicano en todo nuestro pasado filosófico; en segundo lugar, marca el abandono definitivo de la tradición logicista escolástica en la enseñanza podría decir ‘oficial’ universitaria, tradición que ya venía siendo atacada desde mediados del siglo XVIII. En este ambiente de rebeldía se educaron López de Medrano y Antonio Sánchez Valverde, el típico ‘rebelde’ dominicano que más tarde inicia en Caracas el movimiento anti-aristotélico venezolano según nos cuenta Caracciollo Parra. Sabido es que la enseñanza universitaria de la lógica se guio exclusivamente durante los siglos XVII y XVIII por el tratado del Padre Rubio, cuyo prestigio en Hispanoamérica alcanzó tal grado, que no sólo lo vemos repetidamente aconsejado, sino impuesto por los Superiores de las Órdenes de América, como bien puede verse por la Real Provisión del 29 de octubre del 1605. Como Sánchez Valverde, López de Medrano pertenece al grupo de nuestros ‘modernos’, es decir, de aquellos espíritus inquietos que pugnaban por la renovación de las ideas tradicionales en filosofía, introduciendo elementos empiristas, psicologistas y sensualistas, provenientes de Newton, Locke, Galileo, Condillac, etc. Sin embargo, nuestros ‘modernos’ no los son sin ciertas trabas y reservas. Sobre ellos gravita el peso de la tradición cultural colonial, y a cada paso se evidencia el cuidado que ponen en no chocar violentamente en punto a teoría con cuestiones que pueden rozar con la fe, como por ejemplo el problema de la naturaleza del alma. Esto los hace ser cautos y tibios en las cuestiones decisivas, en cuyo caso se deciden casi siempre por una fórmula ecléctica transaccional que les permita la protesta y hasta la burla, al mismo tiempo que dejan sentado bien claro que son tan fieles tomistas como se puede ser.[11]
Está claro que López de Medrano hizo un gran esfuerzo por desembarazarse de la visión aristotélica y escolástica en lógica, cosa que no logra del todo, e intenta fundar su propuesta logística en la entonces avanzada orientación filosófica empirista. No obstante, es el primero que se propone romper con la tradición tomista prevaleciente en el país desde el proceso de conquista y colonización de la Isla de Santo Domingo en el año 1492, muy a pesar de dedicar su texto al padre arzobispo Pedro Valera y Jiménez, quien era en 1814 la máxima autoridad eclesiástica del país y tenía una gran apertura para con las ideas modernas en filosofía. Este, antes de acoger el libro de López de Medrano como manual en las aulas del Seminario Mayor que dirigía, había autorizado la enseñanza de la lógica sensualista de Condillac. Al ampliar este aspecto, el filósofo dominicano Rafael Morla expresa sobre López de Medrano y su texto de lógica, lo siguiente:
Muestra dominio de la materia, gracias a lo cual salen a relucir sus conocimientos no sólo de la lógica de Aristóteles, sino también de las escuelas epistemológicas principales de la modernidad: el empirismo y el racionalismo. Dos autoridades cita, con frecuencia; son ellas John Locke y Esteban Bonnot de Condillac. Otras figuras a las que hace referencia son Descartes y Leibniz. Ante todo, es notable la influencia de Condillac, en la obra objeto de comentario. Sin embargo, López de Medrano se muestra abierto a las diferentes corrientes del pensamiento moderno. Ello hace que se revele ante el estudioso como un ecléctico, que toma ideas de uno y otro sistema, de las diferentes escuelas y de los más variados pensadores. Es un moderno, pero en él pesa la tradición, forcejea con muchas ideas de contenido escolástico y colonial, pero le anidan sus temores, reivindica la libertad de crítica y de pensamiento, pero no puede sacudirse de todo el viejo paradigma de ideas, objeta el criterio de autoridad, pero coquetea con los representantes del poder real, como un mecanismo de sobrevivencia en medio de las adversidades. López de Medrano no vacila en adoptar abiertamente la doctrina de Condillac al extremo de concluir su obra, haciendo un llamado final, donde proclama a los cuatro vientos la necesidad imperiosa de ir al estudio de las obras del filósofo francés. No obstante, lo anterior no impide según el parecer de Juan Francisco Sánchez, ‘que a veces se cuelen, queriendo o no, ideas de tipo escolástico tradicional que lo pone en contradicción consigo mismo’. Toda la vida social y política de López de Medrano fue la de un ciudadano ejemplar. Su propia filosofía tuvo salida práctica en el contexto de la sociedad de su época. Esto es, no sólo fue un filósofo moderno, también fue un político ilustrado, que abrazó los ideales emancipatorios de su época. Consecuente con sus ideas, en la década del 20, del siglo XIX, aparece junto a José Núñez de Cáceres y Bernardo Correa y Cidrón, como uno de los ideólogos principales del frustrado movimiento independentista del 1821, que pretendía vincular la República Dominicana a la Gran Colombia.[12]
5.- La filosofía de la historia de Andrés López de Medrano
Tras cumplirse 211 años de la publicación de la trascendental obra de Andrés López de Medrano, que lleva por título “Lógica”, y subtitulada “Elementos de Filosofía Moderna Destinados al Uso de la Juventud Dominicana”, propicia es la ocasión para abordar un aspecto clave de su pensamiento, que es el relativo a su Filosofía de la Historia, plasmado en el contenido del último capítulo, que lleva por epígrafe: De la autoridad y el arte crítico.

La perspectiva filosófica de Andrés López de Medrano está profundamente influida por una diversidad de filósofos y pensadores desde la antigüedad hasta la época contemporánea, que va desde Epicuro, Platón, Aristóteles, Averroes, Fray Melchor Cano, John Locke, René Descartes, Godofredo Leibniz, Étienne Bonnot de Condillac, Daniel Huet, Verney, Genuensis y Valdinotis, así por Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro,[13] algunos de los cuales pusieron sus énfasis especiales en el racionalismo, otros en el empirismo y en el sensualismo, mientras que varios de ellos consideraban como algo enteramente posible conciliar la experiencia y la razón en un mismo enfoque.
Su filosofía de la historia está signada por la concepción que tuvo gran influencia en su época, la ilustración, cuyos máximos representantes Denis Diderot, Jean Le Rond D’ Alembert, Juan Jacobo Rousseau, Barón de Montesquieu, Voltaire, Étienne Bonnot de Condillac, Pedro Rodríguez de Campomanes, Feijoo y Montenegro y Gaspar Melchor de Jovellanos, entre otros, eran del parecer que todos los fenómenos del universo debían y podían ser objeto de una reflexión profunda por parte de la razón o debían haber pasado por el fuego forjador de la experiencia.
La filosofía de la historia de López de Medrano se centra en el enfoque de aspectos tan estelares como la autoridad entre los sabios, la relación entre modernidad y antigüedad, los testigos, el crédito que se otorga a diferentes tipos de historiadores, el papel de la tradición y de los monumentos en el examen del pasado, la corrupción de los libros y las múltiples formas de demostrar la veracidad de los textos y de sus autores.
Autoridad de los sabios y arte crítico
Andrés López de Medrano critica acremente el criterio de autoridad de los sabios, hasta el punto de afirmar que sólo la autoridad divina es infalible y que aún la de los santos, aunque merecen gran veneración, no es inmune a un examen minucioso a partir de la razón en que se apoya, ya que no aportan argumentos ciertos en el ámbito de las ciencias, como es el caso de las ciencias naturales.
Esta crítica demoledora contra todo criterio de autoridad per se, es muy importante, ya que no deja sobre sus pies ni siquiera a los venerados santos de la Iglesia, ya que considera que sus actuaciones y razones deben ser sometidas a un examen sopesado, concienzudo y escrupuloso. Esto significa que todo debe ser sometido a crítica, sin importar a quienes afecte, ni cuales santos se caigan de sus altares.
López de Medrano atribuye a la excesiva diferencia de autoridad entre los sabios, el surgimiento de una multiplicidad de errores antiguos, como la imposibilidad de las antípodas, la región del fuego, el horror al vacío, la imponderabilidad del aire, la generación de insectos debido a la putrefacción (teoría refutada de la generación espontánea) y otros aspectos que habían sido resueltos por las investigaciones modernas.
Aunque López de Medrano habla de errores antiguos, resultantes de la excesiva diferencia de autoridad entre los sabios, es justo destacar que no sólo se refiere a los sabios de la Antigüedad, sino que con ello cuestiona profundamente el conjunto de errores cometidos durante la Edad Media y la Edad Moderna, a causa de la excesiva autoridad de la Iglesia, no solo en materia de teología y religión, sino también en materia de filosofía, astronomía, física, biología y en otras áreas del saber.
De igual manera, López de Medrano sostiene que de la autoridad de los navegantes derivan errores como la teoría de los vórtices cartesianos o de los torbellinos que había postulado René Descartes, lo que le lleva a afirmar que ni la novedad hace más ciertas las opiniones, ni la antigüedad por sí misma añade peso alguno a la verdad. López de Medrano aprovecha esto para aseverar que en los antiguos se encuentran más errores que entre los modernos, ya que aquellos no disponían del método crítico ni con los instrumentos de que dispusieron los modernos.
Si bien es cierto que la utilización del método crítico y de los instrumentos modernos de medición en los procesos de investigación, permitió más fácilmente detectar y prevenir los errores, no es menos cierto que parece arriesgada la afirmación de López de Medrano de que en los autores antiguos se encuentran más errores que entre los modernos. Esto así porque es necesario recordar que gran parte de las teorías desarrolladas durante la modernidad y posteriormente, casi siempre son el resultado de previsiones geniales realizadas por autores antiguos con poco o ningún método de conocimiento o instrumental de precisión a su alcance.
En lo que no hay lugar a equívoco es en la conclusión a que arriba López de Medrano sobre el criterio de autoridad de los sabios, cuando afirma:
Concluyese pues, que la mera autoridad humana, por ilustre que algún hombre sea, o la misma opinión de los Doctores, no nos exime de un atento examen, pues el que busca la verdad está obligado a discutir con imparcialidad sin atender a consideraciones de antigüedad, novedad, calidad y cantidad de autores.[14]
Con esta conclusión López de Medrano deja meridianamente claro que en el proceso del conocimiento crítico no hay vacas sagradas ni altares que respetar, ya que el único compromiso contraído es con la verdad, la cual se obtiene, tal como la concibió Descartes y la concretó Leibniz, mediante evidencias inobjetables, a saber: evidencias de razón (donde el criterio de verdad son las evidencias matemáticas); evidencias de los sentidos (donde el criterio de verdad son las evidencias físicas) y evidencias de autoridad (donde las evidencias morales son el criterio de la verdad histórica).
Al profundizar el aspecto de la verdad histórica, López de Medrano asume la perspectiva de Genuensis y Valdinotis, cuando recomiendan recurrir a jueces genuinos y bien conocidos; al sentido íntimo o conciencia ecuánime; al consenso de los sabios, así como a los que mejor hayan usado la recta razón, como forma de distinguir con certeza las evidencias verdaderas de las falsas.
Los testigos en la Historia
Al examinar el rol que juegan los testigos en el proceso de búsqueda de la verdad histórica, López de Medrano expresa que es necesario considerar cuatro aspectos diferentes, a saber: número, calidad, asunto y forma de exponerlo.
En lo relativo al número de testigos, López de Medrano sostiene que depende de los hechos y de las circunstancias. Al respecto expresa que si el testimonio de varios testigos procede del testimonio de un mismo individuo, se han de considerar como uno, ya que según el derecho, testimonio de uno, es testimonio de ninguno. Esto quiere decir que para que se acepten como buenos y válidos los testimonios de varios testigos, es necesario saber su procedencia y, de igual modo, tener claro si éstos no representan un interés mezquino o particular.
La calidad se refiere a la reciedumbre moral de los testigos. En ese sentido, López de Medrano expresa que puede ser tal la calidad o trascendencia de un testigo que se constituye él, por sí solo, en la máxima autoridad de un determinado proceso. También afirma que el testigo ocular debe ser preferido al testigo de oídas. Pero sobre todo, le da carácter preeminente al de mayor elevación en ciencia y probidad, ya que considera preferible el testimonio de los más probos, cuando testifican por propio conocimiento, porque, en casos contrarios, se exponen a ser seducidos. Esto significa que en todo proceso de búsqueda de la verdad histórica siempre es necesario tomar en cuenta el testimonio de los testigos oculares y de las personas con mayor probidad moral e intelectual.

López de Medrano manifiesta que cuando en una materia se presentan circunstancias contradictorias, la búsqueda de la verdad se torna muy difícil o casi imposible, y que, por tanto, es necesario que personas íntegras e ilustradas atestigüen lo mismo con iguales palabras, sean éstos testigos oculares o juramentados. Por eso sostiene que es siempre importante tomar en cuenta el nivel de desorientación o turbación de los testigos, y las diferencias que se presentan en su relato, porque ello permitiría determinar el nivel de falsedad o veracidad de lo expresado por éstos en sus testimonios.
El modo de narrar lo acontecido es importante para determinar la veracidad de lo expresado. En ese sentido, López de Medrano asegura que son dignos de poco crédito los que hablan como los poetas. Asimismo, es del parecer que merecen mayor crédito los oradores mientras no sean declamadores ni panegiristas, principalmente de personas vivientes. Sin embargo, considera dignos de fe a los historiadores que desnudan y simplemente narran o describen, si en ellos concurren las circunstancias descritas.
Es evidente que hay un prejuicio muy marcado en López de Medrano frente a los poetas, a los declamadores y a los panegiristas, por considerar que ellos envuelven la verdad en subterfugios o sofismas verbales. Esto en ocasiones ocurre o puede ocurrir, pero esa posibilidad no se puede tomar como una verdad absoluta. Entretanto, existen historiadores que aparentemente desnudan la realidad o narran o describen de forma convincente los hechos, pero igualmente están expuestos a cometer faltas graves en la búsqueda de la verdad, sin que necesariamente llenen las expectativas que han creado.
Reglas para otorgar crédito a los historiadores
Andrés López de Medrano postula seis reglas que es necesario observar para otorgarle crédito a las ideas y a los hechos que consignan los historiadores en sus narraciones.
Primera regla: Que se examine su ciencia y que su probidad se demuestre por su vida, por sus libros y por la congruencia de los hechos que narra[15]. Esta regla es importante porque pretende determinar si el historiador tiene la formación adecuada para examinar con rigor y objetividad los hechos y procesos que somete a enjuiciamiento crítico. Así mismo, toma como referencias evidencias concretas como la revisión de su trayectoria de vida, la lectura crítica de sus obras y el examen minucioso de los hechos que narra, a fin de determinar su veracidad o no.
Segunda regla: No son dignos de fe los que se dejan llevar por sus propias preocupaciones o prejuicios o por las del vulgo, o son indulgentes con algunas de las partes[16]. Esta regla postula varias cosas muy positivas, pero al mismo tiempo hay una que refleja negatividad y prejuicio de clase. Es indiscutible que un historiador que se deja llevar por sus preocupaciones o prejuicios no puede abordar con objetividad y sentido crítico los hechos que examina. De igual manera, tampoco puede ser digno de crédito si es indulgente con algunas de las partes envueltas en los procesos sociales e históricos que analiza. Pero es totalmente incierta y prejuiciada la afirmación de que un historiador no debe tomar en cuenta las preocupaciones “del vulgo”, vale decir del pueblo. Quien procede de esa manera está inclinando el fiel de la balanza hacia un solo lado, el de las clases dominantes, con lo cual está sesgando la investigación y le quita todo tipo de credibilidad.
Tercera regla: Los autores contemporáneos han de ser preferidos a los extranjeros y antiguos y cuanto más disten de aquella época, menos fe se les ha de otorgar.[17] Esta regla evidencia un gran desconocimiento por parte de López de Medrano en torno a los diferentes tipos de fuentes que debe consultar un historiador para hacer su narración con objetividad y sentido crítico, razón por la cual no se debe tener preferencia con algunos autores en desmedro de otros, sean contemporáneos, extranjeros o que disten de la época que será objeto de examen.
En la República Dominicana hay ejemplos de sobra de extranjeros que han hecho trabajos de investigación excelentes sobre determinados períodos históricos y/o procesos sociales, como son los casos del holandés Harry Hoetink sobre la segunda mitad del siglo XIX, con su obra “Pueblo Dominicano (1850-1900)”; del belga André Corten sobre el estado débil, refiriéndose a los estados de los dos países que comparten la Isla de Santo Domingo, República Dominicana y Haití, con su obra “El Estado débil”, así como de la italiana Vanna Ianni, quien realizó sendos estudios sobre las luchas sociales en la República Dominicana entre abril de 1984 y abril de 1986, con sus obras “Masas y revueltas, Abril 1984” y “El Territorio de las Masas, 1985-1986”, para solo mencionar tres casos.
Cuarta regla: El autor que adultera la verdad pierde todo poder fehaciente, y otro tanto acontece a los que ponen pasión en lo que narran, y los que son demasiados cuidadosos en el estilo (apegados y preocupados por la forma).[18] De esta regla asumimos como buena y válida la premisa que reza que el autor que adultera la verdad pierde poder y credibilidad en la gente. No obstante, lo correcto es afirmar que los historiadores que dan explicaciones distorsionadas sobre los hechos históricos pierden credibilidad, ya que la verdad en sí misma no puede ser adulterada o distorsionada por nadie. Ahora bien, consideramos como muy absoluta la afirmación de que quienes narran los hechos con pasión pierden credibilidad, ya que con ello se pretende obviar que los historiadores son seres humanos de carne y hueso, que tienen sentimientos y pasiones, donde lo más que se les puede pedir es que controlen al máximo el ímpetu de sus pasiones al momento de escribir sus historias, pero no despojarlas totalmente de la necesaria sensibilidad humana que debe reflejar. Otro aspecto que es necesario cuestionar es el relativo a la descalificación de que son objeto aquellos autores que son sumamente cuidadosos con el estilo en que están escritas sus obras, cuando se supone que debe ser todo lo contrario: deben ser muy bien ponderados todos aquellos que son cuidadosos con el estilo con que plasman sus obras. Para que una obra anime con fruición a la gente a leerla debe reflejar veracidad, una fina sensibilidad humana del escritor, así como un estilo pulcro, elegante y bien cuidado.
Quinta regla: Para dar asentimiento a cualquier relación histórica debemos tomar en cuenta la cualidad y dificultad del hecho histórico, la prudencia de los testigos, la edad, el tiempo, la distancia de los lugares en que se escribieron y la conformidad de todas las circunstancias; observadas todas estas cosas se ha de dar o emitir juicio hacia donde se incline la balanza y esta es la regla matemática para apreciar las cosas según la fe humana (testimonios de los hombres), según Feijoo, en su tomo quinto, discurso primero.[19] Esta regla recoge el conjunto de aspectos a tomar en cuenta para narrar y analizar los hechos históricos de forma integral y equilibrada, tratando de armonizar los factores contextuales, los factores determinantes y los factores contingentes intervinientes en el proceso, así como los factores conceptuales, analíticos y sintéticos, propios de la razón humana.
Sexta regla: Así como se tiene certeza cuando son muchos los contemporáneos que narran un hecho, de la misma manera se deduce la falsedad cuando callan muchos escritores de la época, afirman los críticos; y es lo que se llama argumento negativo, cuya fuerza depende de estas reglas: que todos los escritores contemporáneos callen; que ellos no pudieron ignorar el hecho y que no había ninguna razón para que todos callasen.[20] Esta regla evidencia que tanto en la historia como en las demás ciencias sociales es importante no olvidar la postura de clase que asumen los diferentes actores intervinientes. Es por ello por lo que si ocurre un hecho histórico que afecta a las clases dominantes, es muy probable que los historiadores que se identifican con esos sectores tiendan a no darle la relevancia debida o, en muchos casos, ignorarlo. Si no hay historiadores que se identifican con los intereses de los sectores subalternos, el hecho pasa al anonimato, hasta que en épocas posteriores surjan historiadores con sentido crítico que estén dispuestos a sacarlo del anonimato o del olvido premeditado. Esto significa que si algún hecho relevante de la historia local, de un país, de un continente o universal no ha sido debidamente abordado, podrían existir múltiples factores causales, entre los que habría que tomar en cuenta la falta de información o la omisión adrede por parte de los historiadores vinculados al poder.
La tradición y los monumentos, otras formas de examinar el pasado
En su filosofía de la historia, Andrés López de Medrano hace un aporte significativo en el enfoque de la realidad socio-histórica y cultural, cuando incorpora el estudio de la tradición oral y de los monumentos como formas necesarias para lograr un mejor acercamiento al pasado de la humanidad.
La tradición, López de Medrano la refiere a la sucesión de testigos, de los cuales los primeros presenciaron el hecho, los segundos los recibieron de éstos y así sucesivamente; la que será cierta únicamente si fue constante y nunca ha sido interrumpida.
Es evidente que su concepción sobre la tradición oral en los estudios históricos es limitada, ya que no hace referencia a las tradiciones culturales de los pueblos y campos, a la religiosidad popular, a los acontecimientos históricos que ocurren en los micro espacios cotidianos o locales, así como a otras tradiciones propias de los sectores tradicionales de poder y de los sectores subalternos.
López de Medrano conceptúa como monumentos los arcos de triunfo, columnas, inscripciones y otras cosas públicas que si son auténticas, dan fe, y todo lo contrario, si fueron erigidas por adulación.
El concepto de monumento que tiene nuestro autor es limitado, ya que no incluye las cuevas donde habitaron los primeros pobladores, las catedrales, las iglesias, los monumentos coloniales, recintos que alojan a las universidades y otras edificaciones de alta significación histórica, pero es de gran significación que ya a principios del siglo XIX los tomara en cuenta como una fuente primaria trascendente en el estudio del pasado histórico.
La corrupción de los libros
En el abordaje este tema López de Medrano es bastante absolutista, cuando afirma que casi todos los libros antiguos abundan en falsedades, porque ante el hecho de que no se había inventado la imprenta hasta mediados del siglo XV, todos fueron manuscritos.
De ahí que nadie se atreviera a afirmar que conociera, por ejemplo, el verdadero sentido de Aristóteles, cuyos escritos estuvieron ocultos por tres siglos, y que habían sido malamente dados a conocer por Averroes.
En igual sentido asegura que la ignorancia de quienes dictaban los antiguos pergaminos, la traducción a otras lenguas y los caracteres indescifrables, transformaban los escritos. Para a seguidas proceder a afirmar que gracias a la imprenta se han llegado a conocer mejor los escritos antiguos, por el cuidado puesto por los críticos en comparar los ejemplares que existen con los manuscritos que se conservan en las célebres bibliotecas.
Más adelante reconoce que no necesariamente con la aparición de la imprenta se han eliminado todos los errores, ya que no se puede asegurar que todo lo que se ha impreso con el nombre de algún autor le pertenezca, hasta no someterlo a un análisis prudente, ya que mutilar escritos, hacer interpolaciones, atribuir a otros cosas propias publicándolas con nombre fingido, ha sido en algunas ocasiones una clase de ocupación.
Si bien es cierto, que hasta la segunda mitad del siglo XV en que apareció la imprenta, eran pocos los que tenían acceso a la producción bibliográfica antigua, del Medioevo y de principios de la época moderna, no se puede afirmar categóricamente que en casi todos los libros antiguos abundaban en falsedades, ya que muchos de ellos fueron conservados de forma intacta en las bibliotecas de los monasterios, de las universidades, así como en las bibliotecas particulares de doctos de la filosofía, la teología, la filología, las ciencias y las humanidades. De igual manera, gracias al gran sabio Averroes la concepción aristotélica fue dada a conocer en España, en otros lugares de Europa y en el mundo islámico, despojada de todos los lastres de la escolástica reinante.
Reglas para demostrar la veracidad de los textos
Andrés López de Medrano formula un conjunto de reglas, relacionadas con la crítica interna y externa de los textos, que sirven de orientación para determinar el nivel de veracidad y autenticidad de los textos y sus autores. A continuación procedemos a examinar las siete reglas formuladas por nuestro autor en este aspecto:
Primera regla: Los escritos de los que no se hace mención en el siglo del autor; ni entre los contemporáneos o en sus inmediatos sucesores, generalmente se han de tener por sospechosos.[21] Con esta regla se quiere evitar que alguien pretenda hacer pasar por textos correspondientes a un determinado autor, aquellos que no han salido de su pluma y que no han sido referidos por ninguno de sus contemporáneos ni por sus sucesores inmediatos.
Segunda regla: Las obras expresamente rechazadas o puestas en duda, por los antiguos, no deben ser admitidas por los modernos.[22] Mediante esta regla se busca que autores modernos no validen textos de la antigüedad, sin tener evidencias suficientes de su originalidad, mediante referencias expresas de colegas de la misma época de los autores. En tal sentido, si la mayor parte de sus coterráneos pone en duda o rechaza que un texto determinado fuera escrito por un autor definido, los modernos deben acogerse al veredicto, a menos que tengan pruebas irrefutables de tipo estilístico, de carácter estructural o de orden contextual que permitan validarlo.
Tercera regla: El libro en el que haya opiniones contrarias a las que el autor constantemente sostiene, no parece ser de él, principalmente si es cosa de importancia y conste por otra parte, que el autor no haya retractado su parecer.[23] Esta regla tiene como fundamento un estudio pormenorizado de los argumentos y el contenido recogidos en algún texto que se atribuye a un determinado autor, a fin de compararlos con otros textos reconocidos del mismo autor, para asegurarse de que ambos no contienen opiniones contradictorias o encontradas.
Cuarta regla: El libro, en el que se citen acontecimientos o personas posteriores al autor, se ha de juzgar como apócrifo.[24] Partiendo del análisis interno de una determinada obra se hace la confrontación de esta con el contexto en que le tocó vivir al autor, para de esa manera definir si la obra es falsificada o inventada.
Quinta regla: Un libro lleno de impericias no puede atribuirse a un autor docto; ni el que abunda en cuentos (fantasías) a una persona que sea seria o sensata.[25] Con esta regla se pretende motivar la realización de un examen exhaustivo de la obra para determinar las inexactitudes, insuficiencias, torpezas, incapacidades e incompetencias, impropias de un autor docto y claro en sus puntos de vistas, para así definir si la obra es de su autoría o no.
Sexta regla: No es fidedigno el libro cuyo estilo es abiertamente opuesto a la época en que floreció el autor, o al que suele emplear el autor en otras obras.[26] Esta regla se orienta a la realización de un estudio estilístico de las obras del autor y del estilo característico de la época o de la corriente literaria, histórica o filosófica con la que se identifica, para así detectar su fiabilidad o no.
Séptima regla: Las ediciones que no concuerdan en lo interno están adulteradas, y por tanto hay que recurrir a las más antiguas y próximas del autor.[27] Esta última regla lo que busca es garantizar que las ediciones de las obras de un determinado autor se correspondan fielmente con las ediciones anteriores hechas por él.
Las reglas del arte de la Hermenéutica
En lo que concierne al arte de la hermenéutica, Andrés López de Medrano expresó que poco importa que la mayor parte o todos los libros sean auténticos, si no se utiliza la hermenéutica o arte de interpretar. En tal sentido, López de Medrano sostuvo que si se quiere ser beneficiario de las ventajas del arte de la hermenéutica, tomando en cuenta que este es el aspecto más importante de la crítica, es necesario tener en cuenta las siguientes reglas:
Primera regla: Es necesario dominar la lengua del autor, conocer su religión, su ingenio, sus costumbres y la de su nación, para poder conseguir un conocimiento exacto de la obra, pues se hace muy difícil una perfecta versión a causa de los diversos giros idiomáticos.[28] Esto significa que es necesario conocer en detalle la biografía del autor, su idioma, su concepción, sus niveles de creatividad y hábitos, así como el contexto socio-cultural, económico y político en que ha desarrollado su ingenio creativo, para hacer una valoración crítica objetiva y amplia de la obra que se estudia e interpreta.
Segunda regla: Las palabras no se pueden tomar aisladamente ni separadas del contexto.[29] Esta regla pone de manifiesto que las palabras del autor objeto de análisis e interpretación crítica deben ser tomadas de acuerdo al contexto histórico en que le correspondió vivir y crear su obra. Por tanto, el texto objeto de análisis debe ser siempre situado en su contexto, nunca fuera de él, de manera que pueda ser analizado e interpretado en su justa dimensión, en un marco de objetividad absoluta.
Tercera regla: No se ha interpretar un autor según nuestras opiniones sino según la suya, de manera que eliminado todo el prejuicio a cerca de sus opiniones, se expongan sus palabras con absoluta imparcialidad.[30] En el análisis de la obra de un determinado autor es sumamente necesario actuar de forma desprejuiciada, donde se garantice la opinión del creador al pie de la letra y se presenten sus ideas con total honradez e integridad intelectual.
Cuarta regla: Las palabras del autor se han de tomar en un sentido obvio y literal a no ser que de ellas se deriven un absurdo o carezcan de sentido.[31] En la interpretación de la obra de un determinado escritor es claro que sus palabras deben ser tomadas en un sentido literal e indiscutible, a menos que ellas sean inoportunas o deriven en una situación absurda que sea necesario reparar.
Quinta regla: cuando se observe contradicción en el pensamiento del autor, se ha de observar si cambió de opinión; en tal caso se ha de seguir la última, pero si se advierte que no ha cambiado, se ha de preferir el pasaje más claro, más repetido, fundado en la razón ulterior más conforme con la verdad y examinado con esmero.[32] Esta regla que postula López de Medrano reconoce que todo autor tiene una evolución en su pensamiento, donde puede haber cambiado de opinión en la valoración de un determinado fenómeno o situación. En ese sentido este pensador indica que se debe tomar en cuenta la última opinión expresada o en todo caso la parte más clara, repetida y fundada en la razón más acorde con la verdad y explorada con la más total escrupulosidad que le sea posible.
Sexta regla: cuando el sentido es dudoso, expuesto obscuramente, se ha de interpretar la mente del autor por ciertas conjeturas deducidas de las cosas y circunstancias.[33] López de Medrano indica que cuando un autor no esboza con claridad sus argumentos o deja dudas razonables en sus lectores, es preciso interpretar la imaginación, los sentimientos o los pensamientos de este a partir de ciertos presupuestos que se deducen de lo expresado en la obra o de las circunstancias en que fue escrito en texto objeto de análisis e interpretación.
Séptima regla: el intérprete debe conocer perfectamente la materia que trata el autor y tener los conocimientos necesarios para entender el asunto de que se trata.[34] Esta regla es sumamente trascedente, ya que es muy difícil que un hermeneuta pueda realizar una adecuada interpretación de un determinado texto, si este carece de los conocimientos necesarios en torno a la materia objeto de investigación. En tal virtud, el hermeneuta debe ser una persona muy bien preparada y que sea un especialista en la temática que pretende someter a un determinado enjuiciamiento crítico.
Octava y última regla: nunca perdamos de vista la equidad, sino que siempre procuremos todo cuanto favorece a la mejor parte.[35] Esta última regla lo que hace es prevenir al hermeneuta de los excesos en la labor de interpretación y análisis, siempre mostrándonos prudentes, justos y equitativos en el enjuiciamiento crítico que hagamos de una determinada obra o a la visión crítica que sustentemos en torno a un determinado creador.
Conclusión
Finalmente, es importante destacar el gran esfuerzo realizado por el epistemólogo, estudioso de la lógica y filósofo de la historia, Andrés López de Medrano, para ofrecer a la juventud dominicana de su época un texto que le previniera de todas las trampas con que se puede encontrar en el complejo y sinuoso proceso del conocer, incluido de forma muy especial, el conocimiento de la historia.
Andrés López de Medrano le expresó a sus discípulos que si siguen de forma literal los elementos del arte lógico-crítico esbozados, tomados de los más selectos, mejores y más recientes maestros; que si los utilizan y se dedican con toda el alma y todas sus fuerzas en la búsqueda incesante del conocimiento, nunca habrá una determinada verdad oculta, ninguna investigación podrá ser difícil, ningún argumento podría ser insuperable y cada uno se distinguirían siempre por el buen arte de pensar e interpretar la realidad.
[1] Julio Genaro Campillo Pérez. Dr. Andrés López de Medrano y su Legado Humanista. Santo Domingo: Academia Dominicana de la Historia, 1999, p. 69.
[2] Ibidem, pp. 169-170.
[3] Franklin Franco. Historia de la UASD y de los Estudios Superiores, Santo Domingo, Editora Universitaria, 2007, p. 67.
[4] Ibidem.
[5] Roberto Cassá. Pensadores criollos, Santo Domingo, Comisión Permanente de Efemérides Patrias/Archivo General de la Nación, 2008, pp. 53-54.
[6] Julio Genaro Campillo Pérez. Dr. Andrés López de Medrano y su Legado Humanista. Santo Domingo: Academia Dominicana de la Historia, 1999, pp. 147-148.
[7] Ibidem, p. 148.
[8] Ibidem, pp. 148-149.
[9] Ibidem, p. 149.
[10] Ibidem, pp. 157-158.
[11] Ibidem, pp. 112-113.
[12] Rafael Morla. “La lógica de Andrés López de Medrano: Estructura e Ideas”, Revista Akademia No. 4, Escuela de Filosofía, UASD, Santo Domingo, Septiembre 2001, pp. 82-83.
[13] Julio Genaro Campillo Pérez. Dr. Andrés López de Medrano y su Legado Humanista. Santo Domingo: Academia Dominicana de la Historia, 1999, pp. 81-109.
[14] Julio Genaro Campillo Pérez. Dr. Andrés López de Medrano y su Legado Humanista. Santo Domingo: Academia Dominicana de la Historia, 1999, p. 104.
[15] Ibidem, p. 105.
[16] Ibidem.
[17] Ibidem.
[18] Ibidem.
[19] Ibidem, p. 6.
[20] Ibidem.
[21] Ibidem, p. 107.
[22] Ibidem.
[23] Ibidem.
[24] Ibidem, pp. 107-108.
[25] Ibidem, p. 108
[26] Ibidem.
[27] Ibidem.
[28] Ibidem.
[29] Ibidem.
[30] Ibidem, pp. 8-9.
[31] Ibidem, p. 9.
[32] Ibidem, p. 109.
[33] Ibidem.
[34] Ibidem.
[35] Ibidem.
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