“Me imagino que una de las razones por las que la gente se aferra
tan tercamente a su odio es porque saben que si desaparece
tendrán que enfrentarse a su dolor”. James Baldwin

No se los voy a negar. Las elecciones del pasado 5 de noviembre en EEUU son causa de preocupación para quienes intentamos construir sociedades más justas donde quepa todo el mundo. El fenómeno Trump es un síntoma o reflejo del avance de los grupos más conservadores y fascistas en EEUU y en muchos países (incluyendo el nuestro) y su reelección nos ofrece varias lecciones que necesitamos aprender para poder llegar a construir esas sociedades. Para mí la lección principal, como les comentaba en una columna anterior, es que en estas elecciones la motivación de mucha gente fue el querer volver a un mundo que ya no existe: un mundo antidemocrático y jerárquico en el que las mujeres eran propiedad de los hombres y las minorías (y en nuestro caso mayorías) de personas de color no eran consideradas personas.

Es lo que en otro escrito analicé con el concepto de “el miedo a la libertad” de Erich Fromm, el sociólogo y psicólogo que explicó el ascenso del nazismo y el fascismo como situaciones en las que los seres humanos preferimos renunciar a nuestra libertad por temor a la incertidumbre y a la gran responsabilidad que representa tomar nuestras propias decisiones. De hecho, Robert Paxton, el historiador del fascismo más conocido en EEUU, no solo define a Trump como fascista sino que destacó hace poco que “el fenómeno Trump tiene una base social mucho más sólida” que la que tuvieron Hitler y Mussolini.

Para Paxton el fascismo es “una forma de conducta política marcada por una preocupación obsesiva con el declive de la comunidad… y con cultos compensatorios de unidad, energía y pureza, en los que un partido de masas de comprometidos militantes nacionalistas, en una colaboración incómoda pero efectiva con las élites tradicionales, abandona las libertades democráticas y persigue metas de limpieza interna y expansión externa haciendo uso de la violencia… y sin restricciones éticas o legales”. Trump hace mucho que abandonó, si alguna vez lo tuvo, su compromiso con la democracia como vimos con el fallido golpe de Estado que lideró en enero del 2021. Y el hecho de que haya logrado nuevamente ser elegido para conducir el país, tal y como Hitler fue elegido la primera vez que accedió al poder en Alemania, no pinta nada bien para la democracia y los derechos humanos en EEUU y en el mundo.

Por eso he decidido tratar el tema de lo que Trump representa de forma más amplia en dos entregas. En esta primera entrega, les comento mis impresiones sobre dos dimensiones del fenómeno Trump: la forma en que refleja el control sobre los recursos y sobre las ideas que a través de él consolida la clase hiper-rica en EEUU y la manera en que Trump fomenta y se beneficia de los ataques a los grupos más vulnerables. En mi entrega siguiente, les compartiré mi perspectiva sobre cómo el fenómeno Trump también se apoyó en el aumento del deseo de controlar a las mujeres y de volver al pasado de muchos hombres, especialmente muchos hombres jóvenes.

Trump nos recuerda que la gente más rica sigue dominando la política estadounidense

En muchos países, incluida RD, ha tomado fuerza la idea de que lo más importante en la vida es tener dinero. Y mientras más, mejor. Lo importante es llegar a la cima de la pirámide social sin importar a quienes se pisotea en el camino. Trump representa ese ideal distorsionado porque es un hombre rico (aunque menos de lo que hace creer) y especialmente porque su marca personal es el mito de que hay que llegar a toda costa sin importar a quien haya que destruir como pueden dar fe los muchos socios, trabajadores y trabajadoras que ha hundido en la bancarrota o en la pobreza durante su carrera.

La reelección de Trump nos recuerda que aunque sigan presumiendo de ser la “mejor democracia del mundo”, la política de EEUU sigue siendo extremadamente desigual. Como se ha cansado de repetir el senador Bernie Sanders, la política de su país está secuestrada por los intereses de las grandes corporaciones porque la sentencia Citizens United de la Suprema en el 2010 estableció el precedente de que las empresas, ONGs, sindicatos y otras organizaciones pueden donar sin límites a diferencia de lo que ocurre con las donaciones individuales. Los efectos de esta sentencia son los que han permitido que gente como Elon Musk pudiera donar millones y millones de dólares a la campaña de Trump sin ningún tipo de restricciones. De hecho, la supuesta “eficiencia gubernamental” a la que se va a dedicar Musk es realmente un llamado a desmantelar el sistema que regula a las empresas estadounidenses. (Recordemos que Musk está mudando sus empresas de California justamente porque no quiere que lo regulen).

Pero para mí lo más impresionante aún es que Trump es un genio, como el experto que es en el mercadeo de sus empresas y de sí mismo, en convencer a grandes grupos de la población de que sus intereses son los mismos que los de las personas más ricas y poderosas del país. Este es un ejemplo de lo que el pensador y político italiano Antonio Gramsci llamaba hegemonía: la capacidad de las élites de controlar a la mayoría de la población no a palos y tiros (que es más costoso y complicado) sino a través de las ideas. Algo similar parece haber ocurrido con muchas de las personas latinas que votaron por Trump asumiendo que su discurso racista y el aumento de las deportaciones que ha prometido no les va a afectar. (Por el contrario, las deportaciones masivas implican un nivel de violencia y desorganización que siempre se lleva de encuentro hasta a quienes están de manera legal como hemos visto en RD. Y en su primer período, Trump también retrasó los procesos de naturalización de un promedio de 6 meses a 13).

A pesar de que la mayoría de las y los economistas y hasta medios conservadores como el Wall Street Journal destacaron que el plan económico de Trump tendrá un impacto negativo en la economía de EEUU, los 76 millones de personas que votaron por él lo hicieron convencidas de que las políticas de Trump les van a beneficiar. (Por ejemplo, a pesar de que su plan incluye reducir o eliminar los impuestos para las personas más ricas del país y aumentarlos para el resto, esa mayoría que se va a ver afectada solo cree lo que les dicen Trump y sus adeptos).

El fenómeno Trump refleja que todavía mucha gente rechaza la igualdad y no le importa usar como chivos expiatorios a los grupos más vulnerables

Uno de los libros que más me ha influenciado ha sido Has globalization gone too far? (¿La globalización ha ido demasiado lejos?) del economista de Harvard Dani Rodrick. En ese libro de finales de los años ’90, Rodrick advertía ya que la clase trabajadora mayoritariamente blanca estaba perdiendo sus empleos a causa de la globalización y sus necesidades no estaban siendo escuchadas en el sistema político de EEUU. Esa pérdida estrepitosa en la calidad de vida es la realidad que Michael Moore mostró en su documental “Roger and Me” (“Roger y yo”) sobre el cierre de la planta de la Ford en Flint, Michigan.

La clase trabajadora blanca de lugares como Michigan llevaba décadas sin sentirse representada en la política de EEUU porque no era la base del Partido Republicano, abanderado por décadas de los grupos de mayores ingresos, y era ignorada y dada por sentado por el Partido Demócrata. Sin embargo, desde hace unos años el Partido Republicano encontró otra manera de movilizar esta gran masa del electorado sin tener que hacer concesiones económicas: ofreciéndole otros chivos expiatorios que culpar como las y los inmigrantes, las minorías raciales y la comunidad LGTBQ.

En estas elecciones esto se reflejó, por un lado, en la preocupación válida de mucha gente con la inflación y, por el otro, con el éxito de Trump en continuar utilizando su retórica racista, anti-inmigrante, anti-mujeres y anti-LGTBQ. Aunque muchas y muchos economistas habían advertido que la inflación iba a aumentar después de la pandemia independientemente de quién estuviera en la Casa Blanca y luego recomendaron el plan económico de Harris, Trump logró capitalizar ese descontento con las condiciones de vida. Como plantea el periódico Jacobin, “si los demócratas y gente progresista no se miran en el espejo y reflexionan sobre por qué un partido liderado por un billonario se ha convertido en el partido de la clase trabajadora de EEUU, probablemente vamos a ver una repetición del 2024 en las próximas elecciones”.

Recordemos que solo han pasado días después de las elecciones en EEUU y ya podemos ver a los grupos fanáticos neonazis, fascistas y racistas de todo tipo en actos y marchas públicas en diferentes lugares del país. Aunque hasta ahora han sido de grupos pequeños como el grupo pro-supremacía blanca que desfiló con la bandera nazi en Columbus, Ohio no me sorprendería que se sigan envalentonando y ocupando cada vez más el espacio público siguiendo el ejemplo de su líder Trump.

También recordemos que muchos participantes del intento de golpe de estado del 6 de enero del 2021 han estado esperando el regreso de Trump para que les otorgue el perdón que les permitirá salir de la cárcel y reintegrarse a organizaciones paramilitares fascistas como los Proud Boys. Además, grupos similares se han dedicado a enviar mensajes de texto intimidantes como los recibidos por muchas personas negras el día después de las elecciones diciéndoles que se fueran a reportar “a la plantación más cercana”. Más recientemente, les enviaron mensajes a personas latinas diciéndoles que las iban a recoger para deportarlas y a personas de la comunidad LGTBQ diciéndoles que las iban a someter a los mal llamados “campos de re-educación” para volverlas heterosexuales. Luego el FBI confirmó que estos mensajes anónimos también están siendo enviados a estudiantes en las escuelas secundarias.

Lamentablemente, el nuevo período de Trump legitimará aún más estas prácticas y discursos de odio y tendrá otros efectos negativos que ahora subestiman quienes votaron por él e incluso quienes le apoyan en otros países incluyendo el nuestro. Por ejemplo, ya parte del círculo de Trump está presionando a los dos jueces de la Suprema Corte de Justicia en edad de retiro (Thomas y Alito) para que lo hagan en esta administración para poner a otros jueces conservadores más jóvenes garantizando el dominio de la mayoría conservadora en la corte por décadas. Seguiré con el tema del fenómeno Trump y lo importante que es que lo entendamos mejor en mi próxima entrega. Hasta entonces.