“Esto no se trata solo de lo que estamos tratando de bloquear, sino de lo que estamos intentando construir” . Pette Buttigieg, ministro de Transporte de EEUU.

La mañana del domingo 21 de julio estaba de lo más quitada de bulla en mi apartamento en Los Ángeles leyendo las noticias cuando vi el anuncio del Presidente Biden renunciando a su candidatura en las elecciones de Estados Unidos. Como vivo en este país la mayor parte del año, les confieso que mi primera reacción fue de un alivio inmenso. Sentí que se me quitaba un peso enorme y podía respirar otra vez. De hecho, ahí fue que me di cuenta de lo estresada que he estado con la posibilidad de que Trump vuelva al poder. Me sentí casi igual de aliviada que cuando se declaró la victoria de Biden en las elecciones anteriores porque su renuncia abre la posibilidad de detener a Trump y sus propuestas y su conducta abusivas y anti-democráticas. (Recordemos que intentó quedarse en la presidencia mandando a su gente al Capitolio el 6 de enero del 2021 y ha sido declarado culpable de abuso sexual y de fraude).

Menos de media hora después Biden dijo que apoyaba a su vicepresidenta, Kamala Harris, como candidata a la presidencia del Partido Demócrata y casi de inmediato empezaron las reacciones de entusiasmo por un lado y de burla del otro. En ese momento, no podía dejar de pensar que estábamos siendo testigos de un momento histórico. No sólo por lo raro que es que un presidente estadounidense renuncie a la posibilidad de reelegirse (solo lo han hecho 6 antes de Biden), sino porque el paso de la antorcha es de un hombre blanco con más de cinco décadas en el “establishment” de la política de EEUU a una mujer de color hija de inmigrantes y 22 años más joven.

Aunque Harris y su equipo ya han tenido logros importantes en un tiempo récord, todavía es muy temprano para saber qué pasará en las elecciones. Sin embargo, las reacciones al cambio en la candidatura demócrata han sido muy reveladoras igual que lo fueron las declaraciones de algunos grupos en nuestro país en la última discusión del Código Penal. Para mí son ejemplos de un concepto que uso mucho en mis clases creado por el sociólogo catalán Manuel Castells para entender este fenómeno, la “identidad de resistencia” que les mencionaba en mi columna sobre el 8 de marzo pasado. O sea, la identidad que desarrolla un grupo cuando se siente atacado o victimizado pero en vez de crear propuestas o proyectos nuevos de sociedad (como sí hacen los movimientos con “identidad proyecto” como el feminista, ambientalista y otros) lo que busca es reconstruir un pasado en el que se sentía reconocido y poderoso.

Esta “identidad de resistencia” puede incluso contar con el apoyo de personas con muchísimos recursos como el billonario Elon Musk (el dueño de X / Twitter que acaba de sacar un anuncio en contra de Kamala Harris) cuando consideran que sus intereses están amenazados. Tengo amigos que trabajan en el sector financiero o hacen negocios en EEUU que ven a Trump como “un mal necesario” subestimando la amenaza que representa porque lo ven como alguien más favorable a sus intereses.

A diferencia de estas élites económicas, la mayoría de la gente y los movimientos que asumen esta identidad de resistencia ciertamente enfrenta problemas muy graves. Por ejemplo, el economista de Harvard Dani Rodrick viene advirtiendo desde finales de los años ’90 que nadie le estaba haciendo caso a la clase trabajadora (mayoritariamente blanca) del centro del país que estaba perdiendo sus empleos y viendo deteriorarse su calidad de vida a causa de la globalización. Como destaca el politólogo Elvin Calcaño, los partidos liberales como el Partido Demócrata en EEUU con frecuencia pierden el apoyo de estos grupos mientras que los partidos y grupos de derecha han sido muy hábiles en movilizarlos con un discurso centrado en echar atrás el reloj. Trump ha logrado convertirse en el líder indiscutible del Partido Republicano neutralizando a los sectores moderados precisamente porque explota esa sensación de indefensión que Eric Fromm denominaba el “miedo a la libertad” que les comenté hace unos días.

Una expresión aún más extrema de este deseo de volver al pasado es el famoso Proyecto 2025 impulsado por la Heritage Foundation, una de las organizaciones conservadoras más importantes de EEUU que desarrolló muchas propuestas de política implementadas por Trump especialmente en el Poder Judicial. Pero ahora su propuesta de plan de gobierno es tan retrógrada que hasta Trump quiere hacer creer que no la apoya a pesar de que la mayoría de quienes la escribieron trabajaron en su administración. (La propuesta ha sido tan criticada que el director del Proyecto 2025 Paul Dans acaba de renunciar).

La identidad de resistencia también se hace presente entre grupos que de acuerdo con los indicadores todavía tienen mucho poder, pero se sienten victimizados cuando otros grupos y movimientos logran que la sociedad sea menos desigual. Es el caso de muchos hombres jóvenes en países como Corea del Sur, Alemania y los mismos EEUU (¿y el nuestro?) que se sienten que son víctimas de las mujeres y del movimiento feminista porque las mujeres tienen cada vez más acceso a los derechos y recursos que por siglos habían estado solo en poder de los hombres. Y por fin se están empezando a nombrar problemas como el acoso y la violencia contra las mujeres que antes se asumían como normales.

Es el fenómeno de la llamada brecha política de género destacado en un famoso artículo del Financial Times que está llevando a las mujeres jóvenes a asumir posturas cada vez más liberales y de izquierda y a los hombres jóvenes a asumir posicionamientos cada vez menos progresistas, de derecha y extrema derecha (incluso de apoyo a los grupos neonazis en el caso alemán y racistas en EEUU). En algunos de estos países, como Corea del Sur, esta brecha es tan grande que empieza a poner en peligro hasta la tasa de natalidad que los propios grupos conservadores fundamentalistas tanto defienden.

La candidatura de Harris, aún más que la de Hilary Clinton en su momento, está sacando a la luz la profundidad de la resistencia al cambio entre muchos hombres jóvenes, las comunidades blancas de la clase trabajadora y los grupos religiosos fundamentalistas embarcados en esta identidad de la resistencia. El ejemplo más claro ha sido el candidato vicepresidencial J.D. Vance quien después de haber llamado a Trump el “Hitler de EEUU” pasó a convertirse en su clon. En unas declaraciones del 2021 que han resurgido en los últimos días, llama a Kamala Harris, Pette Buttigieg y Alexandra Ocasio Cortez “childless cat ladies” (“señoras con gatos sin hijos/as” que es una forma de decir “solteronas”). El rechazo a estas declaraciones de desprecio a las mujeres y los hombres gay de Vance ha sido tan grande que fue criticado hasta por un anfitrión de Fox News antes de presentarlo en su programa y los memes de las “childless cat ladies” famosas y poderosas como Dolly Parton y Taylor Swift son todo un fenómeno en las redes. Inclusive se rumora que el mismo Trump cree que su designación como candidato fue un error.

En su afán de parecerse a Trump, Vance usa la misma estrategia de su jefe de hablar de volver a un pasado en el que las mujeres eran valoradas solo como incubadoras o como objetos sexuales, las personas de color y de la comunidad LGTBQ no eran consideradas como seres humanos, la clase trabajadora no tenía derechos y los hombres blancos heterosexuales eran los únicos llamados a gobernar (han sido 45 de los 46 presidentes de EEUU, por ejemplo). Igual que a Trump, a Vance le han sacado en cara que su interés no es proteger a las familias como dice porque, igual que la clase política de la extrema derecha en RD, no apoya las medidas que benefician a las familias como las licencias pagadas de maternidad y paternidad y las políticas de cuidado y protección para niños y niñas.

Por eso hay que recordar que lo que defienden los grupos y políticos de la extrema derecha es un ideal de familia del pasado basada en el miedo: un hombre “cabeza de familia” que toma todas las decisiones, trae la mayor parte del dinero y tiene el derecho de controlar, con violencia física si lo considera necesario, a “su mujer” suya de su propiedad y a sus hijas e hijos. En el caso dominicano, tuvimos ejemplos recientes de este deseo de volver al pasado con las declaraciones del diputado Eugenio Cedeño sobre el Código Penal defendiendo el supuesto derecho de los hombres de violar a sus esposas que tanto rechazo produjeron en la prensa, entre sus colegas y en la población. También varios líderes religiosos plantearon que castigar dichas violaciones podría “destruir matrimonios” porque, otra vez, su prioridad es mantener ese tipo de familia tradicional a toda costa aunque se ponga en peligro a sus miembros.

El objetivo de los partidos políticos y los grupos que reflejan la identidad de la resistencia de la que nos habla Castells es volver a un pasado que no existe y al que la mayoría de la gente no queremos volver porque nuestras vidas están en juego. Tal y como dijo Pette Buttigieg en una entrevista el domingo pasado refiriéndose al Partido Demócrata, la gente en la política, en la academia y en los movimientos sociales que nos definimos y queremos ser coherentes como progresistas (la “identidad proyecto” de Castells) no solo queremos detener estos proyectos autoritarios sino también crear un mundo nuevo en el que sí quepamos todas las personas.