“La democracia puede subsistir solamente si se logra un fortalecimiento… de la personalidad de los individuos, que los haga dueños de una voluntad y un pensamiento auténticamente propios”. Eric Fromm

La discusión actual del Código Penal en nuestro país y el aumento de la violencia política en EEUU me han hecho recordar uno de los libros que más me ha marcado desde que lo leí en mi adolescencia: El miedo a la libertad, el primer libro de Erich Fromm. Fromm fue una de las muchas personalidades intelectuales judías que escaparon el Holocausto en Alemania refugiándose en EEUU. Y fue en ese país donde amplió su trabajo y la influencia de sus ideas como sociólogo, psicólogo social, psicoanalista y político antes de mudarse a México y finalmente a Suiza donde murió.

Aunque Fromm también es muy conocido por otra de sus obras, El arte de amar, creo que su primer libro nos puede ayudar a entender el momento que estamos viviendo en nuestro país y en el mundo. Lo que más me impactó de El miedo a la libertad es que Fromm plantea que hay situaciones en las que los seres humanos preferimos renunciar a nuestra libertad por el miedo que tenemos a la incertidumbre y la gran responsabilidad que implica tomar nuestras propias decisiones. Combinando su formación de sociólogo con la de psicólogo, Fromm decía que el deseo de ser libres a menudo entra en conflicto con la necesidad de las personas de sentirnos seguras razón por la que podemos acabar apoyando soluciones autoritarias y anti-democráticas.

En el libro Fromm explica el ascenso del nazismo y el fascismo en base a esta necesidad humana de seguridad. De hecho, publicó El miedo a la libertad en 1941, cuatro años antes de finalizar la 2nda Guerra Mundial. Por eso destaca que aunque se pensaba que los líderes como Hitler lograban llegar al poder “sólo con astucias y engaños”, había que “reconocer que millones de personas, en Alemania, estaban tan ansiosas de entregar su libertad como sus padres lo estuvieron de combatir por ella…” Para Fromm la libertad se puede convertir en un “problema psicológico” para los seres humanos, un conflicto del que se aprovechan los líderes fascistas y autoritarios en general apelando al “profundo aislamiento y soledad moral” que podemos sentir las personas en la época moderna. Por eso enfatizaba que no podremos lograr democracias realmente estables y justas hasta que no abordemos estas necesidades humanas.

En una crónica anterior les contaba que en nuestra región también tenemos altos niveles de autoritarismo social que son las diferentes formas en que tratamos a personas de otros grupos sociales como si fueran inferiores. La socióloga brasileña Evelina Dagnino creó este concepto para explicar que el autoritarismo político que se expresa en regímenes autoritarios como los del nazismo y el fascismo en Europa o las dictaduras que dominaron América Latina por décadas también se refleja en la manera en que nos relacionamos en la sociedad. Es a lo que se refería la comunicadora Ramieri Delgadillo hace unos días al calificar el trujillismo como una “herencia cultural que aún permanece que se manifiesta en conductas que van desde legitimar la violencia de género hasta las prácticas policiales de ajusticiamiento disfrazadas de ‘intercambios de disparos’ bajo la consigna ‘mano dura contra la delincuencia.”

Y como les comentaba en esa crónica, considero que todas las personas podemos caer en reproducir esas prácticas autoritarias porque nos hemos criado en sociedades autoritarias y violentas. ¿No les ha pasado, por ejemplo, que un amigo o amiga que creían conocer bien se transforma en una persona abusiva y cruel cuando tiene un poco de poder y de autoridad? ¿O quizás le haya pasado a usted misma/o que empieza a gritarle a su hijo o hija con las palabras violentas con las que le gritaron a usted en un momento de desesperación? Y después se sorprende de haber dicho lo que dijo (“porque me da la gana”, “mientras usted viva en mi casa” o frases mucho peores) pero el daño ya está hecho y es difícil de reparar. Como también les comentaba en esa crónica, la idea no es ver el autoritarismo como un problema de un grupo de personas malvadas sino como un fenómeno colectivo que necesitamos reconocer para poderlo cambiar.

El problema se agrava porque en los últimos años muchos partidos, líderes y grupos de la extrema derecha alrededor del mundo han retomado y aumentado este discurso autoritario en lo social y lo político. Es lo que hizo e intenta volver a hacer Trump en EEUU con todo y el atentado en su contra, lo que hizo Bolsonaro en Brasil, lo que hace Orbán en Hungría. Y tristemente este discurso y estas prácticas autoritarias también son asumidas por líderes y grupos originalmente de izquierda o de centro como vemos con los casos lamentables de la pareja Ortega Murillo en Nicaragua o Bukele en El Salvador.

En nuestro país no hemos llegado a esos extremos pero resulta preocupante que el PRM, un partido que llegó al poder con una plataforma de cambio sigue recurriendo a esta narrativa autoritaria en temas cruciales de política pública. Por ejemplo, en la relación con Haití, los derechos de las mujeres y de las minorías y más recientemente intentado también retroceder a prácticas ya superadas con el proyecto de Código Penal introducido por el senador Rogelio Genao (PRSC) y apoyado por los legisladores del PRM en el Congreso Nacional. Las declaraciones del diputado Eugenio Cedeño (también del PRM) justificando la violación de las mujeres en el matrimonio constituyen una expresión extrema de este autoritarismo social al que algunos grupos quieren volver. Por suerte el rechazo de gran parte de la población y la solicitud de sanción desde dentro y fuera de su partido nos recuerda que eso no es a lo que aspira la mayoría de la población dominicana.

El presidente Abinader y el PRM quieren aprobar el Código Penal a la carrera para tenerlo entre sus logros, pero un Código autoritario como el propuesto no sería un logro sino un legado terrible. Como destacaron muchas de las personas y organizaciones que hablaron en las vistas públicas sobre el proyecto, es una propuesta de Código en la que se pretende volver a nuestra historia autoritaria tanto en lo público como en la vida privada dando permiso para que los padres y madres usen la violencia física contra sus hijos e hijas (Art. 123), estableciendo penas mucho menores si la violación sexual es a la pareja y solo considerando como violación la penetración sexual (Art. 134), otorgando impunidad a quienes roban haciendo que expiren las penas de castigo a la corrupción (Art. 328) y permitiendo a las iglesias estar por encima de la ley al exonerarlas de responsabilidad penal (Art. 14).

Además, esta propuesta de Código dejaría que las Fuerzas Armadas tengan sus propios tribunales por fuera del control que debemos ejercer la población civil (Art. 303). Y si los militares o policías causan golpes, heridas e incapacidad permanente se les sancionaría con la misma pena que se daría a quien se robe una vaca (Art. 302 y Art. 244). El proyecto tampoco incluye las causales que permiten a las mujeres y niñas decidir (si así lo quieren y si no, pueden decidir lo contrario) interrumpir el embarazo si sus vidas están en peligro, fueron víctimas de violación o de incesto o se ha determinado que el embarazo no va a dar vida (Art. 109), también penalizando al personal médico involucrado (Art. 110). Por si fuera poco, el proyecto considera a las personas LGTBQ como ciudadanas de segunda al quitar la orientación sexual como categoría a proteger de la discriminación (Art. 185) y deja fuera de las medidas de protección a las víctimas de violencia de pareja el retener las armas de fuego del agresor (Art. 130) por lo que las pueden usar para matar a sus víctimas como han hecho cientos de feminicidas.

Si queremos tener una sociedad justa y moderna, necesitamos un Código Penal justo y moderno. Aprendamos de los errores del pasado y dejemos de reaccionar en base al miedo y el autoritarismo. Creemos la sociedad que queremos usando nuestra imaginación y nuestra creatividad incluyendo y respetando a todas las personas.