Me ha sorprendido la tesis de Fernando Ferran sobre la versión antillana del “choque de civilizaciones”, inspirada en los planteamientos del politólogo norteamericano Samuel Huntington.

Y es que, a diferencia de lo que plantea este sólido intelectual dominicano, considero que las relaciones conflictuales entre República Dominicana y Haití, ciertamente exacerbadas por la presión migratoria de este último, no son un continuum de confrontación entre dos culturas. Tampoco creo que estas relaciones conflictuales (de ayer y de hoy) borren los lazos históricos, episodios de solidaridad, interculturalidad y aproximaciones culturales entre los dos pueblos. Aproximaciones que van desde las tradiciones culinarias hasta la religiosidad popular y las relaciones sociales (convivencia en un mismo espacio, cruce entre familias, relación hombre/mujer, esposo/esposa, ciudadano/Estado, etc.).

Para solo citar algunos de esos lazos históricos y episodios de solidaridad, repasemos la guerra de independencia (momento más álgido de esa relación conflictual), llevada a cabo en cuatro campañas, entre 1844 y 1856. Claro, no recurriendo a Bernardo Pichardo (eso ya lo hicimos en la escuela secundaria), sino a otro historiador más analítico, como Franklin Franco.

Según este autor, hubo una desidia en el ejército haitiano para defender su regimen, que yo me permito interpretar como una especie de solidaridad, inconsciente o deliberada, hacia los dominicanos.

Para Franco, es esta desidia, falta de motivación, la que explica que el ejército dominicano, recientemente formado, poco entrenado y peor equipado, derrotara al ejército haitiano, que ya se había enfrentado exitosamente hasta grandes estrategas del arte de la guerra, como los generales de Napoléon, más numeroso y mejor entrenado y armado. Sencillamente la soldadesca haitiana no tenía interes en matarse peleando en defensa de un caudillo. Esa no era su causa. Por el contrario, los dominicanos sí tenían la firme voluntad de independizarse de ese regimen despótico.

Apartándome de esta conjetura, esta solidaridad se expresó más claramente durante la Restauración (hecho reconocido por todos los historiadores serios del país), momento en que la ayuda haitiana desempeñó un papel determinante, y en la colaboración que hubo entre los luchadores nacionalistas de ambos lados de la isla que combatieron la ocupación norteamericana de 1915-1934, en Haití, y1916-1925, en República Dominicana, así como en abril de 1965, cuando muchos combatientes haitianos enfrentaron con heroísmo al invasor de lado de los constitucionalistas.

También los dominicanos han sido solidarios con los haitianos durante sus recurrentes tragedias, particularmente durante el devastador terremoto de 2010. Y desde hace ya más de un siglo, son una válvula de escape a la miseria haitiana. Entre morirse de hambre en su país y un salario de miseria del otro lado de la frontera, es lógico que opten por esto último.

En cuanto a las aproximaciones culturales, yo no alcanzo a ver la diferencia entre los chicharrones de Villa Mella y le griot haitiano, ni diferencias tan grandes entre el vaudou haitiano y el dominicano. Tampoco entre el machismo de uno y otro y la manera en que hombres y mujeres se relacionan. Ni mucha diferencia en la manera en que los ciudadanos se relacionan con el Estado.

En ambos países gobiernan élites insaciables en su saqueo al Estado. También en ambos países los ciudadanos esperan todo del Estado, pero son renuentes a pagar impuestos y a respetar las leyes.

Hay lógicamente sus diferencias, en Haití, el Estado (casi inexistente) no tiene nada que dar, los escasos recursos no alcanzan para satisfacer el desmesurado apetito de las élites, mientras que en RD sí tienen para llenarse bien el buche, e, incluso, alcanza para repartir algunas migajas a los ciudadanos más pobres para mantenerlos adormecidos.

Las relaciones conflictuales entre ambos países tienen más que ver con la confrontación entre esas dos élites (tan racista una como la otra), que con un supuesto “choque entre civilizaciones.”

Para apoyar su tesis de versión antillana del choque de civilizaciones, tal vez hubiera sido de más utilidad para Ferran las siguientes palabras de Peña Batlle, durante su discurso en la localidad fronteriza de Elias Piña, en 1942 (cinco años después de la matanza de 1937), ya que expresan más claramente el pensamiento de este apologista del trujillismo sobre esa relación conflictual entre los dos países:

…El haitiano que nos molesta y nos pone sobre aviso es el que forma la última expresión social de allende la frontera. Ese tipo es francamente indeseable. De raza netamente africana, no puede representar para nosotros, incentivo étnico ninguno. (…) Hombre mal alimentado y peor vestido, débil, aunque muy prolífero, por lo bajo de su nivel de vida. Por esa misma razón el haitiano que se nos adentra vive inficionado de vicios numerosos y capitales y necesariamente tarado por enfermedades y deficiencias fisiológicas endémicas en los bajos fondos de aquella sociedad.

Es tanta la carga de xenofobia cotenida en estas palabras que me ahorro el comentario. No así sobre los planteamientos de Samuel Huntington, más elaborados y no tan virulentos, pero no menos cuestionables.

Paso a comentar su tesis, reproduciendo integralmente uno de mis viejos artículos aparecido en el periódico Hoy, sección Claves del Mundo, de la Fundación Global Democracia y Desarrollo. He perdido la fecha de publicación, pero de seguro debió ser durante mis primeros meses en Unesco, finales de 2004, principios de 2005.

¿Choque o diálogo entre civilizaciones?

Por Carlos Segura*

La tesis del choque entre civilizaciones, supuesta confrontación cultural entre el occidente cristiano y el islam, comúnmente atribuida a Samuel Huntington, fue en realidad originalmente presentada por Bernard Lewis[1], quien en 1957 “descubrió la brillante idea” de que los resentimientos actuales de los pueblos del Medio Oriente se comprenden mejor cuando los percibimos, no como conflictos entre Estados y naciones, sino como un choque entre dos civilizaciones, que comienza con el despliegue de los árabes musulmanes hacia el oeste y su conquista de Siria, África del Norte y la España cristiana.

El gran debate, como lo llamaba Gibbon, “entre el islam y el cristianismo se prosigue con la contraofensiva cristiana de las cruzadas y su fracaso, luego con el empuje de los turcos en Europa y feroz combate por quedarse allí y su repliegue. Después de siglo y medio, el oriente musulmán sufrió la dominación de occidente, dominación política, económica y cultural, hasta en los países que no han conocido un régimen colonial[2].

Esta controversial tesis, popularizada por Samuel Huntington desde 1993[3], ha sido retomada con fuerza luego de los atentados del 11 de septiembre 2001 en Nueva York y Washington. Desde entonces, asistimos a una ampliación de discursos y prácticas dirigidas a acreditar esta tesis del conflicto, del choque entre la civilización occidental y otras civilizaciones, en particular la civilización musulmana, presentadas como dos entidades impermeables una a la otra y fundamentalmente enemigas. Los atentados del 11 de marzo 2004, en Madrid y del pasado 7 de julio, en Londres, vienen a echarle más leña al fuego.

Pero contrariamente a las ideas de Bernard Lewis y Samuel Huntington existe entre ambas civilizaciones un lazo íntimo, que corresponde a los especialistas, historiadores, sociólogos y antropólogos analizar y contraponer a la tesis del choque entre civilizaciones.

Más de un milenio de diálogo

Un breve recorrido histórico de lo que ha acontecido en el Mediterráneo durante más de un milenio muestra que las relaciones entre las dos civilizaciones han sido mucho más apacibles que las que han sostenido los pueblos y los Estados de la Europa cristiana.

Es cierto que en el curso de los dos últimos siglos el oriente ha sido escenario de guerras de conquistas y de movimientos de liberación nacional, pero en su conjunto la violencia desplegada ha sido de baja intensidad, comparada con la rabia destructiva de las beligerancias occidentales en el curso de las dos guerras mundiales.

Esta manera de abordar la historia exige un cambio metodológico, que deje de verla esencialmente como una sucesión interminable de antagonismos y de guerras (dimensión siempre puesta en primer plano, tal vez por el hecho de que la violencia ha estado al origen de las grandes formaciones políticas) y privilegiar otro enfoque que, sin negar los conflictos, esté más acorde con las aspiraciones de paz y de progreso de la humanidad, poniendo en primer plano el diálogo entre culturas y civilizaciones y la búsqueda de elementos que permitan reescribir la historia desde este ángulo.

Reitero que las relaciones entre los dos lados del Mediterráneo no han estado exentas de brutalidad y de violencia, pero de manera general ambos espacios civilizacionales han vivido bajo el modo de la influencia reciproca y del diálogo. En esta relación, cada uno, según la época, ha jugado su papel de profesor o de alumno, adaptando a sus respectivos espacios las innovaciones que en el orden de la ciencia, la técnica, la cultura, mejor corresponden a sus necesidades y aspiraciones.

La ola de terrorismo que conocen hoy algunos países del mundo musulmán, al igual que la que conocieron en el pasado reciente otras regiones del mundo, incluyendo la propia Europa cristiana, debe ser considerada como lo que es: un crimen, una locura mortífera. “Matar inocentes en nombre de una pretendida causa justa no ha sido nunca defender una justa causa, sino simplemente matar inocentes”[4], señala con justeza Ignacio Ramonet en un reciente articulo.

El terrorismo es pues una perversión de grupos estructuralmente marginales, un desprecio de valores universales que de ninguna manera puede estar inscrito en la matriz de la civilización musulmana y de ninguna otra civilización.

Mensajes

El Corán, libro fundador de la civilización musulmana, al igual que la Biblia, está lleno de mensajes de paz, perdón, amor y tolerancia. Si bien es cierto que por momento la bestialidad humana ha transformado estos valores universales en odio, muerte, destrucción, exclusión, confrontación, este no es ni debe ser el motor que impulse la marcha de la humanidad.

El diálogo entre culturas y civilizaciones, por el contrario, sí que es un motor de paz y de progreso, permitiendo la difusión de innovaciones producidas en marco de cada una de ellas y la perfección del género humano en su conjunto, en su inacabado proceso de humanización.

Más que un ejercido intelectual, el diálogo entre cultura y civilizaciones es una necesidad, tal vez la única salida posible. Los trágicos acontecimientos en Estados Unidos en 2001, de España en 2004 y lo ocurrido el pasado mes de julio en Inglaterra obligan a interrogarnos sobre el porvenir de la humanidad.

Hoy más que nunca se hace necesario promover la comprensión y el diálogo entre culturas y civilizaciones, poniendo en primer plano una concepción de la relación entre ellas que de espacio a la alteridad, al reconocimiento del otro y su diferencia.

Acciones

En el curso de los últimos años han sido numerosas las acciones en ese sentido. En efecto, el 4 de noviembre de 1998 la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el año 2001 “Año de las Naciones Unidas por el Diálogo entre Civilizaciones”, acogiendo así la propuesta del presidente de la República Islámica de Irán, Seyyed Mohammed Khatami, de que, en el contexto de la mundialización, se requería de un instrumento de comprensión y de acercamiento entre los pueblos, de un diálogo entre culturas y civilizaciones.

En el 2000, la Asamblea General adopta la resolución 55/23, que establece el calendario de actividades a ejecutarse durante el “Año de la Naciones Unidas por el Diálogo entre las Civilizaciones.

La UNESCO, organización comprometida con el desarrollo de una cultura de paz, ha hecho del diálogo entre culturas y civilizaciones uno de los principales objetivos de su estrategia a mediano plazo y en ese sentido son muchas las acciones que ha desarrollado en el curso de los últimos años.

Veamos algunos de los instrumentos normativos que ha preparado.

En octubre de 2001, la 31ava. Conferencia General de la UNESCO proclamó la Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural que dota a la comunidad internacional de un importante instrumento normativo para afirmar su diversidad cultural y recordar que esta es parte de la humanidad misma. Esta declaración constituye además un paso hacia una convención que establezca derechos a la particularidad del hecho cultural.

Es hacia ese objetivo que nos acercamos hoy. La UNESCO tiene ya preparado un proyecto de Convención sobre la Protección de la Diversidad de Contenidos Culturales y de las Expresiones Artísticas que será sometido a la consideración de 33ava. Asamblea General, a celebrarse en octubre del año en curso. Esperamos que los países miembros den masivamente su apoyo a este nuevo instrumento, destinado a crear un contexto favorable al diálogo entre culturas y civilizaciones y a la edificación de la paz.

*Carlos Segura es sociólogo, actualmente ocupa el cargo de ministro consejero de la Delegación Permanente de la República Dominicana ante la Unesco, en París.

1 Bernard Lewis es un académico británico instalado en Estados Unidos desde 1974, que luego del ascenso a la presidencia de George W. Bush pasó a ser un escuchado consejero de la Secretaría de Defensa.

2 Bernard Lewis, Islam, Cuarto, Gallimard, París, 2005, p. 55.

3 Samuel Huntington, The Clash of Civilizations and Remaking of World Order, Simon & Schuster, 1996

4 Ignacio Ramonet, « Londres, Bagdad », Le Monde Diplomatique, agosto, 2005, p.25)