La escena surrealista que vimos el viernes pasado durante la trasmisión en vivo del encuentro, o más bien encontronazo, entre Donald Trump y Volodymyr Zelensky, sella el fin del orden internacional que se estableció tras el cese de la Segunda Guerra.
Con el desplome de este orden, propiciado por las fuerzas más egoístas y despiadadas de Estados Unidos, que se esconden detrás de su escudero Donald Trump, también se vienen abajo las reglas que lo regían. Reglas que, con sus fallas, han servido bastante a Europa y al resto del mundo.
Nadie, por mucho que desprecie a la ONU y al multilateralismo, puede negar que al menos ha servido para que el mundo se hable. Y nada garantiza que un mundo sin un escenario donde dialogar y sin normas que respetar sea mejor.
Con el desplome de ese orden internacional, el mundo se devuelve, retorna al imperio de la ley del más fuerte y al sálvese quien pueda.
Así lo han querido las fuerzas más retardatarias de este mundo, que tienen hoy como cabezas visibles a un Donald Trump autoproclamado rey y un Vladimir Putin autoproclamado zar.
El plan está en marcha, al rey nada lo detendrá en su intento por anexar Canadá y Groenlandia, y el zar continuará su ofensiva hasta apoderarse del pedazo que más le interesa de Ucrania. Pero no se detendrá allí, tratará de extender su dominio sobre el viejo continente hasta donde alcancen sus cañones.
En ese mundo sin normas, regido por la ley del más fuerte, cada quien tendrá que ocuparse de su propia defensa.
Europa, abandonada por Estados Unidos, tendrá que defenderse sola, y Canadá, que tradicionalmente ha contado con su vecino para su defensa, tiene hoy sobradas razones para no verlo más como un aliado, sino más bien como una amenaza.
Esto va a forzar a los países de la OTAN que invierten menos del 2 % del PIB (mínimo exigido), como Canadá (1.37), Italia (1.49), Bélgica (1.30), España (1.28), a redoblar sus gastos militares.
Y los demás, incluso aquellos que cuentan con la disuasión nuclear, como Francia y Reino Unido, continuar aumentando ese gasto.
Francia ya tiene planes de pasarlo de un 2.1% de su PIB a un 5%, el Reino Unido de 2.3% a 2.5%, y Polonia, que teme ser la próxima víctima de las ambiciones de Putin, ya consagra el 4.7% de su PIB en defensa, el doble de lo que invertía en 2013.
Este aumento en gastos militares, en medio de las dificultades económicas que confrontan muchos de los países de la Unión Europea, sobre todo Alemania, que es el motor de ese bloque, tendrá consecuencias para todos, ricos y pobres. Menos bienestar para los primeros y muy poca o ninguna ayuda para los segundos.
La ayuda internacional al desarrollo, de la que dependen varios países, incluyendo a nuestro vecino Haití, corre el riesgo de desaparecer. Ya Trump acaba de darle un golpe mortal con el cierre de los programas de la USAID. Detrás vendrán la Unión Europea y Canadá con el cierre o drástica reducción de sus programas de ayuda en África, Asia y América Latina, forzados por el aumento de sus gastos militares en medio de una complicada coyuntura económica.
Triste panorama para los millones de desafortunados de este mundo que cuentan con esa ayuda para el control de epidemias, acceso al agua o llevarse un puñado de arroz a la boca.
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