En la sociedad indígena existía un marco de diferenciación sexual y social entre las mujeres y los hombres. Las mujeres se dedicaban a actividades relacionadas con la reproducción y producción de alimentos, pero esto último estaba controlado por los hombres. Al decir, de los cronistas de indias (Oviedo, Las Casas y Anglería) en la sociedad indiana las mujeres tenían la posibilidad de gobernar, es decir convertirse en caciques y tener libertades sexuales igual que los hombres, cosa opuesta a las normas corpóreas de los hombres y mujeres españolas. Pero esto no era bien visto por los peninsulares ni por supuesto, por las estructuras eclesiásticas. Las referencias de los cronistas son innumerables sobre aspectos de la vida cotidiana y del cuidado del cuerpo. Las opiniones al respecto desembocan en la difamación, reprimendas y castigos tanto a las mujeres como a los hombres indianos.

Durante la colonia se establecieron reglas que rechazaron de plano los sistemas familiares, reglas de matrimonio y las prácticas sexuales de la cultura aborigen. La desnudez fue vista como obscena e impura. Las expresiones conductuales y expresividad de las mujeres en torno al sexo, le valió el mote de rameras. Ya por eso fueron expresiones de escándalos éticos, las posturas de las cacicas al desposar varios hombres, las prácticas tempranas de actividad sexual entre las mujeres y hombres o de las libertades que mostraban con su cuerpo. Veamos lo que nos dice Oviedo:

“… las viejas han de parir, que ellas no quieren estar ocupadas para dejar sus placeres ni preñarse para que se le aflojen las tetas, de las cuales muchos se precian, y las tienen muy buenas”[1].

Las mujeres indígenas fueron vistas y figuradas bajo la lupa del amo. En los discursos se destacan su belleza, la condición de madre, fiel esposa o hija. En algunos casos solo refieren sus hazañas individuales, ya porque lucharon contra el conquistador o simplemente se le menciona como acompañante de un gran hidalgo.

Esta mirada sobre el cuerpo de las aborígenes, fue muy común entre los clérigos y hombres en general. Pocas veces se referían a estas dentro de sus afanes cotidianos de trabajo y su participación en las esferas del poder. A pesar de que las indígenas eran activas en su sociedad, en la política caciquil o en sus hogares. El amo blanco, la desdibujó y la condenó por su “irreverencia a la ética hispana” o simplemente la invisibiliza como garantía para que no recurrieran a sus prácticas matrilineales y restauraran los cacicazgos[2]. A decir de Michelt Perrot la invisibilidad y el silencio dan garantías para una sociedad pacífica[3].

El conquistador retoma la asimetría sexual de su sociedad y la extrapola a las tierras nuevas. Establece una marcada incomunicación entre los sexos, impone un modelo de familia sostenida en la monogamia, define la heterosexualidad como la norma, establece la disciplina e impone la base de la occidentalidad, la cristiandad. Prohíbe y propone la sublimación de las pulsiones eróticas y controla los cuerpos, aunque esto no impidió el mestizaje, pero sí acentúa la presión moral sobre las mujeres indianas.

La nueva representación se instaló con problemas, porque a pesar de tantas reprimendas, no se pudo domesticar las pasiones de los peninsulares, bajo los desbordantes deseos, encuentros y presencia de la actitud corporal indígena y de las expresiones de otras éticas que no estaban arropados por una vestidura de culpa cristiana.

En la nueva sociedad se problematiza la desnudez, las pasiones, el amor libre en la vida cotidiana en general. Las mujeres blancas de la clase dominante no estaban exentas de tales prerrogativas, aun fueran encomenderas, estuvieran rodeadas de esclavos negros o indígenas. La regla era la sumisión frente al varón. No obstante, algunas fueron capaces de lanzarse a grandes pasiones y responsabilidades, si no tenían un hombre a su lado, dada la viudez o el desamparo.

El cuerpo de las indígenas problematiza la expropiación de los recursos, ya que fue el ámbito primero en el que se viabilizan las relaciones sociales y la colonialidad, entendida esta última como la manifestación oficializada de dominio de un modo de producir, pensar, sentir y tocar.

En la colonia operó un modo particular de decir, representar y ver la realidad que rompió la base de la sociedad indiana. La miscegenación fluyó por los recovecos de la isla consolidando así los nuevos significantes de poder social de los peninsulares. El cuerpo de las indígenas no fue descuidado, se legisla sobre él, se le arropó, desvalorizó y convocó bajo una nueva dimensión cultural que yo imagino que fue el significante de la represión, lo que llevó a los peninsulares a someterlas a los espacios del mundo doméstico. Situación que no se corresponde con las múltiples tareas que las mujeres originarias desempeñaron en su cultura.

La colonialidad instala una determinada representación y concepción del mundo mediante el control del cuerpo de las indígenas. Y fue bajo ese orden que se intensificó el castigo, ya por violación o por supresión de la vida (genocidio).

La colonialidad estructuró una nueva ética. El cuerpo de las aborígenes se encuadra en un espacio-tiempo social que fue modelado, disciplinado, y conducido por nuevos caminos. La imposición discursiva de carácter eclesiástico y estatal suprimió los viejos preceptos del parentesco indiano y sobre el cuerpo de las aborígenes se acomodó el dominio patriarcal, instaurando así la perspectiva del colonizador.

La sociedad aborigen organizaba sus sistemas productivos en base a los bienes comunes y la no propiedad. El sistema colectivista se ampara en la reciprocidad y la redistribución igualitaria de los bienes. Los hombres y mujeres eran productores de alimentos, por lo que la individualidad queda subrogada a la única opción posible el compartir sus posesiones, el trabajo, los alimentos y las penas. El intercambio, ya sea por medio de trueque o regalos eran las reglas de la casa de los caciques y de todo el entramado social arahuaco. Todas estas formas colectivistas estructuraban la política indígena.

La memoria historiográfica señala que existían ciertas diferencias entre los roles de género en la sociedad aborigen. Por ejemplo, las mujeres jugaron un papel fundamental en el proceso de siembra y cosecha, además de ser la gestora de la artesanía, la alfarería y preparación del Casabe. No obstante los hombres controlaron la cacería, la agricultura y el sacerdocio.

Según Fray Bartolomé de Las Casas, los nativos iban con los hijos y mujeres a los bosques a cazar, recoger frutas y semillas y que las circunstancias era la que determinaba qué tipo de trabajo y cómo se distribuirá dentro del grupo. Lo que es importante, ya que la mirada de la historia tradicional dejaba de lado la importancia del trabajo grupal para la cacería o la pesca. Diversos investigadores como Arroyo 1988, Sued Badillo 1992, Haviser 1992 y Domínguez 2001 dan cuenta de esto y señalan que el trabajo de las mujeres es imprescindible para entender la economía indígena. Sin embargo, existían estas actividades productivas comunes y otras que dentro del marco societal arahuaco daban prestigio y poder solo a los hombres.

Entre ella se destacan el oráculo de la Cohoba, las prácticas chamánicas de curación relacionada con el rito de la cohoba y el control político de las confederaciones. El ritual de la cohoba[4] estaba vedado para las mujeres[5], mas no así, la curación chamánica que podían ser ejercida por hombres y mujeres, pero ellas participaban en menor proporción de las actividades chamánicas, según percibían los castellanos.

Las mujeres arahuacas no ejercían la función dual de ser chamán y cacique al mismo tiempo[6]. Pero eran excelentes parteras y trataban las enfermedades por medio de plantas y sahumerios. Su presencia en las labores de parteras y manejos de las hierbas era aceptado por su sociedad y así lo señalan los Peninsulares cuando refieren a las actividades curativas de las mujeres dedicadas a la medicina con plantas.

La existencia marcada de diferenciación en actividades sociales, culturales o económicas sitúa claramente una barrera de género y por ende fomenta relaciones de desigualdad dentro de la sociedad aborigen. Tales diferencias muestran los cambios que se perciben al interior de una cultura tribal igualitarista por una sociedad en transición a clases sociales, en la cual los hombres van en ascenso por encima de las mujeres.

El orden patriarcal prehispánico se sustentaba en costumbres y acciones que en el marco de lo simbólico y lo discursivo eran valoradas y aceptadas por la sociedad india en su conjunto. No se tiene referencia de mujeres y hombres en lucha por el poder caciquil, por los menos, los clérigos no lo señalaron en sus relatos, ya porque su mirada estaba viciada por su carga religiosa y patriarcal o simplemente no presenciaron, tales casos.

En la sociedad igualitaristas arahuaca, los hombres tenían el control, manejaban poder, dirigían la casa comunal y establecen las reglas en lo que compete al oráculo de la cohoba, el cual permitía un acercamiento directo con las entidades del mundo místico indígena.

El antropólogo Richard Lee plantea que aunque en las sociedades pre-modernas igualitarias no existe dominación masculina, como lo conocemos en las sociedades modernas, existía la opción estratégica como tal, es decir de ciertos hombres asumir el poder polìtico en esfera de la guerra o de la decisiones relativas a la distribuciòn de los recursos económicos de la sociedad, aunque de manera parcial y muy simulado con lo religioso. Dice que existe poder masculino y este se muestra en un Poder–hacer en vez de un Poder-sobre otro. Es decir “un poder-hacer esto o lo otro para los demás que recaerá en mí”[7]. Pero ese poder hacer para las mujeres significaba estar fuera de ciertas actividades religiosas y ejercer roles que la sacaban del control político, entre otros.

En las sociedades originarias la religión juega un papel importante para disfrazar las estructuras de poder, tanto en el ámbito cotidiano como en las relaciones entre hombres y mujeres. Esto se manifiesta, de forma sutil y casi invisible en los sistemas parentales, por la obediencia al padre o la madre entre otros. A decir de Foucault, tal vez lo que se instaura es un sistema de vigilancia en la esfera de la familia y una práctica disciplinaria que irrumpe con el control del cuerpo femenino, los gestos y lo cotidiano, legitimando así el privilegio de ciertas actividades o tal prerrogativa, a favor de los hombres[8].

En general, la sociedad indígena se estaba produciendo cambios que apuntalaban a una transición hacia estructuras estatales[9] y a un cambio en los sistemas matrilineales[10] por estructuras de parentesco patrilineal[11]. Estos marcos de transición, permiten entender, porque en la sociedad arahuaca había tan pocas mujeres con posición de jefatura en las confederaciones[12]. Salvo algunos casos referenciados por los cronistas, las mujeres estaban marginadas a la posición de esposa de cacique o servían para dar configuración al mapa parental, pues múltiples alianzas recaen sobre sus hombros. Las mujeres principales eran intercambiadas, entre los diferentes clanes y confederaciones para asegurar mejores relaciones estratégicas y ampliar los territorios dentro de las entidades políticas mayores como los cacicazgos.

El cambio de sistemas parentales matrilineales a patrilineales, tal parece que estaba marginando la posición de las mujeres indígenas en la esfera política y en la toma de decisiones.

En general, se sabe poco sobre las reglas que establecen el orden social en los estamentos de la estructura societal arahuaca. Pero hay pistas que indican que la religión y las relaciones de parentesco jugaron un papel importante en el cuidado del comportamiento de la gente. Veamos:

Las estructuras familiares matrilineales definieron reglas que favorecen la presencia de una diosa madre, llamada Atabey Yermao Guacar Apito y Zumicao[13] y de dioses que se subordinan, pero también es resaltado por los cronistas que una entidad masculina, era la que tenía el control de la agricultura. El Dios Yocahu Bagua Maorocoti (hijo de Atabey) y otros cemíes masculinos supeditados a los principales (Cocorote[14]), a los cuales se les rendía culto.

El panteón de dioses arahuaco estaba en transformación a la llegada de los castellanos y es muy probable que la presencia de los linajes patrilineales se fortalecieron con la adoración y valoración de dioses masculinos como Yocahu. Los clanes femeninos probablemente se debilitaron por la emergencia de la fuerza masculina dentro de los clanes. Esto lo evidencian los cronistas de Indias cuando dicen que algunos grupos practicaban las reglas patrilineales y otros las matrilineales. El principio femenino se debilitó con la conformación de las confederaciones.

Esto esclarece el proceso que estaba aconteciendo en la sociedad arahuaca. En el panteón de dioses arahuaco se observa las configuraciones culturales que definen las reglas de poder y las tensiones sociales existentes entre los géneros. Los dioses y diosas de la cultura aborigen están marcados por relaciones dicotómicas, lo que explica el debilitamiento de las fuerzas femeninas, ellas controlaban los vientos, el agua dulce y salada, etc.

Las diosas quedaban marginadas a la esfera de lo fluido, que implicaba la fertilidad, lo que se presenta en el campo de la psique, de la naturaleza en su estado más prístino. El poder de las diosas fue puntual (mitos de origen o de transformación)[15]. Más aún con las confederaciones eran los dioses masculinos que tenían mayor influencia en la sociedad originaria.

En cambio, los dioses masculinos regían la producción (Yocahu) o Boinayel, la lluvia. Estos dos dioses favorecen la agricultura. Ambos representaban la fertilidad y la benevolencia. Posibilitaron la alimentación y las aguas serenas. Mientras una Diosa femenina llamada Guabancex (huracán), representaba la destrucción. Estas fuerzas masculinas de origen divino representan los significantes que entablaron en lo simbólico, la diferencia genérica en la estirpe divina. Ninguno de los cronistas relata los cultos a la gran Madre Atabey. Y no solo hay que entenderlo en el lenguaje de la masculinidad de los peninsulares, sino también en la expresión de los cultos que le mostraron los indígenas a los conquistadores[16].

La fuerza masculina escenificada por los dioses (Yocahu, Boynayel y Marohu [17]) se expresa en la fuerza de la creación y de la vida productiva. Estos tres dioses eran depositarios con su semen divino de fertilizar la tierra y dar de comer a la población. En pocas palabras son las fuentes que posibilitan el equilibrio de la tierra y su importancia no se discute en una sociedad donde la horticultura era la base de la producción. En el caso de Yocahu se puede entender, a priori, su privilegio dado su linaje materno (hijo de Atabey). Sin embargo la adoración a esta deidad se privilegia por encima de su madre y esto es entendible porque la yuca constituía el principal producto agrícola.

En la cultura arahuaca la gente se comunicaba con los espíritus de la naturaleza, sus prácticas animistas definían una estrecha relación con el mundo espiritual. Todo lo existente tiene vida y se expresa mágicamente. Sus dioses hablaban y podían estar representados por una piedra, un árbol o un animal. Los dioses exigían cultos y eran colocados en un lugar importante dentro de la casa o cercano a ella. Dioses y diosas representan en la sociedad aborigen una esfera importante en la toma de decisiones cotidianas y políticas. Veamos lo que nos dice fray Ramón Pané sobre los cemíes, el culto a las piedras y su interpretación animista de la naturaleza:

“…hablan de piedras que tienen forma de un nabo grueso, con las hojas extendidas por tierra y largas como las de las alcaparras; las cuales hojas, por lo general, se parecen a las del olmo; otros tienen tres puntas, y creen que hacen nacer la yuca. Tienen la raíz semejante al rábano… Digamos ahora de la creencia que tienen en lo que toca a sus ídolos y cemíes, y de los grandes engaños”[18]…

En el imaginario indígena la competencia divina no se discute. La muestra está a la mira de los productores en cada cosecha. La devoción se incrementa y se popularizan las fuerzas masculinas. Esta animosa devoción la reseñan y critican los cronistas.

Con la preeminencia de los dioses masculinos se inaugura un nuevo orden que implicó la sujeción de las mujeres y con ello el debilitamiento de las diosas prístinas. La devoción a diversos dioses masculinos, tales como Yocahu, Opiyel Guobiran[19], Bayamanaco[20], Corocote y Maketaurië Guayaba[21], Boinayel[22], Marohu[23], Mahuatiahuel[24], entre otros, marca la gran ruptura de los clanes femeninos.

En la cultura arahuaca la fuerza de los hermanos, ya se refieran a los cuatro gemelos (Deminan Caracaracol y los otros sin nombres) hijos de Itiba Cahubaba o la gesta de Guahayona[25], son los mitos de origen que hablan del creador de la exogamia y del inicio de la estampa de los lazos patrilineales.

En la sociedad arahuaca el parentesco sostenido en los lazos patriarcales separa a los hombres de las mujeres. Esto se expresa claramente en el poder político de los cacicazgos, en las alianzas matrimoniales entre las confederaciones y los cultos religiosos a los dioses masculinos. El poder femenino de las indígenas es destituido, ellas dejan de controlar abiertamente la medicina (práctica chamánica) y no participan del oráculo de la cohoba.

Los cronistas decían que los pobladores de la isla de Santo Domingo asumen las enfermedades y los problemas productivos en el campo agrícola por un mal entendido con sus dioses o simplemente, porque no acataban los rituales pertinentes frente a las fuerzas espirituales que los dirigían. En el mundo espiritual indígena, la violación a tabúes está relacionada con el no cumplimiento de los acuerdos contraídos con los cemíes. Agradar a los dioses era la razón de ser en el orden social indígena. Por eso las deidades plasmadas en las cuevas son una referencia importante para entender lo místico. De ahí que los cultos a las cuevas son la clave para entender los significantes aborígenes y la importancia de las mujeres en los procesos de creación y su debilitamiento con la transición de los clanes matrilineales.

El culto a una diosa madre es propio de sociedades con un tipo de sistema parental matrilineal, propio de sociedades cazadoras/recolectoras. En la sociedad arahuaca este se debilita con la aparición de cultos significativos a dioses masculinos que fomentan la horticultura. La fuerza del orden masculino aparece cuando se aminoran los cultos a la gran madre Atabey y se populariza su hijo Yocahu (protector de la yuca). Sin embargo, en las cuevas se entronizan los misterios femenino, al representar la lucha de los viejos linajes femeninos con lo masculino, como se muestra en las pictografías de las cuevas.

[1] Gonzalo Fernández de Oviedo: Historia General y Natural de Las Indias. Libro 42, Cap. III, Madrid, 1851. P. 130

[2] Como pasó con Anacaona, que fue asesinada con todos los nitaínos y consejos.

[3] Michelle Perrot: Mi Historia de las Mujeres. Buenos Aires. FCE, 2008.

[4] Es la principal ceremonia religiosa en la cual se inhala unos polvos alucinógenos. En esta ceremonia el cacique o behique entraba en un estado de trance creyendo comunicarse con sus dioses o espíritus a los que invoca pidiendo ayuda y protección. Cfr. Roberto Cassá: Los Taínos de la Española. Santo Domingo. Editora de la UASD.1974.

[5] Los cronistas de Indias señalan que el ritual de la Cohoba estaba dirigido por el cacique, nitaínos y chamanes. Son claros en decir que las mujeres no participaban de esta actividad que permitía una comunicación directa con los dioses.

[6] En las crónicas indianas no conozco referencia alguna sobre esto.

[7] Richard B. Lee: The Kung San: Men, Women and Work in a Foraging Society. Cambridge: Cambridge University Press. 1980.

[8]Michel Foucault: El ojo del poder. www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS. 1980

[9] Ver Francisco Moscoso. Tribu y clases en el Caribe Antiguo. Universidad Central del Este. Santo Domingo, 1986.

[10] Se reconocía la descendencia matrilineal antes de la conquista y esto aseguraba que la sucesión jerárquica sólo pasará por la vía femenina.

[11] Esto se puede ver en la importancia que se le estaba dando a los dioses masculinos como Yocahu Bagua Maorocoti (Dios de la yuca). Probablemente impulsado por los clanes para dar poder a las fuerzas masculinas. También se verifica que hay caso de sucesión por la vía paterna al cargo de cacique. Ver Oviedo citado por Roberto Cassá en Los Taínos de la Española. Santo Domingo. Editora de la UASD.1974.

P. 145.

[12] Esto es interesante, porque puede ser que en muchos casos los peninsulares invisibilizan a estas mujeres en la esfera de poder o simplemente a su llegada el descalabro de los sistemas matrilineales estaba puesto en escena.

[13] La diosa Atabey no tiene principio y sus cinco nombres dice Pané que le daba el poder de ser la más importante. Esto nos dice que muy probablemente sus nombres refieren al control de cinco antiguos linajes controlados por la madre. Podría estar asociado esto al mundo celestial indígena o simplemente parte de la memoria histórica que nos habla que en sus orígenes podrían estar conformados por cinco clanes.

[14] Dios masculino vinculado con la fertilidad.

[15] Aunque esto podría decirse que es muy común en sociedades pre-modernas. La realidad es que las luchas entre los géneros también se observa entre los dioses, puede señalarse al panteón griego, yoruba, etc. Sin embargo es importante señalar que la fuerza de la fertilidad es un significante de poder y que corresponde en las sociedades neolíticas a la configuración que da base a la vida.

[16] En las sociedades estatales o en transición, tal parece que la fertilidad deja de tener el elemento preponderante para pasar a otro significante material que va tener preponderancia y define la propiedad y el poder. Lo femenino aquí se idealiza o se deja para el marco de las subjetividades espirituales, las cuales van a buscarse para resolver los entramados de la psiquis o las crisis por las enfermedades del cuerpo. Se produce una alianza hasta que se subroga la fuerza de la materialidad bajo los sistemas de poder estatal.

[17] Dios del sol.

[18] Fray Ramón Pané: Relación acerca de las Antigüedades de los Indios. Editora Siglo XXI. México. 1974. Versión publicada por Juan José Arrom. P. 30.

[19] Dios perro taíno.

[20] Dios que representaba al abuelo, el que controlaba el conocimiento de la preparación del casabe y de la cohoba.

[21] Dios de los muertos.

[22] Dios de la lluvia.

[23] Dios del sol.

[24] Dios del alba.

[25] Era un personaje importante en la cultura arahuaca se le atribuyen conocimientos de plantas medicinales, la metalurgia y el fin de los linajes matrilineales.

Fátima Portorreal

Antropóloga

Antropóloga. Activista por los derechos civiles. Defensora de las mujeres y los hombres que trabajan la tierra. Instagram: fatimaportlir

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