Hay poetas que esculpen palabras sobre el mármol del tiempo. Y hay otros, como Anne Sexton, que sangran en cada sílaba, que no escriben, sino que gritan, que no narran, sino que suplican, y lo hacen con una dulzura feroz, como si el infierno tuviera flores. Su poesía no es refugio, es incendio. No es consuelo, es espejo. En ella la belleza se tiñe de sombra, y la muerte se arropa con la más íntima de las ternuras.

Nacida en noviembre de 1928, Sexton no llegó a la poesía por vocación, sino por necesidad. Fue la psiquiatría -esa ciencia que ausculta el alma- la que la empujó a escribir, como un ejercicio de supervivencia. Su terapeuta, el doctor Martin Orne, le sugirió que escribiera como parte de su tratamiento y lo que comenzó como terapia se convirtió en una revolución. La suya. La nuestra.

Inspirada por Rimbaud y Baudelaire, dos de los mejores escritores franceses de todos los tiempos, Anne Sexton escribió desde la entraña, sin el permiso de nadie. Escribió como mujer, como madre, como loca y como santa. En un mundo que le que temía a la voz femenina cuando ésta hablaba del deseo, de la muerte, del cuerpo, de Dios, ella se atrevió. Y al hacerlo, nos dejó una obra poética que es, en sí misma, un acto radical de existencia.

En la confesión como arte y el poema como herida, Sexton fue parte del movimiento de la poesía confesional, al que también pertenecieron Robert Lowell, Sylvia Plath y W.D.Snodgrass. Pero, a diferencia de ellos, su confesión no se hacía desde la orilla del lenguaje, sino desde el naufragio. “Estoy cansada de ser la víctima del poema”, escribió, “quiero ser su verdugo”, comentaba a su entrañable amiga Plath.

Su primer libro, To Bedlam and Part Way Back (Al manicomio y de regreso al medio camino) publicado en 1960, es un diario de sombras, un cuaderno de hospital, un canto al dolor mental que lejos de cerrarse sobre si mismo, se abre como un jardín venenoso: “No soy tu cura ni tu enfermedad. Soy lo que queda cuando el tratamiento ha terminado”, escribiría. Allí, la locura no es estigma, sino emblema. La poesía se vuelve la forma más clara del delirio.

Luego vendría All My Pretty Ones (Todos mis seres queridos) de 1962, donde la muerte de sus padres se convierte en una columna vertebral para los versos. El dolor filial se trenza con imágenes domésticas, con la infancia que no protege y el hogar que no abriga. Más tarde, en Live or Die (Vivir o morir) de 1966, la poeta no elige la vida ni la muerte: las conjuga, las enfrenta y entrelaza. Con este libro ganó el año siguiente el Premio Pulitzer de Poesía.

En Transformatios (Transformaciones), Sexton reescribe los cuentos de hadas, pero lo hace desde el subsuelo. Toma a Blancanieves, Caperucita, Rapunzel, y las libera -o las condena- a la verdad del deseo femenino, a la jaula del patriarcado y al espejo roto de la feminidad. Es una obra brutal y mágica a la vez, donde la princesa ya no espera rescate, sino que narra su propia caída.

Diane Wood Middlebrook, en una de sus biografías más leídas, dice: “Anne Sexton vivía en una cuerda floja entre la gloria del lenguaje y el abismo del trastorno mental. Y escribía para no caer. O para caer con estilo.” Middlebrook revela como la poesía fue la tabla de salvación y el cuchillo de doble filo que sostuvo su existencia hasta el último día.

La poesía de Anne Sexton es profundamente carnal. Cada poema es una geografía del cuerpo femenino, sus ciclos, sus ansias, su hambre. No teme nombrar la masturbación, la infidelidad, el aborto. Pero no lo hace desde el escándalo, sino desde la verdad lírica. Porque soy mujer, tengo pecados que los hombres no pueden imaginar, parece decirnos en cada verso.

En The Book of Folly (1972) y The Death Notebooks (1974), la poeta se adentra en su relación con Dios, con Cristo, con la redención. Su poesía se vuelve oracional, pero no pierde ni un gramo de carne. Reza, pero gime. Suplica, pero muerde. “Oh Señor, tú eres mi lápiz roto”, escribe, “sin embargo, contigo intento escribir algo sagrado”.

Entre sus poemas más conocidos está:

FANTASMAS

Algunos fantasmas son mujeres,

ni abstractas ni pálidas,

sus pechos tan flácidos como pescado muerto.

No brujas, sino fantasmas

que vienen, moviendo sus brazos inútiles

como sirvientes despedidos.

No todos los fantasmas son mujeres,

he visto otros:

hombres gordos con barrigas blancas,

llevando sus genitales como trapos viejos.

No demonios, sino fantasmas.

este patalea con pies desnudos, dando tumbos

encima de mi cama.

Pero eso no es todo.

Algunos fantasmas son niños.

No ángeles, sino fantasmas:

enchinándose como tazas rosas de té

sobre todos los cojines, o respingando,

muestran sus traseros inocentes, lloriqueando

por Lucifer.

El 4 de octubre de 1974, Anne Sexton se quitó la vida en su garaje, vestida con su abrigo de piel y una copa de vodka al lado. Pero su muerte no fue un final. Fue la última metáfora. La última línea de un poema escrito con años de cicatrices.

Esta mujer nos habló desde la herida, leerla es como entrar en una catedral donde la liturgia es dolor, y el incienso, la confesión. Su poesía no salva, pero acompaña. No redime, pero desnuda, y en esa desnudez hay una forma antigua de verdad.

Nos enseñó que la belleza puede ser oscura, que la locura tiene nombre y que escribir es un acto de valentía, no de exhibición.

Quienes han amado a Anne Sexton saben que no se la lee, se la habita. No se la cita, se la respira. Su voz está hecha de lo que nadie quiso oír, pero todos sentimos alguna vez. Y por eso sigue viva. En cada mujer que escribe para no morir, en cada poema que arde en la frontera entre el deseo y la desesperación.

Sexton no fue una poeta maldita, fue una poeta necesaria. Su obra es una constelación de heridas brillando en la noche de la literatura. Y hoy, más que nunca, la seguimos leyendo, no para entenderla, sino para no olvidar que aun en el borde, las palabras pueden ser una forma de amar la vida.

Lizamavel Collado

Política

Lizamavel Collado es periodista, gestora empresarial, especialista en programación macroeconómica, ingeniería financiera, derivados, presupuesto y gestión pública. Presidenta del partido Poder Ciudadano.

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