Llega la hora en que ‘todos’ nos asemejemos. Y todo porque, incluyendo a privilegiados y engreídos del norte, ahora separados de los del sur por el recién bautizado Golfo de América, hemos de reconocer con conciencia histórica y humildad evangélica, lo caro que sale desconocer el consejo gratuito que en su tiempo dio el Arcipreste de Talavera (1398-1470): “Quando la barva de tu vezino vieres pelar, pon la tuya de rremojo”.
En efecto, en la cosa pública estadounidense está en proceso de ser establecido, por fin, un verdadero régimen de allende. A seguidas, algunos pelos como señal de esa barba acalorada e incipiente.
II. Al igual que más al sur del norte, se trata de un gobierno del cual no podrá esperarse que los jueces resguarden la casaca republicana de un Estado político de derecho y, popularmente, democrático bajo el lema de que E pluribus unum y, como tiene que ser -según la decimocuarta enmienda constitucional- todos iguales bajo la misma ley.
Como está por verse, de extenderse el fuego de la usanza sureña de todo un rosario de autoridades redentoristas que barren bien, como las escobitas nuevas, las cortes, abrumadas de apelaciones por injusticias y persecuciones, no podrán administrar tal justicia. Por no poder, ni siquiera podrán resguardar las migajas que caigan de la mesa de tutumpotes y multibillonarios que, a cambio de nada y sin que a alguien importe el conflicto de intereses, respaldan a la franca a un arrollador liderazgo ejecutivo que, por demás, cuenta con el voto popular y está avalado por una caja de resonancia congresual.
Entendida y ejercitada así, con cada nuevo amanecer, la cosa pública deja más atrás en el olvido el sacrosanto principio de la división de poderes. División en la que, por principio y fundamento, el poder más decisivo, por imparcial y significativo que es en la administración de justicia, resulta ser el Judicial, con sus jueces, jurados y tribunales. Eso así, por añadidura, porque en las tierras del hombre libre no es reconocida la figura ni los atributos del monarca, sea este constitucional o, de facto, autoritario o ungido por la gracia de Dios.
De ahí el desafío institucional que enfrentan quienes parecen adentrarse temerariamente en la sombría caverna de todas esas repúblicas en las que se siembra, cosecha e ingiere el ridiculizado y adulterado banano que todos consumimos. En particular, dado que ya se ha comenzado a poner en entredicho y a socavar la separación y autonomía de los poderes del Estado. Por algo será que el propio mandatario ha declarado que, dado su interés de salvar la República, no importa si viola o no un sinfín de leyes, reglamentos y procedimientos.
Solo ese contexto explica que no haya juez, federal o no, que, desacatado, no llegue a temer incluso por su vida cuando meramente exige a funcionarios subalternos del Ejecutivo que le suministren información oculta para poder hacer justicia.
Otro asunto aún más decisivo, a modo de prueba final, a propósito del liderazgo redentor del último de los mesías advenido a tierra americana. Con él, la continuidad del Estado político es inexistente. No hay pactos ni contratos y menos aún acuerdos comerciales u otros que contengan una ráfaga de tuits, una andanada de decretos o un arranque de jerarca. El Estado es él y, a todos los acólitos, les toca decir, ni más ni menos que, ¡amén!
En ese contexto, la patria de un innumerable conglomerado de inmigrantes, acogidos por iguales al orden establecido por los padres fundadores y sus descendientes, se tambalea, a cada instante. En ausencia de las obligaciones que conllevan las decisiones de Estado, no se trata de restaurar o enmendar lo torcido o corregible, sino de fundar con cada decisión algo nuevo, a partir de cero.
Me detengo ahí, para no explayarme aquí hablando de las leyes del mercado, la defensa parcializada de la libertad de este, la búsqueda de halagos e intereses propios más que la misma felicidad, el asidero de las deudas por pagar de innumerables aliados desaliñados, un gobierno asentado sobre una deuda pública creciente, un presupuesto abultado de rojos y, todo eso, superado tan solo por la ambición -a la mejor usanza del exmandatario McKinley- de recursos, tierras e islas ajenas. Decía que trazo la raya de Pizarro ahí, para no marear poniendo y quitando o reduciendo aranceles a titirimundi y a tutiplén, dando siempre la impresión falaz de disparar y apuntar después.
III. En conclusión, en la gran nación republicana y democrática de alguno de los americanos al norte de aquel golfo contiguo a México, algo parece indicar que no supieron prevenir a tiempo el ardor de nuestra barba sureña. Por consiguiente, quiera Dios que no lleguen a oír ni ver a alguien vocear, en medio de una forzada crisis constitucional -puesto que por ahora allá está vedada la reelección presidencial por tercera vez a cualquier mandatario- algo así como aquello de que, por el motivo, razón o circunstancia que sea, “la Constitución es un pedazo de papel” que cada representante del Poder Ejecutivo manosea, endiosado, a su imagen y semejanza.
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