Resumen

Este artículo de la serie profundiza en la distinción entre literatura infantil y literatura juvenil, analizando tanto sus fronteras como sus posibles zonas de diálogo. A partir de las teorías de la recepción (Jauss, Iser), de la producción literaria y desde la perspectiva afectiva y simbólica del Virgilioamaramorismo, se plantea que la separación entre ambos campos no solo es necesaria, sino fecunda. Pero también se reconocen los puentes posibles cuando se respetan las sensibilidades, las palabras y los ritmos propios de cada etapa vital.

Introducción

En la reciente FILSD 2025, por primera vez, se ha puesto la infancia en el centro exclusivo del quehacer literario. Esta elección, celebrada por muchos, ha vuelto a poner sobre la mesa una discusión profunda:

¿Dónde termina la literatura infantil y dónde comienza la literatura juvenil? ¿Debe haber una frontera clara? ¿Es posible un diálogo entre ambas sin que una absorba a la otra?

Este artículo propone una reflexión teórica y poésica sobre los límites y conexiones posibles entre estos dos universos literarios. Lejos de simplificaciones o fusiones apresuradas, se sugiere una cartografía crítica que permita entender qué las distingue, qué las conecta y qué exige cada una desde la producción, la recepción y la ética cultural.

Desarrollo

  1. La diferencia es más que una cuestión de edad

Aunque la clasificación editorial suele usar el criterio de edad —literatura infantil de 0 a 11 años, literatura juvenil de 12 a 18—, esta división es superficial, en lo del rango de edad y si no va acompañada de un análisis de estructura, lengua, temática, relación con el lector y horizonte de recepción.

La literatura infantil

Trabaja con estructuras más breves, rítmicas, visuales y lúdicas.

Suele requerir mediación oral o lectura compartida.

Parte de una lógica de asombro, afecto y descubrimiento.

Su lector no siempre es autónomo, pero sí profundamente receptivo desde el afecto y la imaginación.

La literatura juvenil

Explora conflictos de identidad, autonomía, sexualidad, ética, pertenencia.

Se dirige a un lector que ya puede leer solo, cuestionar, comparar.

Usa una lengua más compleja, abierta a ambigüedades, rupturas, ironías.

Su lector está en un proceso de afirmación del yo frente al mundo.

Lo que separa a ambas no es solo la edad: es la experiencia vital, la sensibilidad cognitiva y la estética emocional.

  1. Desde la recepción: no es lo mismo leer que ser leído

Iser precisa: “el texto es solo una partitura y […] las capacidades […] del lector instrumentan la obra” (1987, p. 178). Esta idea se radicaliza en la LI, donde muchas veces se es leído: el adulto encarna ritmos, silencios y énfasis; el niño “instrumenta” con su atención, su juego y su afectividad. En la LJ, en cambio, el lector asume el andamiaje inferencial, tolera ambigüedades y explora identidades en conflicto.

Jauss, por su lado, sitúa la lectura en un horizonte de expectativas histórico y social; la obra “es como una partitura con la siempre nueva resonancia que le otorga la lectura” (Jauss, 1970, p. 172, citado en Guzmán Pitarch, 1992).

Un mismo texto puede migrar de categoría según quién lo reciba. Sin embargo, escribir para niños y para jóvenes exige posicionamientos distintos del autor.

Desde el Virgilioamaramorismo, esto implica respetar que el niño lee con el alma abierta, no con la mente dividida y que el joven lee para encontrarse, no solo para entretenerse.

  1. Desde la producción: tensiones del mercado y políticas de fusión

El mundo editorial ha fomentado la fusión "infantil-juvenil" por razones logísticas, mercadológicas y prácticas institucionales (educación, concursos, ferias, catálogos). Sin embargo, esta fusión suele generar desdibujamientos peligrosos:

Se crean libros supuestamente "para todos" que no satisfacen a ninguno.

Se invisibilizan las necesidades particulares del lector infantil.

Se privilegia la literatura juvenil como “más rentable” y adaptable.

Se produce con una lógica del consumo, no del desarrollo simbólico.

En suma, la producción literaria no es neutra: está mediada por intereses, campos de poder y estructuras simbólicas. Separar lo infantil de lo juvenil, como hace la FILSD 2025, permite recuperar la especificidad de lo infantil como poésica autónoma.

  1. Puentes posibles: zonas de cruce respetuosas

Separar no significa encapsular, tampoco se trata de establecer murallas. Existen zonas de cruce, de transición, de hibridación fértil:

La llamada literatura para primeros lectores independientes (8-10 años).

Los libros puente o textos crossover, como los de Roald Dahl o Michael Ende.

La poesía lúdica, que puede resonar tanto en niños como en adolescentes.

Las novelas ilustradas que permiten múltiples niveles de lectura.

La clave está en no confundir ni jerarquizar, sino respetar el ritmo del lector y su mundo simbólico.

  1. Desde el Virgilioamaramorismo: lo que une es el amor, no la edad

Desde el enfoque Virgilioamaramorista, la distinción no implica separación afectiva. La literatura infantil y la juvenil pueden dialogar desde el amor, siempre que se respeten sus experiencias literarias, sus tiempos, sus silencios.

La infancia no debe ser apéndice de la juventud, ni viceversa. Cada etapa vital tiene su dignidad poésica. Lo que las une no es una etiqueta editorial: es la posibilidad de formar lectores que amen la lengua, se miren con ternura y construyan un mundo con belleza.

Conclusión

Separar lo infantil de lo juvenil no es dividir: es distinguir para cuidar mejor, es reconocer que cada lector tiene un alma que merece ser escuchada desde su momento vital. La FILSD 2025 acierta al honrar esa distinción y permitir que, por fin, la literatura infantil tenga voz sin apéndices, sin diluciones, sin tutelas.

Celebrar a la infancia no es excluir al joven: es sembrar hondamente donde germina el verbo amoroso. Es darle al niño lector su lugar como creador de símbolos, constructor de sentido y ciudadano de la poesía.

Referencias bibliográficas

Guzmán Pitarch, J.-R. (1992). Las teorías de la recepción: su concreción en la didáctica de la literatura. Actas/Comunicación (pp. 1–6). Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.

Iser, W. (1987). El acto de leer: Teoría del efecto estético. Madrid: Taurus. (Cap. III).

 

Virgilio Hernández Pichardo

Educador, promotor cultural y escritor

Virgilio Hernández Pichardo. Es educador, promotor cultural y escritor. Doctor en Humanidades, en Estudios Sociales y Culturales del Caribe. Maestrías en Educación, Mención Planificación Educativa y en Lingüística Aplicada. Especialidades en Promoción de la lectura y la Literatura Infantil y en Lingüística Aplicada. Licenciado en educación, Mención Letras Modernas y Maestro Normal Primario. En el área cultural miembro fundador de los talleres literarios: “Líttera” de la Alianza Cibaeña. “2001” de la UTESA y “Letras Unidas” de Santiago. Ha sido expositor de trabajos en varias instituciones de Santiago y en Ferias del Libro. En el plano escritural ha escrito y publicado artículos y ensayos sobre el idioma español y literarios. Así como libros de poemas para niños y adultos. Ha desarrollado una propuesta teórica, práctica, espiritual, poética, educativa, antropológica, filosófica, lingüística, idiomática, literaria y cultural, llamada, Virgilioamaramorismo.

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