“La sombra es la entropía de la sombra”

El título anterior viene de la página 83 del texto que analizamos, Sendero entre las piedras (2024) de Gerardo Castillo Javier. Fue seleccionado de manera ecléctica, para los fines de seguir un hilo conductor en el presente texto. ¿Qué es eso de que la sombra es la entropía de la sombra? ¿A dónde quiere llevar el autor a sus lectores? Haremos una relación de palabras (sombra-entropía-sombra). La sombra tiende a aumentar con el tiempo. La sombra produce sombra, pero del incendio de la sombra brota la luz. Dice el poeta: “De la combustión de las sombras nace la luz” (pág. 83). La sombra en sí misma dispersa sus furores. Si lo hace y completa un ciclo como fenómeno entrópico, entonces la sombra será eterna. La luz funciona como congregación de la sombra y nace cuando enciende la sombra misma. La luz es esencia, y también la sombra, porque la luz se ha transmutado en ella cuando cae. “La caída de la luz es la sombra”. Es como si fuera la metáfora del “Ángel caído”, que va a las tinieblas, al "abismo infernal", como se lee en Isaías 14. Lucifer o Lucífero —del latín: lux, luz 'luz' y ferre 'llevar'; propiamente 'portador de luz’—, va a las sombras. Pero esta no es la metáfora de Castillo Javier, aunque exista una analogía. ¿Por qué? Como leeremos en la siguiente oración de la prosa poética, llega un punto en que la luz muere al llegar al límite de la fuente: “la paga del pecado es muerte” de Romanos 6:23. Pero, "para nacer hay que morir”, entre visto en el Eclesiastés 3:1-2. En el poeta la sombra se incendia y lo describe maravillosamente de esta manera: “El incendio de la sombra crea el fulgor; como crea el núcleo en sombras de sol su hermosa y atroz apariencia amarilla” (pág. 83). Sí, el sol es figura y esencia de luz, pero al mirarlo nos encontramos frente a frente con su “atroz apariencia amarilla”, enceguecedora.
Luz vs. la oscuridad

La sombra, aunque “oscura”, no es lo mismo que la oscuridad en el canto poético de Castillo Javier. “Las sombras arrastran la oscuridad y el río bajo la casa es un susurro que imagino…” (pág. 85). Sin embargo, hay inconsistencia conceptual en el uso de río, sombra y oscuro. Primero, el poeta imagina “un río bajo la casa”, donde pareciera que existen “peces luminosos” —al menos, esa es su aprehensión—, y luego afirma que “El río es un susurro, oscuro, en sombras” (pág. 85). Luego, en otro párrafo expresa: “En la oscuridad reside la plenitud, pues la luz resta a cuanto ilumina” (pág. 85). O sea, que la oscuridad es esencia, que bien puede ser un misterio, un arcano mayor.
La idea planteada podría ser válido a los conceptos de la “luz” y la “oscuridad” del poeta. En él mismo encontrará su lógica. Ya hemos dicho que la lógica de la poesía no es la misma que la lógica científica. La lógica de la razón no es la misma que la de la intuición. “¿Quiénes moran donde los cuerpos carecen de sombras y la luz ni es onda ni partícula?” (pág. 99), se pregunta el poeta. “¿Será que la luz es a la sombra lo que la materia es a la antimateria?” (pág. 99).
Estas preguntas podrían ser analizadas desde la física de las partículas. Desde la lógica científica, la sombra es ausencia de luz; desde la lógica poética de Castillo Javier, la sombra-oscuridad es generadora de la luz. Sin embargo, la relación materia-antimateria, desde la lógica científica, es luz. Hay una aniquilación de la masa; se oponen y, al vincularse, se genera una carga de energía (fotones), luz. Beatriz Gato Rivera (2020) expresa que “En cuanto a los átomos de antimateria, no se sabe si existen en la naturaleza en algún lugar del universo; los únicos que hemos conocido fueron creados en laboratorios, entre 1995 y 2018, sobre todo en la Factoría de Antimateria del CERN, donde volverán a producirse a partir de 2021.” O sea, que escribir de antimateria en un contexto poético da lugar a múltiples interpretaciones, que bien podría ser asimilada como una verdad científica, sino como bien lo ha sugerido el autor, como una pregunta a ser respondida a posteriori. En torno a ella se abre un campo semántico, que los límites del lenguaje y la razón conocidos nos arrojan a campos conceptuales especulativos.
¿Eran necesarias esas preguntas en el texto de Castillo Javier? Podría decir que no, así de tajante. Como lector ya estaba convencido por su lógica poética, ya empezaba a sentir un estado de “completud”, pero se abrieron las puertas de acceso a la “materia oscura del lenguaje” y he tenido que girar de la emoción interpretativa a la razón reflexiva, por decirlo de alguna manera. Pero esto solo es una catarsis personal, no tiene que ver con los juicios generales de la valoración del texto. En este caso no he podido sustraerme del yo-poeta del autor.
El yo poético

El yo poético de Castillo Javier se mueve, circula en la onda de un río, dentro de una caverna, ubicada dentro de una montaña, donde hay sombras, oscuridades y resplandor. La luz se consuma entre las sombras, en la materia oscura del ser. Encima está la casa, como un cuerpo físico y limitado. Sale de la casa, que es el límite de su mundo y su lenguaje. Hace abstracción de la “materia oscura” que está calculada en un 85% de la materia del universo. Visto esto desde un lenguaje figurado.
Vestido del esplendor, está consciente de la muerte, del fin; de sucumbir entre las sombras, aunque luego lo retornen, brillante y diamantino, como si la luz naciera de nuevo. Es un yo poético entrópico, catártico; empujado por el guion ancestral de las ansias de lo eterno. (1) “El ocaso viene hacia nosotros. Nosotros viajamos al ocaso, a pesar de que rayos rojos nos digan que se marcha y nos venda mañana la ilusión del horizonte.” (pág. 129). (2) “La quietud de un murmullo se hace lenta, profunda y flotan las alas leves de una luciérnaga apagada. Desciendo hasta el río, y gozoso y perdido, me duermo” (pág. 119). Es un yo poeta que nos lleva por su tránsito onírico: “El sueño que me arrastra resulta siempre desconocido, inevitable, temido, como mi rostro a la mano que, perpleja, lo que exploro”. (pág. 127). Nos sumerge en su río estético y fluye (efluvismo), con preguntas, temores y afirmaciones de su yo poeta.
En Sendero entre las piedras, el límite del lenguaje poético se trasciende a sí mismo y al yo poeta. Si el autor hubiera pensado todo lo que dijo, no lo hubiera dicho.
Finalmente, la amplitud poética —para ser interpretada y reflexionada— contenida en este libro es inagotable. El mismo autor, al releerlo, se interpretaría completo y contradictorio, esteta y filósofo, terrenal y simbólico, crédulo e incrédulo, esperanzador y existencial, mago y profeta. Todo lo haría bajo un influjo de una transmutación psíquica-estética-espiritual. Su yo poeta se ha desbordado, anduvo fuera de sus límites y a veces sujeto a las tensas cuerdas de la razón, los agregados psicológicos, la plasticidad del arte, las creencias y el impulso vital con el cual vibra el autor.
FIN
Domingo 26 de octubre de 2025
Publicación para Acento No. 168
Virgilio López Azuán en Acento.com.do
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