Manifestantes indígenas rompen cerco de seguridad protestando en la COP30 en Belem, Brasil. Fuente IA

Hay canciones que se vuelven brújulas. “A desalambrar”, un tema de la autoría del reconocido activista político, cantautor, compositor, guitarrista y radio difusor uruguayo, Daniel Viglietti (1939-2017), considerado uno de los principales exponentes del canto popular y de protesta de Uruguay y Latinoamérica, su obra fusionó elementos de música clásica y folklórica. Aunque mucho creen que erróneamente, que el autor de esta canción es el chileno Víctor Jara, quien la popularizó, Viglietti es el autor original.

Manifestantes indígenas rompen cerco de seguridad protestando en la COP30 en Belem, Brasil. Fuente IA

A desalambrar, nació como llamado contra el latifundio en Suramérica, pero con los años se convirtió en una pedagogía de lucha y un canto de las periferias y los pueblos olvidados: desmontar la cerca, romper el alambre, recuperar la tierra que nunca debió ser privatizada. Y esa palabra desalambrar volvió a tomar cuerpo esta semana en la ciudad de Belém, cuando decenas de pueblos originarios y jóvenes activistas irrumpieron en la sede de la COP30 gritando: “Nuestra tierra no está en venta”. Los videos y las fotos se hicieron virales en todo el mundo al segundo.

Mientras los negociadores del clima se acomodaban en la zona azul de la importante cumbre mundial sobre el tema ambiental, los guardianes históricos del bosque quedaban fuera del recinto. Pero la exclusión tiene un límite. Los pueblos decidieron desalambrar el espacio, abrirse paso entre el cerco simbólico y físico que Naciones Unidas había levantado, y entrar donde siempre debieron estar. No se trató de irrumpir por irrumpir: se trató de reclamar un lugar que les pertenece por derecho ancestral y lo hicieron bajo la fuerza, actuando bajo el mismo orden impuesto que nunca se cumple.

Romper el cerco: una acción necesaria cuando la tierra es arrinconada

La noticia es clara: hubo forcejeos, golpes, heridas, intercambios de palabras, un guardia herido, gritos que decían “no podemos comer dinero”, banderas que pedían territorios libres de agroindustria, petroleras, minería ilegal y tala. Pero lo que realmente está en juego no es el incidente, sino la pregunta que abre:

¿Cómo es posible que los pueblos originarios sean excluidos del evento climático más importante del mundo, celebrado en su propia casa grande, la Amazonia?

Aquí la palabra desalambrar recobra su sentido expandido. No solo es tumbar una cerca física, sino tumbar el cerco construido por el racismo estructural colonial, por la política climática que habla de bosques, pero ignora a los que los sostienen, por la diplomacia rancia que prefiere paneles que presencias incómodas y discursos sin acciones.

La activista Helen Cristine lo dijo con precisión: “La COP30 no representa a los pueblos originarios. La organización está hecha para los empresarios”.

Ese es el cerco.

Ese es el alambre.

Eso es lo que hay que desalambrar.

Fanon: romper el orden cuando el orden niega derechos

Desde la lectura fanoniana en este año de su centenario, el acto de desalambrar es una forma de devolver a la tierra su dignidad. Fanon escribió que las estructuras coloniales no se desmoronan por sí solas; se desmontan cuando los cuerpos que han sido históricamente excluidos se colocan en el centro, sin pedir permiso.

Para Fanon, cuando el sistema levanta un alambre legal, cultural, racial o económico la irrupción del oprimido no es violencia: es reordenamiento del mundo. Es la única forma de mostrar la violencia previa del sistema. Eso es lo que pasó en Belém: los pueblos decidieron desalambrar el teatro de la diplomacia climática.

No para destruir, sino para revelar.

No para causar caos, sino para restaurar orden.

No para impedir la COP, sino para recordar su vacío sin ellos.

Desalambrar el territorio, desalambrar la narrativa

Lo que estamos viendo es más grande que un incidente. Es una disputa por el significado de la tierra. Para la diplomacia climática, la tierra es un recurso negociable. Para los pueblos originarios, la tierra es madre, ley, espíritu y memoria. No se cerca: se cuida. No se vende: se honra. No se explota: se protege.

Por eso desalambrar no es solo quitar el alambre:

Es desalambrar el lenguaje,

desalambrar el relato del desarrollo,

desalambrar la idea colonial de que se puede discutir el futuro de la tierra sin los pueblos que la sostienen.

El eco caribeño: nuestra propia tierra también cercada

Desde el Caribe, donde esta columna Kalunga piensa y siente, la consigna A desalambrar resuena con fuerza. Aquí también se cercan playas, ríos, montes, manglares. Aquí también se negocia territorio como si fuera mercancía. Aquí también comunidades ancestrales quedan fuera de decisiones tomadas entre empresarios, gobiernos y organismos internacionales. Aquí también las violaciones de derechos están normalizadas.

Por eso, lo ocurrido en Belém no es lejano: es una pedagogía. Los pueblos amazónicos nos recuerdan que la defensa de la tierra no se hace desde la distancia ni desde la comodidad. Se hace desalambrando: rompiendo las cercas, las puertas visibles y las puertas imaginarias, desmontando la cerca que encierra la vida, que privatiza el aire y que convierte el bosque en un botín. Y estamos muy claro que los cambios no se hacen desde los discursos que suenan en grandes escenarios fríos como esta cumbre.

“A desalambrar, a desalambrar

que la tierra es nuestra, es tuya y de aquel…”

La canción vuelve a ser urgente. Frente a cumbres saturadas de discursos, frente a resoluciones que se firman sin memoria, frente a un planeta arrinconado por la codicia extractiva, los pueblos originarios de Belém nos recuerdan que la tierra no se defiende con promesas, sino con presencia.

Cuando ellos entran, desalambran.

Cuando desalambran, enseñan.

Cuando enseñan, abren camino.

Desalambrar es volver a la raíz:

a la tierra que no está en venta,

al bosque que no tolera más excusas,

y al futuro que no admite más cercas.

Hasta la próxima semana.

Jonathan De Oleo Ramos

Antropólogo Social, Investigador, Gestor Cultural,

Jonathan De Oleo Ramos. Correos: jonathan.deoleoramos@gmail.com jdeoleoramos@ccny.cuny.edu Académico e investigador dominicano, doctorando en Educación con orientado a la Investigación, Docencia y Liderazgo. Antropólogo y Cientista Social. Especializado en Antropología de la Alimentación; Políticas Culturales; Ciencias del Folklore; Estudios Afrolatinoamericanos; Derechos Humanos; Periodismo Cultural; Masculinidades y Pedagogía Sistémica. Becario Mellon del Dominican Studies Institute the City College New York, CUNY DSI, como académico, investigador y docente de Studies Afro-Dominican Cultural Manifestations of the Colin Powell School for Civic and Global Leadership. Experiencia en proyectos vinculados a su línea de investigación. Miembro Comisión de Historia, Instituto Panamericano de Geografía e Historia; Federación Mundial de Estudios Culturales y Asociación Internacional de Cultura Tradicional. Autor: Cofradías Dominicanas del Espíritu y Antropología del Plátano, Coautor: La muerte y el día de los Muertos: Una Mirada Antropológica en América Latina.

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