Vacas pastando junto a la central de Sellafield, antes llamada Windscale, en 1985.
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Es, junto con Chernóbil, Fukushima y Three Mile Island, uno de los peores desastres nucleares de la historia, aunque es posible que jamás hayas oído hablar de él.

El incendio que sufrió la central nuclear de Windscale (hoy conocida como Sellafield), en el noroeste de Inglaterra, el 10 de octubre de 1957, sigue siendo el más grave accidente nuclear ocurrido en Reino Unido, un desastre cuyo impacto intentó minimizar el gobierno de la época.

Sin embargo, durante años se creyó que la fuga radiactiva pudo ser responsable de 240 casos de cáncer, algo que estudios posteriores ahora ponen en cuestión.

Pero la cifras y las consecuencias de este accidente podrían haber sido mucho mayores, y el norte de Inglaterra podría haberse convertido en un páramo nuclear si no llega a ser por la "locura" de un premio Nobel.

No obstante, el de Windscale fue clasificado como nivel 5 (de una escala del 1 al 7) en la Escala Internacional de Sucesos Nucleares que determina el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA).

El 10 de octubre de 1957, un incendio descontrolado arrasó durante tres días uno de los reactores de la central de Windscale, que se había levantado en plena carrera armamentística nuclear.

Su construcción se había inidicado diez años antes, en el escenario de la Guerra Fría y siguiendo la política que impulsó el gobierno británico en la década de los años 40 para fabricar de manera independiente armas atómicas en Reino Unido.

Windscale estaba diseñada para fabricar plutonio apto para ser utilizado en armamento, y constaba de dos reactores, también conocidos como "piles", o torres.

El proceso fue sorprendentemente rápido. Desde que se inició la construcción en 1947 hasta que Reino Unido pudo hacer su primera prueba nuclear, la conocida como "Operación Hurricane" (huracán) el 3 de octubre de 1952 en Australia con plutonio de Windscale, pasaron solo 5 años.

Esta celeridad tuvo sus consecuencias, advierten los expertos, y la más grave de ellas fue el accidente de 1957.

Cómo se inició el incendio

Los sucesos que condujeron al accidente ocurrieron dos días antes, el 8 de octubre, durante una liberación rutinaria de la energía almacenada en el moderador de grafito como resultado del funcionamiento normal del reactor 1, según el informe que elaboró entonces la comisión de investigación que nombró la Autoridad de Energía Atómica británica.

La Comisión llegó a la conclusión de que el accidente había sido causado por un sobrecalentamiento de los elementos combustibles de uranio, cuyo encapsulado falló posteriormente, exponiendo el uranio y permitiéndole su oxidación.

Las temperaturas en los canales afectados continuaron aumentando, lo que provocó la combustión del grafito.

Un operario en la central de Windscale.
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La central de Windscale pasó a llamarse Sellafields tras el accidente.

No se sabe exactamente qué cantidad de radioactividad fue liberada durante el accidente.

Las llamas alcanzaron los 1.300°C, por lo que los trabajadores tuvieron que luchar duramente para evitar que toda la instalación explotara.

Operarios con trajes antirradiación llegaron a utilizar tubos de andamiaje para intentar empujar las barras de combustible en llamas fuera del reactor de grafito y hacia la piscina de refrigeración.

Pero esto resultó imposible, y los tubos salían al rojo vivo e incluso goteando metal derretido.

Debido a los altos niveles de radiación, sólo pudieron permanecer unas pocas horas en el reactor y tuvieron que salir a buscar más voluntarios, llegando incluso a reclutar a gente en un cine de los alrededores.

El agua no consiguió apagar las llamas y el fuego sólo se extinguió cuando los operarios cerraron el aire de la sala del reactor.

El fuego ardió durante tres días, tiempo en el que se liberaron importantes cantidades de material radiactivo, sobre todo yodo-131, que se extendieron por Reino Unido y Europa.

Se calcula, sin embargo, que el nivel de material radiactivo que se escapó fue 1.000 veces inferior al de Chernóbil, la central nuclear ucraniana cuyo reactor explotó el 26 de abril de 1986 en el peor accidente nuclear de la historia.

Los reactores de Windscale fueron cerrados y sellados hasta finales de la década de los 80, cuando se inició la descontaminación del lugar.

Cuáles fueron las consecuencias

Durante décadas se calculó que la fuga radiactiva había provocado unos 240 casos de cáncer, entre cáncer de tiroides, leucemia y otros.

Sin embargo, estudios más recientes como el publicado por la Universidad de Newcastle en 2017, ponen en duda esta asunción.

Según sus conclusiones, el incendio del reactor nuclear Windscale liberó yodo-131, lo que aumentó el riesgo de cáncer de tiroides en el noroeste de Inglaterra, especialmente entre los niños que estuvieron expuestos.

Sin embargo, el estudio, que analizó la incidencia de cáncer de tiroides en las regiones de Cumbria y Lancashire, las más cercanas al accidente, no encontró pruebas consistentes de que la exposición al yodo-131 hubiera causado un aumento significativo en los casos de cáncer en esas zonas.

La central de Windscale en 1957.
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Tras el incendio, los reactores fueron sellados hasta finales de la década de 1980.

El hecho es que no se conoce con precisión la cantidad de radiactividad liberada en el accidente.

Las autoridades llevaron a cabo un exhaustivo seguimiento ambiental tras el incidente, y se realizaron estimaciones a partir de las mediciones de yodo radiactivo depositado en el suelo, así como de las de los filtros de aire tanto en Reino Unido como en la Europa continental.

Como medida de precaución, toda la leche producida en un radio de 800 km2 fue destruida durante un mes, y se prohibió su distribución en una franja costera de la región de Cumbria debido a la presencia de yodo-131, el principal peligro radiológico.

Aunque entonces no existían límites establecidos para la cantidad de yodo-131 en la leche, se derivó un límite de 0.1 µCi/L para proteger a los niños, especialmente contra daños en la tiroides.

La decisión de prohibir la leche, basada en estos cálculos, fue "valiente y acertada", ya que evitó una mayor dosis colectiva en la población local, según valoró el físico británico Richard Wakeford en un artículo publicado en el "Journal of Radiological Protection" en 2007.

"El accidente difícilmente puede considerarse trivial: está clasificado como un accidente de nivel 5 en la Escala Internacional de Eventos Nucleares (INES), y podría haber sido mucho peor", según Wakeford.

El incendio de Windscale tuvo profundas repercusiones políticas, y la Autoridad de la Energía Atómica en Reino Unido ya nunca volvería a ser la misma, según el profesor de la universidad de Manchester.

El gobierno británico abrió una investigación sobre lo ocurrido en Windscale, presidida por el matemático William Penney.

El Comité Penney presentó su informe al gobierno el 26 de octubre, muy poco tiempo después del accidente.

El primer ministro de la época, Harold Macmillan, cuyo gobierno estaba inmerso en delicadas negociaciones para restablecer la cooperación con Estados Unidos en materia de armamento nuclear, decidió, sin embargo, que sólo se publicara un resumen del Informe Penney.

El informe completo no se hizo público hasta 30 años después.

El accidente quedó en el olvido de muchos, incluso en Reino Unido, aunque ahora un nuevo videojuego inspirado en el desastre de Windscale, Atomfall, ha revivido el interés por este episodio negro de la historia nuclear británica.

El papel de la "locura" del Nobel

Ciertamente, las consecuencias podrían haber sido mucho más graves si no llega a ser por la insistencia del físico nuclear británico John Cockcroft, que había recibido unos años antes, en 1951, el premio Nobel de Física junto con Ernest Walton por lograr desintegrar un núcleo atómico por primera vez.

John Cockcroft.
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La visión de Cockcroft ayudó a salvar muchas vidas.

Cockcroft, entonces director del Establecimiento para la Investigación de la Energía Atómica, un centro de estudio del gobierno británico, se obstinó en que se instalaran unos filtros en las chimeneas de Windscale, ya que señalaba que estos serían la única protección ante una fuga radioactiva en caso de incendio.

Los constructores de la central creían que era una medida exagerada y una pérdida de tiempo y dinero, pero ante la insistencia del célebre físico acabaron por añadirlos en el último momento.

"Se dio cuenta de que, si se producía un incendio, lo que era probable, no habría forma de impedir que el polvo radiactivo escapara a la atmósfera", señaló su hijo, Christopher Cockcroft, en una entrevista con la BBC en 2014, cuando se anunció que las torres de la central nuclear serían desmanteladas.

Como la construcción ya estaba avanzada, los filtros se colocaron a última hora en lo alto de las chimeneas de 110 metros de altura, en lugar de en la base, dando a la central su perfil característico.

Los ingenieros pensaron que el Nobel "estaba metiendo las narices", según Wakeford, y empezaron a llamar a las torres las "Cockcroft Follies", las locuras de Cockcroft.

Sin embargo, tal y como reivindicó Terence Price, uno de los físicos que trabajó con Cockcroft, "la palabra locura no parecía apropiada después del accidente".

"No creían que fuera a haber ningún problema, e incluso después de que se añadieran los filtros no creo que nadie pensara seriamente que iba a haber un incendio, pero por supuesto que lo hubo", afirmó Wakeford.

Los filtros resultaron ser fundamentales para evitar un desastre mayor.

"El polvo radiactivo se escapó, pero los filtros atraparon alrededor del 95%", afirmó Christopher Cockcroft a la BBC.

"De no haber existido los filtros, creo que una parte considerable del Distrito de los Lagos y de Cumbria habría quedado prohibida, al menos para uso agrícola y quizá para las personas".

Línea gris.
BBC

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