El V Congreso Iberoamericano de Filosofía de la Ciencia y la Tecnología, consta de seis ejes temáticos que se interrelacionan de manera holística en el ámbito de la filosofía de la ciencia, su historia, sus estudios particulares, sus implicaciones con la tecnología, la cibernética, la inteligencia artificial y la sociedad.
En esta tercera entrega vamos a explicar en qué consisten los tres primeros ejes. El primero explora la articulación entre “Ciencia, Tecnología y Sociedad” (CTS).
Las corrientes de Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS) representan una ruptura significativa con la visión tradicional y clásica de la ciencia y la tecnología, entendidas durante siglos como actividades neutrales, objetivas y desligadas de los contextos sociales. Esta nueva perspectiva, impulsada por destacados estudiosos y pioneros en el área como Carl Mitcham, Cutcliffe, Peña Borrero, Medina y San Martín (1990), entre otros, ha ganado fuerza desde finales de la década de sesenta y con su auge en los ochenta y principio de los noventa del siglo XX.
Según lo expuesto por estos autores, los programas de Ciencia, Tecnología y Sociedad (conocidos también por sus siglas en inglés STS: Science, Technology and Society) tienen como propósito fundamental el análisis crítico y reflexivo de la interrelación entre el desarrollo científico-tecnológico y sus múltiples efectos en la sociedad. Lejos de concebir la ciencia y la tecnología como esferas aisladas, estos enfoques reconocen su profundo entrelazamiento con factores históricos, filosóficos, políticos, económicos, culturales y éticos.
Desde una perspectiva multidisciplinaria, los estudios CTS se proponen comprender no solo cómo la ciencia y la tecnología afectan a la sociedad, sino también cómo las dinámicas sociales, los valores culturales y las decisiones políticas influyen en la forma en que se desarrollan y aplican los conocimientos científicos y tecnológicos. De este modo, se analizan fenómenos contemporáneos de gran relevancia, como los movimientos sociales —entre ellos el ambientalismo surgido a finales de los años sesenta— que han cuestionado el modelo de desarrollo industrial, promoviendo visiones más sostenibles y equitativas del progreso.
Asimismo, se subraya la importancia de incluir en estos estudios dimensiones éticas, culturales y contextuales, lo cual permite una comprensión más profunda y crítica de los impactos sociales de la tecnología. Esta aproximación no solo enriquece el análisis académico, sino que también contribuye a formar una ciudadanía más informada, consciente y capaz de participar activamente en las decisiones colectivas sobre el rumbo del desarrollo científico-tecnológico.
De acuerdo con Mitcham, “la historia de la ciencia y la tecnología, la filosofía de la ciencia y tecnología, la economía de la ciencia y la tecnología y la sociología de la ciencia y la tecnología” son programas de investigación supradisciplinares y no reduccionistas que han generado un impresionante cuerpo de conocimiento. Este saber, en constante expansión, constituye la médula del campo de estudios CTS (Mitcham, 1996, p. 14).
El segundo eje es el de la “Filosofía general de la ciencia”, que constituye una reflexión crítica y sistemática sobre los fundamentos, los métodos y el alcance del conocimiento científico. No se limita a una contemplación abstracta del quehacer científico, sino que penetra en sus conceptos clave —como la verdad, la falsabilidad, la teoría y la observación— para evaluar su coherencia interna, su justificación epistemológica y su relación con otras formas de conocimiento.
En esta línea, se hace evidente que la filosofía de la ciencia no pretende suplantar la labor de los científicos, sino más bien ofrecer un marco reflexivo que permita comprender con mayor profundidad cómo se configura el conocimiento en cada disciplina. La problemática de la demarcación entre ciencia y pseudociencia, o el papel explicativo de las teorías científicas son solo algunas de las tensiones que esta disciplina aborda para aclarar el valor y los límites de la ciencia.
Tal como ha señalado Mariano Artigas (2009), la filosofía de la ciencia no se agota en una visión generalista, sino que también examina las particularidades de cada campo científico: “La filosofía de la ciencia estudia la naturaleza y el valor del conocimiento científico en general, y también la naturaleza y el valor de cada una de las ciencias o de grupos de ellas: en este caso hablamos, por ejemplo, de filosofía de la física, de filosofía de las ciencias sociales, o de filosofía de la matemática”(p. 14).
Se trata de una disciplina que no sólo se pregunta cómo se hace ciencia, sino también por qué esta adquiere determinado significado dentro de nuestro horizonte cultural. Lo más relevante de este enfoque filosófico es que se aparta de la visión reduccionista de la ciencia, la cual, como bien explica Ambrosio Velasco Gómez, la concebía únicamente como un producto teórico, “construido a través de procesos metodológicos, conforme a ciertos criterios científicos”, soslayando las prácticas, instituciones y acciones reales y concretas de los científicos en contextos sociales y políticos específicos. “La exclusión de estos problemas encubrió las relaciones entre producción científica, tecnológica, el capital y el poder militar” (Velasco Gómez, libro inédito, 2025, p. 60).
En “Kuhn y el cambio científico”, Pérez Ransanz (1999), nos dice que durante mucho tiempo se tuvo una visión de la ciencia como algo objetivo, neutral y ahistórico. Es decir, se pensaba que la ciencia era una actividad puramente racional que avanzaba de forma lineal gracias a un método científico que aseguraba su independencia de cualquier factor humano, como los intereses personales, las condiciones sociales o las creencias de quienes la practican.
Frente a esa visión tradicional, lo que señala la autora es que hubo una reacción crítica (particularmente influida por pensadores como Thomas Kuhn), que buscó reivindicar el carácter histórico, social y práctico de la ciencia. Es decir, se empezó a ver que la ciencia no es una actividad totalmente neutral ni separada del contexto en el que se desarrolla, sino que está influida por múltiples factores humanos y sociales:
La imagen de la ciencia como algo que a fin de cuentas está fuera de la historia, y que gracias a su método resulta ser independiente de los sujetos que la producen de sus intereses, prácticas, supuestos, condicionamientos, interacciones, etc.- provocó la reacción de reivindicar la dimensión histórica, social y pragmática de la empresa científica, y de explorar su impacto en la dimensión metodológica (Pérez Ransanz.1999, p.9).
Esa toma de conciencia impacta también la forma en que entendemos el método científico, ya que, si la ciencia está condicionada por contextos históricos, intereses o prácticas, entonces el método no es una receta universal fija, sino algo que también puede variar y debe analizarse críticamente.
El texto de Zima, ¿Qué es la ciencia? (2003), aborda el concepto de conocimiento y la investigación científica, enfatizando que el conocimiento no es estático; está en constante evolución y se modifica con el tiempo. Esto implica que lo que se conoce hoy puede ser refutado o revisado mañana. A medida que se realizan nuevas investigaciones, las ideas originales pueden ser desafiadas, lo cual permite que el conocimiento se expanda. Este proceso de revisión no solo es fundamental para el avance del pensamiento científico, sino también para el fomento de nuevos enfoques y perspectivas en la investigación.
En este sentido, el texto —traducido por Pérez Sedeño & Galicia Pérez— subraya que, en la investigación contemporánea, surgen constantemente nuevas disciplinas y metodologías que desafían los límites del conocimiento tradicional, promoviendo áreas de estudio más interdisciplinarias y culturalmente diversas:
“Experimentos muy novedosos surgieron a partir de resultados de otros viejos. Se encuentra que conceptos teóricos adquieren sentidos muy lejos de sus contextos originales. Las ideas fluyen —o discurren en las cabezas de los investigadores— desde las periferias de una materia hacia su núcleo más central. La frontera de las especialidades establecidas en el mapa académico se reestructura o atraviesa a grandes saltos. Nuevas disciplinas, nuevos campos de investigación, nuevos métodos y nuevas tradiciones investigadoras surgen continuamente en combinaciones epistémicas, técnicas y culturales nuevas” (Zima, 2003, p. 276).
Cabe puntualizar que fue a finales del siglo XX cuando la filosofía de la ciencia experimentó un giro axiológico, dado que la cuestión de los valores se convirtió en uno de los temas centrales de su reflexión. De acuerdo con Echeverría:
“Contrariamente a la tradición neopositivista, que afirmó una estricta separación entre la ciencia y los valores, Bunge, Kuhn, Putnam, Laudan, Rescher, Agazzi, Longino y otros muchos han mostrado que la actividad científica está guiada por sus propios valores, que suelen ser denominados epistémicos, cognitivos o valores internos de la ciencia” (Echeverría, 2007, pp. 443-444).
Este reconocimiento de los valores epistémicos marcó una ruptura significativa con la visión clásica de la ciencia como una práctica puramente objetiva y libre de influencias valorativas. En consecuencia, se abrió un campo de reflexión más amplio que permitió integrar dimensiones éticas, sociales y políticas en el análisis de la práctica científica. Esta transformación no solo revitalizó los debates dentro de la filosofía de la ciencia, sino que también acercó esta disciplina a otros campos del saber, como la sociología del conocimiento, la epistemología feminista y los estudios de ciencia, tecnología y sociedad (CTS), generando un diálogo interdisciplinario más fecundo y crítico.
El tercer eje temático indaga la “Historia de la ciencia”, el desarrollo histórico de la ciencia, desde sus formas más primitivas hasta su estado actual. Incluye el estudio de figuras clave, descubrimientos, movimientos científicos y la evolución de las distintas disciplinas. Se explora cómo las circunstancias sociales, políticas y culturales han influido en los avances científicos y cómo estos, a su vez, han transformado la sociedad. Examina también la mutación de paradigmas científicos a lo largo del tiempo, guiándose por la obra de pensadores como Thomas Kuhn.
Los estudios actuales sobre la ciencia han empezado a cuestionar la idea de que esta avanza de manera lineal y progresiva. Esta noción de historia de progreso de la ciencia ha sido tradicionalmente central en la visión científica moderna, pero algunos enfoques recientes la ven como una interpretación reduccionista y problemática.
Según Renn (2024): “Los estudios actuales de la historia de la ciencia tienden a cuestionar la reivindicación científica del progreso, pues tal actitud parece incompatible con todo lo que la ciencia comparte con la falibilidad de otros empeños humanos” (p. 53). Esta concepción destaca cómo la ciencia, al igual que otras formas de actividad humana, no está exenta de errores, retrocesos o condicionamientos culturales, por lo que su evolución no puede entenderse simplemente como una sucesión continua de avances.
A pesar de ello, es posible reconocer en la ciencia ciertas características que la distinguen, especialmente su capacidad de acumular y transmitir conocimientos a lo largo del tiempo. Renn afirma:
“Desde una perspectiva histórica, suele ser posible reconocer a la ciencia dentro de varias culturas y periodos como una forma especial de conocimiento cuyo carácter puede, por otro lado, variar con el contexto histórico. El conocimiento científico no solo conlleva la teoría, sino también prácticas culturales dirigidas conscientemente a la acumulación de un conocimiento que se puede trasmitir de generación en generación” (Renn, 2024, p. 55).
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Estos ejes temáticos, y los demás que serán resumidos en la cuarta entrega, estarán presentes en este V Congreso Iberoamericano de Filosofía de la Ciencia y la Tecnología, en cuyo comité de honor se encuentran: Franklin García Fermín, ministro de Educación Superior, Ciencia y Tecnología de la República Dominicana (MESCyT); Editrudis Beltrán, rector magnífico de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD); Manuel Ramón Herrera Carbuccia, presidente de la Academia de Ciencias de la República Dominicana (ACRD); Concha Roldán, presidenta de la Red Iberoamericana de Filosofía (RIF); y José Mármol, Premio Nacional de Literatura de la República Dominicana (2013).
Referencias bibliográficas
Artigas, M. (2009). Filosofía de la ciencia. Ediciones Universidad de Navarra.
Echeverría, J. (2007). Ciencia del bien y del mal. Herder.
Medina, M., & Sanmartín, J. (Eds.). (1990). Ciencia, tecnología y sociedad: Estudios interdisciplinares en la universidad, en la educación y en la gestión pública. Atropes.
Mitcham, C. (1996). “Un campo interdisciplinar: La historia, filosofía, economía y sociología de la ciencia y la tecnología”. En A. Alonso, I. Ayestarán, & N. Ursua (Coords.), Para comprender ciencia, tecnología y sociedad. Editorial Verbo Divino.
Pérez Ransanz, A. R. (1999). Kuhn y el cambio científico. Fondo de Cultura Económica.
Renn, J. (2024). La evolución del conocimiento: Repensando la ciencia para el Antropoceno. Almuzara.
Zima, J. (2003). ¿Qué es la ciencia? (E. Pérez Sedeño & N. Galicia Pérez, Trads.). Siglo XXI Editores. (Obra original publicada en 1998)
Nota: Ver el Comité de Honor del V Congreso Iberoamericano de la Filosofía de la Ciencia y la Tecnología en: https://sites.google.com/uasd.edu.do/v-congresofilosofia/comitC3A9s/comitC3A9-de-honor
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