Cinco años después de la primera mitad del siglo XX, República Dominicana preparaba sus mejores galas para celebrar por todo lo alto un acontecimiento extraordinario que en voz y espíritu de sus principales organizadores, seria un evento de reconocimiento universal.

De manera expedita debemos entender que el régimen de fuerza que desde 1930 gobernaba el país se había caracterizado por convertir sus obras o sus actividades sociales y artísticas, en hechos extraordinarios, únicos e irrepetibles ante los demás países del continente.

La Feria de La Paz y la Confraternidad del Mundo Libre que la dictadura trujillista decidió materializar desde el 20 de Diciembre de 1955 hasta el 31 de Diciembre de 1956, perseguía la sagaz idea de presentar un territorio preñado de muertes, torturas, corrupcion y represión política a mansalva, como un paraíso terrenal en el caribe. A ese fastuoso show bajo las estrellas y palmeras, estaban invitados todos los países del mundo y se suponía que durante el tiempo previsto, la imagen del desposta y su cohorte de cómplices cambiaria diametralmente frente a países hermanos y organismos internacionales que bien reconocían su fama necrofilica.

En un continente con un alto porcentaje de regímenes totalitarios en esos tiempos, era posible y lógico que manifestaran su apoyo a otro de sus pares, pero de ese punto de vista a creer posible un cambio de actitud en la mayoría de los organismos internacionales existentes para la época, los gendarmes de la satrapia la tendrían un tanto difícil. Precisamente, en esos estamentos de alcance regional y mundial eran recurrentes las denuncias escritas, verbales y físicas que gran parte del exilio dominicano llevaba hasta las propias manos de sus ejecutivos principales. Hacerse el desentendido ante tanto horror contundentemente demostrado sobre el sufrido Pueblo Dominicano, era prácticamente situarse del lado de los perversos.

Precisamente, ese torrente de seres humanos en el exilio jamás doblegó sus fuerzas por liberar el país de esa bacanal de sangre y corrupcion que el benefactor de la patria implementó durante treinta años y cinco meses.

Los asesinos, autoritarios y cínicos de aquella aura mortal en el caribe, pretendían que al llegar a sus frondosos veinte y cinco años de horror y sangre, se los celebraran a gusto, como aquella Bodas de Plata que sólo los matrimonios felices y cordiales pueden recordar con hermosas vivencias nostálgicas.

Indefectiblemente, la intención política del magno acontecimiento ferial quedó en evidencia y no aportó los beneficios estratégicos esperados al régimen autocrático. El derrotero de su existencia continuó su agitado curso, como diría Rodriguito en su Suceso de Hoy.

Lo verdaderamente extraordinario de aquella inversión económica fue la transformación total del casco metropolitano de ese tiempo. La ciudad capital, denominada desde el año 1936 como ciudad Trujillo, ya no solo era la ciudad colonial, Ciudad Nueva, San Carlos y Villa Francisca. La ciudad moderna construida en los últimos seis meses del año 1955, se edificó en una extensión territorial de 800 mil metros cuadrados, en el lado sur-oeste del perímetro metropolitano.

Aunque bajo un asfixiante régimen de fuerza, un grupo de seres humanos integrado en su mayoría por miembros de la alta y mediana clase social del momento, podía ocasionalmente disfrutar de los atractivos lúdicos diseñados dentro y en derredor de las nuevas estructuras físicas de la feria, además de las tradicionales ubicadas en el casco colonial y áreas circundantes.

Para ese esparcimiento controlado, la sociedad disponía de diversos centros de espectáculos, restaurantes y clubes bailables, entre los que diversos historiadores, reseñas periodísticas y las fuentes documentales del Archivo General de la Nación, destacan los siguientes: Night Club de la Voz Dominicana, Topico Najayo, Restaurante El Pony, Hollywood, Típico B, El Cortijo, El Cony Island, El Autocinema Iris, Restaurante Mario, Restaurante Vizcaya, Night Club Chantilly, Teatro Agua Luz, El Palacio de Bellas Artes, El Trocadero. A esos espacios se agregaban los centros festivos de los hoteles en la ciudad y el interior del país, sin excluir los teatros y salas cinematográficas, que además de exhibir películas, acogían en múltiples ocasiones, presentaciones artísticas nacionales e internacionales.

El país que desde el año 1942, tras la fundación de la voz del yuna en la Provincia Monseñor Nouel, convertida luego en la voz dominicana, contrataba de manera constante artistas de reconocida fama internacional. De modo que al llegar el año 1955, José Arismendy Trujillo Molina (Petan), y su equipo de asistentes poseían una experiencia inestimable para la contratación artística, conocimientos que fueron puestos de manifiesto durante el desarrollo de la Feria de La Paz y Confraternidad del Mundo Libre.

Veinte y cinco años celebraban los dueños del país en aquel momento, y en consecuencia todas las actividades programadas debían ser extraordinarias, e impulsadas por el aparato ejecutivo de la tiranía que ya conocía las debilidades del hombre fuerte por los grandes eventos.
Su veinte y cinco aniversario de poder hegemónico no podía pasar como una fecha más en el calendario de su isla. Su cuarto de siglo lleno de horror y violencia tenía que celebrarse como un acontecimiento extraordinario, de forma que se recordara en todo el continente y el mundo.

Por ello, la consistente estructura artística de la voz dominicana trae a Libertad Lamarque, a Xavier Cugat y su Orquesta, y junto a él, Vitin Avilés. También a Alberto Gomez, Mercedes Simone, Leo Cortez, Angelito Bussi, el pianista Juan Carlos Cambon, Olga Chorens, Eva Garza, Juan Albizu, Gregorio Barrios, Evelio Quintero, Nubia Ulloa, entre otras tantas estrellas.

A la representación internacional se unen numerosos artistas criollos convertidos en verdaderas estrellas del espectáculo latinoamericano. Un listado sintético comprende las siguientes figuras: Lope Balaguer, Elenita Santos, Alberto Beltran, Casandra Damiron, Rafael Colon, Ñico Lora, Toño Abreu, Antonio Morel, Isidoro Flores, Joseito Mateo, Vinicio Franco, Rafaelito Martínez, Arcadio Franco (pipí), Ramon Gallardo, Luis Vasquez, Francis Santana, Fernando Casado, Frank Cruz, El Negrito Macabi, Pedro Licinio Valerio, Juan Lockward, Bienvenido Brens, Luis Kalaff Pérez, Enriquillo Sánchez, Piro Valerio.

También forman parte de esa constelación de renombradas figuras del arte y los espectáculos dominicanos de esos años: la Súper Orquesta San José, la Súper Orquesta Generalísimo Trujillo, José Dolores Cerón, Ángel Viloria, Dioris Valladares, Bienvenido Fabian, Napoleon Dihmes Pablo, Bullumba Landestoy, Manuel Sanchez Acosta, Bienvenido Bustamante, José Sanchez Cestero, Tony Curiel, Violeta Stephen, Luis Alberti, Papa Molina, Julio Alberto Hernandez, Rafael Solano.

Resulta difícil compendiarlos todos en un escrito periodístico habitual, como ustedes comprenderan. Lo que si resulta evidente ante profesionales del arte de ayer y de hoy, así como ante historiadores de la especialidad, cronistas de espectáculos, y simples interesados de la evolución artística dominicana, es el alto nivel profesional y estético de los miembros de esa generación que se formó antes, durante y que ayudó a formar la siguiente generación de artistas dominicanos luego de finiquitada la tiranía.

Ese germen tan valioso del arte popular y clásico del país no merecía que la dictadura la desconociera y la ninguneara, por demás relegándola a un segundo o tercer plano, al confiar la producción del álbum Hay, Que Merengue Baila la Gente, a dos innegables estrellas internacionales de la música y el canto.
Como ya he señalado en las dos últimas entregas de esta serie, esa producción musical especial pudo muy bien estar bajo la concepción creativa de un selecto grupo de artistas nacionales, que desde el año 1942 habían demostrado extraordinaria calidad profesional para componer música, letras, arreglos, y agregar interpretación vocal al género musical que los había catapultado al reconocimiento nacional e internacional.

Lo favorable, lo extraordinariamente favorable en estos tiempos, es que el Ministerio de Cultura rescatara del olvido el álbum de referencia y auspiciara su producción bajo un conjunto de arreglistas e intérpretes de merengues de este tiempo, pero a partir de la concepción estética de los Maestros Luis Alberti, Julio Alberto Hernandez, Papa Molina, y Rafael Solano. Posiblemente así, y solo así, podríamos tener la oportunidad de escuchar setenta años después, los acordes reales y apropiados de un álbum de merengues que en 1955 estaba llamado a internacionalizar nuestro más auténtico ritmo musical.

Agustín Cortés

Cineasta

Agustín Cortés Robles, nace en Santo Domingo, Capital de la República Dominicana el 23 de julio de 1957. Se graduó de Cineasta el 28 de octubre de 1983 en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, formando parte de la primera promoción universitaria de cineastas del país. Posee una maestría y una especialidad en Educación Superior (2003-2005) de la misma Alma Mater. Es miembro fundador del Colectivo Cultural ¨Generación 80¨ del país. Ocupó la Dirección de la Escuela de Cine, Televisión y Fotografía de la Facultad de Artes (UASD), durante dos periodos: 2008-2011 y 2011-2014. En esa unidad docente, además de Director, fue coordinador de las cátedras Teoría e Investigación Cinematográfica y Técnica Cinematográfica. Actualmente es profesor jubilado de la indicada Institución de Educación Superior.

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