En una ocasión, le contaron a Jesús cómo una torre al derrumbarse había matado en Siloé a 18 judíos. También en tiempos de Jesús la gente pensaba que hay una relación entre la calidad moral de las personas y lo que les sucede. Es frecuente el que la gente razone así: ocurrió este hecho trágico en tal localidad, pues hay que buscar la causa en algo que sucedió anteriormente en ese lugar, una fiesta o un canto indebido y por eso pasó lo que pasó. Un devoto irresponsable atribuyó el terremoto de Haití de enero del 2010 a la práctica de la brujería en el sufrido vecino país.

Pero Jesús de Nazaret corta en seco ese tipo de razonamiento punitivo con esta afirmación: ¿ustedes se creen que esos 18 hombres que mató la torre al derrumbarse eran peores que los otros? ¡Les digo que no! (Lucas 13, 1 – 5). Jesús está descalificando dos convicciones corrientes entre nosotros: primero, las cosas malas que suceden son un castigo a una transgresión. Segundo, Dios causa o permite todo lo que sucede, lo bueno y lo malo.

El Maestro de Nazaret deja claro que la torre no se derrumbó por castigo, ni Dios fue el responsable. Si ese derrumbe hubiera sido acción de Dios no quedaba otro camino que resignarse. Pero Jesús no se queda en la resignación, sino que nos exhorta a tomar asumir otra interpretación responsable: esa torre derrumbada es una invitación a cambiar lo que ha que cambiar en nuestras vidas y sociedad para que no se derrumbe sobre nosotros un desastre mayor todavía.

No hay que buscar muchas explicaciones: una torre o una casa que no tenga buen fundamento se derrumba con estrépito (Mateo 7, 26 – 27). No es Dios quien la derrumba. Tampoco es culpa del Señor, si la gente al pasar por una construcción fracasada se burle de un tonto que no pudo terminar una torre imposible para la cual no calculó los recursos (Lucas 14, 28 – 30).

Una manera responsable de recordar las víctimas de Jet Set es ponernos de acuerdo para junto a las autoridades competentes y el liderazgo ciudadano enfrentar otros derrumbes y rescatar de los escombros a los matrimonios, la justicia, la deuda nacional y la necesaria reforma fiscal, el tránsito de las carreteras y sus 3,000 víctimas anuales, la amenazada naturaleza y la educación pública. En verdad están aplastadas por los escombros, pero todavía respiran. Nos toca consensuar y actuar.

Una cosa es el necesario duelo por lo que pasó, el establecer responsabilidades y oportunas medidas preventivas y otra, atrevernos a caminar resueltamente la ruta difícil del consenso que nos exigirá sacrificios a todos. En nombre de la gente querida que pereció, no nos podemos quedar en el lamento de lo que pasó, hay que unirse para buscar lo que queremos que pase en aspectos cruciales de nuestra vida ciudadana como lo han pedido, entre otros, nuestros obispos en repetidas ocasiones.

Manuel Maza Miquel, sj

Sacerdote

Manuel Pablo Maza Miquel, S.J. (La Habana, 1945). Ph.D en Historia de América Latina, Georgetown University (1987). Lic. en Teología Fundamental, Universidad Gregoriana (1975). Lic. en Estudios Clásicos, Fordham University (1967). Conoce RD desde 1967. Sirvió en la parroquia de Los Guandules (1977–1984). Profesor en PUCMM desde 1987 y en el Instituto Superior Pedro Francisco Bonó (1987 –2012). Ha publicado 6 libros sobre Iglesia y Sociedad en Cuba, 2 sobre Historia de la Iglesia Católica y otros 12 sobre espiritualidad, temas juveniles y cuentos navideños. Publica en los periódicos Listín Diario, Hoy y Camino. Con la PUCMM ofrece cursos virtuales de Historia y Teología.

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