La discoteca Jet Set se estableció originalmente a la entrada de Santiago de los Caballeros, cerca de la Universidad Madre y Maestra, cuna de su fundadora señora Grecia López; y luego fue trasladada a Santo Domingo, la capital, como “una nueva casa para los artistas dominicanos”.  La señora López, muy joven, emigró a Estados Unidos, donde trabajó como operaria y dueña de factorías. De allá trajo el capital para levantar el negocio de la Jet Set; y a su hijo, Antonio Espaillat, quien la relevó en su manejo; y la  convirtió en el  principal centro de diversión de los dominicanos, de aquí y de allá, de diversos  sectores sociales, y de extranjeros.

Todo cambió el  pasado 8 de abril  cuando se desplomó su techo y provocó que 231 personas fallecieran, hasta el momento, aplastadas por los escombros, con la secuela de incontables heridos. Una tragedia sin precedentes en el país que ha sacudido sus cimientos y ha provocado el luto más largo en su historia, y de las más mayores del mundo.

Como profesional de salud mental, me acercaré al insondable duelo, ese que no caduca, como dice el editorial del periódico Listín Diario, por su profundo efecto psicológico y emocional. Según la reconocida teoría de la psiquiatra suizo-estadounidense, Elizabeth   Kubler-Ross, el duelo comprende cinco etapas: la negación, en la que el cerebro humano para amortiguar la pena y protegerse temporalmente, se niega aceptarla realidad;  la ira, en la que surgen sentimientos de frustración e impotencia; de enojo hacia sí mismo y los otros, a la persona que ha partido, y hasta a Dios; la negociación, de diálogo interno y búsqueda de sentido a la pérdida; la depresión, durante la cual se asume la realidad de la muerte y aparece el llanto, la tristeza, el insomnio, la falta de apetito, el aislamiento;  y la aceptación, en la que, finalmente, el doliente empieza a adaptarse a la nueva realidad, y va encontrando la paz.

Aunque los expertos y las evidencias indican que cada persona vive el duelo de acuerdo a su individualidad, y a su ritmo; estos criterios sirven de guías útiles. Quienes sienten un agudo o penetrante dolor no deben estar solos. Deben hablar con un profesional de la salud mental, un familiar, un cura, un pastor, o con alguien de confianza que les brinde alivio y consuelo.

Y como profesional de la psicología industrial y ciudadano dominicano, me uno a aquellos que piden que se tome en cuenta el único lado positivo de esta tragedia; o sea,  identificar sus causas y  prevenir, y asegurar que tragedias de esta naturaleza no se repitan. Confío en la labor de mi compañero de aula en el Instituto Evangélico de Santiago, el ingeniero Leonardo Reyes Madera, profesional muy serio y capaz, que se encuentra al frente de la Oficina Nacional de Evaluación Sísmica y Vulnerabilidad de Infraestructura y Edificaciones (ONESVIE), un organismo ideado por el maestro de la ingeniería dominicana Rafael Corominas Pepín.

Entre tanto, permítanme estas preguntas. ¿A cuáles factores humanos obedeció esta tragedia? ¿A mala planificación, mala construcción, mal mantenimiento o mal uso?  ¿Se produjo porque en nuestra sociedad existe poca institucionalidad, o falta de autoridad y voluntad política. ¿O porque que quedan algunos trujillitos, sueltos ?

Descanso eterno a las almas de víctimas de esta tragedia, y mis sentidas condolencias a sus familiares, en particular, a mi filantrópica compueblana doña Melba Segura de Grullón, por la dolorosa pérdida de su hija procreada con su esposo don Alejandro Grullón, dos personas que  salvaron tantas vidas.

Finalmente, recordemos que los poetas suelen ser más sabios que los psicólogos y psiquiatras, y que  el doctor Pedro Mir, nuestro poeta nacional, en su popular  poema, Hay un país en el Mundo, escrito en Cuba en 1947, dijo:

Este es un país que no merece el nombre de país.

Sino de tumba, féretro, hueco o sepultura.

Es cierto que lo beso y que me besa

Y que su beso no sabe más que a sangre.

Que día vendrá, oculto en la esperanza,

Con su canasta llena de iras implacables

Y rostros contraídos y puños y puñales.

Pero tened cuidado. No es justo que el castigo

caiga sobre todos. Busquemos los culpables.

Y entonces caiga el peso infinito de los pueblos

sobre los hombros de los culpables”.

 ** Este artículo puede ser escuchado en audio en Spotify en el podcast Diario de una Pandemia por William Galván

 

William Galván

Profesor de psicología y antropología de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Investigador académico y consultor de empresas.

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