Y todavía se recuerda que era un hombre no muy alto. Que tenía la cara huesuda y los ojos negros y profundos. Que el color de su piel era un poco tostado (porque el sol quema a todos por igual). Que vestía como se pudiera, porque era proletario. Que, para mayor agravante, se dio a la tarea de promover entre esos pueblos la liberación nacional contra el imperialismo de entonces. Que hizo toda una mística para dar buen cumplimiento a su afán subversivo. Que era un hombre sobrio, a tal grado, que los días de fiesta de vino no pasaba. Pero bueno, ¿alguien de ustedes sabe si alguna vez ese hombre celebró ser el único hijo de Dios?
Soy periodista con licenciatura, maestría y doctorado en unos 17 periódicos de México y Santo Domingo, buen sonero e hijo adoptivo de Toña la Negra. He sido delivery de panadería y farmacia, panadero, vendedor de friquitaquis en el Quisqueya, peón de Obras Públicas, torturador especializado en recitar a Buesa, fabricante clandestino de crema envejeciente y vendedor de libros que nadie compró. Amo a las mujeres de Goya y Cezanne. Cuento granitos de arena sin acelerarme con los espejismos y guardo las vías de un ferrocarril imaginario que siempre está por partir. Soy un soñador incurable.