Ochenta centímetros de alto y sesenta de ancho, este es el tamaño de un pequeño cuadro que cuelga en las paredes de una de las salas de la Galería Nacional de Londres. Se trata del retrato de la Familia Arnolfini pintado en 1434 por el artista flamenco Jan van Eyck. Sus reducidas medidas no fueron un impedimento para reconocer su trascendencia en la historia del arte.   En menos de un metro cuadrado y detrás de su aparente simplicidad se esconden infinidad de símbolos y referencias plasmadas con un impresionante realismo y un microscópico detallismo. Y aunque el título de la obra dice claramente de quienes se trata, la identidad de sus protagonistas tiene múltiples interpretaciones sin llegar aún a un consenso.

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J. van Eyck, Retrato de la familia Arnolfini, 1434

Durante años se pensó que la pintura representaba una ceremonia de boda entre Giovanni di Arrigo Arnolfini y Giovanna Cenami, celebrada en privado, en una alcoba en vez de una iglesia, y atestiguada por el propio pintor. Ciertamente, en aquella época, la unión se consideraba legal siempre y cuando hubiese un documento firmado por un sacerdote y un testigo. Así que el cuadro podría ser una especie de acta de matrimonio. Sin embargo, no existen registros sobre su encargo, los primeros documentos sobre la obra datan ya del siglo XVI. Los estudios posteriores revelan que muchos de los valiosos objetos que demuestran el estatus socioeconómico de la familia fueron añadidos posteriormente a la composición. En 1990 surgió un nuevo motivo para la controversia: un investigador francés descubrió un documento de matrimonio de Giovanni Arnolfini que data de 1447, trece años después de que fuese pintado el cuadro y seis después de la muerte de su autor. En Brujas de aquel entonces hubo cuatro personas más con este apellido, de los cuales dos podrían ser los posibles protagonistas del retrato. Uno es Michele Arnolfini, hermano de Giovanni, quien se casó con Elisabeth, una joven flamenca de origen humilde. Este último dato da cierta credibilidad a la teoría de la celebración de un matrimonio “en secreto”, en el que Michele tendría que presentar y aupar socialmente a su esposa. Sin embargo, según los documentos esta boda tuvo lugar en 1450, más tarde, incluso, que la de su hermano. El segundo es el primo de ambos, Giovanni di Nicolao Arnolfini que se casó en 1426 con Constanza Trenta, nada más y nada menos que sobrina de Lorenzo Medici, el Magnífico, fallecida un año antes de que se pintara el cuadro.

Entonces, ¿qué representa la pintura: la boda o sólo la promesa de matrimonio; un posible embarazo o un rito para recuperar la fertilidad, ya que la pareja no tuvo hijos? Incluso, según interpretaciones más atrevidas, el retrato podría relacionarse con un supuesto exorcismo para alejar la maldición de no tener descendientes o ser una especie de dedicatorio a la difunta esposa.  ¿Fue un encargo de Arnolfini o un regalo de Van Eyck al viudo que quiso tener un recuerdo y un homenaje a su esposa, muerta probablemente en un parto?

Acorde esta última posibilidad, los retratados serían Giovanni di Nicolao Arnolfini y Constanza Trenta, ya fallecida al momento de realización de la obra. Según las más recientes investigaciones, estaríamos ante un homenaje póstumo a su esposa y la familia que nunca tuvo.

Arnolfini fue un rico comerciante de telas italiano establecido en Brujas, donde amasó una enorme fortuna. Está retratado con un largo abrigo de terciopelo sobre un jubón de seda y un sombrero de paja trenzada. La calidad de las telas y los colores sobrios simbolizan la seriedad y el poder. Tiene actitud ceremonial, levanta la mano derecha en posición de bendición y la izquierda sostiene con autoridad la mano derecha de su esposa. Ésta tiene una pose sumisa y viste un lujoso vestido forrado de pieles. Su intenso color verde se asocia a la fertilidad y prosperidad. Su mano izquierda posa sobre los pliegues abultados en el vientre, que podría sugerir un embarazo o simplemente ser una tendencia de la moda de aquel entonces. Su peinado y tocado no corresponden con los de una novia virgen, eran habituales de las mujeres ya casadas.

Cada uno de los objetos en la habitación, el espejo, la lámpara, los zapatos, las naranjas, está destinado a destacar la prosperidad de la pareja. Pero además, nada es lo que aparenta, todo tiene un significado simbólico y en muchas ocasiones se presta a varias lecturas.

La lámpara con una sola vela encendida

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Puede ser el signo de presencia divina, o bien un símbolo del matrimonio recién consumado, ya que era costumbre de encender una vela el primer día de boda. Sin embargo, hay quienes interpretan la llama encendida sobre Giovanni como signo de que él está vivo, y la vela consumida, con restos de la cera en brazo del candelabro encima de la mujer, simboliza su muerte.

El perro

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Suele simbolizar la fidelidad, sobre todo porque tiene ojos abiertos, de lo contrario significaría la deslealtad y el engaño.  Pero siguiendo la teoría luctuosa, el animal podría interpretarse como guía de los fallecidos en el más allá ya que suele ser presentado sobre las lápidas de las tumbas.

Los zuecos

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Los zuecos tirados en el piso representan el vínculo con el suelo sagrado del hogar. La posición de cada par es indicativa: los de él, de madera, con la suela sucia con el lodo de la calle, simbolizan su contacto con el mundo exterior, de donde proviene la prosperidad de la casa; los de ella, forrados de terciopelo rojo, están cerca de la cama indicando que pertenece al interior del hogar.

La cama

Tiene relación con la continuidad de la familia, es el espacio donde se nace y se muere. El color rojo de los paños que la cubren simboliza la pasión y, además, crea un impactante contraste cromático con el verde del vestido. El cabezal de la cama está decorado con una figura femenina con dragón a sus pies, posiblemente se trata de Santa Margarita de Antioquia, patrona de embarazos y partos. Al lado cuelga una escobilla, atributo de Santa Marta, protectora del hogar.

La gárgola

La figura monstruosa, en vez de habituales leones, tallada en el banco que está al fondo, tras las manos cruzadas de la pareja, podría interpretarse como un mal augurio.

El espejo

Es la clave para entender la escena en su totalidad. El sacerdote y el testigo, figuras imprescindibles en cualquier boda, aparecen reflejados en el espejo. El testigo es el propio pintor, su firma en la pared “Johannes de Eyck fuit hic 1434 (Jan van Eyck estuvo aquí en 1434)” certifica la autoría del cuadro y su presencia en la celebración. El marco del espejo está decorado con escenas de la pasión de Cristo. Las del lado del marido muestran a Jesús vivo, mientras que las del lado de la mujer representan escenas posteriores a la crucifixión, otro detalle indicativo para los seguidores de la teoría del homenaje póstumo.

El reflejo del espejo es una muestra del virtuosismo de Van Eyck, es un cuadro dentro de otro cuadro. En apenas cinco centímetros de diámetro están reflejados los novios de espaldas y el sacerdote y el pintor de frente a ellos, la lujosa habitación con todos sus muebles, la lámpara, la ventana con la vista de Brujas y hasta las naranjas en el alféizar.

El rosario colgado al lado del espejo, regalo habitual del novio a su futura esposa, simboliza la virtud y la devoción de la novia y el cristal del que está fabricado es el signo de pureza del sacramento de matrimonio.

Cada objeto en la habitación, además de su significado simbólico, está elegido cuidadosamente para reafirmar la prosperidad y la posición social de la pareja. La ventana con vidriera, la alfombra oriental, la lámpara de araña, los lujosos muebles, las coloridas telas. Pero la muestra más elocuente de la riqueza de la pareja son unas simples naranjas al lado de la ventana, un verdadero lujo exótico en el Norte de Europa.

El cuadro tiene un ajetreado historial de viajes, robos y saqueos. Su dueño inicial, Giovanni di Nicolao no tuvo ningún matrimonio posterior ni descendencia. Atravesó unos años difíciles en sus negocios durante los años posteriores al retrato y abandonó la carrera comercial; en sus últimos años de vida se desempeñó como juez entre la comunidad italiana de Brujas. Conservó el retrato hasta su muerte, cuando sus familiares, probablemente sus primos, se lo vendieran a don Diego de Guevara, embajador español en la corte de los Habsburgo, quien se lo regaló a Margarita de Austria en 1516. Tras su muerte en 1530 lo heredó su sobrina, María de Hungría, quien en 1556 se mudó a España. Dos años más tarde pasó a la colección de Felipe II. Estuvo en el Alcázar de Madrid hasta su incendio en 1794, por lo cual fue trasladado al nuevo Palacio Real de Madrid. Tras el saqueo por las tropas de Napoleón, apareció en Londres en 1816 como propiedad del coronel escocés James Hay que participó en la batalla de Vitoria en 1813, en la que el ejército francés fue derrotado y los británicos al mando del Duque de Wellington incautaron un cargamento de obras de arte hurtadas de la colección real española. No se sabe, como esta pintura paró en manos del coronel Hay, pero él se la obsequió al príncipe regente Jorge IV, quien se la devolvió dos años más tarde, en 1818. Diez años después Hay dejó la obra a un amigo en depósito; desde entonces no hubo noticias de ella, hasta que fue adquirida por la Galería Nacional de Londres en 1842 y actualmente sigue allí.

A más de cinco siglos de su creación, El Matrimonio Arnolfini sigue desafiando el tiempo con sus enigmas intactos. Es mucho más que un retrato, es un documento visual de su época cargado de simbolismo, un “rompecabezas” de la historia del arte. No sabemos cuál será la interpretación definitiva de la obra de Van Eyck, tal vez surgirán nuevos datos que den un nuevo giro a la historia, aunque puede que sus piezas nunca acaben de encajar. Porque en el arte, como en la vida, los secretos más fascinantes nunca se revelan por completo.

Elena Litvinenko de Vásquez

Historiadora del arte

Elena Litvinenko es licenciada en Historia y Teoría del Arte, con grado de maestría en Bellas Artes y especialización en Pedagogía y Psicología de Educación Superior. Es egresada del Instituto Estatal de Artes de Kiev (Ucrania). Ha llegado al país en 1986 y se ha dedicado a la carrera docente, impartiendo diferentes asignaturas relacionadas con la Historia del Arte, Arquitectura, Artes Aplicadas, Diseño gráfico, Moda, Museología y Museografía en las principales universidades del país: UASD, APEC, INTEC, Universidad Católica Santo Domingo entre otras. Es autora de varios libros, artículos, folletos, cursos didácticos y programas. Ha impartido cursos especializados y diplomados en varias instituciones culturales del país y ha participado como ponente en conferencias científicas y simposios realizados en el país y el extranjero. Es miembro fundadora de la Asociación Dominicana de Historiadores del Arte ADHA y forma parte de su junta directiva.

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