“Yo no deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres sino sobre ellas mismas”. Mary Wollstonecraft
Como les prometí en mi columna anterior, en esta entrega sigo analizando cómo la reelección de Trump en EEUU es un síntoma del deseo de muchas personas de volver a un mundo que ya no existe en el que las mujeres eran propiedad de los hombres y las minorías (y en nuestro caso mayorías) de personas de color y otros grupos no eran vistos como seres humanos. En lo que el sociólogo catalán Manuel Castells llama la “identidad de resistencia”, estos grupos intentan reconstruir ese mundo ya desaparecido para volver a tener las ventajas a las que tenían acceso en él en vez de proponer un proyecto nuevo e inclusivo de sociedad como hacen los grupos o movimientos con “identidad proyecto”.
En mi primera entrega analicé dos de las dimensiones que Trump representa para estos grupos: la forma en que refleja el control sobre los recursos y sobre las ideas que a través de él consolida la clase hiper-rica en EEUU y la manera en que fomenta y se beneficia de los ataques a los grupos más vulnerables. En esta ocasión me concentro en cómo Trump refleja el deseo de muchos hombres de volver a tener control absoluto sobre las mujeres.
Trump nos hace ver que todavía muchos hombres rechazan la igualdad con las mujeres
En los últimos días de la campaña, muchas personas nos preguntábamos por qué Trump estaba exagerando aún más su discurso racista, anti-inmigrante y anti-mujeres de una manera tan grotesca en vez de intentar ganarse los votos de las personas independientes que tienden a ser más moderadas. Y la razón era, según han analizado personas expertas en el sistema político estadounidense, que su equipo de campaña sabía que ese discurso no afectaría la intención de voto de la mayoría de su electorado (la clase trabajadora blanca y de clase media) y atraería aún más hombres jóvenes, en su mayoría blancos, que se sienten identificados con esas ideas. De hecho, en pleno siglo XXI, una de las razones clave para el retorno de Trump a la Casa Blanca es lo extremadamente bien que representa y lo mucho que se cree el mito de que los hombres blancos son los líderes por excelencia.
Hemos visto el desprecio de Trump por las mujeres por años. Lo hemos visto en la forma en que insulta a las mujeres políticas especialmente cuando son sus rivales (por ejemplo, Hilary Clinton, Kamala Harris y en su momento Nikki Haley) o las ignora como hacía en sus reuniones con Angela Merkel. También hemos visto cómo se refiere a las mujeres como objetos sexuales a quienes se les puede agarrar por los genitales “y les gusta” o como menores de edad a las que hay que proteger “lo quieran ellas o no”, porque para él no son capaces de tomar sus propias decisiones ni tienen derechos. Peor aún, hemos visto que Trump ha agredido sexualmente y luego difamado a decenas de mujeres con muy pocas consecuencias.
Pero esta misoginia u odio a las mujeres que Trump representa y ayuda a expandir es un fenómeno mucho más amplio. Como les comentaba en una columna anterior, en varios países de altos ingresos se evidencia lo que mucha gente llama una nueva brecha política de género. Es decir, el hecho de que los avances en la igualdad entre hombres y mujeres de las últimas décadas han influido en que la mayoría de las mujeres jóvenes sean cada vez más progresistas y de izquierda porque quieren mantener y ampliar esos avances mientras que muchos hombres jóvenes quieren volver a tener los privilegios que los hombres tenían en épocas pasadas y se vuelven cada vez más conservadores. Corea del Sur es el país donde la brecha es mayor e incluso pone en peligro la tasa de natalidad de dicho país. Por eso resulta muy interesante que Google registró un aumento en las búsquedas de las mujeres jóvenes en EEUU sobre el movimiento 4D coreano justo después de las elecciones. Más aún, este movimiento feminista radical que plantea romper todo tipo de relaciones románticas con los hombres y decir no a salir con ellos, casarse con ellos o tener hijos o hijas con ellos sigue generando interés.
Demonizar a los hombres obviamente no es la solución pero la frustración es comprensible porque, como podemos ver en las redes y en las noticias, algunos de estos hombres jóvenes plantean su deseo de controlar a las mujeres a la franca y se han envalentonado con la reelección de Trump. Estos grupos de hombres dicen sin miramientos que las mujeres deben estar solo en el hogar dependiendo de un hombre y que solo tienen valor como objetos sexuales y para procrear porque no son seres humanos sino simplemente propiedad de los hombres. Lo vimos, por ejemplo, con los hombres blancos que entraron al campus de la Universidad Estatal de Texas en San Marcos el día después de las elecciones con varios letreros. Uno de ellos decía literalmente “Women are property” (“Las mujeres son una propiedad”) obviamente de hombres blancos como ellos. Otro de los letreros cuya foto se volvió viral en las redes era peor aún conteniendo la frase: “Tipos de propiedad: LAS MUJERES, LAS Y LOS ESCLAVOS, ANIMALES, CARROS, TIERRA, ETC…”. También tenían varios letreros y llevaban camisetas con contenido homofóbico como la frase de que “El sexo homosexual es un pecado”.
Por suerte, manifestaciones como esta han generado actos similares de resistencia. En el caso de la Universidad de Texas San Marcos, la estudiante Eva De Arment, de solo 19 años, intervino inmediatamente colocándose en frente de los hombres que entraron al campus con un letrero hecho a mano con la frase “Todavía hay amor en el mundo. AMA A TUS VECINOS Y VECINAS”. También un padre que estaba en ese momento en el campus con su hija promoviendo su escuela de artes marciales intervino junto con ella y otras personas con letreros a favor de las mujeres mientras que otros grupos de estudiantes (incluyendo tanto seguidores/as de Trump como progresistas de acuerdo con De Arment) les quitaron los letreros a los hombres que entraron al campus. Sin embargo, tanto De Arment como Evelyn Lopez, otra estudiante entrevistada por la prensa, destacaron que “claro que [estos hombres] se sienten muy cómodos haciendo esto cuando [tenemos] alguien que acaba de ser elegido y es un delincuente condenado y ha hecho dicho cosas detestables contra las mujeres”.
Esta perspectiva misógina y homofóbica es parte del atractivo que Trump tiene para las iglesias evangélicas más fanatizadas en EEUU de manera similar a lo que ocurre con la jerarquía y muchas personas de las iglesias católica y evangélicas en nuestros países. Por ejemplo, los hombres blancos que entraron a la Universidad de Texas son parte de un grupo cristiano denominado Official Street Preachers. Aun cuando Trump no cree en los valores tradicionales que dichas iglesias representan (se ha casado tres veces, es un agresor sexual, fue amigo de Jeffrey Epstein, etc.) sus líderes saben que pueden utilizarlo como caballo de Troya para volver a influir las políticas públicas en EEUU como volverán a hacer en este nuevo gobierno.
De hecho, Trump les reciprocó el apoyo con una de las pocas promesas de campaña que cumplió en su primer mandato: cambiar la composición de la Suprema Corte de Justicia para revertir el derecho a decidir de las mujeres a pesar de que la gran mayoría de la población en EEUU estaba de acuerdo con Roe vs. Wade. Y en esta ocasión, estas organizaciones de la extrema derecha se han unido para imponer sus agendas extremas como se refleja en el Proyecto 2025 del que Trump intentó distanciarse y que, como vemos con sus designaciones hasta ahora, pondrá también en práctica junto con su vicepresidente electo J.D. Vance a quien escogió justamente por tener ideas similares.
En resumen, el nuevo gobierno de Trump será nuevamente un período difícil para todas las personas, incluyendo las mujeres, que Trump y sus seguidores no ven como iguales ni como seres humanos. Por eso es importante recordar, como plantea Noam Chomsky, que “los derechos no se conceden, se conquistan”. Manos a la obra.