El conocimiento humano es incompleto e inagotable
Como Sócrates reconozco que el conocimiento humano es incompleto e inagotable. Con lo cual puedo afirmar que estoy consciente de que la capacidad de aprender y descubrir es ilimitada y que siempre hay más que saber y comprender. El desafío y el reto, a la vez, es admitir y asumir que el proceso de aprendizaje es contínuo y evolutivo.
He podido beber del conocimiento y la sabiduría de muchos pensadores, especialmente de aquellos que han hecho las más significativas contribuciones en el estudio del lenguaje y la filosofía.
Evidentamente, no puedo dejar de mencionar que he tenido la oportunidad de adentrarme en la filosofía antigua, desde Thales de Mileto, pasando por Sócrates, Platón y Aristóteles, hasta los epicúreos, los estoicos, los escépticos y los neoplatónicos; en la filosofía medieval, desde la patrística, con San Agustín de Hipona y Boecio, hasta la escolástica tardía, con Santo Tomás de Aquino, Duns Scoto y Guillermo de Ockham; la moderna, desde René Descartes, considerado el padre de la filosofía moderna, pasando por Francis Bacon, hasta Inmanuel Kant y la filosofía y el pensamiento contemporáneos.
Grandes filósofos del lenguaje
He saboreado los conocimientos del filósofo, matemático, lingüista y lógico británico de origen austriaco Ludwig Wittgenstein, considerado el más grande filósofo del siglo XX. Sobre todo a través de su obra el Tractatus Logico-Philosophicus en la que establece que los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro mundo. También por medio de su posterior obra Investigaciones filosóficas, en la que critica la idea de que el significado es fijo y sostiene que el significado del lenguaje surge de su uso en contextos específicos, promoviendo así una visión más dinámica.
Me he nutrido De Ferdinand de Saussure, considerado el padre de la lingüística moderna, quien introdujo el concepto de langue (sistema de lenguaje) y parole (uso individual). He podido ver su enfoque estructuralista y su visión de que el significado se construye a través de las diferencias en el lenguaje, a diferencia de una relación directa con la realidad, subrayando cómo el lenguaje da forma a la percepción del mundo.
He aprendido también del lingüista, semiólogo y filósofo suizo Martin Heidegger. De su Ser y tiempo, donde aborda el lenguaje como el medio que revela el ser. Para este filósofo existencialista, ensayista y poeta alemán, considerado unos de los pensadores más influyentes del siglo XX, el lenguaje no solo describe la realidad, sino que también influye fundamentalmente en nuestra comprensión de la existencia, destacando la interrelación entre lenguaje y ser.
He disfrutado de la obra del lingüista, filósofo, politólogo, intelectual y activista estadounidense de origen judio Avram Noam Chomsky. Aunque su enfoque principal es lingüístico, Chomsky ha impactado la filosofía del lenguaje con su teoría de la gramática generativa, que sugiere que la capacidad para el lenguaje es innata. Plantea que la estructura del lenguaje refleja la estructura de la mente, lo que ha generado debates sobre la naturaleza del lenguaje y su aprendizaje.
Y del británico John Langshaw Austin, considerado una de las figuras más destacadas en la filosofía del lenguaje, igualmente he podido aprender mucho. Con su teoría de los actos de habla, Austin juega un papel esencial al plantear que el lenguaje no solo transmite información, sino que también realiza acciones (como promesas o disculpas), lo que enriquece la comprensión sobre el significado y el uso del lenguaje.
He podido ver en estas teorías, aunque diversas, un diálogo fértil y a menudo conflictivo sobre cómo entendemos el lenguaje y su papel en nuestra vida y cultura.
El lenguaje es significado, no solo palabras
Como Wittgenstein creo que el lenguaje se ocupa del significado, no solo de las palabras. Se trata de un pensamiento que resuena profundamente en mí, ya que nuestra lengua es un instrumento que trasciende el mero vocabulario: es la esencia de nuestra comunicación y es fundamental para nuestra cultura, ya que permite la comunicación de saberes y tradiciones de generación en generación, contribuye a la formación de la identidad cultural de un grupo, reflejando sus valores, creencias y modos de vida, facilita la creación de literatura, música, y otras formas de arte que enriquecen la cultura, actúa como un vínculo social, uniendo a las personas dentro de una comunidad. De igual forma, la diversidad lingüística enriquece el patrimonio cultural, ofreciendo diferentes formas de ver e interpretar el mundo.
El poder de la palabra
Es innegable el valor de la palabra, pues es el principal instrumento de la lengua.
A través de la palabra se expresa y comunica el pensamiento, las emociones y la cultura. Las palabras son un puente de comunicación que facilitan el intercambio de ideas entre personas; cada palabra tiene un significado que refleja conceptos, objetos y acciones, creando un entendimiento compartido; al combinarlas, se forman oraciones que expresan ideas más complejas y existen múltiples palabras para describir una misma idea, lo que enriquece el idioma y permite matices en la expresión. Sin palabras, pues, la lengua no podría cumplir su función comunicativa ni cultural.
De ahí que el poder de la palabra es inmenso y fundamental en la experiencia humana. El lenguaje es, sin duda, el hilo que teje la cultura. A través de él, se comparten historias, se transmiten tradiciones y se construyen mitos que dan sentido a nuestra existencia. Cada pueblo tiene su propio idioma y dialecto, que refleja su historia, sus paisajes y su relación con el mundo.
Al hablar se da vida a la memoria colectiva, permitiendo que generaciones enteras se conecten con sus raíces. La palabra también tiene el poder de transformar. Nos permite cuestionar y desafiar las normas establecidas, expresar aspiraciones y luchar por la justicia. Movimientos sociales y culturales han surgido gracias a líderes que han comprendido el impacto de sus discursos. Palabras inspiradoras pueden ser el motor de grandes cambios, uniendo comunidades con un propósito común.
Sin embargo, también debemos ser conscientes de que el lenguaje puede ser utilizado como herramienta de opresión. La manipulación del discurso puede llevar a la desinformación y a la división. Por eso, es esencial fomentar una cultura del diálogo, donde las palabras se utilicen para construir puentes y no muros.
En definitiva, la palabra es poder. No solo da forma a nuestra realidad, sino que también refleja la riqueza y diversidad de las culturas. Al celebrar nuestras diferencias lingüísticas, estamos reivindicando el valor de cada pueblo y su contribución única al imaginario colectivo de la humanidad.
Asimismo, como consideró Claude Lévi-Strauss, es importante recordar que el lenguaje tiene sus limitaciones y no puede abarcar todos los matices del significado.
Desnaturalización del lenguaje
En la era digital, la del enjambre, como lo diría Byung Chul Han, nos encontramos ante un fenómeno inquietante: la desnaturalización del lenguaje. Las palabras, que deberían ser herramientas de comunicación y entendimiento, están siendo manipuladas y distorsionadas a través de las redes sociales y los medios de comunicación.
Este proceso afecta nuestra percepción de la realidad y pone en riesgo la esencia del diálogo auténtico. Hoy en día, las plataformas digitales permiten la propagación de información con una rapidez sin precedentes. Sin embargo, esta inmediatez viene acompañada de un grave problema: la proliferación de noticias falsas, desinformación y discursos polarizados.
En ese contexto, el lenguaje se convierte en un vehículo para la mentira, donde la manipulación de la verdad ha encontrado terreno fértil. Lo que debería ser un espacio para el debate y la reflexión se transforma en un campo de batalla donde predominan los titulares sensacionalistas y la retórica engañosa.
La distorsión del lenguaje no solo afecta nuestra capacidad para discernir la verdad, sino que también erosiona la confianza en las instituciones y en los propios medios. Al desdibujar las fronteras entre lo verdadero y lo falso, se genera una atmósfera de confusión y desencanto, donde el diálogo constructivo se ve amenazado.
Recuperar la integridad del lenguaje debe ser un reto
La retórica se convierte en una herramienta de poder, utilizada para sembrar dudas y propagar divisiones. Es crucial que, como sociedad, recuperemos la integridad del lenguaje.
El Estado, en todas sus manifestaciones, tiene el deber insoslayable de hacer para promover el conocimiento, la corrección de nuestra lengua y su papel vital en nuestra sociedad.
Pero igualmente nos toca a todos, pues debemos abogar por una comunicación clara y honesta, cuestionar las fuentes y ser críticos ante la información que consumimos.
La educación mediática es fundamental para empoderar a los individuos, brindándoles las herramientas necesarias para navegar este mar de información compleja.
El lenguaje entonces debe ser un puente hacia el entendimiento y no un arma de manipulación. Reivindicar el valor de la verdad y trabajar juntos para restaurar la confianza en nuestras palabras debe ser una de nuestros objetivod como nación. Solo así podremos construir un futuro y una sociedad donde la comunicación sea un pilar de la democracia y un medio para avanzar hacia una sociedad más justa y solidaria.
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