Octavio Paz utilizó la poesía y la reflexión sobre el amor y la historia para combatir el espíritu de su soledad metafísica, es decir, sus vías de escape. Amén de que penetró en la mitología y la arqueología del México profundo, en la memoria de su pueblo y en su genealogía mítica. Reivindicó su herencia hispánica y prehispánica, y la metabolizó luego con sus viajes y lecturas, que le permitieron ahondar en la tradición francesa, inglesa, alemana, americana y, finalmente, oriental. De ahí que no se debe olvidar –y esto es importante– que el libro El laberinto de la soledad (1950) Paz lo concibió, gestó, maduró y escribió en Francia, a partir de la experiencia del desarraigo existencial y la extrañeza de su patria. En él, en suma, la soledad fue su absoluto, que se convirtió en una búsqueda, a través de la comunión.

La pasión y el interés reflexivo por la idea de Revolución, la política, la historia y la utopía, le vinieron porque se consideraba un hijo legítimo de la Revolución mexicana (1910).

En gran medida, la obra total de Paz es un largo diálogo con la historia y con el México del pasado y del presente, con sus ancestros familiares, y ese diálogo, desde luego, lo realizó, a partir de la experiencia de la soledad, y consigo mismo. En resumen: es un diálogo y un monólogo. Para elaborar su concepto de soledad del mexicano y el suyo propio, se sumergió en el árbol genealógico del México prehispánico y poshispánico; también para explicar la memoria mítica y el tiempo sagrado de su etnia y su cultura. En conclusión: en la raíz de estas meditaciones, reside su destino intelectual y su devenir literario.

Octavio Paz siempre estuvo tentado por la fe, pero por una fe laica, a-teológica, pues fue un crítico moderno de los dogmas religiosos y de las ideologías heréticas, y por eso abjuró temprano del marxismo, por sus herejías, ortodoxia e inconsecuencias, en su aplicación práctica en los Estados socialistas, que devinieron totalitarios y antidemocráticos.

Octavio Paz fue una voz poética, un pensamiento plural, un estilo y una visión intelectual del presente. Una conciencia, en efecto, del tiempo histórico y político. Su vida y su obra están signadas por la experiencia de la comunión y la soledad, el amor y el erotismo. En otras palabras: su ser y sus temas giran, concretamente, en torno al rostro y la máscara, el yo y la otredad, la soledad y la comunión, la fiesta y la muerte. Ya el poeta o el ensayista, esa pasión voluntaria por el Eros y el amor, no por Tanatos, nunca el Tanatos (es decir, siempre la vida, no la muerte), más bien, la soledad, serán sus señas de identidad intelectual que lo acompañarán toda su trayectoria, como hombre de pensamiento y de ideas, en diálogo con el mundo y la sociedad de su tiempo. El Nobel Paz articulará, en consecuencia, una obra literaria, donde convergen el pensamiento y la historia, el mito y la religión, la filosofía y el arte, en un diálogo recíproco. Así pues, vivió –y vio– la poesía como una religión pagana, agnóstica y moderna, del amor, la vida y la soledad de la condición humana. Fue un agnóstico, y de ahí que ni afirmaba ni negaba la existencia de Dios. Fue, más bien, un ateo sin religión, pero no dejó de ser un místico, un budista; en el fondo, fue un pensador, que abrazó y dialogó con múltiples religiones y filosofías porque les atraían y seducían, lo sagrado, lo espiritual y las creencias, más allá de lo religioso, como vocación de sabiduría y sed de conocimiento. Su laicismo lo condujo a vivir la vida y la sociedad, desde una actitud moral. Fue así, ante todo, en política, un moralista de la historia y del presente, y de ahí que se involucraba, con tanta pasión y vehemencia, en opinar sobre las cuestiones y problemáticas cotidianas de la política de su país y del mundo. De ese modo, se reveló como un intelectual de circunstancia, apegado al presente y al devenir de los acontecimientos, con conciencia crítica de la historia.

La crítica y la historia, es decir, la crítica al discurso de la historia y a la moral de las acciones políticas de los hombres, son algunas de las coordenadas de su filosofía de la historia. Así, se perfiló su modo de pensar y hacer vida intelectual.

Fervor por la palabra, devoción por las ideas, rigor contemplativo y moral de las convicciones, Paz asumió un ministerio intelectual, inspirado e imbuido por la energía de la modernidad crítica. No se entregó al ejercicio del pensamiento ortodoxo, sino, antes bien, al heterodoxo, de modo crítico y ético, a la manera de los moralistas franceses –o al modo de un sacerdote laico. Hizo crítica con la poesía y poesía con la crítica. Penetró en las raíces filosóficas de Oriente y en los saberes de la cultura hispánica, prehispánica y mexicana.

“Peregrino en su patria”, como se autodenominó, Paz fue un hombre moderno y cosmopolita que vivió y vio a México desde la órbita de una Nación abierta al mundo, acaso por su vocación vanguardista, universalista y ecuménica. De ahí que abogó por un nacionalismo no mexicano sino cosmopolita, abierto a las identidades y al diálogo de las culturas, como mecanismo de enriquecimiento recíproco.

Mexicanismo y cosmopolitismo son dos vocaciones intelectuales que se perfilan en su ensayo temprano El laberinto de la soledad. Su afán universalista, en diálogo con Oriente y Europa occidental, lo condujo a ser visto como un tras-terrado de su propia patria, en estado de soledad, pero de comunión con el resto del mundo.

Sabedor de que la patria es la lengua y la cultura, Paz asumió la convicción y el desafío intelectual de ahondar en su identidad idiomática, en el sustrato de su cultura, es decir, en la prehistoria de su cultura, para articular sus argumentos sobre su lugar en el tiempo histórico.

La obra creativa de Paz postula una lectura de la cultura, transfigurada por su visión poética y crítica de la literatura: poética del pensamiento y crítica poética del lenguaje. Así, poesía y crítica se abrazan en un abrazo de convergencia y conciliación recíprocas, donde la figura del pensamiento estético se transfigura en el centro vital o eje motor de su empresa literaria. El pensamiento intelectual de Paz es difícil de etiquetar, pues es el resultado de un poeta-pensador heterodoxo, productor de ideas, pero también poseedor de creencias, y no subordinado a un sistema determinado (por eso no escribió tratado sino ensayos). Creyó en la revolución histórica, pero no como utopía sino como mito de la historia.

Sus ideas provienen y nacen de su poesía, no de un sistema filosófico específico. Acaso esa sea la razón de la trascendencia de su pensamiento: plural, abierto y heterodoxo sobre ética, política, arte, estética y filosofía.

Octavio Paz hizo de la poesía un oficio no de difuntos sino de visionarios vivos: una religión pagana sin Dios; fue un poeta agnóstico, que buscó lo sagrado en la creencia poética. Vio así en el mundo sagrado uno de los otros nombres de lo poético. Pero no buscó lo sagrado desde el dogma.

Anclado en la tradición romántica, que concibió al poeta como un visionario –o un “vidente” (como Rimbaud) en la tradición simbolista, Paz asumió la condición del intelectual reflexivo, que merodeó entre la poética y la política. De ahí su constante reflexión y pasión teórica sobre la poesía como refugio de la mente y del corazón.

Defensor del amor, la poesía y el pensamiento, el poeta y ensayista Paz deviene un enamorado de las ideas, del mito y de la historia: poeta vaticinador –a la antigua usanza aristotélica y pre-aristotélica–, este mexicano universal fue pues un vidente agnóstico.

El Nobel Paz fue un soñador racional y un amante de la libertad, y, a la vez, un eterno espíritu crítico, para quien lo mismo le daba ocuparse de pensar, analizar y reflexionar sobre un cuadro de pintura, un poema, una novela, una idea; o hablar acerca de un pintor como de un filósofo; o pasar de la política a la historia, de la literatura a la filosofía, de la arqueología prehispánica a la antropología, de la lingüística a la sociología, de la crítica literaria a la crítica de arte, de la teoría poética a la teoría del lenguaje, de la historia de las ideas a la historia de las religiones, del mundo oriental al mundo occidental –todo trabajado con profundidad y libertad, competencia y conocimiento, autoridad y gracia.

La búsqueda de la modernidad, que lo persiguió, fue una forma de entrar a la historia universal, la cual está en el interior de nuestra conciencia social, no fuera. De ahí que dijera, en su Discurso de recepción del Premio Nobel: “Volví a mi origen y descubrí que la modernidad no está fuera sino dentro de nosotros. Es hoy y es la antigüedad más antigua, es mañana y es el comienzo del mundo, tiene mil años y acaba de nacer”.

Octavio Paz fue un hombre que plasmó su obra en un diálogo permanente entre la poesía y el ensayo, la crítica y el pensamiento. Fue un observador atento de los signos de la cultura y del devenir de la historia. Una mentalidad de curiosidad escasa, por no decir, en extinción, en el presente intelectual del siglo XX; fue acaso el último poeta oracular de América Latina, el último surrealista, o, más bien, el último poeta con espíritu surrealista de Occidente, que vivió como un perfecto intelectual. Y lo prueba su participación en la vida pública, en entrevistas y conferencias

Basilio Belliard

Poeta, crítico

Poeta, ensayista y crítico literario. Doctor en filosofía por la Universidad del País Vasco. Es miembro correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua y Premio Nacional de Poesía, 2002. Tiene más de una docena de libros publicados y más de 20 años como profesor de la UASD. En 2015 fue profesor invitado por la Universidad de Orleans, Francia, donde le fue publicada en edición bilingüe la antología poética Revés insulaires. Fue director-fundador de la revista País Cultural, director del Libro y la Lectura y de Gestión Literaria del Ministerio de Cultura, y director del Centro Cultural de las Telecomunicaciones.

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