Cuando se fundó la República de Haití, se asentó en su Constitución que los límites de esa nación eran los mares que rodean la isla. En esos instantes ese concepto aunque totalmente errado era entendible, se trataba de una intimidación a las tropas francesas para evitar un contraataque desde la parte oriental o española de la isla, que lamentablemente también le pertenecía a Francia  por el infamante Tratado de Basilea. Partiendo de esta coyuntura histórica, la clase dominante haitiana ha impuesto a los habitantes de ese país un absurdo designio nacional, que reza a modo de dogma congénito toda la isla les pertenece.

Ahora, 221 años después, tras convertirse esa sociedad en un deplorable Estado fallido, no solo la clase dominante haitiana y poderosos intereses económicos foráneos, sino un grupo de fariseos criollos, se han planteado la alternativa siniestra de asumir la supuesta propiedad haitiana de la isla sepultando la República Dominicana. La metodología esta a la vista de todos, a través de una nueva tanda de invasiones sin aparataje bélico sino “pacífico”, utilizando la poderosa armadura de la ocupación silenciosa de manera paulatina de vastas extensiones del territorio nacional a modo de inmigrantes legales e ilegales (tipo Kosovo) y el agresivo procedimiento de aprovechar la fertilidad de los  úteros haitianos en este proyecto.

En un futuro no muy lejano serán mayoría en Dominicana y podrán imponer el propósito añorado.

Siempre han insistido que la isla les pertenece. Veamos lo referido por Jean Price-Mars, uno de sus principales historiadores (muy agresivo contra los dominicanos) anotó que pese a la fracasada invasión a la parte Este en 1805:

“Dessalines no desistió de su pretensión de que la isla entera formara parte del territorio del pueblo de Haití”.

“Así lo consagró la Constitución imperial del 20 de mayo de 1805”. (Jean Price-Mars. (La República de Haití y la República Dominicana. Diversos aspectos de un problema histórico, geográfico y etnológico.  Colección del Tercer Cincuentenario de la Independencia de Haití. Puerto Príncipe, 1953. T. III p. 50).

El propio Dessalines luego del revés de 1805 sentenció:

“Tras haber decidido reconocer como únicos límites aquellos trazados por la naturaleza y los mares, estoy convencido de que mientras un solo enemigo respire todavía en este territorio, aún hay algo que debo hacer para conservar con dignidad el puesto que se me ha asignado… He decidido recuperar la posesión de la parte integral de mis dominios y arrasar hasta el último vestigio del ídolo europeo”. (David Nicholls. De Dessalines a Duvalier. Raza, color y la independencia de Haití.  Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc. Santo Domingo, 2021. pp. 118-119).

La invasión de 1805 estaba motivada por un cruel y provocador  decreto de Jean Louis Ferrand, gobernador francés de la parte española, ordenando capturar haitianos menores de 14 años para venderlos como esclavos. Dessalines tenía justa indignación contra los franceses, pero en su discurso reiteraba que los límites de su país eran los mares y amenazaba con arrasar a todos los habitantes del Este, sin exceptuar a los criollos que eran oprimidos por los gobernantes franceses.  Llegando a amenazar a los dominicanos-españoles en una alocución pública del siguiente modo: “Desechen un error que les resulta funesto, y si no quieren que la sangre de ustedes sea confundida  con la de mi enemigo, rompan todo pacto estipulado con él”. (Jean Price-Mars. Obra citada T. I p. 89).

Esa opinión equivocada de Dessalines que podría atribuirse a sus limitaciones políticas, se ha mantenido incólume, principalmente en la clase gobernante haitiana. Ha constituido un argumento central en su constante prédica prejuiciada. Veamos que decía Price-Mars en su obra al analizar ambos pueblos:

[…] los habitantes del Este, en su conjunto, se han creído siempre y se creen aún españoles de pura raza blanca y como tales, pertenecen o se figuran que pertenecen a la raza conquistadora que sometió a su dominación el planeta”. (Jean Price-Mars. Obra citada, T. I  p. 80).

Es puro racismo, que viene insertado desde el siglo XIX. El historiador haitiano Dorsainvil en su Manual de Historia,  tras admitir que sus compatriotas trataron a los dominicanos como un pueblo conquistado, establecía entre las causas de la separación:

“Desde agosto de 1822 se había aplicado a una población, blanca en su cuarta parte, los artículos de la Constitución haitiana referente a la propiedad inmobiliaria; aquellas restricciones fueron mantenidas y hasta agravadas en 1843;”. (Jean Crisosteme Dorsainvil.  Manual de Historia de Haití.  Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc.  Santo Domingo, 1979. pp. 160, 174).

La Constitución instituía en su artículo 12: “Ningún blanco, sea cual fuere su nacionalidad, pisará este territorio con el título de amo o de propietario ni podrán en lo porvenir adquirir propiedad alguna”. (Jean Price-Mars. Obra citada,  T. I  p. 52).

Ciertamente, en la parte del Este ellos encontraron una tercera parte de pobladores de color blanco, que eran ciudadanos y se les debía tratar como tales.  Pero no actuaron con la mesura necesaria ante esta discriminación constitucional, frente a un pueblo de otras costumbres. Thomas Madiou, célebre historiador haitiano que vivió esos aciagos acontecimientos, en su Historia de Haití,   se refirió a otro de los aspectos negados a las personas de esa raza, indicando que el entonces diputado Buenaventura Báez:

“En la sesión del día 18, el ciudadano Báez, diputado por Azua, solicita que el hombre blanco, sin importar de que país proceda, pueda convertirse en ciudadano haitiano tras algunos años de residencia en el país. Su Moción fue rechazada”.  (Thomas Madiou. Historia de Haití.  Archivo General de la Nación.  Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc. Santo Domingo, 2024. T. VI,   T. VIII p. 338).

La isla fue dividida en seis departamentos o provincias, a los criollos solo les correspondían dos departamentos, El Ozama y el Cibao. En esas provincias colocaron como gobernadores militares a generales represivos haitianos, que profundizaron las diferencias de idiosincrasia entre ambos pueblos, como Borguella, Carrie, Desgrotte y Morisset.

No se debe alegar ignorancia, desde tiempos lejanos se conocía eran dos pueblos disímiles. El mejor ejemplo lo legó a la historia el general francés François Marie de Kerverseau, que 22 años antes de la ocupación haitiana (1800) fue gobernador de la parte española y manifestó que habían grandes discrepancias de hábitos y costumbres entre las dos sociedades:

[…] la parte española de Santo Domingo, por su extensión, población relativa, por sus costumbres nacionales, por su modo de cultivar la tierra y por otras varias circunstancias locales, no puede tener nada común con la antigua parte francesa, es verdad que se hallan bajo la misma latitud y bajo las mismas circunstancias de terreno; pero están tan distantes por sus opiniones, por sus estilos, por el temperamento y por el carácter de sus habitantes, como lo está el polo del ecuador, y querer sujetar estas dos partes a un mismo régimen, sería pretender unir en una sola dos naturalezas opuestas, sería debilitar la fuerza de la razón, que el Cabildo expone en su representación al Primer cónsul con una energía tan insinuante, que da motivo a principiar esta discusión”. (Emilio Rodríguez Demorizi.  La era de Francia en Santo Domingo. Contribución a su estudio.  Academia Dominicana de la Historia.  Santo Domingo (C. T.) 1955. p. 233)

De manera objetiva Kerverseau dejó establecido en 1800 eran dos naturalezas opuestas. Esto pudo ser superado con voluntad política, pero los mandatarios haitianos trataron a los dominicanos-españoles como un pueblo conquistado. El sociólogo empírico criollo Pedro Francisco Bonó que vivió en ese lapso, resaltó el error de Boyer fue no pensar en un país federado. Estos modelos políticos ya existían como la Colombia, los Estados Unidos y la Confederación de países de Centroamérica.

Boyer y Hérard le echaron leña al fuego. Solo hay que detenerse en las declaraciones de Hérard a mediados de 1843, cuando penetró al territorio dominicano con un poderoso Ejército pretendiendo aplastar la irreversible conspiración patriótica que se gestaba, en la ocasión el presidente haitiano comentaba:

“En Dajabón, primer pueblo del nordeste, he encontrado un pueblo distinto, de otras inclinaciones; con un idioma diferente del nuestro, y me he visto obligado, la primera vez, a buscar interprete para mis comunicaciones con el pueblo”.

Añadiendo que al llegar a la ciudad de Santo Domingo:

“Mi entrada en esta ciudad fue triste. Todas las puertas de los ciudadanos de origen  español estaban cerradas; solamente estaban abiertas las de los ciudadanos de origen francés”. (Emilio Rodríguez Demorizi. Invasiones haitianas 1801, 1805, y 1822.  Academia Dominicana de la Historia. Santo Domingo (C. T.), 1955. pp. 283, 290).

Hérard era presidente de la isla desde seis meses atrás, “desconocía” se trataba de pueblos distintos, ya sabemos que hasta extranjeros como Kerverseau muchos años atrás conocían esa realidad. Pero démosle el beneficio de la duda, no había advertido eran pueblos diferentes, entonces con mayor razón no debió presentarse como un cancerbero que ordenó apresamientos en casi todos los pueblos del Cibao y luego en la Capital, hasta el extremo que desató una cacería contra Duarte, Pérez y Pina que se vieron precisados a exilarse para evitar ser fusilados. Existía el precedente de los fusilamientos en Los Alcarrizos.

Ellos dominaban el método de la negociación que lo requería el momento, era pertinente pactar la autonomía con los dominicanos-españoles. ¿Acaso Boyer no concertó con los franceses cuando estos exigieron le pagaran una indemnización por daños de guerra?  En este caso Hérard y sus adláteres se sintieron poderosos y decidieron recurrir a la represión.

Lamentablemente somos dos pueblos con incompatibilidades de hábitos y costumbres como lo admitía Hérard, y las oportunidades de una isla unificada bajo un mismo Estado solo ellos las tuvieron en sus manos. Hoy a 419 años que el rey español Felipe III creó las condiciones para la división de la isla en dos pueblos desiguales, es muy difícil que esto se pueda lograr. Lo ideal es coadyuvar a que se solucionen los conflictos internos en el país vecino y se estabilice la presencia de los ciudadanos de ese Estado en el nuestro.

Todo luce que a nivel internacional, sectores poderosos que impulsan la fusión interesados en las posibles “tierras raras” del suelo de los vecinos, han decidido propiciar la invasión “pacifica”. Primero exigiendo campamentos de refugiados en nuestro territorio, hoy no se habla de esos albergues, pero de repente nos encontramos que existen barrios enteros poblados por haitianos como Mata Mosquitos en Higüey  y muchos otros en diferentes regiones del país.

Se alega el status de beligerancia en Puerto Príncipe, pero Haití tiene otros departamentos en el interior donde no hay conflictos y se pueden levantar campamentos para refugiados, áreas con tanta normalidad que hasta nos despojaron de  las agua de un río.

El problema no es que sean  ilegales, sino que están maleados por una consigna congénita que alega este territorio les pertenece porque la isla se llama Haití, obviando que una cosa fue isla de Haití cuando la ocupaban sus primitivos habitantes, los Tainos y otra cosa es República de Haití que siempre ha ocupado el perímetro occidental de la isla a partir de enero de 1804, para ese lapso la colonia constituida por españoles-dominicanos tenía siglos de existencia.

Ciertos facinerosos alegan los dominicanos pueden ser repudiados en el muy populoso sector de Washington Heights en los Estados Unidos y en el Barrio Obrero de Puerto Rico. Pero los dominicanos nunca han proclamado que esos territorios les pertenecen, saben que son migrantes que han sido acogidos por su laboriosidad en esas ciudades. Lo mismo ocurre aquí con migrantes de Venezuela, Colombia y Cuba que nunca han reclamado que este país es propiedad de sus estados natales. Semejante situación se verificó en el pasado con la gloriosa migración de los españoles republicanos y de otras nacionalidades, que tanto han aportado al país, incluyendo a los negros metodistas norteamericanos que llegaron en 1824.

La parte más novedosa de la nueva invasión es la constituida por los úteros, aprovechando la libre fertilidad en Haití propiciada desde los tiempos de Petión y Boyer, como lo evidenció el historiador estadounidense James Leyburn en su obra El pueblo haitiano,  publicada originalmente en 1941. Leyburn explicaba se impuso de modo oficial el plaçage:

“En una palabra, plaçage era la unión de un hombre y una mujer para el placer, el compañerismo y una relativa vida hogareña sin que ninguna de las partes asumiera obligación legal alguna. Un hombre podía hacer tantas de estas uniones transitoria como su disposición, sus finanzas y su tacto lo indicasen”. (James G. Leyburn. El pueblo haitiano.  Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc. Santo Domingo, 1986. p. 220).

Posiblemente el plaçage no esté vigente, pero si la intención, que se ha trasmitido de generación en generación. Por eso, observamos inacabables legiones de parturientas haitianas abarrotando las maternidades criollas, so pretexto de las dificultades en su país.

La Constitución dominicana de 2015 estableció el jus sanguini para ser declarado como dominicano, es decir ser hijo de padres criollos. Esta disposición se ha convertido en letra muerta, pese a los libros de extranjería que disponen la inscripción obligatoria de los extranjeros no nacionalizados al nacer en el territorio nacional. Existen múltiples subterfugios para violarla, al igual que en las oficialías, como está ocurriendo.

Dentro de un tiempo no tan lejano la “invasión pacífica” dejará sus frutos. Ellos serán mayoría en este territorio, los dominicanos pasaremos de nuevo a ser un pueblo dominado como en los tiempos de Boyer y Hérard con las neoinvasiones haitianas a través de métodos más ingeniosos. Solo nos quedará balbucear: Requiescat in pace República Dominicana. Alguien responderá con desánimo o quizás con mucho vigor: ¡Amén!

Santiago Castro Ventura

Médico e historiador

Médico, historiador.

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