¿De qué nos han valido los avances en el conocimiento y la tecnología, el desarrollo del pensamiento filosófico y la política? ¿Para qué han servido los innumerables organismos internacionales y los múltiples esfuerzos por encontrar maneras diferentes de encarar nuestras diferencias entre los pueblos y dentro de ellos mismos?
Los seres humanos estamos empecinados en que la única vía efectiva de dirimir nuestras diferencias sigue siendo el conflicto y la guerra. La violencia en sus múltiples manifestaciones. En todas las regiones de nuestro planeta los conflictos bélicos afloran como esporas, llenando de destrucción la vida humana y la naturaleza toda.
Rusia y Ucrania, Israel y Palestina, Israel y Siria, guerra civil en Sudán entre su ejército y las llamadas Fuerzas de Apoyo Rápido; India y Afganistán; al interior mismo de varios de estos países continúan conflictos bélicos. En la República Democrática del Congo y en Somalia, como en Nigeria y Yemen, los conflictos armados continúan. Así mismo en Etiopía y Colombia.
Qué decir de la situación que vive Haití como la de Myanmar. Se estima que en este preciso momento más de 50 conflictos armados están hoy activos. No dejemos de mirar la situación interna que viven los Estados Unidos con las medidas adoptadas por su presidente Donald Trump, que ha generado múltiples conflictos en casi todos los estados.
Promover el diálogo y el respeto mutuo es esencial para superar las diferencias sin recurrir al conflicto armado.
Por supuesto, las consecuencias en la mayoría de los casos son devastadoras por la pérdida de vidas humanas, como las que se generan en la infraestructura física, pero, sobre todo, en el medio ambiente. Sus efectos en la vida humana en los ámbitos político y económico, social y psicológico terminan siendo de largo alcance.
Millones de personas inocentes se ven afectadas diariamente, teniendo muchos de ellos que verse en la obligación de emigrar con todo lo que esto supone para ellos como para las poblaciones de los países receptores. La violencia y la crueldad se convierten en un teatro macabro que no tiene límites de género ni de edad.
El trauma emocional provocado por los conflictos bélicos y sus crueldades genera efectos muy profundos y duraderos. Los niveles extremos de estrés, miedo y dolor pueden perdurar durante toda la vida. La depresión y ansiedad del estrés postraumático afectan la capacidad de llevar una vida normal.
A todos estos conflictos bélicos añádele lo que provoca un afán desmedido de acumular riqueza en un mínimo sector de la población mundial a cambio de la miseria y la exclusión de millones y millones de personas, que ven languidecer sus vidas por la falta de alimentación y de agua potable.
Repito, ¿de qué nos han servido los avances logrados en los ámbitos de la ciencia, la filosofía, la política, la tecnología si la vida está continuamente entre paréntesis?
Pienso en la población infantil, los millones de niños y niñas que apenas han abierto sus ojos a la vida y empiezan a vivir las secuelas psicológicas de la guerra. La exposición a tales niveles de violencia, de muerte de familiares y amigos, como la pérdida de estabilidad y seguridad, les afecta de manera permanente en su desarrollo emocional y cognitivo.
¿Qué se puede esperar de aquellos que sobreviven a tal barbarie que no fuera la violencia como actitud y forma de enfrentar los conflictos que nuestras propias acciones generan?
Seguir insistiendo, como aspirando y comprometiéndonos con la paz, es la única alternativa posible. Desde los púlpitos de las iglesias, los medios de comunicación, los asientos en los organismos internacionales, las aulas universitarias y de las escuelas, la paz debe ser el emblema y el grito permanente.
Ante los innumerables efectos negativos de la guerra, es imprescindible propiciar caminos pacíficos para resolver los conflictos que surgen en la sociedad. La paz no significa la inexistencia total de desacuerdos o disputas, sino que representa la vía más adecuada y civilizada para abordar estos desafíos, asegurando el respeto mutuo y, sobre todo, la protección de la vida humana.
La violencia se ha convertido en una constante global que amenaza la dignidad humana y el equilibrio ambiental.
La búsqueda de alternativas pacíficas resulta fundamental en un contexto global marcado por la violencia y las consecuencias devastadoras de los enfrentamientos armados. Enfrentar los conflictos desde la paz implica reconocer la dignidad de cada individuo y promover mecanismos de diálogo y entendimiento que permitan superar las diferencias sin recurrir a la violencia.
Optar por la paz como método para resolver disputas es el único camino que garantiza la preservación de la vida y la convivencia social, mostrando que el respeto al otro debe ser el principio rector en toda situación de conflicto.
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