El Survey o estudio sociológico de los jesuitas aborda en su primer capítulo la cultura dominicana. Ver,  https://acento.com.do/opinion/rd-1969-y-el-survey-del-p-aleman-9518957.html

Su tesis principal, tan discutible como provocadora, es que "no existe una cultura dominicana", sino diversas subculturas con sistemas de valores y comportamientos propios. Esas subculturas son la tradicional, la del consumo, la de la pobreza y la de raigambre haitiana.

1ª          Subcultura tradicional

Resultado de la colonización española, esta subcultura impuso su hegemonía cultural desde los inicios, incluso tras la extinción de las poblaciones indígenas y la llegada de esclavos africanos. Aunque hubo mestizaje, la estructura de poder y el imaginario cultural hispano continuaron dominando. La influencia africana se mantuvo como alteridad tolerada, pero sin alterar el orden establecido.

En un contexto eminentemente interétnico, “el individuo es valorado porque no es exactamente igual que otro cualquiera”.

¿Ahora bien, qué implica la subsecuente desigualdad?

Si no somos iguales y la igualdad deja de ser un ideal democrático o equivalente, el valor de cada uno de los desiguales no proviene ni se le mide y evalúa a la luz de las virtudes (evangélicas y/o aristotélicas u otras), y mucho menos en función de la causalidad final de Aristóteles, pues aquellas bondades y esta causa otorgan como fin último -al comportamiento humano– una intencionalidad que a todos nos iguala en su realización y, por ende, contraría la inalienable desigualdad existencial de cada uno. Por el contrario, en términos tradicionales a cada individuo humano se le evalúa y juzga por “la intensidad afectiva con que se actúa”, bien lejos de cualquier intención o tentación igualitaria que pretenda nivelarnos a todos por igual y apartarnos de la singularidad que nos otorgan la expresión de nuestros propios afectos y deseos.

Ahora bien, si bien los seres humanos no somos tenidos como iguales, y la igualdad deja de ser una pretensión ideal rectora de los seres humanos, conviene detenerse en un segundo rasgo –por demás, paradójico– de esta subcultura. Mientras, por una parte se carece de inhibiciones frente al cruce racial que da pie a un mestizaje que propicia cierta igualdad interétnica, por la otra “es imposible negar que la discriminación legal y social de negros y mestizos fue un hecho”.

Así, pues, a pesar de cierta apertura cultural al mestizaje, la discriminación racial deja huellas profundas de exclusión diferenciadora, generando una identidad dominicana marcada por un dejo de tristeza existencial y una dificultad de integración plena para los sectores de origen étnico africano.

La subcultura de referencia también se caracteriza por una relación pasiva con la naturaleza, sin intención de transformarla técnicamente, y por una religiosidad fatalista, donde Dios es misterioso e incomprensible.

En lo social, predomina un modelo de autoridad basado en el caudillismo y una moral identificada con las costumbres tradicionales. La falta de pensamiento racional planificado favorece estructuras jerárquicas inestables y agrupaciones sociales informales y efímeras.

2ª          Subcultura de la pobreza

Surgida como resultado de la migración urbana y la pobreza extrema, esta subcultura no implica un cambio de valores tradicionales, sino una mera adaptación a condiciones precarias. La frustración vital se centra en la penuria económica y la inexistencia e  irrelevancia de mejores oportunidades; y, justo por eso, las estrategias para afrontar ese estado de ánimo van desde el disfrute inmediato de placeres, la búsqueda de pareja como apoyo, hasta la esperanza de movilidad social a través de la educación.

En ese ambiente cultural, se observa la ausencia de un pensamiento técnico y planificado. La naturaleza no se controla sino que se tolera. Religiosamente, el comportamiento es transitorio: pasa, de la indiferencia o el rechazo a la institucionalidad católica, hacia formas de religiosidad más afectivas que dan sentido existencial y pertenencia social.

En términos comunitarios, la vida se da en un entorno de escasez, anonimato y desconfianza que endurecen el trato humano. La convivencia transcurre en barriadas hacinadas, sumidas por el anonimato social y las estrecheces materiales de la vida. En ese contexto, deviene  mucho más “rudo y desconfiado”.

3ª          Subcultura del consumo

Aunque solo un 10% de la población puede sostener el ritmo y el estilo de vida característico de esta subcultura, empero, su poder de persuasión despierta recónditos deseos competitivos y anhelos de ostentación que afectan a toda la sociedad.

De hecho, el tanto consumir promueve el tener –o el aparentar— en franco detrimento del ser. El éxito es valorado de conformidad con el nivel de apariencia y/o consumo, y no por la calidad o bondad del ser humano que se pueda o llegue a ser. Aunque de origen extranjero, sus aspiraciones han sido ampliamente aceptadas y han debilitado las normas tradicionales.

Una vez entronizada la tenencia de cosas como fetiche y deidad, Dios queda remitido al terreno subjetivo, íntimo, de cada individuo, sin impacto legítimo sobre el mundo institucional, objetivo y público. Lo que queda en el espacio público es, ni más ni menos, que la sensación de “una gran libertad individual”. Y, por vía de consecuencia, “el hábito mental de planificar la conquista de la naturaleza, la actuación de los dirigentes en los grupos sociales y el cumplimiento de las reglas del juego social son aún muy deficientes”.

4ª          Subcultura haitiana

Esta subcultura se encuentra recluida en los bateyes azucareros, donde su aislamiento y la hostilidad del ambiente social circundante restringen cualquier asomo de relaciones de integración con el resto de la sociedad dominicana. Cierto, se observa cierta convivencia con sectores dominicanos y una demanda velada por aspectos culturales haitianos, pero no por eso deja de predominar la exclusión social, étnica y económica.

En el aislamiento de esa subcultura respecto al resto de la población en suelo dominicano influyen variables de tipo racial (“la cultura haitiana evalúa muy conscientemente el color y la africanidad”); de tipo social (“bajo status de la profesión de cortador de caña”) y de tipo religioso (“la ‘magia’, a la vez condenada y demanda por los sectores de la población dominicana cercana a los bateyes”).

En definitiva “sin recursos ni actitudes técnicas, sin número suficiente de mujeres y sin diferenciaciones funcionales en el trabajo, viven los haitianos carentes de organización y basados en una solidaridad precaria ente la común pobreza.” Claro está, debida excepción de la interrelación “lograda por las iglesias evangélicas” y el antiguo cortador de caña devenido pastor.

A semejanza de lo que se vive en la subcultura de la pobreza, la satisfacción ante la vida se plantea centralizada de manera unidimensional en la subsistencia económica y en el deseo de seguridad ante una sociedad, altamente hostil.  “El haitiano del batey se siente molesto, inhumanamente tratado y no resignado a su situación. No hay alegría de vivir.” El deseo de salir de esas condiciones de subsistencia y de pasar al pueblo no es insignificante, pero sí lo son los medios a su alcance para lograrlo (lotería, ayudas del partido político del gobierno, hacerse pastor evangélico).

Por ende, “el deseo de volver a Haití, si fuese posible hacerlo o si fuese posible sobrevivir económicamente, es, con todo, más fuerte que el de incorporarse a la sociedad dominicana, cuya hostilidad sufre cotidianamente”.

Epílogo: Relación entre subculturas y factores de cambio

  1. Relaciones de las diversas subculturas

Las cuatro subculturas mencionadas coexisten y aparecen adelantadas “por una cultura dominante –la del consumo–, una subordinación de la cultura tradicional a aquella y una marginalización de la cultura de la pobreza”, así como de la haitiana.

Lo significativo de ese posicionamiento es que la preeminencia de la subcultura del consumo sobre la tradicional “la colocamos no en el campo político-burocrático o económico –donde la dominación es evidente— sino precisamente en el cultural. En efecto, las actitudes y valores que constituyen la cultura del consumo son preferidas casi universalmente sobre los de la cultura tradicional.”

  1. Cambio 

El primer capítulo del Survey finaliza con un importante desenlace: el proceso de urbanización del país como factor transformador de la interacción de las susodichas subculturas en el ambiente dominicano. Se trata de la transformación urbana que el país exhibió en 1960, cuando solo 16 asentamientos poblacionales superaron los 10,000 habitantes y ninguno llegaba siquiera a 400,000.

En ese contexto, la agitada urbanización favoreció el nacimiento de instituciones sociales propias a la subcultura del consumo más que a las de cualquiera de las otras. Ella propició la división del trabajo y, con ella, la aparición de grupos funcionales orientados a lograr finalidades específicas. Antaño, la familia extendida asumía toda una serie de funciones que en las grandes concentraciones urbanas están a cargo de personas especializadas. “Al perder la familia urbana mucha de sus funciones tradicionales desaparece su posibilidad de fungir como controladora cultural casi universal.”

Algo análogo aconteció en el ámbito de la formación escolar. Maestros y sacerdotes, anteriormente eran los únicos ‘profesionales’ de la formación bajo sus respectivos parámetros; sin embargo, en una ciudad de cierta magnitud demográfica, emerge “la posibilidad de educar dentro de los diversos grupos actitudes más técnicas y menos fundadas en la autoridad que las tolerables en la cultura tradicional”. El ejercicio educativo de la familia tradicional, reforzado a su vez por el eclesial, encontraban ya un verdadero contrincante en pobladores urbanos que proliferaban al acecho.

¿Predicciones? “Se puede predecir que la cultura tradicional seguirá perdiendo terreno con rapidez. Es igualmente cierto que muchas características de la cultura del consumo –en concreto una actitud más crítica hacia los valores tradicionales y hacia la autoridad y una menor importancia social de la religión, han llegado a nosotros para quedarse.”

Fernando Ferran

Educador

Profesor Investigador Programa de Estudios del Desarrollo Dominicano, PUCMM

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