Hace muchos años, en su libro La sociedad abierta y sus enemigos, Karl Popper formuló la paradoja de la tolerancia: “La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia…si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto con ellos, de la tolerancia”. (Capítulo 7, nota 4, p. 512, Ed. Paidós, 1994).
En otras palabras, si permitimos la consolidación y el ascenso de los movimientos u organizaciones antidemocráticas, ¿no estamos contribuyendo a que dichas fuerzas asalten las instituciones democráticas y las destruyan? Para preservar la democracia, ¿no deberíamos ser intolerantes con los intolerantes?
El problema tiene una gran relevancia en estos momentos tras el auge de los movimientos populistas e iliberales que aprovechan los mecanismos políticos de las sociedades democráticas para ascender al poder ejecutivo y desde allí instaurar gobiernos autoritarios.
Esta situación estimula a buscar mecanismos de restricción y cancelación de los grupos autoritarios. En el esfuerzo por defender el proyecto de una sociedad democrática, podemos querer situar límites que detengan el avance autoritario. El filósofo Daniel Innerarity advierte de los peligros de esta última postura (https://elpais.com/opinion/2025-06-30/en-nombre-de-la-democracia.html).
¿Dónde se colocan los límites a las posturas autoritarias? ¿Qué pasa si, en el nombre de la democracia, las restricciones se amplían hasta el punto de que cualquier perspectiva contraria a los que establecen los límites se considera iliberal, autoritaria o fascista y son los defensores de la democracia los que instauran un régimen autoritario?
Para Innerarity, la clave de una sociedad democrática no consiste tanto en instaurar los límites que detengan a las fuerzas autoritarias, sino la de establecer los límites a cualquier proyecto de poder, incluyendo el de los defensores de las democracia.
¿Significa que debemos tolerar cualquier tipo de organización o proyecto político? Como ya había señalado Popper, debemos sopesar hasta que punto lo que está en juego en el espacio público es la expresión de un discurso y una forma de vida autoritaria que amenaza la sostenibilidad de la democracia, o estamos ante una postura doctrinaria que forma parte del abanico de perspectivas que un sistema democrático debe permitir aunque nos resulte indeseable.
En nuestro país, deberíamos hacer esta reflexión ante el auge de algunos movimientos de carácter autoritario. ¿Deben ser tolerados? O por el contrario, representan el semillero de una peligrosa fuerza que amenaza la raíz misma del proyecto de una sociedad dominicana democrática?
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