La vida cotidiana, las noticias, la familia, la economía, la recreación, la política, la salud, la niñez, la juventud, la vejez, el presente, el futuro, y muchos etcéteras, son los componentes de la vida diaria de cualquier ser humano en el mundo. ¿Qué hacemos con todo eso?

Desde el nacimiento y, a seguidas, el crecimiento, nos encontramos con todos estos temas. Son constructos sociales que, pensábamos y creíamos, serían resueltos en base a procesos circunstanciales y generacionales que arrojarían en su medida, mediante trabajos y luchas, soluciones asertivas y reivindicaciones en sus respectivos escenarios, gracias a la intervención consciente de personajes responsables sucesivos. Era de esperarse.

Hoy, al llegar a la edad madura en la que me encuentro, me percato de que mi frente y espalda están amenazadas, porque ninguno de los temas antes mencionados, que son la columna vertebral para una existencia medianamente digna, ni remotamente se hallan en vía de solución en nuestro país.

A ello se agrega la imposibilidad de contar con las garantías constitucionales mínimas, esenciales para una convivencia medianamente efectiva.

Nuestra pobre patria es más desgraciada que años atrás. No hemos superado ninguna de las demandas del pasado. Al contrario, se han agravado, y se les han sumado otras.

Así, como si fuera poco, nuestra juventud se ha gastado. Hemos invertido fuerza y fe en el país. Hemos confiado en el sistema de gobernanza. No claudicamos. Resistimos la tentación de abandonar nuestra tierra. ¿Qué hemos recibido a cambio? Solamente la opción de estar hartos.

Vivimos en un estado de hastío casi enfermizo, por lo hartos que nos encontramos. Descreídos de todo, y como chivos sin ley.

Lo primero es la maldición de la cosa pública. Nadie administra para el bien real de la pobre población. Ni los del pasado, ni los del presente.

Estamos hartos de que se roben todo, sin que haya sanciones ejemplarizantes.

Estamos hartos del contubernio de la justicia con los gobiernos de turno. Jamás ha existido la cantaleteada independencia judicial.

Hartos y aburridos de pretender, o más bien: soñar, con tener un sistema de salud digno; que la suerte nos acompañe y nos libre de enfermar. No hay para qué mencionar Educación y, mucho menos, Cultura. Los ministerios ejes de cualquier nación, parecen barcos fantasmas a la deriva.

Hartos muy hartos, de salir al infierno de las calles y tener que aguantar el descomunal desorden de toda índole.

Hartos del tráfico. Aún no ha nacido, al parecer, quien pueda resolverlo.

Hartos sobremanera, de no contar con el transporte público que merecemos, ni con un plan de circulación vehicular que merezca ese nombre. Ni hablar de seguridad vial, y un gran nada en este y en otros muchos sentidos.

Hartos de que nos prometan planes de retiros, otra de las grandes falacias de este sistema político-empresarial.

Hartos de la misma partidocracia fracasada, con su florero de promesas de un mejor país, nunca posible.

No podemos estar más hartos, de las burlas cada cuatro años, que no hace más que enriquecer a las claras a cientos de políticos postalitas.

Hartos de no poder caminar en nuestras calles sin aceras ni señalizaciones para conductores y transeúntes, sin tragantes y sucias.

Hartos de los apagones. Nací con ellos y con la deficiencia de agua potable permanente en hogares e instituciones, males que aún persisten. ¡Vaya vergüenza! Pero no sólo para ellos, sino también para quienes los votamos.

Hartos de las inundaciones, y de nuestras vidas amenazadas en cada aguacero.

Hartos.

Hartos.

Hartos de estar pendientes de los políticos para que no destruyan el país que apostamos vivir.

Hartos de votar por el candidato menos malo.

Hartos de que nos tomen por tontos.

Hartos de que nuestros ingresos sean cada día más escasos.

Hartos de que nuestro presupuesto lo administren voraces ineptos.

Hartos de que nuestros hijos no tengan las oportunidades anheladas.

Hartos de que nuestra política migratoria sea entreguista.

Hartos de que nos hablen de crecimiento económico, a sabiendas de todo lo que permea nuestras costas.

Hartos de estar en permanente estado de vigilancia, para que dos o tres no vendan nuestros parques nacionales, nuestra agua, nuestros tesoros minerales a intereses espúreos. Única herencia con la que cuentan nuestros hijos, los verdaderos, los que tienen legitimidad por ser hijos de dominicanos y nacer en esta tierra.

Estamos hartos de que se incumpla con todo aquello por lo que se ha luchado, desde la instauración del estado dominicano en 1844, su Constitución, sus símbolos y la sangre derramada.

Hartos, sí, de que nos engañen vilmente.

Hartos de que el gran depredador, siga a sus anchas creyendo que no nos damos cuenta, y que todo seguirá su curso.

Estamos tan hartos que se acaban los tiempos de tolerancia. No esperemos a que el cansancio se apodere de las masas y las salidas sean las que nadie quiere. Un pueblo sin esperanzas no es viable. Las respuestas van contra el reloj.

Es una pena que quienes nos administran, ellos, nuestros empleados públicos, desde el presidente hasta el último funcionario de limpieza, no se den cuenta que esta historia es repetida en otros pueblos hermanos, con resultados lamentables para todos.

Quien pierde la patria, pierde el alma.

Ninoska Velasquez Matos

Bailarina

Ninoska Velázquez. Prima bailarina, Coreógrafa y Maestra de Ballet Clásico Directora de Ballet Clásico Nacional (1991), Directora de la Escuela Nacional de Danza (2004-2013), Directora Ballet Metropolitano de Santo Domingo (2013-2016), Directora de la Escuela Superior de Ballet (1992-2003).

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