“La acción parece seguir al sentimiento, pero en realidad: acción y sentimiento van de la mano; y regulando la acción, que está bajo el control más directo de la voluntad, podemos indirectamente regular el sentimiento, que no lo está”. (William James).

Dedico este artículo a Juan TH, como muestra de amistad y deferencia.

Más que preguntarnos qué nos pasa como pueblo, como sociedad, debería ser, porqué hemos llegado hasta aquí, para, en la cristalización de la acción, voluntad y sentimiento, poder encaminar un mejor futuro, pues el optimismo inteligente nos indica que podemos acicalarnos de manera firme en un golpe de timón. Somos de los que planteamos que, para realizar un cambio verdadero, necesitamos diagnosticar objetivamente que nuestra formación social ha variado sustancialmente en los últimos 33 años. ¡Los indicadores de la fisonomía económica, social, son ostensibles!

Sin embargo, no podemos seguir así. El modelo económico, social, instalado se agotó. Los apologistas del statu quo del galimatías han de asumir una nueva conciencia colectiva, que Emilio Durkheim asumía para explicar cómo las normas y valores compartidos por un grupo de individuos influyen en el comportamiento y en la cohesión social. La conciencia colectiva de la elite dominante basó su proyecto en una abismal distancia entre la estructura económica y la estructura social.

Desde la hegemonía política, Joaquín Balaguer, en su concepción bonapartista donde el Estado era él, se cimentó en el rol del Estado como creador de las condiciones generales de la producción, en la infraestructura. A nivel político, todo lo subordinaba a su perpetuación en el poder. Nada de modernización del Estado ni de la sociedad. No hubo en esos 22 años del déspota ilustrado preocupación real por la educación ni por la organización social que, como decía uno de los padres fundadores de la sociología, “La educación es el instrumento principal para la integración social y la formación de ciudadanos comprometidos con su comunidad” (Durkheim).

Una gran ola se originó en toda la región acerca de la importancia de la educación y la inversión en ella. Para los años 90 casi todos los países asumieron una nueva visión con respecto a la educación, como el único eje transversal, conjuntamente con la salud, para el desarrollo del capital humano. Como la palanca que permite cambiar las limitaciones del entorno, desarrollar el pensamiento crítico, que promueve la igualdad de oportunidades, que coadyuva a disminuir la desigualdad y nos coloca proactivamente a asimilar, entender y transformar los desafíos de la vida moderna y posmoderna y a interactuar socialmente en el espacio virtuoso de la convivencia pacífica y una significativa cohesión social.

Se aprobó en 1997 una nueva Ley de Educación que contemplaba el 4% del PIB; empero, no fue sino 13 años después que se llevó a cabo su aplicación (2013). Una educación pública altamente politizada, merced al partido en el poder, que se han dado cada cierto tiempo. Con un pacto educativo que no sabemos dónde está y una alta rotación en cada gobierno de los ministros de esa cartera. En los dos gobiernos de Danilo Medina pasaron 4 ministros. En el actual, con 4 años y 10 meses, van tres ejecutivos máximos de esa importante institución.

A la clase política no le ha interesado en nuestro país ni la educación ni la salud, propiciando, alentando la corrupción en toda la pirámide de la jerarquía social, de tal forma que, según Latinobarómetro 2023, somos el país, de los 17 evaluados, con mayor fraude social. La clase empresarial sin visión, creyó que instalando colegios “crearía” el capital humano necesario para la sociedad en que nos encontramos. Sin tener una elite que sirviera de referencia ética, moral y exacerbando la búsqueda individual a las necesidades colectivas. Esa elite no asumió con vehemencia la educación, como “transmisión no solo de conocimientos, sino también los valores éticos y morales necesarios para la convivencia social”.

¿Qué pasa con el pueblo dominicano? Estamos en presencia de una profunda anomia social como consecuencia de un liderazgo político sin visión ni misión de país y una elite empresarial miope, ciega, que no comprende su rol en la dimensión de la responsabilidad social y poseedora del poder fáctico, como centro del capitalismo del mercado. La anomia social, según Anthonny Giddens, es “sensación de intensa ansiedad y temor que genera la experiencia de la ausencia de normas sociales eficaces, que suele producirse durante periodos de rápido cambio social”.

Emilio Durkheim nos dice “vinculo estas condiciones inestables a la anomia: la sensación de falta de rumbo, de miedo y de desesperación que se genera cuando las personas ya no saben cómo seguir adelante”. La anomia social produce la pesadez de un enorme desorden social y pasa a ser una de las consecuencias de la desviación, del comportamiento desviado y con ello, de los delitos y el crimen organizado. Robert Merton, sociólogo estructuralista, asumió la anomia social vinculándola al delito, a la desviación que produce una tensión social en el individuo, generado por la propia sociedad.

Para Emilio Durkheim la anomia “es un estado de anormalidad o desarraigo resultante de la incompatibilidad que hay entre las expectativas culturales y las realidades sociales”. Es la anomia, pues, la ausencia de normas o el desconocimiento de estas, las inobservancias, falta de orden. Se produce con mayor intensidad cuando hay una clara incapacidad de las estructuras económicas y sociales de proveer, garantizar, a las personas lo vital, lo necesario para lograr las metas individuales y de la sociedad y esta no penetra a través de la socialización.

La anomia prolongada en el tejido social impide una efectiva integración dificultando el proceso eficiente de las relaciones, atomizando la interactuación social y acelerando más el conflicto y la falta de confianza. La anomia instala la costumbre de la quejumbre e impide las decisiones a mediano y largo plazo. Hace en una sociedad, una mirada permanente al cortoplacismo y al horizonte del tiempo: ahora. Cuando una sociedad se encuentra en estado anómico, una gran parte de los individuos no cree en sus capacidades y en las exigencias de sus derechos.

La anomia social penetra en la angustia, miedo, inseguridad, insatisfacción, como consecuencia de la ausencia del orden social y su regulación. Allí donde las reglas sean iguales para todos. ¡Actualmente una buena parte del mundo se encuentra en una enorme anomia social, como resultado de los cambios dramáticos, vertiginosos, que se vienen verificando!

La anomia social y el síndrome de las ventanas rotas están entrelazados. Generalmente, la anomia social conduce de manera inexorable a las ventanas rotas. La ventana rota surgió del experimento de Phillip Zimbardo en 1969, y luego en 1982, los autores James Wilson y George Kelling la abordaron como los signos visibles del comportamiento antisocial, como consecuencia del ambiente, del entorno, del deterioro, del descuido, sin importar, en gran medida, clase ni grupo social. La ventana rota es el símbolo del desarraigo humano, operando como un animal inferior, como un depredador.

Veamos ahora varios ejemplos de ventanas rotas y de anomia social a lo largo de más de tres décadas:

  • Talleres de toda clase en las calles.
  • Venduteros que ocupan las aceras.
  • Comerciantes que llenan de basura calles y aceras.
  • Colmadones con música estridente.
  • Carros estacionados en 2 y 3 carriles, de 4 que existen, en determinadas avenidas.
  • Carros y motores en vía contraria.
  • Vehículos arriba de las aceras y contenes.
  • La Corporación de Agua que rompe una calle y luego no la cierra.
  • 12% de las escuelas públicas tiene letrinas.
  • El 25% de la población dominicana no tiene acceso a agua potable.
  • 1% de la población dominicana hace sus necesidades fisiológicas en letrinas, en el Siglo XXI, en su tercera década.
  • Decenas y decenas de barrios del gran Santo Domingo duran 3 y 6 meses que no le llega agua. Lo mismo sin energía, sin calles asfaltadas y cuando llueve fuerte las calles se vuelven intransitables.
  • La mortalidad materna en el 2024 fue de 123.
  • 58 mujeres fueron asesinadas por sus parejas o exparejas.
  • 25,600 presos, el 60% preventivo. 10,400 condenados. El 97.35% son hombres y apenas un 2.6% mujeres.
  • En el 2024 murieron 3,114 personas en accidentes de tránsito. El 38% jóvenes entre 15 a 29 años.
  • El 34.7% de los hogares son conducidos por la mujer y un 3.4% dirigidos por hombres. Lo que significa que más de un 40% de los hogares dominicanos son monoparentales. No familia nuclear.
  • En lo que va del año 2025, la Policía Nacional ha asesinado 70 personas. Somos, según Latinobarómetro 2024, el país donde los aparatos coercitivos del Estado cometen más homicidios. La muerte por violencia institucional es más alta que el crimen organizado.
  • Tenemos 3,500,000 motores y solo hay 10,827 con licencias. Más del 65% de los muertos por accidentes está asociado con los motoristas.
  • Somos el séptimo país de la región con más presos en relación al espacio disponible: 183.2%
  • Somos la séptima economía más grande de ALC, esto es, de 33 países, y ocupamos el quinto lugar en mortalidad materna.
  • En el 2024 la mortalidad infantil fue de 2,253. Para el 2023 estuvo en 3,013; sin embargo, es de las más altas de la región, al igual que la mortalidad neonatal, donde el 80% de las defunciones son prevenibles.
  • Somos el país de la región con la deserción escolar más alta. De cada 100 adolescentes y jóvenes que deberían estar en la escuela, la mitad no asiste. Están desafiliados del aparato escolar institucional.
  • El PIB per cápita, según el Banco Mundial, se encuentra en US$12,400.00 dólares; sin embargo, el 65% de la población no tiene acceso a ese promedio.
  • En el 2024 cerca de 6,700 niñas y adolescentes dieron a luz. El matrimonio infantil está prohibido. Que sepamos, la Policía en los hospitales no fue a buscar a esos hombres “padres”.
  • Costa Rica invierte 5.03% del PIB en salud, Uruguay: 6.3%, Chile: 5.83%, Panamá: 6.42%, donde el 22.23% corresponde al gasto público total. En República Dominicana, en los últimos 33 años, solo se ha invertido entre 1.6% a 2% del PIB. En el 2022: 2.67%, como consecuencia del COVID. El gasto de bolsillo, esto es, lo que pagan los ciudadanos, es de los más altos del mundo.

Lo que estamos viendo, la anomia social y la carga pesada de las ventanas rotas, ha sido la ausencia de un liderazgo responsable. El desorden social viene de lejos, creado por la elite política y empresarial. Esa anomia social, si sigue, se va a rupturar con una innovación o la rebelión, dos de los mecanismos que trastocan la pesadumbre de la anomia social.

Cándido Mercedes

Sociólogo

Sociologo. Experto en Gerencia. Especialidad en Gestion del Talento Humano; Desarrollo Organizacional y Gerencia Social y Sociología Organizacional. Consultor e Instructor Organizacional. Catedrático universitario.

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