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Aunque fuimos los primados de América, siempre llegamos tarde al festín del primer mundo. O casi siempre. A veces hemos podido adelantarnos, como por ejemplo, en la gran obra de arte dominicana del siglo XXI -hasta ahora-: la película “Pepe” (2024), dirigida por Nelson Carlos de los Santos.
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En el 2025 un artista domínico-guatemalteco recicla un concepto de 1917. Si ahora tenemos una palma, Marcel Duchamp propuso entonces un urinario, llamado “La fuente”.
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David Perez Karmadavis ha logrado la obra que no es obra: más que de un “en sí” artístico, como diría mi maestro Kant, la gravedad de esta propuesta está en papel que advierte el uso trujilloneano de la palma, y de paso, presenta una imagen de un centavo con la mismísima palma.
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Una bienal de artes plásticos sin escándalos, no sería un espectáculo. ¿Qué sedujo al jurado en esta palma? ¿La referencia a Trujillo? ¿El valor de lanzarnos la madeja de la historia, el conocimiento, la moral, la pedagogía?
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La palma de Pérez perecerá, según la estadística. Quedará la hoja indicándonos porqué esta obra es esto y lo otro.
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Cuando llegué a Berlín en 1990 me resultó muy curiosa una enorme estructura en metal de Richard Serra, a las puertas del edificio que alojaba la Filarmónica. Oxidada, esas planchas inmensas te invitan a un ligero tránsito de par de minutos. En aerosol, un crítico feroz había rayado: “¿Y esta mierda costó 100 mil marcos? ¡Pues sí que le costó!
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Todo lo referido a Trujillo genera motivación. Si hay algún carro de la historia, y si hay un carro de la historia dominicana, para yompearlo o reactivarlo, sólo hay que gritar el nombre de Trujillo. Entiéndase: desde el grito de Anthony Santos en la premiación del Soberano en el 2013 –“Que viva Trujillo” hasta la palma (física) y la palmita (dibujada) de P.K., vemos danzar la figura del Jefe.
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No sé si el dolor de los artistas locales es que sus obras se deshacen entre minucias que simplemente arrancas y metes en un balde. Ante veinte horas tirando líneas y rayas y gubias y aguadas y acuarelas, viene P.K. y por menos de cien pesos te deja toda una piedra en el zapato… ¿Se está haciendo arte en balde?
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Un colega que tenía que postularse para una residencia de arte en Peking me preguntó por una idea rara y postmoderna. Le sugerí, luego de tres vodka-tonics: “propón que vas a estudiar la calidad del aire y el viento, la magia de las esquinas y cómo la ciudad tiene un ritmo”. ¡El colega se ganó la residencia! ¡Me sentí realizado!
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Tracey Emin arma una cama con todas las porquerías y disparates y cosas locas que se puede acumular. No sé si realmente se pasó la noche ahí, en medio de la galería, pero al final dejará la obra “My Bed at Tate Britain” . Desde que vi este trabajo y dejo mi cuarto y chequeo todo el desorden me digo, “tremendo trabajo, magnífico”.
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Gracias a D.P.K. de habernos puesto al nivel del dadaísmo y el surrealismo. Gracias a él hemos removido la biblioteca, como si se tratara de un jarabe que hace tiempo no usamos y ahora hay que agitar más de la cuenta. Desde bien arriba, junto al gato, están los libros de Benjamin, Foucault, Adorno, Berger.
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La palma que ha devenido piedra de escándalo es la misma que adorna nuestro malecón, que se impone en el Parque Duarte, para maldición de Yura, por el tremendo sol que ahora entra al bar. Es la misma de los millones de quisqueyanos valientes, alcemos, nuestro invicto y qué sé yo pendón, y peor en la versión larga, la que dura como diez minutos. La palma de D.P.K. es la de una patria cada vez más chica, apretada, por patriotas cancerberos que prefieren la soledad de esa planta y no el encanto de ir a las profundidades. A las cosas honda, como el ñame, por ejemplo.
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Atención Supermercados bravos, bravíos y nacionales: saquen sus palmas. ¡Ya llegará el tiempo de los ñames! ¡Oh ñames valientes alcemos, nuestro invicto glorioso, pendón…!
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