No es que en lo que va del año 2025 me encontrara sin ganas de escribir. Es que el año me encontró con prisas, con la necesidad de días de 30 horas y con muchas cosas por hacer. Compartir historias, esperanzas, ilusiones requiere tiempo y esto último escasea. Sin embargo, a veces pasan cosas, como la muerte, que obligan a uno a detenerse, que irrumpen en la mente y en el corazón y te dejan el ánimo lleno de pequeños agujeritos que hay que llenar con memoria, con respeto, con agradecimiento.
El pasado 12 de agosto todas mis prisas se vieron interrumpidas por un mensaje de WhatsApp: “querida amiga, se nos fue”. No hacía falta ni siquiera escribir su nombre. Estaba inscrito en mi corazón desde la primera llamada que recibí, en el lejano 1998, mientras él era presidente de la Comisión de Reforma de la Empresa Pública (CREP) y yo una de las abogadas que trabajaba para la Oficina Ramos Messina, asesora legal de la CREP para la reestructuración de la CDE. Nurys, la secretaria de la oficina, vino corriendo a mi cubículo a decirme que el Dr. Isa llamaba preguntando por mí. Sorprendida le pregunté “¿Por mí? ¿Don Antonio sabe mi nombre?”. Anda que si lo sabía…
El célebre Tío Tony —como le llaman Arturo Victoriano y otros amigos de Pavel—tenía esa virtud tan valiosa que consiste en mirar a las personas, notar su presencia entre la gente y hacerlas sentir que tienen algo que aportar para que República Dominicana sea un lugar mejor. Con ese don se esforzaba en unir amigos a las causas que él consideraba justas: la consolidación de la democracia, el diseño de políticas públicas que disminuyan la brecha social y el ejercicio de una gestión empresarial más humana. Lo que intenta uno desde el voluntariado, básicamente.
Aquel 12 de agosto me vinieron a la cabeza, de golpe, diálogos, correos, risas, escritos compartidos y la enorme certeza de haber sido privilegiada con su cariño irracional. Entre tantas conversaciones, recordé una que tuvimos el año pasado sobre la llegada de su segundo biznieto. Él me contaba sus preocupaciones sobre el mundo en el que crecería, y yo (arrogancia mía) le animaba diciéndole los pequeños signos de esperanza que veía: jóvenes cada vez más conscientes de la necesidad de cuidar el medio ambiente, adultos dispuestos a ocupar su tiempo en labores de voluntariado, empresas grandes, medianas y pequeñas intentando ser socialmente responsables. Unos días después publicó en este mismo medio, Acento, un artículo en el que escribía “mi deseo, como padre, abuelo y bisabuelo, es que los niños de hoy puedan crecer en un mundo donde los valores de paz, justicia y humanidad prevalezcan sobre el odio, la codicia y la indiferencia”.
Desde el voluntariado lo estamos intentando. Hace un par de semanas terminó el segundo ciclo de formación de voluntarios impartido este año por el Servicio de Voluntariado Ignaciano de República Dominicana, SERVIR-D. Un tercer ciclo empieza la próxima semana en colaboración con el Instituto Superior Pedro Francisco Bonó, dirigido a las asociaciones sin fines de lucro, gracias a la iniciativa del Centro Nacional de Fomento y Promoción de las Asociaciones Sin Fines de Lucro. Entre un ciclo y otro se hacen reuniones con representantes de empresas, de asociaciones, de instituciones gubernamentales, se coordinan actividades para los voluntarios, talleres de prevención de abuso, se organiza la conferencia anual de voluntariado corporativo, y se animan proyectos individuales… en fin, todo lo que sirva para ayudar a construir un país más justo, fraterno y solidario.
Don Antonio no “se nos fue” del todo. Se queda en la gente que se esfuerza en vivir con coherencia, con aquella que defiende con firmeza la idea de que si entendemos mejor las causas de la pobreza podremos encontrar mejores modos de enfrentarla. Por eso, se queda también un poco en todos los voluntarios, los que lo conocimos y los que no, en aquellos que se ocupan de hacer del espacio que habitan un lugar más seguro y humano.
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