Una estructura partidaria española reminiscencia del franquismo tiránico, pese a su supuesto arrepentimiento a través de un video ha presentado la catarsis de su odio congénito a países pequeños como el nuestro, que cuando las circunstancias lo demandaron se enfrentaron de manera victoriosa a la clase dominante medieval española y la vencieron en la Guerra Restauradora. Por eso, no es fortuito que en sus delirios autoritarios lancen diatribas contra todos los dominicanos y su insignia nacional.

No obstante, sería injusto responder de la misma manera contra la heroica nación española, una cosa es el pueblo hispano sencillo, decente, solidario, que en adición a los africanos tienen vínculos de consanguinidad histórica con los dominicanos, y otra cosa ha sido su clase dominante reaccionaria que se lucró en demasía de esta tierra, que sirvió como punto de partida para imponer su saqueadora supremacía colonial en toda América.

Esos desmemoriados tienen una fijación con el vocablo corrupción, porque en su interior siguen rememorando cuando Colon y sus depredadores a nombre de los reyes católicos, saquearon el oro y la plata que estaba visible en la isla y cuando se agotó empezaron a obligar a los antiguos habitantes a realizar trabajosas excavaciones en las costas en búsqueda de los minerales preciosos que la naturaleza había depositado en el subsuelo.

En esas actividades conminatorios prácticamente exterminaron a los primitivos habitantes de la isla que ellos llamaron indios. Dejemos que sea Samuel Eliot Morison, especialista en el estudio de Cristóbal  Colon, quien nos explique como en ese afán ambicioso aniquilaron a los aborígenes de esta isla:

[…] comenzaron con la despoblación del paraíso terrestre que era la Española en 1492. De los aborígenes, calculados por un moderno etnólogo en 300,000, un tercio se murieron en 1494 y 1496.  Para 1508 un recuento mostró que sólo restaban vivos 60,000.  Cuatro años más tarde, esa cifra se reducía en dos tercios, y en 1548 Oviedo dudaba si quedarían unos 500 indios”. (Samuel Eliot Morison. El almirante de la mar océano. Vida de Cristóbal Colón.   Fondo de Cultura Económica. Segunda edición en español México, 1991. p. 641).

Fueron tantas las denuncias de españoles horrorizados con las depredaciones de Colón en la isla, que las autoridades monárquicas decidieron enviar un juez para que las investigara. Cuando Francisco de Bobadilla  llegó y palpó las atrocidades que patrocinaban los hermanos Colón, ordeno apresarlos. El célebre historiador español Francisco Morales Padrón, describió minuciosamente este proceso:

“Sorprendió a Bobadilla  el trágico decorado que la fundación le ofrecía a su arribada: unas horcas y unos cadáveres, aun frescos  balanceándose en ellas. sorprendióle aún más saber que Colón no estaba y que su hermano Diego se negaba a entregarle algunos prisioneros preparados para ahorcar”. (Francisco Morales Padrón. Historia del descubrimiento y conquista de América.  Editora Nacional. Tercera edición. Madrid, 1973. p. 117).

Para completar el saqueo y el exterminio de los aborígenes fue enviado por el Gobierno monárquico Nicolas de Ovando, que entre otros trofeos criminales promovió el primer gran genocidio de indígenas en América, con la tristemente célebre matanza del Jaragua.

Por suerte en muchos casos hicieron presencia miembros de la España sana, para denunciar estos atropellos, como fray Bartolomé de las Casas, quien reveló para la historia la matanza. Ovando invitó a los habitantes del Jaragua para que asistiesen a un juego de cañas, concentrados de manera ingenua los habitantes del Jaragua se inició la carnicería humana:

“Comienzan a dar gritos Anacaona y todos a llorar, diciendo que por qué causa tanto mal; los  españoles danse prisa en los maniatar; sacan sola a Anacaona maniatadas; pónense a la puerta del caney o casa grande gentes armadas que no salga nadie; pegan fuego, arde la casa, quémanse vivos los señores y reyes en sus tierras, desdichados, hasta quedar todos, con la paja y la madera, hechos brasa. Sabido por los de caballo que comenzaban los de pie a atar, comienzan ellos encima de sus caballos y con sus lanzas por todo el pueblo corriendo, a alancear cuantos hallaban; los españoles de pie, con sus espadas, no dormían entonces, sino cuantos podían desbarrigaban, y como se había llegado infinito número de gente de diversas partes al recibimiento negro para ellos, del nuevo Guamiquina de los cristianos, fueron grandes los estragos y crueldades que en hombres, viejos y niños inocentes hicieron el número de gentes que mataron; […] (Bartolomé de las Casas.  Historia de las Indias.  Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc., Santo Domingo, 1987. T. II pp. 237-238).

Esta orgía de saqueos y derramamiento de sangre persistió, hasta la llegada de otros españoles consecuentes como lo fueron los  padres de la orden de los Dominicos, que decidieron enfrentar los atropellos a los aborígenes en los domingos de Advientos en diciembre de 1510, tras recibir información fidedigna por parte de un arrepentido  participante en esos desenfrenos sangrientos, llamado Juan Garces:

[…] refirió a los frailes dominicos los malos tratamientos que se daban a los indios, y las crueldades que con ellos se cometían tanto en los días de guerra como en los de bonanzas y paz. Y estas noticias las había adquirido no sólo como testigo de los hechos que refería, sino por que él mismo, siguiendo tan malos ejemplos, los había cometido también, y de su malas obras se arrepentía”.  (Carlos Nouel. Historia eclesiástica de la arquidiócesis de Santo Domingo Primada de América.  Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc. Santo Domingo, 1979. pp. 60-61).

El oro y la plata se esfumaron como parte de magia ante el saqueo, la isla perdió su atractivo botín, pero ahora servía para el desmonte de caoba y cedro, la ganadería y trapiches azucareros, utilizando como bestias de trabajo a los escasos aborígenes y los negros esclavos introducidos en grandes cantidades a partir del Gobierno de los padres Jerónimos.

Ante el vil extermino de los aborígenes, los Jerónimos rogaban al rey el  envió de negros esclavos:

“Asimismo le habemos suplicado que si es servido que estos sus indios pobrecillos vivan y no se acaben, que continúen que ninguna manera se tomen los que tiramos a los caballeros que están en estos Reinos, los cuales les quitamos, porque estos eran lo peor tratados por causa de  andar en manos de mayordomos, […] (Reales cédulas y correspondencia de gobernadores de Santo Domingo. de la Regencia del cardenal Cisneros en adelante.  Colección de J. Marino Inchaustegui.  Colección histórico-documental Trujilloniana. Madrid, 1958. T. 1 p.49).

Pese a las leyes coloniales destinadas a disminuir los ultrajes a los primitivos habitantes, estos persistían. En 1550 se emitía una Real Cédula que insistía en estos asuntos, tratando de reglamentar sus derechos: “Si algún indio de La Española usare mal de su libertad, la Audiencia los corrija como hombres libres, con conocimiento de causa, dando al indio defensor” (Emilio Rodríguez Demorizi.  Los dominicos y las encomiendas de indios de la isla Española.  Academia Dominicana de la Historia. Santo Domingo, 1971. p. 51).

Finalmente no dejaron en la isla, ni siquiera una mínima representación de la raza indígena. La mayoría fue exterminada y los que quedaron fueron concentrados hasta morir en Boya, comunidad creada en Azua.

En el siglo siguiente va a llegar la debacle insular, cuando el rey Felipe III ordenó desalojar la parte occidental  de la isla so pretexto de la introducción de biblias luteranas, convirtiéndose esta disposición atroz en la génesis de la división de la isla en dos países totalmente diferentes. Poco a poco los franceses se fueron apoderándose de ese territorio, hasta que en 1777 la jerarquía española no interesaba en la colonia, aceptó como buena y válida la ocupación francesa de esa parte de la isla.

Los neocolonialista de ahora, deben tener presente que no somos una isla como  comentaban los remanentes franquistas en su funesto video.  Si no somos una isla con una conceptualidad hispanoamericana, el culpable es el rey español Felipe III que ordenó las devastaciones ejecutadas por Antonio de Osorio, pero ordenada por su majestad.

Más adelante en 1795 vendrá el tratado de Basilea, mediante este instrumento de derecho internacional, La Francia napoleónica aceptaba salir de los territorios que ocupaba en la frontera de España. El Rey Felipe VII en complicidad con el primer ministro Manuel Godoy ante la gentiliza francesa decidieron regalarle la parte Oriental o española de la isla de Santo Domingo, o sea la Republica Dominicana de hoy. Manuel Godoy el reaccionario primer ministro español, tuvo el coraje de tratar de justificar ese acto abusivo contra los propios colonos españoles de Santo Domingo, sentenciando:

“Si es que puede llamar sacrificio la cesión de la parte española de Santo Domingo, tierra ya de maldición para los blancos y verdadero cáncer agarrado a las entrañas de cualquiera que sería su dueño en adelante…. Su posesión era una carga y un peligro continuo… lejos de perder, ganamos en quitarnos los compromisos que ofrecía aquella Isla”. (Emilio Rodríguez Demorizi. La era de Francia en Santo Domingo. contribución a su estudio.    Academia Dominicana de la Historia.  Santo Domingo (C. T.) 1955.  p. 12).

Don Manuel o “príncipe de la paz!, olvidaba el oro, la plata y los demás recursos naturales saqueados en la isla y dilapidados por sus colega monárquicos, en detrimento primero de los aborígenes y luego de los españoles-dominicanos y los españoles de la península.

Más adelante se presentará el insólito caso en que los españoles-dominicanos con Juan Sánchez Ramírez a la cabeza expulsan a los franceses de la colonia, y vuelven a entregársela a la corona española, que los trata con desdén, hasta el extremo que este periodo de la historia dominicana se conoce como “España Boba”.

Aunque desde el punto de vista colonial existía el atenuante que Sánchez Ramírez y sus colegas por su enfermiza visión colonialista, no se detuvieron a pensar que el Gobierno español en esos momentos no podía ofrecerle ninguna preferencia, porque su prioridad era no perder sus grandes colonias de América embarcadas en la lucha por su independencia. Sánchez Ramírez, tozudo colonialista jamás iba a pensar en las filas que les correspondía alinearse.

Cuando fue fundada la República Dominicana y la camarilla antinacional de Pedro Santana pretendía vender el país al Gobierno francés, Duarte encabezó un golpe de Estado revolucionario el 9 de junio. Enterado del asunto el conde Mirasol, gobernador de Puerto Rico de abierta mentalidad colonialista, comunicó a sus superiores que el Gobierno dominicano había quedado en manos de cuatro jóvenes exaltados y ambiciosos sin talento alguno. (Emilio Rodríguez Demorizi. Relaciones dominico-españolas (1844-1859.   Academia Dominicana de la Historia.  Santo Domingo (C. T.) 1959. p. 20).

Leopoldo O’Donnell, primer ministro español que se había enriquecido cuando fue gobernador de Cuba y aprendió a inmunizar de tranquilidad a la sociedad española  inventando intervenciones militares en el extranjero, aceptó la manzana contaminada que le ofreció Pedro Santana de anexar el país, que supuestamente el tenía domado. Esta aventura costo un torrente de sangre que nunca debió derramarse. Los dominicanos saturados no de fermentación corrupta, sino de heroísmo hicieron pagar caro a su antigua madre patria, derrotándolos en el escenario de combate, debiendo huir sus tropas vergonzosamente el 11 de julio de 1865.

El glorioso Gobierno Restaurador encabezado por Gaspar Polanco, el 3 de enero de 1865 enviaba una comunicación a la reina, reclamándole un acuerdo de paz, recordando las afinidades de ambos pueblos:

“Entre este pueblo y la nación española, no puede existir ni animosidad ni odio”.

“Los dominicanos no han tenido jamás la intención de empañar el brillo de las armas españolas. Si entre dos pueblos, ligados ayer por estrechas relaciones y profundas simpatías, se ha empeñado hoy una lucha fatal, la culpa de ello, si culpa hay, no es ni del uno del uno ni del otro”. (Emilio Rodríguez Demorizi.  Actos y doctrinas de la Guerra Restauradora.  Academia Dominicana de la Historia.  Santo Domingo, 1983. p. 256).

 La anexión a España fue combatida desde el centro de la metrópoli hispana, por verdaderos hijos de España, que desafiaron la infortunada medida de  la monarquía de Isabel II y Leopoldo O´Donnell , como lo hicieron los periódicos críticos  La Discusión   y El Clamor Público,  entre otros. Las críticas a la anexión en mucho contribuyeron a la caída del Gobierno de O´Donnell.

En siglo veinte, llega la gloriosa lucha de la República Española, que las armas del fascismo franquista malograron y que provocó la salida al exterior de millones de republicanos españoles. Dentro de la desgracia nuestro país, fue de los agraciados con la llegada de una sustanciosa migración de intelectuales, profesionales, obreros y campesinos hispanos, que aun en medio de la tiranía trujillista hicieron grandes aportes al desarrollo dominicano como ninguna otra migración.

Nos beneficiamos con la presencia de uno de los mejores muralistas del mundo, José Vela Zanetti cuyas obras todavía están plasmada en múltiples edificios públicos criollos; María Ugarte con sus insuperables aportes en el estudio de nuestros monumentos coloniales; Antonio Román Duran, de los pioneros de la psiquitria criolla y de gran valor en la concientización antitrujillista; Constancio Bernardo de Quiroz, de los principales especialista en criminología; Amós Sabrás, quien revolucionó la enseñanza de las matemáticas en el país; el gran historiador Javier Malagón, el experto bibliotecario Luis Florén; Emilio Aparicio, Antonia Blanco Montes, Enrique Casal Chapi y Manolo Pascual, expertos en teatro; profesores como Poncio Sabater, Gil Arantigui, Guillermina Supervía; literatos como André Breton y Segundo Serrano Poncela, Baltazar Miro; los ingenieros Eduardo Barba, López de Haro, Ramón Martorrell, Eduardo Barba; Enrique Casal Chapi, fundador de la Orquesta Sinfónica Nacional; maestros de artes como Antonio Prats Ventós, Fernández Granel Granell, Josep Gausachs, el adolescente Manolo González, quien fue un luchador antitrujillista y combatiente constitucionalista en 1965.

Algunos republicanos como Manuel Valldeperes, Jesús de Galíndez y José Almoina, le sirvieron como intelectuales a la tiranía trujillistas. Galíndez y Almoina finalmente se convencieron que se trataba de una tiranía, se exiliaron y fueron víctimas del terror trujillista.

Sería prolijo seguir enumerándolos, pero debemos señalar que fue tan positiva esta migración que el propio tirano Rafael Trujillo se vio en la necesidad de promover otra de españoles no comprometidos políticamente, pero que también aportaron mucho a la sociedad dominicana con su trabajo laborioso.

Los lazos de España y los dominicanos son de indudable familiaridad, pese a que siempre los reaccionarios de ambos países han tratado de indisponernos. Los facinerosos de siempre no pasarán, no pasarán, junto a Pablo Neruda exclamemos con energía: «España en el corazón».

Santiago Castro Ventura

Médico e historiador

Médico, historiador.

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